sábado, 26 de marzo de 2011

La Casa de Arequipa

La casa en que nací, en el número 101 del Boulevard Parra, en Arequipa, el 28 de marzo de 1936, no tiene ninguna distinción arquitectónica particular, salvo la vejez, que sobrelleva con dignidad y que le da ahora cierta apariencia respetable. Es una casa republicana, de principios del siglo XX.

Había oído en la familia que desde su lado Este se tenía una magnífica vista de los tres volcanes tutelares de mi ciudad natal, pero ahora ya no se ven los tres, solo dos, el Misti y el Chachani, que lucen esta mañana soberbios y enhiestos bajo el sol radiante. En los 75 años transcurridos desde que vine al mundo han surgido edificios y construcciones que ocultan casi enteramente al tercero, el Pichu Pichu. Otro mérito de esta casona es haber resistido los abundantes temblores y terremotos que han sacudido a Arequipa, tierra volcánica si las hay, desde entonces.

Consta de dos pisos y desde su terraza trasera se divisa una buena parte de la sosegada campiña arequipeña, con sus pequeños huertos y chacras. Su jardín delantero está completamente muerto, pero las lindas baldosas modernistas de la entrada brillan todavía. La familia Llosa alquilaba el segundo piso a los dueños, la familia Vinelli, que vivía en la planta de abajo. La primera vez que yo pude entrar y conocer por dentro la casa donde nací y pasé mi primer año de vida, fue a mediados de los años sesenta. Entonces vivía allí, solo, un señor Vinelli, afable viejecito que se acordaba de mi madre y mis abuelos, y que me enseñó el cuarto donde mi madre estuvo sufriendo lo indecible durante seis horas porque yo, por lo visto, con un emperramiento tenaz, me negaba a entrar en este mundo. La comadrona, una inglesa evangelista llamada Miss Pitzer, después de esta batalla tuvo todavía ánimos para ayudar a dar a luz a la madre de Carlos Meneses, que es ahora director del diario El Pueblo de Arequipa.

Como sólo viví un año aquí, no tengo recuerdo personal alguno de la casa del Boulevard Parra. Pero sí muchos heredados. Crecí en Cochabamba, Bolivia, oyendo a mi madre, mis tíos y abuelos contar anécdotas de Arequipa, una ciudad que añoraban y querían con fervor místico, de modo que cuando vine por primera vez a la Ciudad Blanca -así llamada por sus hermosas iglesias, conventos y casas coloniales construidas con piedra sillar que destella con la luminosidad de las mañanas-, yo tuve la sensación de conocerla al dedillo, porque sabía los nombres de sus barrios, de su río Chili, de sus volcanes y de esas barricadas de adoquines que levantaban los arequipeños cada vez que se alzaban en revolución (lo hacían con frecuencia).

Mis primeros recuerdos personales de Arequipa son de ese viaje, que tuvo lugar en 1940. Había un Congreso Eucarístico y mi mamá y mi abuela me trajeron consigo. Nos alojamos donde el tío Eduardo García, magistrado y solterón, que era reverenciado en la familia porque había estado en Roma y visto al Papa. Vivía solo, cuidado por su ama de llaves, la señora Inocencia, que puso bajo mis ojos, por primera vez, un chupe de camarones rojizo y candente, manjar supremo de la cocina arequipeña, que luego sería mi plato preferido. Pero esa primera vez, no. Me asustaron las retorcidas pinzas de esos crustáceos del río Majes y hasta parece que lloré. Del Congreso Eucarístico recuerdo que había mucha gente, rezos y cantos, y que un señor con corbata pajarita, en lo alto de una tribuna, discurseaba con ímpetu. Lo aplaudían y mi abuelita Carmen me instruyó: "Se llama Víctor Andrés Belaunde, es un gran hombre, y además nuestro pariente". Estoy seguro de que en ese viaje ni mi madre ni mi abuela me mostraron la casa en que nací.

Porque la casa del Boulevard Parra traía a mi madre recuerdos siniestros, que sólo muchos años después, cuando yo era un hombre lleno de canas y ella una viejecita, se animó a contarme. En esa casa se había casado, con un lindo vestido de novia, en un oratorio levantado bajo la escalera -lo atestigua la fotografía de los "Vargas Hermanos", inevitables en todos los casamientos de la Arequipa de entonces-, con mi padre, un año antes de mi nacimiento, y de allí habían partido ambos hacia Lima, donde la pareja viviría. Se habían conocido en el aeropuerto de Tacna poco antes, y mi madre se había enamorado como una loca de ese apuesto radio operador que volaba en los aviones de la Panagra. Mis abuelos habían intentado demorar esa boda. Les parecía precipitada y rogaron a mi madre esperar un tiempo, conocer mejor a ese joven. Pero no hubo manera, porque a Dorita, cuando algo se le metía en la cabeza nadie se lo sacaba de allí, ni siquiera cortándosela (rasgo que, creo, también le heredé).

El matrimonio fue un absoluto desastre, por los celos y el carácter violento de mi padre. Sin embargo, cuando mi madre quedó embarazada, el caballero pareció amansarse. Mi abuelita anunció que iría a Lima, a acompañar a su hija durante el parto. Mi padre propuso que más bien Dorita viajara a dar a luz a Arequipa, rodeada de su familia. Así se hizo. Desde el día en que se despidieron, el caballero no volvió a dar señales de vida, ni a responder las cartas y telegramas que mi madre le enviaba. Así fue como ella, mientras yo crecía en su vientre y pegaba las primeras pataditas, descubrió que había sido abandonada. "Fue un año atroz", me confesó, con la voz que le temblaba. "Por la vergüenza que sentía. Durante el primer año de tu nacimiento no salí casi nunca de la casa del Boulevard Parra. Me parecía que la gente me señalaría con el dedo". Había sido abandonada por un canalla y era ella la que se sentía avergonzada y culpable. Tiempos atroces, en efecto.

Todas las veces que he venido a Arequipa desde entonces y he pasado por el Boulevard Parra a echar un vistazo a la casa en que nací, he tratado de figurarme lo que debió ser la vida de esa muchacha veinteañera, con un hijo en brazos y sin marido (cuando mis abuelos, a través de un abogado amigo, hicieron saber a mi padre que había tenido un hijo, él se apresuró a entablar una demanda de divorcio), auto secuestrada en esta vivienda por temor al qué dirán. Los abuelos debieron también sufrir mucho con lo ocurrido y pensar que aquello era una deshonra para la familia. Por eso, nadie me quita de la cabeza que la familia Llosa abandonó el terruño a que estaba tan aferrada y partió a Bolivia para poner una vasta geografía de por medio con aquella tragedia de la pobre Dorita.

¿Lo consiguieron? ¿Fueron felices en Cochabamba? Yo creo que sí. Recuerdo mis años cochabambinos como un paraíso. En la gran casa de la calle Ladislao Cabrera, la vida de la tribu familiar parecía transcurrir con sosiego y alegría. Mi madre era joven y agraciada, pero nunca aceptó galanes, en apariencia porque, siendo tan católica, para ella no había más que un matrimonio, el de la iglesia. Sin embargo, la razón profunda era que, pese a todo, seguía amando con toda su alma al caballero que la maltrató. Que 10 años después de su tragedia volviera a juntarse con él, así lo demostraría.

Pero esta mañana soleada y hermosísima no está para pensar en cosas tristes y truculentas. El cielo es de un azul impresionista y hasta el desvencijado caserón del Boulevard Parra parece contagiado del regocijo general. El alcalde de Arequipa acaba de decir unas cosas muy bonitas sobre mis libros y si mi madre hubiera estado aquí habría soltado algunos lagrimones. El burgomaestre recordó, también, todo el tiempo que han pasado aquí los Llosa, desde que llegó a esta tierra el primero de la estirpe, a comienzos del siglo XVIII, don Juan de la Llosa y Llaguno, desde la remota Trucios, un enclave cántabro incrustado en Vasconia. Y por supuesto que mi madre se hubiera alegrado mucho de saber que esta casa que le traía tan malos recuerdos será, a partir de ahora, una institución cultural, donde los arequipeños vendrán a leer y a sumergirse en las fantasías literarias y a soñar con ellas y a vivirlas, como ella me enseñó a hacer para buscar la felicidad cuando todavía yo babeaba y mojaba las sábanas a la hora de dormir.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

sábado, 19 de marzo de 2011

El Ejército peruano homenajea a Vargas Llosa

Es bien sabido que el talento puede florecer en las condiciones aparentemente más adversas. Para Mario Vargas Llosa, esas fueron las del colegio militar Leoncio Prado de Lima, que lo tuvo como alumno durante dos años y el jueves le hizo un homenaje junto con el Ejército peruano, otra institución que, al igual que el colegio, renegó de él durante mucho tiempo.

"Estoy emocionado de ver cómo le tienden los brazos a este antiguo cadete", dijo Vargas Llosa en el fuerte militar donde se realizó la ceremonia, debido a las reparaciones que se realizan en el local del colegio. De todos los homenajes que viene recibiendo Vargas Llosa en el Perú después de obtener el premio Nobel, este fue uno de los más simbólicos y significativos.

"El verde olivo del Ejército peruano brilla a su luz, señor Mario Vargas Llosa", declaró en su discurso el general Juan Urcariegui Reyes, jefe de la región militar del centro del Perú. Se refería al primer premio Nobel de Literatura nacido en el país, sí, pero también al escritor y ex-candidato a la presidencia que en más de una ocasión había sido denostado por distintos altos mandos militares, quienes en alguna ocasión llegaron a calificarlo como un traidor a su patria. También se dice que los ejemplares de su primera obra maestra, La ciudad y los perros, ambientada justamente en el Leoncio Prado, fueron quemados en el patio del mismo colegio, como muestra de repudio hacia la forma en que el autor describía los ambientes y las relaciones entre los alumnos en unas líneas que ahora son inmortales. Aunque recuerda la experiencia en el colegio como dura, el autor de Conversación en La Catedral siempre ha hablado de ella con gratitud y ayer no fue una excepción. Su paso durante dos años por el colegio militar Leoncio Prado (1950-1951), donde estudió tercer y cuarto de secundaria, fue decisivo para consolidar la vocación del ahora premio Nobel. Vargas Llosa llegó allí enviado por su padre que tenía la idea de que el rigor marcial lo apartaría de la literatura, eso que Ernesto Vargas Maldonado calificaba de "mariconada", según los recuerdos del escritor.

El efecto, por fortuna, fue inverso y en medio de ese rigor del internado el adolescente Vargas Llosa potenció su inclinación literaria. El recién llegado se convirtió pronto para sus compañeros de curso en "el poeta", que ganaba un poco de dinero escribiendo por encargo novelitas eróticas y cartas de amor para sus compañeros, mientras aprovechaba las largas guardias nocturnas para leer a los clásicos y acumulaba vivencias que años después se plasmaron en una novela excepcional.

El escritor destacó asimismo durante el homenaje que su estancia en el colegio militar le permitió conocer mejor la realidad de Perú, al encontrarse con estudiantes de distintas procedencias, razas y niveles sociales; algo que luego supo retratar magistralmente en varias obras trascendentales.

"Desde luego, vi las esperanzas, los anhelos, las ilusiones... pero también los rencores, la incomprensión, los resentimientos que esa fragmentación del país generaba y hacía que el subsuelo de nuestra patria fuera un volcán pronto a erupcionar. Fue una experiencia extraordinaria conocer el Perú en su diversidad, en su extraordinaria riqueza, pero también en su enorme problemática", dijo Vargas Llosa tras reunirse con los actuales estudiantes del colegio y con viejos compañeros de su séptima promoción. Entre ellos estaba Víctor Flores Fiol, a quien llamó "su primer agente literario", debido a que promocionaba sus escritos entre el resto de cadetes. Luego, se puso el quepí distintivo de la institución que, ahora sí, lo reconoce sin lugar a dudas como su exalumno más ilustre.

domingo, 13 de marzo de 2011

Piqueteros intelectuales

Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados al grupo "Carta Abierta", encabezados por el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su Gobierno ni oportuna cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.

Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América Latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta. Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.

Precisamente la única vez que he padecido un veto o censura en Argentina parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindey, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que esta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.

Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".

Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y el Perú y, en vez de cruzar la Cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.

El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación –al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana. Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, solo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.
Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que solo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América Latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, el Brasil, el Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no solo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América Latina.

¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del Régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo "Carta Abierta", la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.

De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero.

Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010 © Mario Vargas Llosa, 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

Si Borges viviera...


Que Jorge Luis Borges ya no esté entre nosotros al menos permite que a nadie se le ocurra discutir su bien ganado prestigio de ser considerado unánimemente el mejor escritor argentino.

Pero si Borges viviera, otras pasiones más tempestuosas girarían a su alrededor, porque ante sus filosas ocurrencias el humor de algunos hacia el autor de Ficciones se mostraría un tanto más acuoso.

Si Borges estuviese aquí opinando, en serio o en broma, de ciertas exuberancias kirchneristas, 678 lo tendría a maltraer y la intelligentzia oficialista lo estaría castigando en declamaciones histriónicas o solicitadas henchidas de fervor gubernamental.

¿Que a Borges no le habría pasado? Si tras la asunción de Juan Domingo Perón a la presidencia de la Nación, en 1946, se lo humilló con el cargo de "inspector de mercados de aves de corral", arrancándolo de una biblioteca municipal, no es difícil imaginar qué habrían hecho con él estos hijos y nietos de la gran familia peronista fundada hace más de 60 años.

Atacar a Mario Vargas Llosa parece más fácil todavía: primero, porque es extranjero (y eso abroquela voluntades con encendido espíritu chauvinista); segundo, porque su adhesión a la democracia liberal y su declarada alergia a cualquier tipo de autoritarismo personalista lo convierten automáticamente en un enemigo al que conviene mantener a distancia. Y tercero, y crucial punto clave: Vargas Llosa ha sido muy duro y categórico a la hora de catalogar a los Kirchner. Querrían que sólo hable de literatura y no de política.

Por cierto no hay obligación, ni mucho menos, de acordar con las opiniones del último premio Nobel de Literatura en este o cualquier otro tema. Pero parece triste papel, tan luego para intelectuales, que se comploten para intentar amordazarlo. Porque de eso se trata cuando hierve un puñado de ellos para expresar su "profundo desagrado y malestar", al blandir la espada de la censura previa (aunque ni siquiera hay certeza de lo que Vargas Llosa vendrá a decirnos).

Reprueban por "inoportuna" y "agraviante" que se lo haya convocado a la apertura de la Feria del Libro porque consideran que irá en contra de "las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo". ¿Pero no es, acaso, el papel del intelectual ser un revulsivo de la sociedad, un atrevido agitador de neuronas que pone patas arriba los principios para ver qué tan sólidos o hipócritas son?

El intelectual que únicamente aplaude y lisonjea al poder de turno, advirtiendo alarmado sobre los que se desvían de ese monótono libreto, es un mero propagandista y ya no merece ser llamado intelectual. Menos todavía si para entrar en razones tiene que intervenir la mismísima presidenta de la Nación.

Los ahora frustrados aprontes están paradójicamente emparentados con otro tipo de represiones más nefastas que ya Vargas Llosa sufriera en nuestro país, cuando la dictadura militar prohibió su novela El escribidor y la tía Julia tan sólo porque en su trama sobresalía demasiado un personaje que hablaba muy mal de los argentinos.

Hablando de Borges, viene al caso recordar que opinaba que las dictaduras fomentan la opresión, el servilismo y la crueldad, pero que lo más abominable que hacen es fomentar la idiotez.

Si estuviese ahora entre nosotros, asistiendo a este nuevo sainete protagonizado por sus ex colegas, Borges comprobaría que la idiotez es imperecedera y atraviesa a la condición humana.

Pablo Sirven (La Nación, Buenos Aires, Argentina).

LA VERDAD DE LAS MENTIRAS

Si Borges y Onetti se hubieran juntado para describir lo que acaba de suceder con Vargas Llosa y la Feria del Libro de Buenos Aires no habrían encontrado este argumento en la mezcla de sueño y desgano con la que ambos se enfrentaron al desdén del mundo.

Pero sí, ha sucedido. No están ellos y sin embargo se ha producido este cuento. Es extraordinario, en el sentido literal de la palabra. Se piensa que estas cosas no van a pasar y de pronto ahí están, acechando a la puerta de los absurdos para ponerse en el primer lugar y abrirse paso como una más de las historias universales, y en este caso latinoamericanas, de la infamia.

Ignoro cómo se lo habrá tomado Mario Vargas Llosa; los que lo conocen bien pueden saber que cuando se produce a su alrededor una atmósfera como la que ahora se ha declarado suele mirar como si fuera con otro; lo vi en Bogotá resistir a cuerpo limpio una enorme silbatina en la que le reprochaban no sé qué palabras "ponzoñosas contra Cuba y contra Fidel". Y lo vi en muchos otros lugares girando la cabeza a ver si los denuestos de veras iban contra él. Pero nunca lo escuché responder con las mismas monedas. Nunca.

Lo que ocurre ahora es más insólito, pero él está acostumbrado a lo insólito, desde chiquito; su libro El pez en el agua está repleto de experiencias que él no entendía, y al final fueron las que lo hicieron escritor. Si ahora no entiende lo que ha pasado seguramente sacará también consecuencia literaria de lo inexplicable.

En todo caso, los que no entendemos lo que pasa somos nosotros, pues es la primera vez en la historia conocida que a un lector se le dice que no vaya a hablar a una Feria del Libro, y además a una feria de las ferias, acaso la feria más rabiosamente literaria del mundo de habla española, en uno de los países más rabiosamente literarios del mundo.

Un lector como Mario Vargas Llosa, el autor de La verdad de las mentiras , proscripto de la Feria del Libro de Buenos Aires. Eso sólo lo puede inventar, como argumento, algún ignorante suelto. Pero es verdad, ha sucedido, se pellizca uno hasta que es consciente de que ha ocurrido. En fin. Hubiera entendido que le hubieran impedido el acceso a una feria de teléfonos celulares, pues ha acreditado su inutilidad legendaria ante cualquier aparato. Pero que le quiten la palabra en una feria del libro? Me pregunto qué dirán sus colegas a los que sí han invitado cuando sepan que para entrar en ese recinto un lector como Vargas Llosa no tiene credenciales?

El ha dicho muchas veces que la literatura se basa en la ley de la mentira; digamos de momento que parece mentira, que es ficción, que la feria despertará de este mal sueño que se parece a las pesadillas de Onetti, y termine desandando el mundo de su propio disparate para darse cuenta de que con esta proclama han abierto un agujero oscuro en la reputación de esa feria excepcional.

Cuando acabo de escribir me entero de que Vargas Llosa está volando a México. De allí lo echó Octavio Paz, o casi, porque dijo que el PRI era la dictadura perfecta. Luego Paz se amistó otra vez, no quedaba otra. Este Mario, empeñado en seguir siendo él mismo.

Juan Cruz