Entrevista a Mario Vargas Llosa (Chile).
"Nunca podré decir «ye», que me perdonen los académicos", afirma respecto de las nuevas reglas ortográficas.
Mario Vargas Llosa ya está en el Perú —tras su paso de intensos cuatro días por Chile—, recomponiendo sus horarios disciplinados, esos que "volaron en pedazos" con el torbellino que le significó ganar el Nobel.
Claro, no es una queja de la sorpresa que le dio la Academia Sueca. Es sólo que un escritor no debe "dispersarse mucho, eso tiene consecuencias muy negativas".
—Pero no le debe costar retomar el oficio.
—No, pero sé que tendré que hacer más esfuerzos para defender mi tiempo. Es una de las consecuencias del premio, pero no habrá dificultad porque el trabajo para mí no es una servidumbre, sino un gran placer. Voy a estar en Lima hasta mediados de abril y espero dedicar estos meses a trabajar.
—¿Siente una necesidad física de escribir?
—Flaubert decía: "Escribir es una manera de vivir". Yo he organizado mi vida en función de mi trabajo. Es un orden que estos dos meses, por primera vez en muchísimo tiempo, no he podido respetar.
A estas horas, entonces, el autor de clásicos como "Pantaleón y las visitadoras", "La ciudad y los perros", "La tía Julia y el escribidor" o "La historia de Mayta", ya estará superando el síndrome de abstinencia, pluma fuente en mano, buscando tramas para su próxima novela que transcurrirá en Piura, al norte del Perú.
"Escribo a mano, siempre. Sólo algunas veces los artículos los hago directamente a la computadora. Empecé escribiendo a mano, el ritmo de mi pensamiento se amolda al de la mano. Además, me gusta el papel, me gusta la tinta y la primera versión de cualquier ensayo y, desde luego, de las novelas u obras de teatro, siempre la hago a mano. Soy de los últimos escritores que van a dejar manuscritos. Eso ya está despareciendo".
También se rebela a la modernidad del libro electrónico: "Se viene, es una realidad, qué le vamos a hacer… Pero yo voy a seguir leyendo en papel".
Lo mismo respecto de las nuevas reglas ortográficas de la Real Academia de la Lengua Española:
—Mayta, su personaje, ¿se escribe con I griega o con «ye»?
—Con I griega, yo nunca podré decir «ye», que me perdonen los académicos. Pero ha habido una reacción tan grande que la RAE dio marcha atrás y aceptó que uno diga I griega. ¡Y que se ponga acento en sólo! Uno no se resigna a que desaparezca la tilde (dice lleno de risa).
—¿Habrá mayor exigencia sobre su obra ahora que ganó el Nobel?
—Quizás haya una curiosidad, una expectativa mayor, pero no está mal. Es un estímulo para un rigor mayor. Eso no me molesta. Aunque la verdad es que cuando estoy inventando una historia, el aislamiento es tal que no sé si tengo presente lo que puede ocurrir una vez con el libro publicado. Mientras lo estoy trabajando, toda mi energía se vuelca en ir venciendo los obstáculos que se presentan cuando uno escribe una historia.
—Ahora que lo eligieron el mejor escritor del mundo, habrá perdido esa sensación de fracaso que siente al empezar una aventura creativa.
—Al contrario. No he perdido nunca la sensación de inseguridad, de que el proyecto no va a salir. Pero la experiencia me ha demostrado que esa idea de derrota se puede ir superando con disciplina, perseverancia, terquedad y con espíritu autocrítico. Aunque hasta cierto punto, porque tampoco hay que dejarse vencer por la parálisis. Uno debe corregir hasta el punto que sepa que si sigue, va a destruir lo que ha hecho.
"¿Sabe cuántas personas trajo Herta Müller el año pasado? Una. ¡Y usted ha traído más de 100!"
Antes de su venida a Chile, invitado a la celebración de los 20 años del Instituto Libertad y Desarrollo, Mario Vargas Llosa pasó por el Perú. Respetuoso de los compromisos adquiridos, debió suspender una conferencia de prensa en su propio país, debido a las consecuencias de una estrepitosa caída en un restaurante de Estocolmo, horas antes de leer su alabado discurso "Elogio de la lectura y la ficción", en el marco de los actos previos a la entrega oficial del galardón.
—¿Pensó, cuando iba cayendo, "qué colmo, estando aquí no voy a llegar a recibir el premio"?
—No. No tuve tiempo de pensar, porque la sensación de ridículo fue tan enorme que ni siquiera sentí dolor en el primer momento. Caerse en una silla y quedarse con las patas para arriba es muy ridículo. Eso atenuó el dolor y me pareció que había sido un golpecito insignificante, pero en realidad fue bastante más serio (afirma entre carcajadas).
—Qué linda foto la de su tremenda familia acompañándolo en la ceremonia oficial. Ahí le brotó lo latino.
—Absolutamente, la familia bíblica, la tribal. La nuestra anda muy dispersa, pero sin embargo es muy unida.
—Debe haber llamado la atención en Suecia.
—Los de la Fundación Nobel me dijeron algo muy divertido. "¿Sabe cuántas personas trajo como acompañantes la escritora Herta Müller el año pasado? Una. ¡Y usted ha traído más de 100!". Pensé inmediatamente "van a pasar bastantes años antes que vuelvan a darle el Nobel a un latinoamericano", por el desorden que provocamos.
—¿Se volverán a reunir para Navidad?
—La familia más pequeña, sí. Mis hijos y nietos...
—¿Ya compró los regalos?
—Mi mujer se ocupa de eso...
—Su hija Morgana opina que usted es la persona menos práctica...
—Mi hija piensa todavía peor de mí que mi mujer, que me dice que sólo sirvo para escribir. Yo no sé si Morgana piensa que sirvo para escribir.
—Lloró al mencionar a su esposa en el discurso.
—Y yo no me emociono en público, debe ser un síntoma de envejecimiento –bromea.
—¿Es muy difícil ser la mujer de Mario Vargas Llosa?
—Sí. La mayor parte de los escritores, artistas o intelectuales se apoyan en neurosis, en manías. Es mi caso, desde luego. Así que me pareció que era mi obligación rendirle homenaje a Patricia, que hace 45 años soporta esas manías, rabietas y neurosis sin las cuales, probablemente, yo no podría escribir.
—Al fin quedamos en la duda de si Gabriel García Márquez lo había felicitado por el premio o no.
—Pues mire, la noticia primera es que había hecho esa declaración ("Cuentas iguales", por Twitter) y luego hubo un desmentido. Así que no hubo tal felicitación.
—¿Y eso qué le pareció?
—Vamos a cambiar de tema.
"Al principio, con mis personajes tengo una relación fría y muy racional"
—"Conversación en La Catedral" cumplió 41 años. ¿ómo es haber escrito una novela que mantiene vigencia? Su frase inicial, "¿En qué momento se jodió el Perú?", tomó vuelo propio.
—No me lo esperaba. Es una novela que me costó mucho trabajo escribir. Quería hacerla desde los años que viví la historia, los de la dictadura de Odría, que fue muy importante para mi generación. Nuestra infancia, juventud y primera madurez la vivimos bajo un régimen muy corrupto que marcó la vida del Perú. Es un libro muy importante porque me acercó mucho a la historia, la que desde entonces es materia prima a la hora de inventar mis novelas.
—¿Cómo convive con sus personajes?
—Al principio el personaje es muy distante, tengo una relación que podríamos llamar fría y muy racional, pero luego cuando comienzo a escribir y a sentir que éste ya es como un simulacro de vida, se va estableciendo una especie de relación entrañable. Y tengo la impresión de que me pongo yo al servicio de él, al contrario de lo que pasaba al principio. Y que todo lo que experimento sirve para añadirle verosimilitud. Al final resulto echándolo mucho de menos. Hay un vacío que deja el personaje una vez que la historia está terminada. Por eso procuro empezar inmediatamente otro proyecto para no quedar como paralizado por el recuerdo de la historia que terminó.
—Escritores chilenos escogieron en nuestro diario a "Zavalita" como su personaje favorito.
—¿A "Zavalita", de "Conversación en La Catedral?". Ah, pues me alegro porque es un personaje con el que me identifico mucho, en el que he volcado más experiencias mías de esos años.
—¿Y cuál es su preferido?
—Uno entre los otros, no creo que tenga. Uno se identifica con todos sus personajes, con los que lo han acompañado más tiempo. Por la cercanía, el que tengo más presente es Roger Casement ("El sueño del celta"), pero sé que el de la próxima novela será entonces el más entrañable.
—Impresiona el nivel de detalles de "El sueño del celta", sobre todo en la geografía delCongo.
—Fue toda una aventura. Con esta novela tuve que meterme en mundos que desconocía, como el Congo y la Irlanda política. Fue muy apasionante, aunque a ratos muy duro, por la violencia, los horrores de que está hecha esta historia, sobre todo en la época de la explotación del caucho en el Congo y en la Amazonía. Es de las novelas en que más he trabajado. Por lo menos tres años.
—¿Cómo hace para recopilar tanta información, no confundirse?
—Hago mucha documentación y me gusta porque me va sugiriendo personajes, situaciones. Ahora, el libro es una novela, no respeta rigurosamente la historia, se toma muchas libertades. Hay mucha más invención que memoria.
"Me gustan más las últimas novelas de Isabel Allende"
—Una amiga escritora siempre dice: "Si puedes evitar ser escritor, hazlo".
—Jamás diría eso. La carrera que escogí es hermosísima, permite vivir muchas vidas, enfrentar las frustraciones o fracasos de una manera victoriosa, convirtiéndolas en materia prima para crear otras vidas. Tal vez lo mejor que me ha pasado es dedicar mi vida a la literatura. Me sigue inspirando el mismo entusiasmo, la misma felicidad que cuando aprendí a leer. La manera como la literatura ha enriquecido mi vida es impagable. Hombre, no es una carrera fácil, hay que trabajar mucho, hay muchos fracasos también. El éxito es un enorme aliciente, pero para un escritor que tiene una vocación muy profunda, al final, la mayor recompensa es poder dedicar su vida a escribir.
—¿Hay discriminación respecto de la literatura femenina en Latinoamérica?
—No solamente creo que no, sino que al contrario, en los últimos años uno de los fenómenos más interesantes es la proliferación de escritoras. Poetas mujeres había antes y muy reconocidas, pero lo que es interesante es que hoy en día hay muchas prosistas, novelistas, que tienen cada vez más presencia en el ámbito de la lengua.
—Pero, por ejemplo, aquí muchos escritores que pensaron que Isabel Allende no merecía el Premio Nacional, que finalmente obtuvo.
—Pero no creo que las críticas fueran porque Isabel es mujer, habrá gente que critica su obra, pero el prestigio que ella tiene en el mundo es extraordinario. Es uno de los escritores de la lengua española que más difusión tienen en otras lenguas, en Europa, seguramente en el Oriente, en Estados Unidos desde luego. Es un caso que muestra que no se puede hablar de discriminación contra una escritora en estos días por ser mujer. Ahora, creo que las escritoras no quieren tener éxito por ser mujeres, sino que porque escriben bien, son originales, crean sus formas con autenticidad. Y en ese campo, si los prejuicios existen, se han reducido a su mínima expresión en comparación con el pasado.
—¿Le gusta Isabel?
—Es una amiga muy querida. Me gustan más las últimas novelas que las primeras. Isabel ha ido superándose a medida que escribe. Creo que es mucho más original y personal la obra actual que cuando comenzó.
—Usted tiene que estar leyendo permanentemente todo.
—Leo mucho, pero no puedo leer todo. Muchas de mis lecturas tienen que ver con mi trabajo. Pero sí leo cosas que me dicen que son interesantes. Por ejemplo, en los últimos años he leído cosas chilenas: "La doble vida", novela de Arturo Fontaine, que me gustó mucho, y ahora estoy leyendo "Missing", de Alberto Fuguet, que no sé si es una novela o un reportaje y me gusta mucho esa incertidumbre respecto de la naturaleza del género. O sea que la actualidad sí la sigo, pero de ninguna manera de modo sistemático. No tengo tiempo.
—¿Qué opina de la generación de recambio? Desde el boom latinoamericano de los 60, al cual usted perteneció, no ha habido un movimiento literario tan potente en la región.
—Pero la literatura de las nuevas generaciones está viva, tiene una circulación que no tenía la anterior, hay un público para nuestros escritores, eso es lo importante.
—Pero cada escritor es su propio boom.
—Eso es verdad, lo que no hay son unos denominadores estéticos de formas artísticas, pero bueno, ¿y qué importa? Mejor que haya esa proliferación, esa diversidad. Refleja que la realidad, desde el punto de vista estético, literario, artístico, es un chisporroteo.
Mario Vargas Llosa ya está en el Perú —tras su paso de intensos cuatro días por Chile—, recomponiendo sus horarios disciplinados, esos que "volaron en pedazos" con el torbellino que le significó ganar el Nobel.
Claro, no es una queja de la sorpresa que le dio la Academia Sueca. Es sólo que un escritor no debe "dispersarse mucho, eso tiene consecuencias muy negativas".
—Pero no le debe costar retomar el oficio.
—No, pero sé que tendré que hacer más esfuerzos para defender mi tiempo. Es una de las consecuencias del premio, pero no habrá dificultad porque el trabajo para mí no es una servidumbre, sino un gran placer. Voy a estar en Lima hasta mediados de abril y espero dedicar estos meses a trabajar.
—¿Siente una necesidad física de escribir?
—Flaubert decía: "Escribir es una manera de vivir". Yo he organizado mi vida en función de mi trabajo. Es un orden que estos dos meses, por primera vez en muchísimo tiempo, no he podido respetar.
A estas horas, entonces, el autor de clásicos como "Pantaleón y las visitadoras", "La ciudad y los perros", "La tía Julia y el escribidor" o "La historia de Mayta", ya estará superando el síndrome de abstinencia, pluma fuente en mano, buscando tramas para su próxima novela que transcurrirá en Piura, al norte del Perú.
"Escribo a mano, siempre. Sólo algunas veces los artículos los hago directamente a la computadora. Empecé escribiendo a mano, el ritmo de mi pensamiento se amolda al de la mano. Además, me gusta el papel, me gusta la tinta y la primera versión de cualquier ensayo y, desde luego, de las novelas u obras de teatro, siempre la hago a mano. Soy de los últimos escritores que van a dejar manuscritos. Eso ya está despareciendo".
También se rebela a la modernidad del libro electrónico: "Se viene, es una realidad, qué le vamos a hacer… Pero yo voy a seguir leyendo en papel".
Lo mismo respecto de las nuevas reglas ortográficas de la Real Academia de la Lengua Española:
—Mayta, su personaje, ¿se escribe con I griega o con «ye»?
—Con I griega, yo nunca podré decir «ye», que me perdonen los académicos. Pero ha habido una reacción tan grande que la RAE dio marcha atrás y aceptó que uno diga I griega. ¡Y que se ponga acento en sólo! Uno no se resigna a que desaparezca la tilde (dice lleno de risa).
—¿Habrá mayor exigencia sobre su obra ahora que ganó el Nobel?
—Quizás haya una curiosidad, una expectativa mayor, pero no está mal. Es un estímulo para un rigor mayor. Eso no me molesta. Aunque la verdad es que cuando estoy inventando una historia, el aislamiento es tal que no sé si tengo presente lo que puede ocurrir una vez con el libro publicado. Mientras lo estoy trabajando, toda mi energía se vuelca en ir venciendo los obstáculos que se presentan cuando uno escribe una historia.
—Ahora que lo eligieron el mejor escritor del mundo, habrá perdido esa sensación de fracaso que siente al empezar una aventura creativa.
—Al contrario. No he perdido nunca la sensación de inseguridad, de que el proyecto no va a salir. Pero la experiencia me ha demostrado que esa idea de derrota se puede ir superando con disciplina, perseverancia, terquedad y con espíritu autocrítico. Aunque hasta cierto punto, porque tampoco hay que dejarse vencer por la parálisis. Uno debe corregir hasta el punto que sepa que si sigue, va a destruir lo que ha hecho.
"¿Sabe cuántas personas trajo Herta Müller el año pasado? Una. ¡Y usted ha traído más de 100!"
Antes de su venida a Chile, invitado a la celebración de los 20 años del Instituto Libertad y Desarrollo, Mario Vargas Llosa pasó por el Perú. Respetuoso de los compromisos adquiridos, debió suspender una conferencia de prensa en su propio país, debido a las consecuencias de una estrepitosa caída en un restaurante de Estocolmo, horas antes de leer su alabado discurso "Elogio de la lectura y la ficción", en el marco de los actos previos a la entrega oficial del galardón.
—¿Pensó, cuando iba cayendo, "qué colmo, estando aquí no voy a llegar a recibir el premio"?
—No. No tuve tiempo de pensar, porque la sensación de ridículo fue tan enorme que ni siquiera sentí dolor en el primer momento. Caerse en una silla y quedarse con las patas para arriba es muy ridículo. Eso atenuó el dolor y me pareció que había sido un golpecito insignificante, pero en realidad fue bastante más serio (afirma entre carcajadas).
—Qué linda foto la de su tremenda familia acompañándolo en la ceremonia oficial. Ahí le brotó lo latino.
—Absolutamente, la familia bíblica, la tribal. La nuestra anda muy dispersa, pero sin embargo es muy unida.
—Debe haber llamado la atención en Suecia.
—Los de la Fundación Nobel me dijeron algo muy divertido. "¿Sabe cuántas personas trajo como acompañantes la escritora Herta Müller el año pasado? Una. ¡Y usted ha traído más de 100!". Pensé inmediatamente "van a pasar bastantes años antes que vuelvan a darle el Nobel a un latinoamericano", por el desorden que provocamos.
—¿Se volverán a reunir para Navidad?
—La familia más pequeña, sí. Mis hijos y nietos...
—¿Ya compró los regalos?
—Mi mujer se ocupa de eso...
—Su hija Morgana opina que usted es la persona menos práctica...
—Mi hija piensa todavía peor de mí que mi mujer, que me dice que sólo sirvo para escribir. Yo no sé si Morgana piensa que sirvo para escribir.
—Lloró al mencionar a su esposa en el discurso.
—Y yo no me emociono en público, debe ser un síntoma de envejecimiento –bromea.
—¿Es muy difícil ser la mujer de Mario Vargas Llosa?
—Sí. La mayor parte de los escritores, artistas o intelectuales se apoyan en neurosis, en manías. Es mi caso, desde luego. Así que me pareció que era mi obligación rendirle homenaje a Patricia, que hace 45 años soporta esas manías, rabietas y neurosis sin las cuales, probablemente, yo no podría escribir.
—Al fin quedamos en la duda de si Gabriel García Márquez lo había felicitado por el premio o no.
—Pues mire, la noticia primera es que había hecho esa declaración ("Cuentas iguales", por Twitter) y luego hubo un desmentido. Así que no hubo tal felicitación.
—¿Y eso qué le pareció?
—Vamos a cambiar de tema.
"Al principio, con mis personajes tengo una relación fría y muy racional"
—"Conversación en La Catedral" cumplió 41 años. ¿ómo es haber escrito una novela que mantiene vigencia? Su frase inicial, "¿En qué momento se jodió el Perú?", tomó vuelo propio.
—No me lo esperaba. Es una novela que me costó mucho trabajo escribir. Quería hacerla desde los años que viví la historia, los de la dictadura de Odría, que fue muy importante para mi generación. Nuestra infancia, juventud y primera madurez la vivimos bajo un régimen muy corrupto que marcó la vida del Perú. Es un libro muy importante porque me acercó mucho a la historia, la que desde entonces es materia prima a la hora de inventar mis novelas.
—¿Cómo convive con sus personajes?
—Al principio el personaje es muy distante, tengo una relación que podríamos llamar fría y muy racional, pero luego cuando comienzo a escribir y a sentir que éste ya es como un simulacro de vida, se va estableciendo una especie de relación entrañable. Y tengo la impresión de que me pongo yo al servicio de él, al contrario de lo que pasaba al principio. Y que todo lo que experimento sirve para añadirle verosimilitud. Al final resulto echándolo mucho de menos. Hay un vacío que deja el personaje una vez que la historia está terminada. Por eso procuro empezar inmediatamente otro proyecto para no quedar como paralizado por el recuerdo de la historia que terminó.
—Escritores chilenos escogieron en nuestro diario a "Zavalita" como su personaje favorito.
—¿A "Zavalita", de "Conversación en La Catedral?". Ah, pues me alegro porque es un personaje con el que me identifico mucho, en el que he volcado más experiencias mías de esos años.
—¿Y cuál es su preferido?
—Uno entre los otros, no creo que tenga. Uno se identifica con todos sus personajes, con los que lo han acompañado más tiempo. Por la cercanía, el que tengo más presente es Roger Casement ("El sueño del celta"), pero sé que el de la próxima novela será entonces el más entrañable.
—Impresiona el nivel de detalles de "El sueño del celta", sobre todo en la geografía delCongo.
—Fue toda una aventura. Con esta novela tuve que meterme en mundos que desconocía, como el Congo y la Irlanda política. Fue muy apasionante, aunque a ratos muy duro, por la violencia, los horrores de que está hecha esta historia, sobre todo en la época de la explotación del caucho en el Congo y en la Amazonía. Es de las novelas en que más he trabajado. Por lo menos tres años.
—¿Cómo hace para recopilar tanta información, no confundirse?
—Hago mucha documentación y me gusta porque me va sugiriendo personajes, situaciones. Ahora, el libro es una novela, no respeta rigurosamente la historia, se toma muchas libertades. Hay mucha más invención que memoria.
"Me gustan más las últimas novelas de Isabel Allende"
—Una amiga escritora siempre dice: "Si puedes evitar ser escritor, hazlo".
—Jamás diría eso. La carrera que escogí es hermosísima, permite vivir muchas vidas, enfrentar las frustraciones o fracasos de una manera victoriosa, convirtiéndolas en materia prima para crear otras vidas. Tal vez lo mejor que me ha pasado es dedicar mi vida a la literatura. Me sigue inspirando el mismo entusiasmo, la misma felicidad que cuando aprendí a leer. La manera como la literatura ha enriquecido mi vida es impagable. Hombre, no es una carrera fácil, hay que trabajar mucho, hay muchos fracasos también. El éxito es un enorme aliciente, pero para un escritor que tiene una vocación muy profunda, al final, la mayor recompensa es poder dedicar su vida a escribir.
—¿Hay discriminación respecto de la literatura femenina en Latinoamérica?
—No solamente creo que no, sino que al contrario, en los últimos años uno de los fenómenos más interesantes es la proliferación de escritoras. Poetas mujeres había antes y muy reconocidas, pero lo que es interesante es que hoy en día hay muchas prosistas, novelistas, que tienen cada vez más presencia en el ámbito de la lengua.
—Pero, por ejemplo, aquí muchos escritores que pensaron que Isabel Allende no merecía el Premio Nacional, que finalmente obtuvo.
—Pero no creo que las críticas fueran porque Isabel es mujer, habrá gente que critica su obra, pero el prestigio que ella tiene en el mundo es extraordinario. Es uno de los escritores de la lengua española que más difusión tienen en otras lenguas, en Europa, seguramente en el Oriente, en Estados Unidos desde luego. Es un caso que muestra que no se puede hablar de discriminación contra una escritora en estos días por ser mujer. Ahora, creo que las escritoras no quieren tener éxito por ser mujeres, sino que porque escriben bien, son originales, crean sus formas con autenticidad. Y en ese campo, si los prejuicios existen, se han reducido a su mínima expresión en comparación con el pasado.
—¿Le gusta Isabel?
—Es una amiga muy querida. Me gustan más las últimas novelas que las primeras. Isabel ha ido superándose a medida que escribe. Creo que es mucho más original y personal la obra actual que cuando comenzó.
—Usted tiene que estar leyendo permanentemente todo.
—Leo mucho, pero no puedo leer todo. Muchas de mis lecturas tienen que ver con mi trabajo. Pero sí leo cosas que me dicen que son interesantes. Por ejemplo, en los últimos años he leído cosas chilenas: "La doble vida", novela de Arturo Fontaine, que me gustó mucho, y ahora estoy leyendo "Missing", de Alberto Fuguet, que no sé si es una novela o un reportaje y me gusta mucho esa incertidumbre respecto de la naturaleza del género. O sea que la actualidad sí la sigo, pero de ninguna manera de modo sistemático. No tengo tiempo.
—¿Qué opina de la generación de recambio? Desde el boom latinoamericano de los 60, al cual usted perteneció, no ha habido un movimiento literario tan potente en la región.
—Pero la literatura de las nuevas generaciones está viva, tiene una circulación que no tenía la anterior, hay un público para nuestros escritores, eso es lo importante.
—Pero cada escritor es su propio boom.
—Eso es verdad, lo que no hay son unos denominadores estéticos de formas artísticas, pero bueno, ¿y qué importa? Mejor que haya esa proliferación, esa diversidad. Refleja que la realidad, desde el punto de vista estético, literario, artístico, es un chisporroteo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario