La próxima semana, en Estocolmo, es la entrega del Nobel de Literatura. Como es usual en estos casos, nuestro compatriota Mario Vargas Llosa, leerá un discurso. Contrariamente a lo que se puede pensar, no se trata de un acto meramente protocolar. Son célebres los discursos de recepción de un Nobel. Y son comentados durante decenios. MVLL ya ha recibido premios y un número impresionante de honoris causa. Pero el Nobel y Estocolmo son algo más. Se otorga el Nobel, en ciencias, a un descubrimiento capital. En humanidades se premia la obra de toda una vida. Los laureados dicen, entonces, lo que piensan de la literatura, el mundo y la vida misma. No suelo utilizar este concepto, pero será un momento trascendente. Muchos reparan en el agasajo, son los que todo lo ven fiesta. Otros repararemos en el texto, el discurso, el sentido de las cosas. Cada quien ve el mundo como le parece.
¿Qué dirá, en efecto, Vargas Llosa? O mejor dicho, ¿qué tema elegirá? No poseemos información sobre la idea central; y, casi está demás decirlo, eso solo lo sabe MVLL. Para proseguir, no cabe para este caso una proyección, eso se lo dejamos a los economistas. Tampoco un diagnóstico, eso se lo dejamos a la sociología. Ni un análisis sobre fuerzas sociales en conflicto, eso se lo dejamos a la política. Solo nos queda el sentido común, la libre y conjetural razón y lo que desde el gran siglo de la literatura española se llama el arte de la agudeza. "Capacidad para entender la naturaleza de las cosas, especialmente las complicadas o confusas". Oh Quevedo, oh Baltasar Gracián. (El autor de estas líneas viene de una escuela pública, cuando se estudiaba el Siglo de Oro, antes que los tecnócratas lo eliminaran del sílabo. ¡Oh, qué mutilación!).
Quizá convenga proceder por deslindes. El tema del porvenir del libro impreso ante lo virtual, ya lo abordó, en respuesta a Bill Gates. Y también la novela, los derechos humanos, las libertades. Un amigo muy inteligente me recuerda que en el Rómulo Gallegos se le ocurrió dedicar su discurso a Carlos Oquendo de Amat y sus Cinco metros de poemas, ante el asombro de un público más bien internacional. Si eso es un antecedente, podría acaso evocar al uruguayo Onetti. Ya ha dicho del mismo "su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura". Pero pienso que acaso Jorge Luis Borges. Que no tuvo el Nobel. Borges, padre de todos. Nos enseñó a escribir en un castellano escueto. "Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche", dice de un mago en "Las Ruinas circulares". La noche "unánime", la canoa, el fango sagrado. ¿Será sobre la lección de economía verbal de Borges?
¿Y qué han dicho otros? García Márquez hizo una de las suyas, comenzó con estas palabras, "Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes, a su paso por nuestra América meridional, contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo". Es decir, el realismo mágico. Octavio Paz, en cambio, "Las lenguas son realidades más vastas que las entidades políticas e históricas que llamamos naciones". Paz, "la búsqueda del presente". La primera frase, como al inicio de cada gran novela, da el tono del discurso. "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...".
Para un escritor, llegado al punto que ha llegado MVLL, el gran diálogo es con los clásicos. Con los del canon literario, como lo entiende el profesor Harold Bloom, es decir, "los libros preceptivos", en lengua inglesa Shakespeare, o Dickens; en lengua francesa, Montaigne y Molière; y en la nuestra, sin vuelta, Cervantes. ¿Será el tema en Estocolmo? Pero de nuevo el enigma de las interpretaciones. ¿Abordará Mario por qué don Alonso Quijano se realiza solamente si huye de la aldea y toma la célebre adarga y monta sobre Rocinante? ¿Y cuál de los dos es el más significativo, el Quijote o el propio Cervantes, que murió pobre, fugitivo de sus propias miserias? Kafka decía que el que se volvió loco con los libros de caballería era Sancho. Ya veremos qué elige, el ganador del Nobel.
¿Qué dirá, en efecto, Vargas Llosa? O mejor dicho, ¿qué tema elegirá? No poseemos información sobre la idea central; y, casi está demás decirlo, eso solo lo sabe MVLL. Para proseguir, no cabe para este caso una proyección, eso se lo dejamos a los economistas. Tampoco un diagnóstico, eso se lo dejamos a la sociología. Ni un análisis sobre fuerzas sociales en conflicto, eso se lo dejamos a la política. Solo nos queda el sentido común, la libre y conjetural razón y lo que desde el gran siglo de la literatura española se llama el arte de la agudeza. "Capacidad para entender la naturaleza de las cosas, especialmente las complicadas o confusas". Oh Quevedo, oh Baltasar Gracián. (El autor de estas líneas viene de una escuela pública, cuando se estudiaba el Siglo de Oro, antes que los tecnócratas lo eliminaran del sílabo. ¡Oh, qué mutilación!).
Quizá convenga proceder por deslindes. El tema del porvenir del libro impreso ante lo virtual, ya lo abordó, en respuesta a Bill Gates. Y también la novela, los derechos humanos, las libertades. Un amigo muy inteligente me recuerda que en el Rómulo Gallegos se le ocurrió dedicar su discurso a Carlos Oquendo de Amat y sus Cinco metros de poemas, ante el asombro de un público más bien internacional. Si eso es un antecedente, podría acaso evocar al uruguayo Onetti. Ya ha dicho del mismo "su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura". Pero pienso que acaso Jorge Luis Borges. Que no tuvo el Nobel. Borges, padre de todos. Nos enseñó a escribir en un castellano escueto. "Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche", dice de un mago en "Las Ruinas circulares". La noche "unánime", la canoa, el fango sagrado. ¿Será sobre la lección de economía verbal de Borges?
¿Y qué han dicho otros? García Márquez hizo una de las suyas, comenzó con estas palabras, "Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes, a su paso por nuestra América meridional, contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo". Es decir, el realismo mágico. Octavio Paz, en cambio, "Las lenguas son realidades más vastas que las entidades políticas e históricas que llamamos naciones". Paz, "la búsqueda del presente". La primera frase, como al inicio de cada gran novela, da el tono del discurso. "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...".
Para un escritor, llegado al punto que ha llegado MVLL, el gran diálogo es con los clásicos. Con los del canon literario, como lo entiende el profesor Harold Bloom, es decir, "los libros preceptivos", en lengua inglesa Shakespeare, o Dickens; en lengua francesa, Montaigne y Molière; y en la nuestra, sin vuelta, Cervantes. ¿Será el tema en Estocolmo? Pero de nuevo el enigma de las interpretaciones. ¿Abordará Mario por qué don Alonso Quijano se realiza solamente si huye de la aldea y toma la célebre adarga y monta sobre Rocinante? ¿Y cuál de los dos es el más significativo, el Quijote o el propio Cervantes, que murió pobre, fugitivo de sus propias miserias? Kafka decía que el que se volvió loco con los libros de caballería era Sancho. Ya veremos qué elige, el ganador del Nobel.
Fuente: La República, Lima.
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