Peter Englund, secretario perpetuo de la Academia que concedió el Nobel a Mario Vargas Llosa, el hombre que le dio la noticia y que este martes le presentó ante el auditorio que escuchó su discurso marcado por las lágrimas, nos dio, antes de que hablara el Nobel, algunas claves que subyacen en las palabras que al mismo Vargas Llosa hicieron llorar.
Nos dijo Englund, en su despacho de la Academia, que, cuando sus compañeros discutían la candidatura de Vargas, él les dijo: "Lean en paralelo Conversación en La Catedral y El pez en el agua".
Englund, de 53 años, es académico desde 2002; es historiador (su último libro, sobre la I Guerra Mundial, está a punto de ser publicado en España); ha enseñado narratología, es un lector apasionado y resulta que, leído ahora el discurso del Nobel, ambas obras cuya lectura aconsejó a sus compañeros subyacen en el espíritu de la alocución emocionada del escritor peruano.
Conversación en La Catedral es la raíz histórica de la preocupación literaria del Nobel por la política y por su país, y El pez en el agua es la explicación escrita de una ansiedad autobiográfica, explicativa, que ha explotado en Estocolmo y en la que Mario cifró, a principios de los noventa, su resurrección literaria tras el fracaso político. En aquel libro que Englund mencionó como clave a sus colegas está "la esencia sentimental", como dice su hijo Álvaro, de la parte más política del discurso del Nobel, aquella en la que recorre las relaciones de su autobiografía con lo que ha venido sucediendo en su país y en el mundo ("En qué momento se jodió el Perú, Zavalita"); como si esa fuera la raíz, por otra parte, de una vocación política que le llevaría a aspirar a regir los destinos de su propio país, Conversación en La Catedral se configura como el instante en que el cadete se prepara para saber qué es eso de la política y qué es eso de las dictaduras. Y es, además, nos diría Englund, "la raíz más grande de su innovación literaria, el libro que le pone en el destino de los grandes".
Pero la vida de Vargas Llosa es una novela en sí misma, y aquí la ha contado así; cuando ya alcanza con los dedos la culminación de esa búsqueda, la política activa, el fracaso le espera en la otra esquina, y se viene a curar de él en París, en el año 1990. Ahí podría haberse quebrado, y es seguro que lo hubiera quebrado la presidencia; su hijo Álvaro dice que si su padre no escribe de inmediato, tras ese fracaso, El pez en el agua, nunca se hubiera quitado el nudo de la garganta. Ese exabrupto autobiográfico que es El pez en el agua ofrece algunas claves, desanda mezquindades, pone en su sitio a algunos elementos que "desde su propia pequeñez" juzgaron su ambición política y, sobre todo, muestra con palabras mojadas en una emoción herida lo que supone en su obra su autobiografía. Ese espíritu lo ha rescatado en Estocolmo, como si hubiera resucitado Zavalita.
En el discurso recuperó la esencia de aquel libro, y le dio otra vez la razón a un juicio con el que Englund complementó las esencias personales y literarias de ambos libros clave: "Lo que distingue a Mario Vargas Llosa es su valentía. En su valentía está la categoría de su arte, pues ningún gran artista es un cobarde".
Englund expresaba ese rasgo de Mario Vargas 24 horas antes de que este lo esgrimiera como un factor de su vida en ese discurso tan guardado de Estocolmo. La valentía. Ninguno de los títeres que siguen danzando desde el siglo XX al siglo XXI (los nacionalismos, las dictaduras, las mezquindades que sufrió mientras evolucionaba del marxismo al liberalismo democrático...) quedan fuera de su preocupación. Lo dijo todo como en un exabrupto, como si Zavalita respondiera en Conversación en La Catedral la famosa pregunta de la jodienda del Perú y como si el Mario de El pez en el agua reconstruyera pedazos que ese libro catártico no cerró del todo.
Lloró, claro; lo llevaba aguantando mucho tiempo, aunque todo estuviera, más o menos, como dice Englund, en esos dos libros que fueron decisivos en la larga historia (¿Era candidato desde los ochenta, señor Englund? "Yo creo que sí") de la candidatura del joven que fue Zavalita al premio Nobel de Literatura.
Englund, de 53 años, es académico desde 2002; es historiador (su último libro, sobre la I Guerra Mundial, está a punto de ser publicado en España); ha enseñado narratología, es un lector apasionado y resulta que, leído ahora el discurso del Nobel, ambas obras cuya lectura aconsejó a sus compañeros subyacen en el espíritu de la alocución emocionada del escritor peruano.
Conversación en La Catedral es la raíz histórica de la preocupación literaria del Nobel por la política y por su país, y El pez en el agua es la explicación escrita de una ansiedad autobiográfica, explicativa, que ha explotado en Estocolmo y en la que Mario cifró, a principios de los noventa, su resurrección literaria tras el fracaso político. En aquel libro que Englund mencionó como clave a sus colegas está "la esencia sentimental", como dice su hijo Álvaro, de la parte más política del discurso del Nobel, aquella en la que recorre las relaciones de su autobiografía con lo que ha venido sucediendo en su país y en el mundo ("En qué momento se jodió el Perú, Zavalita"); como si esa fuera la raíz, por otra parte, de una vocación política que le llevaría a aspirar a regir los destinos de su propio país, Conversación en La Catedral se configura como el instante en que el cadete se prepara para saber qué es eso de la política y qué es eso de las dictaduras. Y es, además, nos diría Englund, "la raíz más grande de su innovación literaria, el libro que le pone en el destino de los grandes".
Pero la vida de Vargas Llosa es una novela en sí misma, y aquí la ha contado así; cuando ya alcanza con los dedos la culminación de esa búsqueda, la política activa, el fracaso le espera en la otra esquina, y se viene a curar de él en París, en el año 1990. Ahí podría haberse quebrado, y es seguro que lo hubiera quebrado la presidencia; su hijo Álvaro dice que si su padre no escribe de inmediato, tras ese fracaso, El pez en el agua, nunca se hubiera quitado el nudo de la garganta. Ese exabrupto autobiográfico que es El pez en el agua ofrece algunas claves, desanda mezquindades, pone en su sitio a algunos elementos que "desde su propia pequeñez" juzgaron su ambición política y, sobre todo, muestra con palabras mojadas en una emoción herida lo que supone en su obra su autobiografía. Ese espíritu lo ha rescatado en Estocolmo, como si hubiera resucitado Zavalita.
En el discurso recuperó la esencia de aquel libro, y le dio otra vez la razón a un juicio con el que Englund complementó las esencias personales y literarias de ambos libros clave: "Lo que distingue a Mario Vargas Llosa es su valentía. En su valentía está la categoría de su arte, pues ningún gran artista es un cobarde".
Englund expresaba ese rasgo de Mario Vargas 24 horas antes de que este lo esgrimiera como un factor de su vida en ese discurso tan guardado de Estocolmo. La valentía. Ninguno de los títeres que siguen danzando desde el siglo XX al siglo XXI (los nacionalismos, las dictaduras, las mezquindades que sufrió mientras evolucionaba del marxismo al liberalismo democrático...) quedan fuera de su preocupación. Lo dijo todo como en un exabrupto, como si Zavalita respondiera en Conversación en La Catedral la famosa pregunta de la jodienda del Perú y como si el Mario de El pez en el agua reconstruyera pedazos que ese libro catártico no cerró del todo.
Lloró, claro; lo llevaba aguantando mucho tiempo, aunque todo estuviera, más o menos, como dice Englund, en esos dos libros que fueron decisivos en la larga historia (¿Era candidato desde los ochenta, señor Englund? "Yo creo que sí") de la candidatura del joven que fue Zavalita al premio Nobel de Literatura.
Juan Cruz (El País, Madrid)
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