domingo, 22 de mayo de 2011

Montaigne en la trifulca

Por Mario Vargas Llosa

Nada mejor que volver al ejemplo de Monsieur de Montaigne en tiempos de elecciones, que suelen ser tensos y a veces beligerantes, irracionales y violentos, y nada mejor que hacerlo de la mano de Jorge Edwards que, en su último libro, “La muerte de Montaigne”, traza una delicada y seductora imagen del célebre autor de los “Ensayos”. No se trata de una novela, ni de un ensayo, sino de una crónica que se vale también de aquellos géneros, e incluso de la historia, para recrear, con comentarios personales y, a ratos, pinceladas de fantasía, la vida, la obra, y, sobre todo, la sabia serenidad con que supo encarar la vida y los desórdenes de la política el Señor de la Montaña.

El gran clásico francés, modelo y maestro de Azorín, que lo leyó y releyó toda su vida y de quien aprendió tal vez esa calmosa y casi quieta manera de escribir que fue la suya, es la columna vertebral del libro de Edwards, el tronco alrededor del cual se despliega ese frondoso ramaje, los datos sobre su familia, su tiempo, sus peligrosos viajes a caballo por media Europa, las guerras de religión que desangraban a Francia, los reyes asesinados a puñaladas, las intrigas políticas. De pronto, en medio de toda esa rica materia, surge la ficción, en pequeñas escenas y episodios que añaden una orla imaginaria y risueña a la intensa recreación histórica. Los comentarios del autor son personales, astutos, inteligentes, y atestiguan una recóndita identificación con la psicología de Montaigne, el maestro que, con perfecto control de sí mismo y sin dejarse nunca arrebatar por los tumultos y riesgos que lo cercan, escudriña su entorno y lo comenta, a la vez que relee a sus amados clásicos helenos y latinos, con citas de los cuales ha pintarrajeado todas las vigas de la torre bordelesa donde se ha confinado a escribir y meditar.

Los largos intervalos sobre las conspiraciones, matanzas, odios y enredos en la corte ganan a veces el protagonismo y la figura de Montaigne se desvanece en ese fresco animado de las peripecias militares, sociales y políticas, pero luego reaparece y sus lúcidas y penetrantes reflexiones arrojan una luz que vuelve racional e inteligible lo que parecía caos, barbarie, incomprensible trifulca de gentes ávidas de poder. La fuente histórica principal de Jorge Edwards es Michelet, prosista eximio, pero relator parcial y a veces inexacto de las peripecias e intervenciones de Montaigne en la vida política (fue alcalde de Burdeos y amigo y consejero de Enrique III de Navarra antes de que llegara al trono francés).

El libro se lee con el mismo placer que ha sido escrito y el lector queda, al final, tan prendado del Señor de la Montaña como el propio Jorge Edwards o como lo estuvo Azorín. Edwards es un magnífico cronista, acaso el último cultor de un género casi extinguido y este libro me parece uno de los mejores que ha escrito, en todo caso en el que se ha acercado más y mejor al tema complejo de la vocación literaria, de la manera como la literatura nace de la vida vivida y vuelve a ella a través de quien, inspirado en sus propias experiencias, fantasea, inventa otra vida imaginaria y mediante lo que escribe impregna y sutilmente altera la vida verdadera, a veces para mejor, pero también algunas veces para peor.

En las páginas finales de “La muerte de Montaigne” hay unas reflexiones del autor sobre la muerte y el cementerio del balneario chileno de Zapallar (donde está enterrado José Donoso) que ponen una nota melancólica y triste en un libro que es un canto de amor a quien encarnó mejor que nadie la vida tranquila, la serenidad, la domesticación de los instintos y la pasión por la razón y las buenas lecturas.

¿Cómo pudo Montaigne sobrevivir al salvajismo de la vida política, del fanatismo religioso, del mundillo de intrigas de codiciosos, envidiosos y desalmados con quienes tuvo que codearse en los años de su quehacer cívico y en las relaciones con los poderosos de su tiempo a quienes frecuentó, a la vez que los observaba como un entomólogo para autopsiarlos en sus ensayos? Gracias a su extraordinaria prudencia, a su implacable serenidad. Nunca se dejó llevar por las emociones, es posible incluso que hasta refrenara su amor por la joven Marie de Gournay, que sería su devota editora, luego de hacer un ponderado balance de las conveniencias e inconveniencias de contraer una pasión senil (en su época la cincuentena era ya la vejez), siempre por la inteligencia y la razón. Confieso que, a mí, tanta serenidad en una persona me impacienta y me aburre un poco, pero no hay duda de que, en un campo específico, el de la política, si prevaleciera la juiciosa actitud de Montaigne, habría menos estragos en la sociedad y la vida de las naciones hubiera sido más civilizada de lo que fue y es todavía.

De la campaña por las elecciones municipales y autonómicas de España, que tiene lugar mientras escribo este artículo, hasta ayer el Señor de la Montaña hubiera dicho, sin duda, que era un ejemplo de buena conducta ciudadana, pues, aunque las encuestas pronostican un resultado catastrófico para los socialistas, el partido de gobierno, todo transcurría con total normalidad, como un educado cotejo de propuestas entre los diversos candidatos y tranquilos mítines con bocadillos, gaseosas y lánguidos discursos. Pero, ayer, de pronto, sin que nadie lo previera, las ciudades de media España se llenaron de millares de ruidosos manifestantes, sobre todo jóvenes desempleados, convocados a través de las redes por fantasmas, bajo el eslogan “Democracia ya”, pidiendo a los ciudadanos que se abstuvieran de votar, para sancionar de este modo a una clase política a la que acusan de insensibilidad, y también a los banqueros. Aunque todo el mundo se declara solidario de los cinco millones de parados que ha dejado la crisis en España, nadie entiende bien qué es lo que representa este movimiento, si es una tardía secuela de lo que fue el mayo del 68 en Francia, ni menos qué consecuencias tendrá en las elecciones del día 22.

¿Qué hubiera dicho Montaigne al respecto? Sin duda que habría de inquietarse, pues, aunque sea comprensible la frustración y la ira de quienes se han quedado sin trabajo o han visto desbarrancarse su seguridad y sus niveles de vida por culpa de las malas políticas, abstenerse de votar, es decir, dar la espalda a la esencia misma de la democracia, no va a resolver para nada este problema, sino más bien agravarlo, dando aliento a quienes quisieran acabar con el sistema que, por defectuoso que sea, sigue siendo el que mejor ha sabido contener la violencia social, el que ha combatido con más éxito la pobreza, el único que garantiza la pacífica alternancia en el poder, y el que ha dado los más altos niveles de vida a las sociedades desarrolladas de nuestro tiempo. Y concluiría tal vez con esta sentencia: no se apaga un incendio echando baldazos de kerosene al fuego.

¿Y qué diría el autor de los “Ensayos” sobre la segunda vuelta de las elecciones peruanas entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala? Probablemente que, bajo la apariencia de una pacífica contienda presidencial, ha vuelto a asomar en el Perú la barbarie tercermundista. Porque la razón parece haberse eclipsado casi por completo de esa campaña, expulsada por la pasión, el miedo, el odio, la mentira y el sectarismo más cerril. La “guerra sucia” y formas todavía larvadas de fascismo han reemplazado el debate de ideas, propuestas y programas. Y como la inmensa mayoría de los dueños de los medios de comunicación quieren que sea la señora Fujimori, hija del dictador que ahora cumple 25 años de condena por asesino y por ladrón, la que gane las elecciones, la campaña consiste en un verdadero soliloquio de ataques despiadados a través de todos los órganos de expresión contra Ollanta Humala, a quien se sigue acusando de querer implantar en el Perú un modelo semejante al del dictadorzuelo venezolano Hugo Chávez, pese a sus desmentidos y a su nuevo programa de gobierno, en el que han quedado categóricamente excluidas la reelección presidencial, la estatización de empresas, la intervención en los medios de prensa y garantizadas la libertad de expresión y la economía de mercado.

¿Resistirá una mayoría de electores este frenético lavado de cerebro a que está sometido el pueblo peruano por quienes quieren resucitar la ominosa dictadura de Fujimori y Montesinos para defender así su peculiar idea de la democracia? Si semejante cosa ocurriera, se podría decir que, pese a todas las apariencias en contrario, la lección de sabiduría y racionalidad de Montaigne ha arraigado inesperadamente, allende los mares, en el Perú de “metal y de melancolía” que cantó García Lorca.

Madrid, 20 de mayo 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

Espero con impaciencia a que venga el nuevo Premio Nobel de Literatura a relevarme de todas las obligaciones...

"Espero con impaciencia a que venga el nuevo Premio Nobel de Literatura a relevarme de todas las obligaciones que acompañan al premio, sobre todo las mediáticas, que nunca creí que fueran tan exigentes y destructoras de la rutina del escritor"

Han tenido que pasar 40 años para que el Doctor Mario Vargas Llosa firmara su tesis doctoral, "Gabriel García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa", calificada con un sobresaliente cum laude, con fecha 25 de junio de 1971. Convertido en Premio Nobel de Literatura, el escritor ha vuelto a los pasillos de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) que recorrió de veinteañero para cubrir este trámite y reencontrarse simbólicamente con el que fuera su gran amigo hasta hace 30 años y a los que la política enemistó.

En esta visita "nostálgica y muy bonita", como la ha calificado el doctor Vargas Llosa, la Facultad madrileña le ha entregado una "maravillosa" encuadernación de su tesis aprovechando la celebración de la I Semana Complutense de las Letras, centrada en la figura de tan ilustre exalumno.

En una maratoniana visita, siempre acompañado de su esposa y rodeado de autoridades académicas, periodistas y alumnos curiosos, el autor de Conversación en la Catedral (1969) ha inaugurado también una exposición dedicada a su obra -"Entre los libros de Vargas Llosa"- en la biblioteca del centro, en la que seguro que el hispano-peruano dedicó algún tiempo a preparar su tesis o a hincar los codos para obtener años antes, entre 1958 y 1959, el brillante expediente académico que Filología también exhibe.

"Literatura española (s.XVII al XX) -- Sobresaliente; Comentario estilístico de textos españoles -- Sobresaliente; El Buscón en la novela picaresca -- Sobresaliente; El archivo de Rubén Darío y la Literatura Hispanoamericana -- Sobresaliente", puede leerse en sus calificaciones, que Vargas Llosa ha repasado con una sonrisa de alivio.

"Yo tenía un poco de temor cuando me dijeron que iban a exponer mis notas porque me preguntaba con qué me iba a encontrar, pero estoy muy orgulloso de mí mismo. Veo que tenía varios sobresalientes, lo que quiere que vine y estudié de verdad", confesaba el Premio Nobel a la prensa.

Años de juventud en Madrid

El escritor llegó a Madrid con apenas 22 años, becado por la Universidad Complutense, cuando apenas había publicado unos cuantos cuentos y aún temía que "los trabajos alimenticios me comerían gran parte de la vida y sólo podría dedicar un resquicio pequeñito a la literatura".

Entonces vivía -ha recordado- en una pensión en la calle Doctor Castelo, cerca del Parque del Retiro, y se desplazaba en tranvía hasta Moncloa y luego allí cogía otro de la Universidad que lo llevaba hasta el campus. Tenía clases por la mañana y las tardes libres y, pese a su brillante expediente académico, tenía tiempo de escaparse a la cafetería siempre a las 11.00 de la mañana para comerse un bocadillo de tortilla de patatas que costaba una peseta, "aunque tengo la impresión de que la vida está un poquito más cara que entonces".

Vargas Llosa, que recuerda estos años como "una experiencia muy bonita", disfrutaba con las clases del poeta, crítico literario y Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Carlos Bousoño, al que sigue llamando "maestro". "Dictaba un curso sobre la teoría y la expresión poética y, a la vez, iba revisando y añadiendo cosas a la primera edición de su libro. Su curso tenía un gran éxito porque era un gran expositor y había que venir temprano para alcanzar asiento porque sino uno se quedaba de pie el resto de la clase", cuenta el Premio Nobel.

También asistía a las interesantes clases de Antonio Oliver, el poeta y crítico literario que justo en esa época rescató y catalogó el archivo de Rubén Darío, que guardaba su última mujer, Francisca Sánchez del Pozo, en un pueblecito de la Sierra de Gredos. "El curso era sumamente interesante porque utilizaba todos los documentos recién descubiertos que la viejecita, a la que pude conocer ese año, había guardado devotamente", explica.

Uno de los primeros trabajos sobre la obra de Gabo

Años después, entre 1970 y 1971, Mario Vargas Llosa dedicaría "mucho trabajo y con mucho gusto" a la tesis doctoral sobre la obra de Gabriel García Márquez, que abarca desde sus primeros textos, cuentos y novelas hasta Cien años de soledad. "Me imagino que debió ser uno de los primeros trabajos sobre la obra de de García Márquez, que solo entonces empezaba a ser muy conocida en Europa y en toda América Latina", señala el doctor en Filología.

También tiene palabras de admiración hacia el que fuera director de su tesis, el filólogo, lexicógrafo y escritor Alonso Zamora Vicente, "un gran maestro y gran amigo que tenía un amor apasionado por la literatura, como crítico y como creador, y que era un maestro en toda la extensión de la palabra porque su magisterio era permanente". "Era un hombre extraordinariamente cordial y con verdadera pasión por la enseñanza y me ayudó mucho con mi tesis", asegura el también Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que también se confiesa alegre por la desaparición "de uno de los más grandes criminales de nuestra época", Osama Bin Laden.

A Mario Vargas Llosas le brillan los ojos al recordar esta feliz época de juventud en un Madrid que reconoce como "parte central" de su vida y en el que empezó a soñar con convertirse en el gran escritor que es hoy, pese a que las obligaciones del Nobel aún le impidan retomar su rutinaria vida de escritor. "Espero con impaciencia a que venga el nuevo Premio Nobel de Literatura a relevarme de todas las obligaciones que acompañan al premio, sobre todo las mediáticas, que nunca creí que fueran tan exigentes y destructoras de la rutina del escritor".

Palabra de Nobel. Palabra de Doctor.

Fuente: www.rtve.es