tag:blogger.com,1999:blog-85291361767882981632024-03-18T20:01:43.545-07:00Mario Vargas Llosa: Premio Nobel 2010"El sueño secreto, mío y de todos los escritores, creo, es que mis libros se leyeran como yo leí los libros que me cambiaron la vida. Ese ha sido mi sueño y nunca sabré si se hará realidad"Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.comBlogger80125tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-917909264346961852020-10-10T21:36:00.000-07:002020-10-10T21:36:01.258-07:00Javier Cercas sobre Vargas Llosa<p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;"><strong style="background: 0px 0px; border: 0px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;">Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962)</strong> se expresa con la claridad de un docente, y con su dramaturgia, sobre la trastienda de la literatura, propia y ajena. Sostiene un discurso infrecuente, una mezcla de determinación, profundidad y ricos matices. En el teléfono su voz adelgaza un poco, buscando intimidad, cuando relata la dureza de ciertos acosos sufridos en su entorno a cuenta de sus opiniones sobre la actualidad política. Sin embargo encarna y formula brillantemente el <strong style="background: 0px 0px; border: 0px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;">imperativo de la libertad autoral.</strong> Publicó en 2001 «Soldados de Salamina», una novela que giraba en torno a Rafael Sánchez Mazas, miembro fundador del partido Falange Española, y se convirtió desde entonces en un personaje público, escudriñado tanto por su obra literaria como por sus opiniones políticas. Volvió al asunto con «El monarca de las sombras», por la que le acusaron de «blanquear» el fascismo. Él dice que escribir es escribir con riesgo, y que el resto es palabrería.</p><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">El deber de la literatura</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—Yo solo intento ser fiel a mis obsesiones. Nada más. Creo que es la obligación de un escritor. Y es verdad que algunas de mis obsesiones, de los temas de mis libros, son delicados. Pues sí. Pero las novelas deben provocar. Y las ideas. Proust decía que las buenas ideas no son aquellas que provocan el asentimiento, sino la reacción. La idea buena es la que te obliga a contestar. Porque eso genera más ideas. Un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano. Un escritor cobarde es como un torero cobarde: se ha equivocado de oficio. Un escritor tiene que ir a fondo, a matar, como el torero. Si tú escribes una novela sobre la Guerra Civil y nadie te insulta es que la novela no es buena. Un escritor que se reserva, un escritor que dice «no voy a decir esto no vaya a ser que se enfade alguien, ese no es un escritor».</p><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">La verdad de las novelas</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—El escritor, en sus novelas, tiende a la equidistancia. ¿Por qué? Porque da a sus personajes las mejores razones. Eso es el gran arte, el de verdad. El que no es pedagógico, el que no dice tú eres malo y tú eres bueno. En cambio, en la vida no ocurre esto. En la vida un escritor tiene sus opiniones, como cualquiera. Quiero decir que las verdades de la novela son siempre poliédricas, ambiguas, contradictorias. Don Quijote está loco y está cuerdo, es ridículo y es heroico: esas son las verdades de la literatura. En cambio, en la vida, Cervantes tenía sus ideas acerca del Imperio, y seguro que las exponía. Dicho de otra manera: el novelista nunca puede decir sí o no; en cambio, el intelectual, cuando interviene en el debate público, a menudo lo dice. <b><u>El caso de Vargas Llosa es paradigmático. Es un escritor que está contra el nacionalismo. Considera que el nacionalismo está muy mal y lo dice con absoluta claridad en sus artículos y sus entrevistas y sus manifestaciones. Pero va y escribe «El sueño del celta», que es una novela sobre un nacionalista en la cual te pones de su parte, porque entiendes sus razones. Vargas Llosa está contra el fanatismo político y religioso, es un liberal que siempre está dispuesto a cambiar de opinión si los demás le convencen; pero va y escribe «La guerra del fin del mundo», que es la historia de unos fanáticos que acaban inmolándose. Y, mientras la lees, tú estás del lado de los fanáticos. Y los compadeces. Y pelearías con ellos. Es lo que hace la gran literatura.</u></b></p><aside class="roba-intercalado sin-fondo layer_inpage" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; clear: right; font-family: sans-serif; font-size: 0px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;"><span class="creatividad cmv_intext" data-google-query-id="CK7EpJzaq-wCFboDuQYd6C8IKA" data-voc-vam-displayed="true" data-voc-vam-outofpage="true" data-voc-vam-position="layer_inpage" data-voc-vam="" iat-insr="0" id="layer_inpage-id" style="background: 0px 0px; border: 0px; display: inline-block; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; position: relative; vertical-align: baseline; width: 560px;" tg-zone-original="495003.02"><div id="google_ads_iframe_/4900/vocento.abc/cultura/libros_5__container__" style="background: 0px 0px; border: 0pt none; display: inline-block; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;" tg-zone="495003.02"><iframe data-google-container-id="6" data-load-complete="true" frameborder="0" height="1" id="google_ads_iframe_/4900/vocento.abc/cultura/libros_5" marginheight="0" marginwidth="0" name="google_ads_iframe_/4900/vocento.abc/cultura/libros_5" scrolling="no" style="background: 0px 0px; border-style: initial; border-width: 0px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: bottom;" title="3rd party ad content" width="1"></iframe></div></span></aside><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">El arte pedagógico</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—Hay una tendencia hoy al arte pedagógico, y esa tendencia es la muerte del arte. Es catastrófico, un desastre. Shakespeare no es pedagógico, aunque puedes aprender una cantidad enorme de cosas de él. El arte y la literatura, a diferencia de lo que yo creía cuando era joven, feliz e indocumentado y quería ser un escritor posmoderno, son muy útiles. Siempre y cuando no se propongan ser útiles. En el momento en que la literatura se propone ser útil, se convierte en propaganda o pedagogía. Y la literatura convertida en propaganda o pedagogía es mala literatura. Ni es útil ni valiosa. No sirve para nada. A Woody Allen le reprochan que no aparecen suficientes negros en sus películas. Oiga, la obligación de Woody Allen es hacer buenas películas. Complejas. Divertidas. La igualdad es una cosa fantástica, pero no tiene nada que ver con la calidad del arte.</p><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">El coste de opinar libremente</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—Mis opiniones como persona pública, como ciudadano –eso que antes se llamaba intelectual-, han tenido un coste altísimo. Son temas muy duros para mí y para mi familia, en los que prefiero no entrar. Yo no tengo ninguna red social. Yo solo me entero de lo que ocurre ahí cuando la mierda ya cae desde el tejado, cuando ya el escándalo es monumental; pero uno se tiene que acostumbrar a que le insulten, hacer oídos sordos. Aunque es mentira que las cosas no te afecten, es completamente falso. A mí me afectan, y quien diga lo contrario no me lo creo. Pero es un precio que tienes que pagar. Mis opiniones acerca de temas muy controvertidos me han costado muchas cosas: amigos, lectores, dinero... Pero qué voy a hacer, ¿callarme? Si viviese en un régimen totalitario, una dictadura, y me jugase la vida, a lo mejor no me quedaba más remedio. Pero vivo en una democracia y, mientras a mi alrededor el mundo se está yendo a la mierda, no me da la gana de fingir que no pasa nada. Cada uno tiene el carácter que tiene, y yo simplemente doy mi opinión, porque además de escritor soy un ciudadano que paga sus impuestos y vive en un país determinado, en unas circunstancias determinadas.</p><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">El intelectual contra el novelista</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—Milan Kundera dice una cosa que está muy bien vista: el hecho de que un escritor intervenga en la vida pública con sus opiniones es muy perjudicial para la comprensión de su obra. Muy perjudicial. Porque la gente se agarra a sus opiniones y la obra la aparta. Y eso es fatal, porque lo mejor que tiene que decir un escritor lo dice en sus libros, no en sus opiniones políticas. <b><u>De nuevo el ejemplo de Vargas Llosa. Lo mejor que tiene que decir Vargas Llosa está en sus novelas. Ahora, ¿por qué lo conoce el 90% de la gente? Por sus opiniones políticas. Y a mí me ocurre lo mismo. ¿Por qué me conocen muchos en Cataluñaa? No por mis novelas. Ahora me conocen porque soy el malo de la película. Esto es así. Es un precio que hay que pagar.</u></b></p><h3 class="ladillo" style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #244765; font-family: "ABC Display", serif; font-size: 21px; font-weight: 400; line-height: 1.1; margin: 0px 0px 20px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">La muerte del debate</h3><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">—Hay que entender que debate serio, en este país y en cualquier otro, hay muy poquito. Porque debate serio significa leer, reflexionar, argumentar. Y eso, desenganémonos, se da muy poquito. Y más en nuestro país, por motivos históricos. Aquí lo que se da es el duelo a garrotazos de toda la vida. Sobre todo, si es contra una persona conocida, porque así el que suelta el garrotazo se beneficia de su prestigio. Es así de burdo, así de bestia. Y así de abyecto. Son masas acéfalas, rebaños de gente acéfala que se lanza a hacer sangre porque es muy divertido. Ojalá hubiera más debate real. Ojalá las novelas provocaran reacciones. Yo no conozco novelas españolas que provoquen debates. ¿Por qué? Entre otras razones porque, para empezar, hay que leer la novela. Y los que insultan no leen novelas: sólo titulares.</p><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; color: #555555; font-family: georgia, "times new roman", times, serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.023em; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">Fuente:</p><p style="background: 0px 0px rgb(255, 255, 255); border: 0px; line-height: 1.48; margin: 0px 0px 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;"><span style="color: #555555; font-family: georgia, times new roman, times, serif;"><span style="font-size: 17px; letter-spacing: 0.391px;">https://www.abc.es/cultura/libros/abci-javier-cercas-escritor-cobarde-como-torero-cobarde-equivocado-oficio-202010110049_noticia.html</span></span></p><div style="text-align: justify;"><br /></div>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-62635624666310963042020-04-04T17:24:00.001-07:002020-04-04T17:24:30.625-07:00El hermano Justiniano<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="background: white; color: #444444; font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;"><b>EL HERMANO JUSTINIANO<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<b><span style="background: white; font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;">Por Mario Vargas Llosa</span><span style="background: white; font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;"><o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="background: white; font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="background: white; font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;">Recuerdo con exactitud las diez
cuadras que había entre la casa de los Llosa, en la calle de Ladislao Cabrera,
y el colegio de La Salle. Yo tenía cinco años y, sin duda, estaba muy nervioso.
Ese día, mi primer día de colegio, las recorrí con mi madre que, incluso, me
acompañó hasta el aula y me dejó en manos del hermano Justiniano. Este me
presentó a quienes serían mis amigos cochabambinos desde entonces: Artero,
Román, Gumucio, Ballivián. Al más querido de ellos, Mario Zapata, el hijo del
fotógrafo que había documentado todas las bodas y primeras comuniones de la
ciudad, lo matarían de una puñalada, años después, en una picantería de
Cala-Cala. Como era el niño más pacífico del mundo, siempre he pensado que su
horrible muerte fue por defender el honor de una muchacha.</span><span style="background: white; font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;"><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;">El hermano
Justiniano era un ángel caído en la tierra. Tenía los cabellos blancos y unos
ojos dulces y entrañables. Nos tomaba de la mano y con él cantábamos y
bailábamos rondas repitiendo el abecedario y las conjugaciones, y así, jugando,
a los seis meses sabíamos leer. El cartero depositaba cada semana cuatro
revistas en la casa, tres argentinas y una chilena: <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Leoplán,</span></em> para
el abuelo Pedro, <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Para Ti,</span></em> que leían la abuelita Carmen, la Mamaé,
mi mamá y la tía Lala, y, para mí, <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Billiken y El Peneca.</span></em> Esperaba
esas revistas como maná del cielo y las leía de principio a fin, incluidos los
avisos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;">Mi mamá tenía un
profesor de guitarra y era una lectora empedernida. Me prestó <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">El árabe</span></em> y <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">El hijo del árabe</span></em>, pero me tenía
prohibido que leyera <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Veinte poemas de amor y una canción desesperada</span></em>, de
Pablo Neruda, un libro azul de letras amarillas que escondía en su velador y
releía en las noches: entre bostezos, yo la oía. Por supuesto que lo leí, a
escondidas, y allí había unos versos que, yo estaba seguro (“Mi cuerpo de labriego
salvaje te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra”), eran
pecado mortal.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;">Aprender a leer es
lo más importante que me ha pasado en la vida y, por eso, siempre recuerdo con
gratitud al hermano Justiniano y las rondas entre las carpetas cantando y
bailando mientras memorizábamos las conjugaciones. Debido a la lectura, ese
mundo pequeñito de Cochabamba se volvió el universo. Gracias a los signos que
convertía en palabras y en ideas, viajaba por el planeta y podía, incluso,
retroceder en el tiempo y convertirme en mosquetero, cruzado, explorador, o
viajar por el espacio hacia el futuro en naves silenciosas. Mi mamá dice que la
primera manifestación de lo que, con los años, sería una vocación literaria,
fue que, cuando los finales de los cuentos y novelas que leía no me gustaban,
con mi letra torpe de entonces los cambiaba. Yo no lo recuerdo, pero sí las
horas que me pasaba leyendo cada día, después de volver de La Salle y tomar mi
vaso de leche fría con canela, mi alimento preferido. El abuelito Pedro se
burlaba de mí: “Para el poeta la comida es prosa”. Pero yo no escribía versos
todavía en Cochabamba; eso vendría luego, en Piura.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;">Ahora que, por
culpa del coronavirus y el aislamiento forzoso al que estamos sometidos los
madrileños, leo desde el amanecer hasta el anochecer, diez horas diarias en un
estado de felicidad absoluta (morigerada por el miedo a la plaga), aquellos
días cochabambinos vuelven a mi memoria con los fantasmas borrosos de las
primeras lecturas que me devuelve el subconsciente: la orgullosa Diana Mayo
caía rendida en brazos de su secuestrador Ahmed ben Hassan en los desiertos de
Argelia; el espadachín que nació en una celda y, como los gatos, veía en la
oscuridad; el Judío Errante y su peregrinación incesante por el mundo. Los
niños de entonces —por lo menos en Cochabamba— no leíamos tiras cómicas sino
libros, y, sin duda, por eso jamás contraje la adicción al Pato Donald o al
Ratón Mickey ni a Popeye, el marinero musculoso. Pero sí a Tarzán y a Jane, con
los que volé, de árbol en árbol, por las selvas del África.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12.0pt;">En la biblioteca
con telarañas de la Universidad de San Marcos leí mi primera obra maestra: el <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Tirant lo Blanc</span></em>, en la edición de Martín de Riquer de
1948. Antes todavía, cuando cadete del Leoncio Prado, devoré la serie de los
mosqueteros de Alejandro Dumas, y soñaba con D’Artagnan todas las noches.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="background-color: white;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Nada me ha dado tanto placer y felicidad como los
buenos libros; nada me ha ayudado tanto como ellos a sortear los momentos
difíciles. Sin la literatura me habría suicidado en ese periodo atroz en que
supe que mi padre estaba vivo, cuando me llevó a vivir con él y me hizo
descubrir la soledad y el miedo. William Faulkner me cambió la vida en plena
adolescencia; lo leí con lápiz y papel para identificar sus cambios de
narrador, los saltos temporales, los remolinos de esa prosa que mezclaba
personajes, tiempos y lugares y aparecía, de pronto, en la novela un reordenamiento
de la historia todavía mejor que el cronológico.</span></div>
<div style="background: white; box-sizing: border-box; font-stretch: inherit; font-variant-east-asian: inherit; font-variant-numeric: inherit; line-height: inherit; margin: 2.188rem; vertical-align: baseline;">
<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Para leer a Sartre, Camus,
Merleau-Ponty, Simone de Beauvoir y demás colaboradores de <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Les Temps Modernes</span></em>, aprendí francés, e inglés para
entender a Hemingway, a Dos Passos, a Orwell y a Virginia Woolf, y descifrar el <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Ulises</span></em> de Joyce (lo conseguí a la tercera vez).
En una cabañita de Perros-Guirec, en Bretaña, en el verano de 1962 leí el tomo
de La Pléiade dedicado a Tolstói y desde entonces <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Guerra y paz</span></em> me
parece la cumbre de la novelística, con el <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Quijote</span></em> y <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Moby Dick</span></em>. Entre las del siglo XX, nadie ha superado,
a mi juicio, <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">La condición humana</span></em>, de Malraux, con excepción de <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">La montaña mágica</span></em> de Thomas Mann. En París, el
primer día que llegué, en agosto de 1959, descubrí a Flaubert y me pasé toda la
noche, en el Wetter Hotel, leyendo <em style="box-sizing: border-box; font-size: inherit; font-stretch: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit;"><span style="border: none windowtext 1.0pt; mso-border-alt: none windowtext 0cm; padding: 0cm;">Madame Bovary.</span></em> Fue para mí el
más fructífero de los descubrimientos: gracias a Flaubert supe el escritor que
quería ser y el que no quería ser.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Las buenas lecturas no sólo
producen felicidad; enseñan a hablar bien, a pensar con audacia, a fantasear, y
crean ciudadanos críticos, recelosos de las mentiras oficiales de ese arte
supremo del mentir que es la política. La vida que no vivimos podemos soñarla,
leer los buenos libros es otra manera de vivir, más libre, más bella, más
auténtica. Esa vida alternativa tiene, además, la suerte de estar fuera del
alcance de las plagas demoníacas que aterraron siempre a los seres humanos
porque en ellas veían a los diablos, que, a diferencia de los enemigos de carne
y hueso, eran difíciles de derrotar.<o:p></o:p></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Un buen lector es el ciudadano
ideal de una sociedad democrática: nunca se conforma con aquello que tiene,
siempre aspira a más o a cosas distintas de las que le ofrecen. Sin esos
inconformes sería imposible el progreso verdadero, el que, además de enriquecer
la vida material, aumenta la libertad y el abanico de elecciones para ajustar
la vida propia a nuestros sueños, deseos e ilusiones. Karl Popper tenía razón:
nunca hemos estado mejor que ahora (en los países libres, se entiende).</div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
El coronavirus ha resucitado la barbarie en lo que
creíamos la civilización y la modernidad. Hemos visto en Madrid cosas
horribles, como en las residencias: ancianos abandonados al parecer por
cuidadores que no tenían mascarillas ni remedios ni ayuda alguna. Los muertos
conviviendo con los vivos, durmiendo en las mismas camas. El horror siempre
supera al horror, no importa el tiempo histórico. Aun así, con toda la ruina
económica y social que traerá al país esta plaga inesperada, si, luego de
sobrevivir a ella, hay en España un millón más de españoles, o por lo menos
cien mil, ganados a la buena lectura gracias a la cuarentena forzada, los
demonios de la peste habrán hecho un buen trabajo.</div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
<br /></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Fuente: Diario <i><b>El País</b></i></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Link: <a href="https://elpais.com/elpais/2020/04/04/opinion/1586018684_844347.html?event_log=go" style="background-color: transparent;">https://elpais.com/elpais/2020/04/04/opinion/1586018684_844347.html?event_log=go</a></div>
<div style="background: white; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
<br /></div>
<div style="background: white; box-sizing: border-box; font-stretch: inherit; font-variant-east-asian: inherit; font-variant-numeric: inherit; line-height: inherit; margin: 2.188rem; vertical-align: baseline;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; text-align: justify;">
</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-64850488761624605822015-04-26T13:41:00.000-07:002015-04-26T13:41:28.097-07:00El hombre-florero<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px;">Cuando estoy en Madrid camino todos los días, temprano en las mañanas, por un circuito que, arrancando de la plaza de las Descalzas, me lleva a cruzar la plaza de Isabel II, el Palacio de Oriente, pasar ante los Jardines de Sabatini, bordear el parque de Debod, bajar por el paseo del Pintor Rosales hasta la transversal que se hunde en el parque del Oeste, dar allí media vuelta y desandar todo lo andado por un desvío que me permite recorrer, esta vez desde el interior, todo el parque de Debod y divisar a veces la solitaria ardillita que vive allí, saltando entre sus árboles. Es un itinerario tranquilo y agradable, que toma una hora justa, en la que suelo cruzarme y descruzarme con las mismas personas: el cojito del gran danés, el japonés marcial y su paso de ganso, las alegres comadres del Debod y su solitario gonfalonero, y Ángela Molina despidiendo a su hijita menor en la puerta del autobús de su colegio.</span></div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Pero hace algunos años advertí una novedad en mi recorrido: una de las bancas del paseo que discurre al pie de la suave colina donde está el templo egipcio había sido decorada con las hojas y ramitas que el viento arranca y había en este arreglo una gracia y un buen gusto que llamaban la atención. No muchos días después conocí al decorador. Nunca supe su nombre y me acostumbré a llamarlo siempre el hombre-florero. Porque él se decoraba también a sí mismo, con la elegancia y picardía con que adornaba la banca en la que —supongo— vivía y dormía. A diferencia de la mayoría de personas que pasan la noche en las bancas y jardines del lugar, y que suelen ser moldavos, rumanos y búlgaros, el hombre-florero era español y, por su acento, inequívocamente castellano. Al pasar yo frente a su banca, ya estaba lavado, peinado y decorado, con flores, hojas y ramitas que animaban su sombrerito y sus orejas, su camisa y hasta sus pantalones. Había mucha gracia en la manera como se engalanaba y, más tarde, cuando nos hicimos amigos, me aseguró enfáticamente que toda esa vegetación con la que él coloreaba su banca, su cuerpo y su atuendo no había sido jamás arrebatada por él a las plantas, las flores o los árboles, sino por otros o por el viento: él se limitaba a recogerla del suelo y a darle una segunda vida, ya no natural sino estética.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Nuestra amistad nació de un episodio circunstancial. Una de esas mañanas, al pasar frente a su banca, vi al hombre-florero discutiendo con dos policías que querían sacarlo de allí, alegando que esa banca que él había convertido en su vivienda y en una especie de monumento a la ecología y al arte bruto era un bien público. Me apenó mucho que fueran a echarlo de allí y me atreví a interceder por él. Por fortuna, los dos policías me reconocieron y se dejaron convencer por mis razones, que eran éstas: el hombre-florero no hacía daño a nadie ni a nada, más bien colaboraba con los recogedores de la basura y había convertido aquella banca del parque de Debod en una obra de arte que podía seguir siendo usada y a la vez admirada por los transeúntes.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Desde entonces y mientras vivió en el parque de Debod, el hombre-florero, apenas me veía venir, se ponía de pie, me acompañaba un buen trecho y conversábamos. Aunque, en realidad, hablaba sobre todo él y yo lo escuchaba, fascinado por sus conocimientos. Me ofrecía siempre, como una guía viviente, todos los espectáculos artísticos de que uno podía disfrutar gratis en Madrid en esa jornada o en las venideras: ensayos de orquestas o cantantes, películas u obras de teatro que se daban en las embajadas, centros culturales extranjeros, iglesias, cofradías, oenegés, conferencias, mesas redondas, recitales, exposiciones y, un día, hasta una función gratuita que daba un circo ¡para enfermos, discapacitados e invidentes! Él asistía a todo eso y por ello tenía sus días muy ocupados, pues se desplazaba por Madrid naturalmente siempre a pie. Su amor por todas las manifestaciones de la cultura era tan genuino como el que profesaba a la naturaleza y sus opiniones sobre películas, dramas, pinturas, música e ideas (a condición de que no fueran políticas, contra las que parecía vacunado) siempre me parecieron respetables.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Era un hombre relativamente joven —entre 40 y 50, calculo— y nunca parecía haber llevado otra vida que ésta, es decir, la de un hombre-florero de la calle, contento y entusiasta con lo que hacía y, sobre todo, con lo que no hacía. Muchas veces tuve la tentación de entrevistarlo, para saber cómo y por qué había llegado a ser eso que era —un vagabundo culto, insolvente y feliz—y preguntarle si a veces no lo sobresaltaba el temor de una enfermedad, de una vejez sin recursos, si en esa soledad irreductible en la que parecía confinado no echaba a veces de menos la idea de una pareja, de una familia, pero nunca me atreví. Tenía la impresión de que someterlo a ese género de interrogatorio podía ofenderlo.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Un día descubrí que otro de sus quehaceres era echar una mano a los drogadictos que, como él, habían hecho de la calle su hogar. Había sobre todo un muchacho de origen mexicano, que caía por las noches en el parque de Debod y que, psíquicamente maltratado por la heroína, padecía de ataques autodestructivos y hablaba de suicidarse. Seguí a través de lo que me contaba sus desesperados esfuerzos para convencerlo de que, pese a todo, la vida valía la pena de ser vivida, porque había en ella muchas cosas hermosas, incluso para quienes carecían de recursos. Un día me aseguró, resplandeciente de felicidad: “Creo que lo he convencido”. Era un optimista visceral y siempre estaba risueño. Un día me atreví a preguntarle si una persona sin dinero, en Madrid, no estaba irremediablemente condenada a perecer de inanición. “En absoluto”, me explicó. Y de inmediato me enumeró por lo menos una docena de refectorios y comederos regentados por órdenes religiosas —católicas, evangélicas— o sociedades laicas que ofrecían bocadillos o la tradicional “sopa de pobres” a los menesterosos de la ciudad.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Como paso intervalos de largos meses fuera de Madrid, al retorno de uno de ellos me llevé la desagradable sorpresa, en mi caminata tempranera, de que la banca del hombre-florero ya no existía. ¿La había abandonado él mismo, empujado por su espíritu nómada, o la habían destruido unos policías menos tolerantes que aquellos gracias a los cuales nació nuestra amistad? Me entristeció mucho la desaparición de ese amigo momentáneo que daba siempre una nota emotiva y cálida a los paseos con que comienzo el día. Pregunté a las alegres comadres del parque de Debod y ninguna de ellas se acordaba siquiera de él. Pero el cojito del perro gran danés me dijo que, aunque él mismo no lo había visto con sus ojos, pensaba que se había mudado a la plaza de Oriente porque había divisado allí una banquita con los adornos vegetales con que arropaba su banca de estos lares.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
No encontré la tal banca pero sí lo encontré a él, muchos meses después de aquello que cuento, al pie de la bella estatua ecuestre de la plaza de Oriente. Nos dimos un abrazo. Era el mismo personaje risueño, entusiasta y reconciliado con la vida de antaño, pero era también otro. Ya no había rastro de vegetación en su ropa ni en su cuerpo y, en su boca, no era la cultura la que llevaba la voz cantante sino la religión. Me habló, de entrada y sin parar, como si retomáramos una conversación de la víspera, y con la misma fogosidad de antaño, del Santo Padre Pío de Pietrelcina, un monje capuchino italiano que, al parecer, hizo milagros y exhibía en sus manos los estigmas de la pasión de Cristo, sobre el que tenía una información apabullante. Conocía su vida, sus enfermedades, sus virtudes, sus hazañas sobrenaturales, y, como en el pasado me recomendaba espectáculos, charlas, recitales o exposiciones, ahora me ilustró sobre las misas donde se escuchaban los sermones más inspirados y donde se oían a los mejores coros de la ciudad y las tertulias sagradas que valía la pena no perderse.</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Al despedirnos, me dejó en las manos un prospecto de las actividades de la semana en el vecino monasterio de la Encarnación. Fue la última vez que lo vi, hace de esto dos o tres años. ¿Por qué escribo sobre él? Porque esta mañana, mientras hacía mi caminata matutina en el malecón de Barranco, dentro de una neblina que anuncia ya el próximo invierno de Lima, de repente creí verlo, al borde de los acantilados, pobre y libérrimo, exaltado y feliz, más que nunca convencido de que en esta vida nadie tiene derecho de aburrirse ni de deprimirse, porque, pese a todo, ella es lo mejor que nos ha pasado.</div>
<div class="nota_pie" style="background-color: white; color: #666666; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 12px; line-height: 18px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2015.</div>
<div class="nota_pie" style="background-color: white; color: #666666; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 12px; line-height: 18px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
© Mario Vargas Llosa, 2015</div>
<div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; margin-bottom: 15px;">
</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: 24px;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-12756358641969860782014-01-20T19:59:00.000-08:002014-01-20T20:01:47.974-08:00Vargas Llosa y el Catoblepas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-DNk9IZmlU57i1P734JKC0CY3DQfiXVdB6oJPvCfb9XVMpebbRFFUU96yIJz89UFgJf3D0turagLLLUQ2qM3JysXOMDxvMCYLi9CPuyPWdTyBMbebkExvbf8yuC_ZaVOcrNleyoxrRi8/s1600/Catoblepas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-DNk9IZmlU57i1P734JKC0CY3DQfiXVdB6oJPvCfb9XVMpebbRFFUU96yIJz89UFgJf3D0turagLLLUQ2qM3JysXOMDxvMCYLi9CPuyPWdTyBMbebkExvbf8yuC_ZaVOcrNleyoxrRi8/s1600/Catoblepas.jpg" height="175" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
(…) El Catoblepas es un animal
que se come a sí mismo, se alimenta de sí mismo, comienza comiendo sus propios
pies. Eso es lo que hace el escritor cuando escribe: saca a la luz una
intimidad, escarba y, muchas veces, saca cosas que no se atrevería jamás a
sacar en una conversación, a exponer a la luz pública, porque muchas veces son
cosas que o lo avergüenzan o lo marginan. Pero creo que ésa es una materia absolutamente
privilegiada para la creación literaria. Yo creo que los escritores se
alimentan de sí mismos, desde luego, utilizando también la imaginación, pero
que muchas veces estos fondos oscuros de la personalidad son la materia
privilegiada para la creación literaria. Algunos escritores se exponen más que
otros, los escritores que llamamos "malditos", por ejemplo, ¿por qué
los llamamos "malditos"? Porque sacan a la luz algo que existe pero
que está escondido. Por ejemplo, el Marqués de Sade es un escritor maldito: da
una descripción de lo humano que es aterradora porque está hecha de crueldad,
está hecha de unos excesos que son atroces. Bueno, también somos eso nosotros cuando
soñamos, cuando deseamos.</div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p><br /></o:p></div>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="//www.youtube.com/embed/vvisCrNetFs" width="420"></iframe>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="//www.youtube.com/embed/wRtBEQ5DJXI" width="420"></iframe>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="//www.youtube.com/embed/2Bi-AHgrOEI" width="420"></iframe>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="//www.youtube.com/embed/oh3GSzdlvlI" width="420"></iframe>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-35418353918886546592013-11-17T14:12:00.001-08:002013-11-17T14:12:47.457-08:00La espontaneidad y la intuición<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
Encontramos a <a class="a" href="http://www.abc.es/cultura/libros/20130911/abci-vargas-llosa-heroe-discreto-201309111416.html" style="color: #215a9c; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-decoration: none;" title="Mario Vargas Llosa">Mario Vargas Llosa</a> recién regresado de Estados Unidos, de dar <span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">seis semanas de clases en Princeton</span>, donde tiene grupos de veinte estudiantes como máximo, lo cual le permite (se ríe) aprender más de lo que enseña. Tanta alegría se estrella contra las montañas de basura que le dieron la bienvenida en Madrid… En cambio, mira por dónde, el maestro es optimista por primera vez en mucho tiempo sobre el problema catalán. Y sobre el impacto de su última y muy esperada novela, <a class="a" href="http://www.abc.es/cultura/cultural/20130909/abci-cultural-m104-libros-vargas-201309091243.html" style="color: #215a9c; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-decoration: none;" title="«El héroe discreto»">«El héroe discreto»</a>.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">¿Impresionado por el impacto de la huelga de barrenderos en Madrid?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Qué horror que esto haya podido llegar a suceder en mi querida Madrid, una ciudad con una muy bien merecida fama de ser muy limpia. Yo siempre salgo a pasear una hora por la mañana, de ocho a nueve, para mantenerme en forma, y la verdad es que estos días no sabía por dónde tirar para no darme de bruces con la basura. Pensé: si esto sigue así, nos llenaremos de ratas… señor, señor.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">El tema ha llegado a tener hasta posibilidades de metáfora de la crisis, ¿no?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Sí, tiene una extraña resonancia que una cosa así, que desmoraliza muchísimo a la gente, suceda justo cuando se aprecian los primeros síntomas de que España empieza a salir del túnel. Por eso era muy importante actuar rápido, para atajar cuanto antes el desánimo.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Dejemos entonces de hablar de las basuras y hablemos de Cataluña.</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Lo que pasa en Cataluña a mí me preocupa muchísimo (suspira). A día de hoy ese es el problema central que tiene planteado España, yo estoy convencido. Aunque igual que le digo esto, le digo que, en mi opinión, el momento de mayor insensatez ya ha quedado atrás. El actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, va a pagar muy cara su irresponsabilidad, porque la primera perjudicada va a ser CiU. Las últimas encuestas son muy indicativas. La perspectiva de que ERC se convierta en la primera fuerza desde luego no va a ser motivo de alegría para todos los catalanes.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">¿A lo mejor ni siquiera lo va a ser para muchos nacionalistas?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Bueno, sólo hay que ver la distancia entre los dos socios de CiU, CDC y UDC. Mire, al final el famoso seny catalán no es un mito, es una realidad que se impondrá, dejando atrás esta locura independentista impráctica e impracticable, peligrosísima para Cataluña aún más que para España.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">La insensatez ya se está disolviendo, dice usted…</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—No lo digo yo, lo dicen las encuestas. Se pongan como se pongan, no hay una mayoría independentista. No existía antes y tampoco existe ahora. Lo único que ha habido es una política irresponsable y oportunista de agitar los ánimos y los sentimientos para buscar un chivo expiatorio de la crisis. Con el caldo de cultivo de la crisis se ha pretendido construir de nuevo la nación como si tal cosa, reinventar y falsificar la historia. Con artificios y demagogia, como cuando se pretendía que la Guerra Civil sólo la perdió y la padeció Cataluña, cuando se padeció en toda España. Pero insisto, este fenómeno, aun siendo turbulento, al final habrá sido bastante transitorio, bastante efímero. Ahora las cosas empiezan a volver a tener su peso real, a poder aquilatarse bien. Se empieza a ver claramente que los independentistas catalanes son una minoría, una minoría muy activa y tan ruidosa como se quiera, pero minoría al fin y al cabo. No son más de los que son. Las aguas volverán finalmente a su cauce y CiU y Artur Mas tendrán que pagar los platos rotos.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Pero, ¿a usted no le parece que se ha hecho un roto importante en términos de desafección hacia España? ¿Eso tiene arreglo?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Sí, esa desafección se ha ido potenciando y se ha ido construyendo en parte en la escuela y en parte con la colaboración irresponsable de varios medios de comunicación. Es muy triste. Pero yo no tengo la impresión de que eso sea irreversible ni vaya a ser para siempre. Hay muchos siglos de un lado, y unos pocos años del otro, al final la realidad cae por su propio peso y se impone. Hay que pensar en el largo plazo.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">No habrá entonces consulta suicida, no habrá independencia…</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Mire, es absolutamente absurdo, es utópico, pensar que Cataluña se pueda independizar de España en el contexto de la unidad europea, de la UE, vamos, es que sería absolutamente antihistórico, absolutamente anómalo. No puede ocurrir. Por el hecho en sí y porque Cataluña es una parte absolutamente fundamental de España, y eso ha sido así durante los últimos cinco siglos. Y lo seguirá siendo.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">¿Hacen falta menos extremistas y más héroes discretos, como el de su última novela?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—La novela está circulando muy bien, estoy muy contento, las reseñas son muy buenas. Me siento muy agradecido.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Todos destacan que se está reencontrando usted brillantemente con sus orígenes creativos, reciclando personajes y volviendo a sus viejos escenarios de gloria… Un poco como Woody Allen, si me permite la comparación y que, como él, gana con el eterno retorno…</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—(Suelta una cálida carcajada) Bueno, es que hay personajes que se gastan enseguida, pero en cambio hay otros que le siguen persiguiendo a uno mucho tiempo, que vienen como a reprocharle a uno que no agotara todas sus posibilidades, que casi exigen volver a ser usados de nuevo, en otras historias. Yo al regresar narrativamente a Piura me he reencontrado con mis personajes piuranos esperándome, quizás esa es la explicación.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Se reencontró con sus antiguas criaturas pugnando por volver a ser nuevas.</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Sí, y tuve que abrirles la puerta.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Es usted un buen anfitrión de sus personajes.</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Lo intento. Básicamente es que la construcción de la ficción, por mucho que se planifique, mueve muchos elementos espontáneos que el escritor no controla tanto como quisiera o como cree. Muchas cosas ocurren sobre la marcha, fluyen las intuiciones. Mi intención inicial era situar una historia en un país que ha cambiado bastante, que ha cambiado mucho, en los últimos años. En este país está creciendo bastante la clase media. A la vez también crecen la criminalidad y las mafias, parece ser que ése es el precio que hay que pagar por el progreso de Perú.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">¿Nos falta a veces comprensión humana de la realidad del progreso?</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—La idea inicial de mi historia, de esta novela, surgió cuando leí en la prensa algo que me llamó poderosamente la atención porque me pareció muy singular. Un pequeño comerciante, el dueño de una pequeña empresa de transportes, nada del otro mundo, publicó en el periódico un anuncio para advertir a la mafia local de que no les iba a pagar. De que no iba a ceder más a su extorsión. Esto pasaba en Trujillo, yo trasladé la historia de Trujillo a Piura, por pensar que la conocía mucho mejor. Y sí que la conozco, pero lo cierto es que me la encontré muy cambiada. Por ejemplo, los antiguos desiertos que rodeaban la ciudad han desaparecido.</div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—<span style="font-weight: bold; margin: 0px; padding: 0px;">Todo cambia, don Mario.</span></div>
<div class="p" style="background-color: white; color: #080808; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
—Sí, y hay que saber aceptarlo y entenderlo.</div>
<div class="ficha" style="background-attachment: scroll; background-color: whitesmoke; background-image: none; background-position: 0px 0px; background-repeat: repeat repeat; clear: both; color: #1e1e00; font-family: Georgia, arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 15px; margin: 0px 0px 20px; padding: 15px 16px 1px;">
<h3 style="color: #171700; font-size: 21px; font-weight: normal; line-height: 22px; margin: 0px; padding: 0px; text-align: justify;">
«No soy capaz de comer a la española y seguir trabajando por la tarde»</h3>
<div class="byline" style="margin: 17px 0px 3px; padding: 0px;">
<div class="author" style="color: #666666; font-size: 10px; margin: 0px 0px 0px -3px; padding: 0px; text-align: justify; text-transform: uppercase;">
<span style="margin: 0px 3px; padding: 0px;">A. G. </span><span class="lugar" style="color: #45443f; margin: 0px 3px; padding: 0px;">MADRID</span></div>
<div class="texto" style="color: #272629; font-size: 13px; line-height: 18px; margin: 6px 0px 20px; padding: 0px;">
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
<strong class="strong" style="color: black; margin: 0px; padding: 0px;"></strong>Mario Vargas Llosa es otro miembro del ilustre y feliz club que no distingue demasiado entre los domingos y aquellos días que no lo son. Como da la casualidad de que trabaja en aquello que más le gusta y apasiona, no es que no se libre de trabajar los domingos, es que ni se lo plantea. Un domingo cualquiera sale a pegarse su famosa caminata de ocho a nueve en compañía de su mujer, Patricia. A lo mejor se lo salta alguno de estos días que padece una contractura, pero normalmente allí está, al pie del cañón. Recordemos que siempre ha sido uno de los escritores más físicamente atractivos y con más determinación de seguirlo siendo.</div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
La caminata la empieza saliendo de su casa en el centro, cruzando la Plaza Isabel II, pasando ante el Palacio de Oriente, siguiendo por la Alameda del Pintor Rosales, dando una vuelta al Parque del Oeste. En una hora vuelve a estar en casa, se ducha, se lee los periódicos, se sienta en su escritorio y hala, a disfrutar de la escritura.</div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
En algún momento ha desayunado un zumo de naranja natural, un poquito de muesli y un café. Por supuesto, en algún otro momento parará para comer, pero no mucho. Desoyendo las modernas tendencias que aconsejan comer más durante el día y menos al caer la noche, él lo hace al revés. Su almuerzo suele ser sumario y se reserva los placeres gastronómicos y el «comer más de verdad» para la cena. «Es que si no, yo no soy capaz de seguir trabajando por la tarde», confiesa con cierta admiración por el estómago de hierro típico español.</div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
Claro que los domingos se puede permitir ciertas licencias porque la tarde no la suele dedicar a escribir, sino a ir al cine o al teatro con su esposa. Después de ver las noticias en la televisión y de cenar «de verdad» vienen unas horas plácidas consagradas a la lectura, siempre ávida: «Me gusta leer con buena música de fondo, sin canciones, claro, porque entonces me distraigo del libro». Y ya está, y muy a gusto.</div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
Fuente:</div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
Diario ABC (<span style="background-color: white; color: #666666; font-size: 10px; line-height: normal; margin: 0px 3px; padding: 0px; text-transform: uppercase;">ANNA GRAU</span><span style="background-color: white; color: #666666; font-size: 10px; line-height: normal; text-transform: uppercase;"> / </span><span class="lugar" style="background-color: white; color: #45443f; font-size: 10px; line-height: normal; margin: 0px 3px; padding: 0px; text-transform: uppercase;">MADRID)</span></div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
<a href="http://www.abc.es/cultura/libros/20131117/abci-entrevista-mario-vargas-llosa-201311161805.html">http://www.abc.es/cultura/libros/20131117/abci-entrevista-mario-vargas-llosa-201311161805.html</a></div>
<div class="p" style="color: #080808; font-size: 15px; line-height: 21px; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
</div>
</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-35408556963192834092013-11-16T04:28:00.003-08:002013-11-16T04:28:48.063-08:00Vargas Llosa: “¿Cómo he podido escribir esto?”<div style="box-sizing: border-box; color: #444444; font-family: Georgia, serif; font-size: 13px; line-height: 20px; margin-bottom: 20px; text-align: justify;">
Mario Vargas Llosa ¿escritor fantasma? Pues sí. Excelente reportaje de Guillermo Niño de Guzman, La señora Cata y el escribidor, en <em style="box-sizing: border-box;">El País</em>. Se deduce que <em style="box-sizing: border-box;">La ciudad y los perros</em> no fue la primera novela que escribió el Premio Nobel, sino <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas</em>, novela que escribió por encargo de Cata Podestá, una señora adinerada interesada por la literatura; personajes que se involucran en la historia: Bryce Echenique, C. E. Zavaleta, Ciro Alegría, y cómo no, la primera esposa de Varguitas: Julia Urquidi. Aquí lo comparto:</div>
<blockquote style="border-left-color: rgb(232, 232, 232); border-left-style: solid; border-left-width: 3px; box-sizing: border-box; color: #444444; font-family: Georgia, serif; font-size: 13px; line-height: 20px; margin: 0px 0px 20px; padding-left: 20px;">
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
¿Mario Vargas Llosa, escritor fantasma? ¿Era verdad que había escrito una novela antes de <em style="box-sizing: border-box;">La ciudad y los perros</em>(1963), la cual había sido publicada con seudónimo? Ya no recordamos cómo nos llegó el rumor, pero ¿se trataba de un dato fidedigno? El título no figuraba en ninguna bibliografía. Dada nuestra curiosidad, no pudimos contenernos y decidimos preguntárselo al presunto autor. Vargas Llosa se limitó a sonreír y adujo que el esfuerzo que le suponía escribir una novela bien merecía que la firmara con su nombre, lo que restaba credibilidad a nuestra suposición.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Sin embargo, con el tiempo, el misterio resurgió. Era poco probable que una información de ese calibre pasara desapercibida para los numerosos críticos y biógrafos. Finalmente, la pista nos la dio una estudiosa francesa, Marie-Madeleine Gladieu, experta en la obra de Vargas Llosa, cuyo ojo zahorí detectó la punta del hilo de la madeja en las memorias de Julia Urquidi Illanes, es decir, la tía Julia, la primera esposa del novelista. Allí, en <em style="box-sizing: border-box;">Lo que Varguitas no dijo</em> (1983), se hace una breve alusión al episodio (aunque la autora confunde Oriente con África).</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Como se sabe, en 1959 la pareja se había trasladado de Madrid a París, donde vivía con estrecheces económicas en una buhardilla del modesto Hotel Wetter, en el número 9 de la rue de Sommerard. Vargas Llosa tenía 23 años. “Más o menos por esos días”, recuerda la tía Julia, “llegó al hotel una dama peruana. Acababa de hacer un viaje por el Oriente, y quería escribir un libro sobre sus experiencias. Habló con Varguitas. Quedaron en que ella le iría contando sus viajes y él escribiría el libro por una suma de dinero que consideramos suficiente, para los gastos extras de la semana. Le pagaría los días viernes, de acuerdo a las páginas escritas. Todas las mañanas iba mi marido a la habitación de la viajera, para hacer el trabajo. Frecuentemente entraba yo a la pieza a escuchar sus relatos, estos eran bastante infantiles. Mario se divirtió con este trabajito. Ella era una señora muy puritana, él escribía capítulos donde había príncipes árabes, que se introducían en su habitación por los balcones, con malvadas intenciones violatorias, lo que espantaba a esta ingenua dama”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Desde luego, la primera condición laboral para un escritor fantasma es mantener el anonimato. De ahí que Vargas Llosa no pudiera admitir su colaboración. En ese sentido, debemos reconocer que fue discreto, y, por otra parte, es comprensible su renuencia a hablar sobre el asunto, ya que sin duda aceptó el encargo por fuerza de las circunstancias. Tratándose de un joven novelista lleno de bríos, cuyos esfuerzos estaban concentrados en la creación de <em style="box-sizing: border-box;">La ciudad y los perros,</em> no debía de ser muy atractiva la idea de alquilar su pluma y de tener que explotar su creatividad en temas ajenos. En su testimonio, la tía Julia destaca las precauciones de la dama: “Como no quería que nadie viera a Mario escribiendo, la puerta estaba siempre cerrada. Incluso mi presencia no era de su agrado, pero no tenía más remedio que soportarme; era la esposa de su escribidor. (…) Debe haber sido el libro más difícil para Varguitas. (…) Tener que darle forma, sentido a eso, <em style="box-sizing: border-box;">fabricar</em> un libro, no debe haber sido fácil”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
La dama en cuestión era Cata Podestá y el volumen se titulaba <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas.</em> Fue impreso a cuenta de la autora en los talleres de P. L. Villanueva en Lima, en octubre de 1960, y consta de 313 páginas. Aunque la doctora Gladieu lo aborda como si fuera una novela, se trata, en rigor, de un libro de viajes (incluso trae un mapa de África en el que se señalan las ciudades visitadas). En todo caso, posee una forma novelesca, con escenas dialogadas, lo que denota la familiaridad con el género que tenía Mario Vargas Llosa y sus deseos de fabular.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
El procedimiento de este trabajo a destajo fue el siguiente: la señora Podestá paseaba por la habitación del hotel Wetter evocando su periplo por tierras africanas y el narrador recreaba las aventuras en su máquina de escribir, tomándose ciertas libertades para aderezar la trama. Cabe recordar que Vargas Llosa era muy precoz: por entonces estaba escribiendo su primera obra maestra, <em style="box-sizing: border-box;">La ciudad y los perros</em>, que obtendría el Premio Biblioteca Breve en 1962, apenas dos años después.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Las impresiones de Julia Urquidi Illanes sugieren que Cata Podestá era una señora de la alta burguesía peruana con veleidades literarias. Ciertamente, antes de su encuentro con Vargas Llosa ya había publicado un libro, <em style="box-sizing: border-box;">Sedas y harapos,</em> que apareció con el sello de la Librería Internacional del Perú, en 1958, con un prólogo de Luis Alayza y Paz Soldán. Es el relato de un viaje que la autora realizó por Asia. Curiosamente, el volumen fue reseñado en el diario español <em style="box-sizing: border-box;">ABC</em>, el 13 de agosto de 1959. El comentarista destaca que esta crónica nos lleva a la India, Líbano, Hong-Kong, China, Birmania, Japón y otros países asiáticos: “Nos encontramos con un delicioso retablo de descripciones llenas de finísimos matices, de observaciones agudas y hallamos ciertamente los detalles tradicionales de aquellas tierras, sus rasgos peculiares, con los de sus gentes. (…) Es una obra que se lee con verdadero deleite”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
La breve y fulgurante carrera literaria de Cata Podestá alcanzaría su cima con un relato titulado <em style="box-sizing: border-box;">La voz del caracol</em>, que obtuvo el primer premio en el Festival Cristal del Cuento Peruano, en 1961. <em style="box-sizing: border-box;">La voz del caracol</em> tuvo buena acogida (fue publicado por la revista <em style="box-sizing: border-box;">Visión Nº 32</em> en octubre de 1961) y ha sido recogido en algunas antologías (bajo el nombre de Catalina Podestá), las cuales resaltan su cuidadosa composición, su atmósfera tierna y nostálgica, así como la hondura de sus personajes.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Cata Podestá murió centenaria hace cuatro años. Había nacido el 11 de junio de 1909 y su nombre completo era Caterina María Podestá Assereto. De firmes ancestros italianos, se casó muy joven, a los 18 años, con Juan Enrique Capurro Rovegno, miembro de una familia de terratenientes. Su matrimonio duró muy poco. Audaz y voluntariosa, prefirió separarse antes que guardar las apariencias, como hacían otras mujeres de su generación. Luego de nacer su único hijo, Juan Miguel, en 1929, se fue con él a vivir a Chile. Al cabo de unos años regresó al Perú y, cuando su vástago creció y se fue a estudiar a Estados Unidos, ella se dedicó a viajar por el mundo y a disfrutar de sus rentas. Cata Podestá falleció en Lima el 12 de octubre de 2009.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Fue una mujer independiente y segura de sí misma que, en plena juventud, resolvió no someterse más a la férula de ningún hombre. De acuerdo con sus descendientes, era una persona muy querida, vital y emprendedora. Se resistía a las convenciones y no temía viajar sola, aun cuando ello supusiera afrontar ciertos peligros. Su gran atractivo físico llamaba inmediatamente la atención y, a sus 70 años, no se inhibía de llevar <em style="box-sizing: border-box;">jeans</em> y zapatos rojos de taco alto. Esta visión coincide con la de Alfredo Bryce Echenique, quien refiere en el segundo tomo de sus<em style="box-sizing: border-box;">Antimemorias</em> que ella frecuentaba mucho la casa de su familia, pues era muy amiga de Elena, su madre:</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
“Entonces apareció por casa la inolvidable señora Catalina Podestá, con su tardía vocación de escritora. La señora Cata, como la llamaban, era una mujer muy guapa, de larga cabellera roja, piel canela, temblorosa voz e impresionante silueta. Como usaba a menudo pantalones y era divorciada —y aunque tratándola siempre con especial deferencia—, mi padre la había condenado a una suerte de purgatorio social que consistía en invitarla mucho, porque mi madre la adoraba, pero a unas horas en que jamás se invitaba a nadie. Y aunque doña Cata compartía con mi madre la devoción por Marcel Proust, más pudieron la gran cabellera roja, la piel canela, los pantalones ceñidos y su divorcio, en el apodo que le puso mi padre: La Domadora”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Mientras tanto, las inclinaciones narrativas de la señora Cata se hacían más fuertes y un día le preguntó a Alfredo Bryce—quien todavía era inédito— si podía recomendarle a uno de sus profesores para que le enseñara a escribir cuentos. Naturalmente, sus servicios serían bien remunerados. Como él estudiaba Derecho y Literatura en la universidad de San Marcos, le trasladó la propuesta al catedrático Carlos Eduardo Zavaleta, escritor en alza de la generación del 50, quien le dijo que no estaba dispuesto a perder su tiempo con aficionadas, aunque fueran muy adineradas. Después vino la convocatoria del Festival Cristal del Cuento Peruano, cuyo jurado era presidido por Ciro Alegría, el escritor peruano más reconocido de la época.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
El fallo dio el premio máximo a la desconocida Catalina Podestá y el talentoso C. E. Zavaleta fue relegado al puesto de finalista. ¿Qué había ocurrido? Según Bryce Echenique, lo que nadie sabía era que hacía ya unos meses que don Ciro había asumido las funciones de profesor particular de doña Cata. ¿Otro escritor fantasma? En honor a la verdad, habrá que decir que <em style="box-sizing: border-box;">La voz del caracol</em> es un buen cuento y que no guarda similitudes con la obra de Alegría. No obstante, también es cierto que la pericia del enfoque narrativo corresponde más a un autor consumado que a uno inexperto, sin mayor oficio. Y, para complicar las cosas, después de haber obtenido el disputado galardón, inexplicablemente, la triunfadora optó por el silencio creativo.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
En cuanto a Vargas Llosa, su experiencia como escritor fantasma no pasaría de la anécdota si él mismo no le hubiera atribuido una mayor importancia. Tanto así que en 1983 estrenó una obra de teatro, <em style="box-sizing: border-box;">Kathie y el hipopótamo,</em> basada en su relación con la señora Podestá. Es una pieza compleja y ambiciosa, donde resucita al periodista Zavalita, su célebre personaje de <em style="box-sizing: border-box;">Conversación en La Catedral,</em> y lo confronta con Kathie Kennety, la esposa de un banquero, que lo contrata para escribir un libro de viajes. Vargas Llosa nos ha comentado al respecto: “Quería transmitir cómo esos dos seres entre los que al principio hay una relación de patrón y asalariado poco a poco van estableciendo una relación humana al descubrir que, pese a sus grandes diferencias intelectuales, económicas y sociales, apelan a lo mismo para llenar un vacío tremendo que se ha instalado a lo largo de su vida”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
En esta obra, Vargas Llosa incide en el problema de la ficción y la realidad, uno de los temas esenciales de su producción. Santiago Zavala es el polígrafo que convierte en literatura lo que Kathie le cuenta sobre sus viajes y se vale de esas experiencias para fabular, para vivir de una manera vicaria todo aquello que le ha sido negado en el ámbito real. Sus frustraciones encuentran en el trabajo de escribidor un mecanismo imaginario compensatorio que le permite cumplir sus sueños. Tanto Kathie como su amanuense literario se sirven de la ficción para cristalizar sus ilusiones y cimentar una existencia más rica y plena.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
No hay duda de que <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas</em> tiene un ritmo ágil y fluido, y que la inventiva de Vargas Llosa aprovecha el exotismo y la truculencia de las situaciones, tentación que luego explotará en <em style="box-sizing: border-box;">La tía Julia y el escribidor</em> (1977). Más que una rareza literaria, este primer libro de largo aliento de Vargas Llosa invita a efectuar un análisis intertextual. El autor peruano debió de tener muy presente aquel trabajo mercenario cuando escribió <em style="box-sizing: border-box;">Kathie y el hipopótamo.</em> Esto queda perfectamente corroborado por la reelaboración de algunos pasajes de <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas.</em> Así, por ejemplo, en la pieza teatral, Santiago Zavala dice: “Deambulo entre sepulcros piramidales y colosos faraónicos, bajo el firmamento nocturno, sinfín de estrellas que flotan sobre El Cairo en un mar azulino de tonalidades opalescentes”. Compárese este fragmento con el párrafo inicial del volumen firmado por Cata Podestá, donde se puede leer el siguiente pasaje: “Deambulo por los flancos de las tumbas piramidales. Los filos se yerguen cual cuchilladas: hablan de crueldad. Una luz diáfana azulina destaca en tonalidades opalescentes el firmamento nocturno, la tierra amarilla, los colosos faraónicos y la soledad. No hay ser viviente que la acompañe. Ni humano, ni animal, ni vegetal”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
<em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas</em> es un libro ameno y bien intencionado, pero no se libra de los estereotipos. Adolece de una visión ingenua de África, del colonialismo y la miseria, aunque, claro, no podemos atribuir esta debilidad al escribidor, quien aún no había pisado ese continente. Evidentemente, al relatar las vicisitudes de la viajera en el Congo, no sospechaba que medio siglo después él también sentiría la necesidad de visitarlo e indagar en su problemática, tal como haría con motivo de su novela <em style="box-sizing: border-box;">El sueño del celta</em>.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Cuando, finalmente, hace unos años nos procuramos un ejemplar del libro <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas,</em> decidimos, en un abuso de confianza, mostrárselo a Vargas Llosa. Sin disimular su asombro, el escritor abrió el libro de páginas amarillentas y se entretuvo leyendo unos párrafos. Luego frunció el ceño y nos dijo: “¿Cómo he podido escribir esto?”, y continuó hojeándolo hasta que soltó una gran carcajada, desarmado por la prosa rimbombante y artificiosa que inunda esa primera aventura narrativa de largo aliento.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
Poco después de esta conversación, Vargas Llosa se permitió aludir, por primera vez, a su única faena de negro literario. Al evocar su vieja relación con el teatro en <em style="box-sizing: border-box;">El viaje de Odiseo</em>, ensayo incluido como colofón de <em style="box-sizing: border-box;">Odiseo y Penélope</em> (Galaxia Gutenberg, 2007), reveló que su pieza <em style="box-sizing: border-box;">Kathie y el hipopótamo</em> “recreaba algo que me ocurrió en mis primeros tiempos de París, donde, por razones alimenticias, hice de<em style="box-sizing: border-box;">ghost writer</em> de una dama que quería escribir un libro de viajes”. Sin embargo, se abstuvo de dar más información. Como buen escritor fantasma, respetó el pacto secreto y no consintió en descubrir la identidad de su contratante.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 10px; text-align: justify;">
De cualquier modo, pese a sus reservas, su esmero por poner las cosas en orden y su afán de precisión se conjugaron para que, involuntariamente, confesara su autoría. ¿Cómo sucedió? Años atrás, cuando la Universidad de Princeton adquirió sus manuscritos, el futuro Premio Nobel incluyó en el lote un ejemplar de <em style="box-sizing: border-box;">Pieles negras y blancas</em>. Desde luego, no podía prever (en aquellos tiempos Internet no pasaba de ser una simple novedad) que llegaría el día en que aquel centro de estudios colocara el inventario de la colección en la red. Pues bien, al registrar el libro de marras, los bibliotecarios observaron que Mario Vargas Llosa había adjuntado una nota a la cubierta, en la que afirmaba que este relato constituía el punto de partida de <em style="box-sizing: border-box;">Kathie y el hipopótamo</em>y explicaba su intervención: “Lo escribí casi enteramente yo mismo, en París, hacia fines de 1959 o principios de 1960…, trabajando un poco como Santiago para Kathie en la obra. Mientras la señora Podestá me contaba la historia de su viaje a África, yo la transcribía a máquina; más tarde, durante el día, corregía el texto mecanografiado…”.</div>
<div style="box-sizing: border-box; text-align: justify;">
¿Volvió a ver Vargas Llosa a la señora Podestá? Al parecer, sí, al menos una vez, cuando el novelista ya descollaba como una de las figuras del <em style="box-sizing: border-box;">boom</em>. Ambos coincidieron en Lima, en una reunión social, donde la autora, ansiosa por consolidar su reputación literaria, no quiso desaprovechar la oportunidad y se atrevió a pedirle que escribiera algo sobre ella en la prensa. Vargas Llosa, muy educado, sonrió e intentó una vaga disculpa. Pero la señora Podestá, que no estaba acostumbrada a que le dijeran que no, debió de recordar el viejo lazo laboral que los había unido, porque le aferró la mano y le aseguró: “Yo te pago, Marito. Yo te pago…”. No cuesta mucho imaginar la sorpresa y la carcajada ahogada de su interlocutor. Vargas Llosa ya no era el joven de París, aquel letraherido tenaz que había hecho de todo, incluso vender su pluma, para poder mantener vivos sus sueños.</div>
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FUENTE:<br />
<a href="http://renellatastrejo.tumblr.com/post/67110986092/vargas-llosa-como-he-podido-escribir-esto">http://renellatastrejo.tumblr.com/post/67110986092/vargas-llosa-como-he-podido-escribir-esto</a>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-45171517847125310482013-11-13T08:21:00.000-08:002013-11-13T08:21:15.787-08:00Vargas Llosa, el macho ancianoEscribe Gonzalo Garcés (Revista Ñ, Argentina)<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://www.revistaenie.clarin.com/Humildad-heroismo-Vargas-Llosa_CLAIMA20131026_0020_14.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="http://www.revistaenie.clarin.com/Humildad-heroismo-Vargas-Llosa_CLAIMA20131026_0020_14.jpg" width="237" /></a></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #f5f4ef; color: #999999; font-family: arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold; line-height: 19px;">En </span><span style="background-color: #f5f4ef; color: #999999; font-family: arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 16px; font-style: inherit; font-weight: bold; line-height: 19px;">"El héroe discreto"</span><span style="background-color: #f5f4ef; color: #999999; font-family: arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold; line-height: 19px;">, última producción del Premio Nobel, los hijos aparecen como amenaza para la propiedad del padre, expresado por el personaje de Felícito, y se completa con el tema de los hijos como amenaza para la virilidad del padre, expresado por Ismael.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #f5f4ef; color: #999999; font-family: arial, helvetica, clean, sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold; line-height: 19px;"><br /></span></div>
<div style="background-color: #f5f4ef; clear: left; color: #333333; font-family: Georgia; font-size: 16px; line-height: 22px; margin-bottom: 16px; padding: 0px; text-align: justify;">
¿Vieron una cosa rara que pasa en <i>El héroe discreto</i> , la última novela de Mario Vargas Llosa? El libro se presenta como un homenaje a los valores tradicionales: honestidad, trabajo, templanza, coraje. Pero por debajo corre un tema muy distinto. El héroe, Felícito Yanaqué, es un pequeño empresario. Un día recibe una carta anónima: la mafia le reclama una cuota mensual. Felícito se niega y acude a la policía. Esta es la mitad de la historia; en paralelo, se narra un escándalo en la alta sociedad limeña. Esta parte la protagoniza don Rigoberto, especie de sibarita que ya apareció en otras novelas del peruano. Si Felícito parece encarnar un ideal pequeñoburgués, don Rigoberto sería lo mejor de la clase alta: el gusto por las bellas artes, la tolerancia, el goce de la sexualidad entre adultos responsables. Tomando esto al pie de la letra, los críticos elogian <i>El héroe discreto</i>por rescatar estas virtudes o bien le reprochan su conformismo.</div>
<div style="background-color: #f5f4ef; clear: left; color: #333333; font-family: Georgia; font-size: 16px; line-height: 22px; margin-bottom: 16px; padding: 0px; text-align: justify;">
Se equivocan. El tema solapado de <i>El héroe discreto</i> es más oscuro. Felícito tiene dos hijos varones: Miguel se le parece muy poco, Tiburcio es su vivo retrato. Pero los dos son hijos lamentables, indignos de su padre. Acomodaticios y cobardes, cuando Felícito se niega a pagar a la mafia, le ruegan que lo piense mejor. El desprecio de Felícito es apenas disimulado. Peor es la otra pareja de hijos del libro: el mejor amigo de don Rigoberto, Ismael, tiene dos varones a los que apoda “las hienas”. Ociosos, abusivos, parásitos, parecen capaces de llegar al crimen para frustrar a su padre; Ismael, a su vez, decide casarse con su sirvienta sólo para molestarlos.</div>
<div style="background-color: #f5f4ef; clear: left; color: #333333; font-family: Georgia; font-size: 16px; line-height: 22px; margin-bottom: 16px; padding: 0px; text-align: justify;">
Por supuesto, en la superficie de la narración se deplora que estos hijos hayan salido tan mal. Pero no hay hecho, en la ficción o en los sueños, que no corresponda a un deseo oculto. Y en este sentido, la omnipresencia de los hijos detestables en <i>El héroe discreto</i> delata una hostilidad más general. El tema de los hijos como amenaza para la propiedad del padre, expresado por Felícito, se completa con el tema de los hijos como amenaza para la virilidad del padre, expresado por Ismael. Tanto él como Rigoberto son –en palabras de Pablo de Rokha– machos ancianos: patriarcas envejecidos que toleran mal ser reemplazados. Hay un hijo más: Fonchito, hijo de Rigoberto, a quien apodan Luzbel: el príncipe de las tinieblas. ¿Y qué son los hijos, en esta novela, sino el Mal?</div>
<div style="background-color: #f5f4ef; clear: left; color: #333333; font-family: Georgia; font-size: 16px; line-height: 22px; margin-bottom: 16px; padding: 0px; text-align: justify;">
Esto es interesante. Ya antes Norman Mailer, John Updike, Philip Roth han escrito sus cantos de odio contra los hijos. Quizá la generación del 60 sea demasiado asertiva para aceptar con serenidad el recambio generacional. Una confesión: me alegra descubrir esta saludable mala leche en Vargas Llosa. El odio es una emoción más palpitante, más digna de un Premio Nobel, que el elogio de las virtudes burguesas.</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-29190394992338612482013-09-11T13:47:00.000-07:002013-09-11T13:47:46.792-07:00Vargas Llosa, un escritor en familia<div style="text-align: right;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><i><b>Escribe Leila Guerriero</b></i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Eran los comienzos del verano del año 1947, en Perú, y todavía ningún niño había sido llevado con engaños a ninguna ciudad enorme, a ninguna casa triste y hostil, al centro de ninguna pesadilla. No se sabe con exactitud la fecha —el mes, el día—, pero sí se sabe que era el comienzo del verano —diciembre, enero— en Piura, más de novecientos kilómetros al norte de Lima, y que empezó con una frase que contenía, a la vez, una respuesta: “Tú ya lo sabes, por supuesto”, dijo la mujer a su hijo de diez años que se había habituado a besar, antes de dormir, la foto de su padre a quien creía —a quien sabía— muerto. El niño, sin sospechar que le quedaban apenas segundos de una vida feliz, preguntó: “¿Qué cosa?”. “Que tu papá no estaba muerto”, dijo la mujer. Él no mostró desconcierto ni sorpresa. Sólo dijo, serenamente: “Por supuesto”. Y esa frase —que encerraba el perdón inconcebible a la traición de esa mujer que había sido, para el niño, todo— inauguró lo que vendría después: el resto de la vida.</span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Morgana, tráela aquí, a ver si la calmamos nosotros.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Pero es raro, papá, porque sólo le da aquí.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Espero que no sea alergia a esta casa. Ni a su abuelo.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Esta tarde la casa del escritor peruano <a href="http://elpais.com/tag/mario_vargas_llosa/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Mario Vargas Llosa</a>, en Madrid, está repleta de gente. A la presencia habitual de Patricia Llosa, su mujer desde hace más de cuarenta años, y de sus dos asistentes —Verónica Ramírez y Fiorella Battistini—, se suma la de sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana, cada uno con pareja e hijos propios. Partirán todos, en dos días más, a Italia, a algún sitio que Mario Vargas Llosa ignora (y que ignoran también sus hijos varones, que dicen haber heredado de él la imposibilidad de lidiar con la parte sólida de la vida: <em>tickets</em> de avión, las compras, problemas con las tuberías). Esos viajes en familia son una ceremonia que promueve y organiza Patricia Llosa y así es como, aunque Álvaro es periodista y vive en Washington, Gonzalo tiene un puesto en el <a href="http://elpais.com/tag/acnur_alto_comisionado_naciones_unidas_refugiado/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">ACNUR</a> y vive en República Dominicana, y Morgana es fotógrafa y vive en Lima, todos se reúnen una vez al año en algún lugar del mundo y vuelven a hacerlo, en diciembre, en Perú.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Tráela, Morgana.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Papá, si la traigo se acabó la conversación. No va a parar.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Anahís, la hija más pequeña de Morgana, atraviesa lo que la familia llama “pataleta”, un llanto desconsolado y continuo sobre el que su abuelo ha estado hablando durante la última hora —sin inmutarse, como quien sabe que donde hay niños las cosas son así— acerca de temas diversos: su nueva novela (<em>El héroe discreto</em>, que lanza <a href="http://www.alfaguara.com/es/libro/el-heroe-discreto/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Alfaguara</a> el día 12 de este mes), la pésima relación con su padre, el matrimonio con su prima hermana.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Fíjate que Anahís parece gozar de la vida, y de pronto tiene esas pataletas.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La casa de Mario Vargas Llosa es un departamento en un edificio antiguo de Madrid. A la derecha del recibidor una puerta marca una de las tres entradas a su estudio. Las otras dos dan a una pequeña terraza y a la sala. En la sala, con una camisa clara y el cabello sin una sola hebra fuera de lugar, Mario Vargas Llosa dice que su padre asociaba la vida de escritor a una vida indeseable.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Tenía la idea de que eran borrachines y que era cosa de mariquitas. Creo que quizás ese rechazo que tenía hizo que yo resistiera a mi padre escribiendo. Y quizás mi odio a los dictadores viene de esa autoridad que él imponía por la fuerza y de esa relación tan mala que he tenido.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿La relación siempre fue esa?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—El rencor desapareció hace mucho, pero el cariño es imposible.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú, hijo de Dora y de Ernesto J. Vargas. La historia ha sido contada por él mismo en <em>El pez en el agua</em>(1993), cuyo primer capítulo se titula ‘Ese señor que era mi papá’. Su madre y su padre se habían casado en 1935 y habían marchado a vivir a Lima, donde el hombre develó unas formas violentas. Dora quedó embarazada y, a los cinco meses, su marido sugirió que regresara a Arequipa para tener al bebé. Ella partió sin sospechar y él no volvió a dar señales de vida. El niño, a quien bautizaron Mario, nació en 1936 y la desaparición de su padre le fue ocultada bajo la forma de una historia brutal que, aun así, parecía más suave que el abandono: le dijeron que estaba muerto. Se crió con una madre y unos tíos y unos abuelos amorosos, y la familia se trasladó a Cochabamba cuando él tenía un año. Tenía diez cuando regresaron a Perú, a Piura, donde nada cambió —salvo que, cuarenta días después de haber llegado, nació su nueva prima, una niña llamada Patricia, hija de su tío Lucho y de su tía Olga que ya tenían otra apenas mayor, Wanda— hasta aquella tarde de verano en que su madre le dijo “tú ya lo sabes”, él respondió “por supuesto”, y ella le presentó al hombre que sería su azote y a quien —quizás— le debe todo. Ese mismo día lo llevaron a Lima con engaños y siguió una vida horrorosa. Su padre le prohibía visitar a la familia, ver amigos, escribir, y lo molía a golpes con cualquier excusa.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Mi madre sufría pero al mismo tiempo lo amaba. En cambio yo era la pura víctima. Pero he pensado que si mi padre no hubiera tenido tanto disgusto ante la idea de que yo me dedicara a escribir, yo no hubiera tenido el carácter para perseverar en esa vocación. Vivir de ser escritor era inconcebible en el Perú de los años cincuenta. Por eso mi sueño era salir, escapar, irme a París.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Un resumen burdo de aquellos años en los que leía, trabajaba, escribía y soñaba con ser escritor sin saber cómo, diría que en 1950 ingresó en el liceo militar Leoncio Prado, en 1951 consiguió sus primeros trabajos como periodista en diarios locales, en 1952 regresó a Piura para terminar el secundario y, al año siguiente, a Lima para estudiar Derecho en la Universidad de San Marcos, donde se unió al partido comunista. En 1955, cuando llegó de visita una hermana de su tía Olga, Julia Urquidi, que tenía 32 cuando él tenía 19, quiso que esa mujer, su tía política, fuera su esposa y lo fue (aunque su padre amenazó con matarlo como a un perro). Poco después, ganó una beca que le permitió hacer lo que siempre había querido: irse.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Nos fuimos a Madrid y luego a París en 1959. Allí conseguí varios trabajos alimenticios.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Descargó camiones de carne y verdura en el mercado de Les Halles y recogió periódicos viejos casa por casa para venderlos después, hasta que consiguió trabajo como profesor de español en las escuelas Berlitz y, luego, como periodista en <a href="http://www.afp.com/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">France Press</a> y en la Radio y Televisión Francesa. Mientras tanto, terminó de escribir <em>La ciudad y los perros</em>, una novela que transcurre en el liceo Leoncio Prado y funciona como un enorme sistema de delaciones encastradas en el que, sobre el final, todo se resignifica. La novela fue rechazada por varias editoriales hasta que llegó a manos del editor español <a href="http://elpais.com/tag/carlos_barral/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Carlos Barral</a> y, publicada en 1963, transformó a Vargas Llosa en un nombre fundamental del <em>boom</em> de la literatura latinoamericana cuando tenía apenas 26 años. Para ese entonces, ya se sentía profundamente enamorado de su prima hermana, Patricia.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Ella había ido a París a estudiar. Y lo otro… a ver si lo escribo algún día.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Pero qué fue lo que te atrajo?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No, no. No te voy a contar. Porque es un tema que podría, quizás, algún día, escribir.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Si bien ha escrito profusamente acerca de las humillaciones a las que lo sometió su padre, o de la relación con Julia Urquidi, hay temas sobre los que mantiene el más flemático de los blindajes. Jamás, por ejemplo, habla de los motivos que lo distanciaron de su alguna vez amigo <a href="http://elpais.com/tag/gabriel_garcia_marquez/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Gabriel García Márquez</a> (a quien golpeó famosamente en México, en 1976), y las líneas que mencionan a Patricia, su mujer actual, son discretas, apenas escanciadas.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No, no te cuento porque si algún día continúo las memorias escribiré esa historia, que tiene que ver con los años tan bonitos de París.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Por qué tan bonitos?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Porque ahí me hice un escritor.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Cómo fueron esos años en París?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No fue fácil. Fue duro.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Patricia Llosa está en el sofá de la sala de su casa. Tiene una voz de afonía morbosa y una risa corta, precisa.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Yo tenía 16, mi hermana Wanda 17. Era 1960. Llegamos a París para estudiar francés y fuimos a vivir con Mario. Era el primo hermano que me llevaba a los museos, me enseñaba a leer. Yo pensaba “qué buena persona, me lleva a todas partes”. Un día me dijo que estaba enamorado, y yo le dije “cállate, idiota”, porque imagínate el impacto. Pero en ese interín, mi hermana murió en un accidente aéreo. Yo regresé a Lima y fue una etapa monstruosa. Mi madre estaba destruida. Mario me escribía. Yo primero decía “no, no”. Mi padre trataba de disuadirnos. A mí me decía que Mario era complicadísimo. Y a Mario le decía que yo era terrible, que lo iba a destruir. Y no nos convenció. Nos casamos, empezamos a vivir en París. Pero no fue fácil. Para mí era el recuerdo de haber vivido allí con mi hermana. Luego quedé embarazada de Álvaro. Mario tenía mucho temor a ser padre, y por eso fue un padre tan suave. La parte más terrible me la dejaba a mí.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Te dejaron el papel de…</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—El monstruo. Yo comprendí que era por la relación que tuvo con su padre, pero pesa. Tú dices “bueno, más adelante la figura del papá va a ser perfecta y la mamá la pesada”. Yo tenía 19 años y tenía que llevar adelante una casa y una economía nada floreciente. Supongo que tuvo mucho que ver el reto. No te olvides que trataron de disuadirnos de que lo que íbamos a hacer era una locura. Entonces, supongo que también había algo de “hay que demostrar que esto es perfecto”. Después fuimos a Londres. Y típico de Mario, fue a conseguir casa y terminamos en el medio del campo, porque no preguntó dónde quedaba. Fueron meses de una inmensa soledad. Cuando Mario viajaba era peor. ¿Sabes cuál era mi entretenimiento? Me subía a un autobús con Álvaro y hacía todo el recorrido hasta la terminal.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">A <em>La ciudad y los perros</em> siguieron <em>La casa verde</em> (1966), <em>Los cachorros</em>(1967), y <em>Conversación en La Catedral</em>, cuyo manuscrito hizo que la agente literaria <a href="http://elpais.com/tag/carmen_balcells/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Carmen Balcells</a> fuera a buscarlo a Londres, donde él daba clases, para decirle que debía mudarse a Barcelona y dedicarse a escribir, cosa que hizo. Ya en Barcelona publicó <em>Pantaleón y las visitadoras</em> (1973) y, en 1977, <em>La tía Julia y el escribidor</em>, la historia de su relación con Julia Urquidi entrelazada con la de Pedro Camacho, un hombrecito estrafalario, autor de radioteatros exitosos. Cuando su padre la leyó, lo acusó de resentido y le advirtió que haría circular una carta entre la familia, denostándolo.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Mi padre murió en 1979. Estábamos enemistados por esa carta. En los últimos años hizo varios intentos de acercarse, pero nunca pude mentir un cariño que no sentía.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La muerte de Ernesto Vargas ocurrió por infarto, en 1979, y está narrada en <em>El pez en el agua</em> a lo largo de tres páginas. Entre paréntesis.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿De verdad lo escribí en un paréntesis?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Sí.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No me acordaba.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Desde los años sesenta, ha escrito más de veinte libros de no ficción, nueve obras de teatro, un volumen de cuentos (<em>Los jefes</em>), y dieciocho novelas. En 1981, cuando ya llevaba dos décadas siendo un autor consagrado, publicó la que muchos consideran su obra maestra, <em>La guerra del fin del mundo</em>. Siguieron novelas que la crítica trató de manera dispar, como <em>Historia de Mayta</em> (1987), que no tuvo demasiada fortuna, y <em>La Fiesta del Chivo</em> (2000), que fue muy elogiada. Sus ensayos recorren la obra de <a href="http://elpais.com/tag/juan_carlos_onetti/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Onetti</a>, de <a href="http://elpais.com/tag/gustave_flaubert/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Flaubert</a>, de <a href="http://elpais.com/tag/victor_hugo/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Victor Hugo</a>. Sus columnas periodísticas, que publica desde 1977 bajo el título <a href="http://elpais.com/autor/mario_vargas_llosa/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank"><em>Piedra de toque</em></a>, versan sobre todas las cosas (desde un elogio a <a href="http://elpais.com/tag/margaret_thatcher/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Margaret Thatcher</a> hasta la celebración del proyecto de legalización de la marihuana que impulsa el presidente de Uruguay). Es escritor, periodista, actor (participó de la puesta de <em>Odiseo y Penélope</em>, y en una versión de <em>Las mil y una noches</em>) y fue candidato a presidente de su país en 1990. Tiene casa en Lima, en París, en Madrid y, en todas, amplias bibliotecas repletas de volúmenes en cuya página final anota comentarios. No sabe la dirección de su departamento, ni el número de su pasaporte, pero conoce con detalle la historia del abuelo de su yerno o el funcionamiento del sistema de salud de los países escandinavos. Es puntual, impaciente con la impuntualidad ajena, y mezcla un nomadismo tóxico —vive entre Madrid, Lima y decenas de aviones— con una rutina de monje: esté donde esté, camina una hora todas las mañanas, desayuna, trabaja hasta el almuerzo y, después, vuelve a su estudio hasta las seis, cuando sale al teatro, a comer o al cine. En 1967 ganó el premio Rómulo Gallegos, en 1986 el Príncipe de Asturias, en 1994 el Cervantes. En 2010, cuando le dieron el Nobel, alguien le preguntó: “¿Tiene ánimo para seguir escribiendo o el Nobel es un punto final?”, y él saltó como un alambre: “No me voy a dejar enterrar por este premio”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Esta fábrica que se llama Vargas Llosa fue creciendo —dice Patricia Llosa—. Somos cinco personas trabajando y me siento desbordada. Me ocupo de todo: de la correspondencia, de las invitaciones.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Te gusta hacer esto?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Yo decía “creo que si no me hubiera casado con Mario hubiera estudiado medicina”. Pero son cosas que dices de joven. No digo “qué horror esto que me ha tocado”. Es un poco complicado cuando él quiere salir en las tardes y yo estoy con lo contrario, quiero quedarme porque estoy cansada o tengo trabajo. Ahora empecé a llevarle el celular a la cama. Me tapo la cabeza con la frazada y me pongo a ver todas las tragedias juntas.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">En 2011, el escritor peruano<a href="http://elpais.com/tag/fernando_iwasaki/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Fernando Iwasaki</a> coordinó un número especial de la revista toledana <em>Turia</em>dedicada a Vargas Llosa y allí el español <a href="http://elpais.com/autor/javier_cercas/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Javier Cercas</a> escribió: “Si se hubiera muerto o hubiera dejado de escribir con 33 años, cuando sólo había publicado <em>La ciudad y los perros</em>, <em>La casa verde</em>, <em>Los cachorros</em>y <em>Conversación en La Catedral</em>, lo habríamos considerado uno de los mejores novelistas en español de cualquier época (…) Pero es que después escribió cosas como <em>La tía Julia</em>, como <em>Historia de Mayta</em>, como <em>La guerra del fin del mundo</em>, como<em>La Fiesta del Chivo</em> (…) Es natural que muchos escritores nos sintamos humillados por Vargas Llosa. Cosa esta última que, junto con su incapacidad para callarse lo que piensa, explica que tenga tantos detractores en el gremio (…)”. Si hasta 1971 fue un escritor de izquierdas, ese año empezó a ser muy crítico con la revolución cubana y más tarde se reconoció liberal. El cambio de postura resultó una afrenta difícil (“afortunadamente, la obra de Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor”, escribió el uruguayo <a href="http://elpais.com/tag/mario_benedetti/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Mario Benedetti</a>) y ha tenido efectos concretos (como cuando en 2010, en Chile y durante la inauguración del Museo de la Memoria en honor a las víctimas de Pinochet, lo abuchearon en público).</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Él siempre nos enseñó la lección de la impopularidad —dice Álvaro Vargas Llosa—. Nunca hizo concesión. Y eso entraña una actitud muy arriesgada: es como decir “no me importa quedarme solo”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Cuál es la dirección, Patricia?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Son las nueve y cuarto de la noche. Patricia Llosa se sube a un taxi, saca un papel de la cartera y lee.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Henri Dunant… —pronuncia en francés, pero hace un gesto de fastidio y se corrige—. Enrique Dunant, esquina a padre Damián.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Lo de Enrique no me suena —dice el taxista—, pero lo del Padre Damián, sí.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Bueno —dice Mario Vargas Llosa—, eso, Enrique Damián, vamos.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Mario Vargas Llosa no tiene idea de dónde queda al restaurante en el que se reunirá para cenar con su familia, pero tampoco sabe a qué hora sale el avión que dos días más tarde los llevará a todos a Italia, ni cuál es el sitio de destino. En el restaurante han dispuesto una mesa para veinte y, entre los saludos a la multitud, Patricia indica el orden de los comensales.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Dónde me siento yo, Patricia? —pregunta Vargas Llosa—.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Allí —dice Patricia, señalando una silla, y su marido se sienta—.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">En uno de los extremos se habla de política, en el otro de albóndigas. Cuando llegan los platos, todos empiezan a preguntarse unos a otros: “¿Qué pediste, qué tiene tu salsa?”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Como verás, el registro familiar es alto —dice Morgana, gritando sobre la bulla, sentada junto a Verónica Ramírez, a la vez su amiga íntima y asistente de su padre—. Mi padre es capaz de hacer cosas inconcebibles por la comida. Una vez regresábamos él, Verónica y yo, desde París. Conducía Verónica y llovía muchísimo. Hay un sitio en Burgos donde él quería parar a comer huevos con morcilla. Era de noche. Casi no teníamos combustible. Y mi padre empieza a hablar de los huevos con morcilla. Que no existe otro sitio igual en el mundo, que la morcilla es sólo de Burgos.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Y mientras —dice Verónica—, iba recitando: “Ahora estamos por Guernica”. Y recitaba la historia de cada pueblo.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Y cuando llegamos al sitio le dijimos: “Vamos a echar gasolina y luego a comer”. Y él: “De ninguna manera, primero las morcillas con huevo, y luego vemos si echamos gasolina”. La sola idea de demorar diez minutos los huevos con morcilla le resultaba insoportable. Así que tuvimos que parar a comer. Yo me comí esos huevos enferma.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¡Mentira! —dice Vargas Llosa, falsamente indignado—. Se los comió con un placer infinito. Mira, mis hijos no me tienen ningún respeto. Ni mi secretaria. Se burlan en mi cara. Y mi mujer también. Nunca se ha acostumbrado a ser mi mujer. Todavía sigue siendo mi prima y no me respeta nada. Todo el mundo lloró en el discurso del Nobel, menos la beneficiaria de mi llanto, que era ella.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">El 7 de diciembre de 2010, cuando pronunció el discurso de aceptación del Nobel, Vargas Llosa, con la voz quebrada, leyó aquello que dio la vuelta al mundo: “El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable (…) Ella hace todo y todo lo hace bien (…) y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No lloró nada. Sólo hizo el gesto. Nunca ha llorado por cosas emotivas, sentimentales. ¿Sabes qué me dijo cuando le dije que me había enamorado de ella? “Cállate, idiota”. Qué cosa tan desmoralizadora.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Al otro lado de la mesa, Patricia se ríe y hace el gesto de secarse lágrimas falsas.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">En los años noventa, cuando ya había hecho notorios cambios de rumbo en su vida (de comunista a liberal, de hijo sometido a varón casado con su prima, de escritor de prestigio a candidato a presidente), y en su obra (de novelas densas a la hojaldrada levedad de <em>Pantaleón y las visitadoras</em> y, de allí, al artefacto histórico y barroco de <em>La guerra del fin del mundo</em>), dijo, en una entrevista con <a href="http://www.theparisreview.org/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank"><em>Paris Review</em></a>: “Me rehúso a admitir la posibilidad de que mis mejores años quedaron atrás, y no lo admitiría incluso si me enfrentaran con la evidencia”. Ahora, después de una etapa marcada por novelas con personajes históricos —Trujillo, en<em>La Fiesta del Chivo</em> (2000); Flora Tristán, la abuela de <a href="http://elpais.com/tag/paul_gauguin/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: none;" target="_blank">Paul Gauguin</a>, en<em>El paraíso en la otra esquina</em> (2003), y Roger Casement, el dublinés que denunció los abusos de la colonia en el Congo Belga, en <em>El sueño del celta</em> (2012)—, <em>El héroe discreto</em> marca un regreso a las historias que transcurren en Perú y la reaparición de personajes como Lituma (de Lituma en los Andes, 1993), y Rigoberto y Fonchito (de <em>Los cuadernos de don Rigoberto</em>, 1997). El argumento gira en torno a dos familias, una piurana, la de Felícito Yanaqué, y otra limeña, la de Rigoberto. Felícito es dueño de una empresa de transportes y recibe una carta en la que una organización mafiosa le comunica que deberá pagar soborno a cambio de protección. Él se niega y, a partir de ese momento, su vida se transforma en un infierno: le incendian la oficina, secuestran a su amante. Mientras, en Lima, Rigoberto se mete en problemas por salir de testigo del casamiento de Ismael, su amigo del alma, mientras lidia con su propio hijo, Fonchito, a quien se le aparece un hombre inquietante. Ambas historias confluyen en un final en el que ni los hijos son tan víctimas como se podría pensar, ni las mujeres tan sumisas como aparentaban, ni los padres son tan buenos como parecían.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Esta novela empezó por una información que leí en la que se hablaba de un hombre que tenía una empresa de transportes pequeñita en Trujillo y decía que él no iba a pagar sobornos, e informaba de eso a los mafiosos. Y entonces me empezó a dar vueltas el personaje. Por otra parte, desde que terminé <em>Los cuadernos de don Rigoberto</em> tenía idea de hacer una nueva novela con don Rigoberto, pero no pensé en fundir esas dos ideas. Cuando se me ocurrió fundir al transportista y a don Rigoberto, empecé a imaginarme la novela. Hice lo que hago siempre con los proyectos. Fichas, trayectorias de los personajes. Y trabajo de campo. Voy a los lugares que quiero inventar.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Volviste a Piura para escribirla?</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Dos veces. Pero la Piura que yo guardaba en la memoria es una ciudad que ha desaparecido. Sólo la recuerdan los viejos.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<div class="columna_texto" style="background-color: white; margin: 0px 0px 40px 100px; min-height: 650px; overflow: visible; padding: 20px 0px 0px; width: 460px;">
<div class="cuerpo_noticia" id="cuerpo_noticia">
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—En una entrevista con <em>Paris Review</em>dijiste: “Si no escribiera no dudaría un instante en volarme la tapa de los sesos (…) escribir es una forma de combatir la infelicidad”. Pero lo que se ve a tu alrededor es una vida agradable.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Tú puedes tener una vida muy rica y al mismo tiempo siempre va a estar por debajo de tus expectativas. Uno de los mecanismos que hemos inventado para poder llenar ese vacío es la literatura, que te permite vivir la vida que no puedes vivir. No hay vidas colmadas. Me hubiera gustado ser un escritor aventurero. Tener una vida intensa, rica, y al mismo tiempo volcada a la literatura. Pero bueno, al menos nunca he estado en la torre de marfil.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Mira, siéntate, y dime si puedes escribir algo allí.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Verónica Ramírez indica la silla del estudio de Mario Vargas Llosa, separada del teclado de la computadora por una distancia tan amplia que obliga a escribir en una postura tiesa.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Nadie puede escribir ahí. Sólo él.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">El estudio tiene un entrepiso en el que hay un televisor donde cada tarde Vargas Llosa mira el noticiero, algunas series. Por todas partes —sobre el escritorio, en el piso, en los estantes— hay hipopótamos: de acero, de plástico, de peluche.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Un día dijo que le gustaban los hipopótamos y le empezaron a regalar toneladas. Éste lo compró el otro día en un aeropuerto.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Pero esto es una vaca.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Sí. Pero cuando le dijimos: “Mario, es una vaca”, se puso tan triste que dijimos: “Bueno, mira, es que parece un hipopótamo”.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Por las mañanas salimos a caminar juntos —dice Patricia Llosa—, pero él trabaja cuando camina. Cuando tú le cuentas cosas crees que te está escuchando y no. Es un poco deprimente. Pero yo ya me acostumbré.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¿Cómo creés que te ve la gente?</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Yo creo que como me han visto mis hijos de chicos. Que era un poquito el monstruo. “Hay que pasar por la mujer para llegar a él”. En el fondo deben pensar: “Qué pesada la señora”.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">***</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Hola, Álvaro.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Álvaro saluda, se sienta, comenta el berrinche de Anahís.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Tú también llorabas cuando eras pequeño —dice su padre—.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—No me acuerdo —dice Álvaro, sentándose en un sofá—.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Claro, si tenías un año. Cuando estábamos en Londres y tenía que darte esa cosa espantosa, los productos Herbal o Hierbal. Patricia se iba a clases de inglés, y yo estaba escribiendo <em>Conversación en La Catedral</em>y tenía que parar para darte los productos esos. Entonces cerrabas la boca.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Álvaro lo mira con curiosidad mientras su padre empieza a sacudirse de risa.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Y yo le abría la boca. Y cuando lograba embutirle todo el frasquito, él lo vomitaba entero. Entonces lo metía en el cuarto del fondo, cerraba esa puerta, cerraba otra puerta y me ponía a trabajar. Y los chillidos de la criatura atravesaban las tres puertas y llegaban a mi máquina de escribir. Cuando llegaba Patricia me preguntaba: “¿Le diste la cosa?”, y yo “sí, sí”. Y la impresionaba porque el chico estaba empapado de llanto y de sudor, de la cólera que le producía que nadie le hiciera caso con sus chillidos. Seguramente son los momentos más escabrosos de<em>Conversación en La Catedral</em>.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Al menos sirvió para algo —dice Álvaro—.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Las carcajadas del padre y el hijo se entremezclan con el llanto majestuoso de Anahís.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Mira qué pataleta. ¡Morgana, tráela, que la calmamos!</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—¡No se puede, papá! —grita Morgana—.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Mario Vargas Llosa se ríe y dice que ser abuelo es fenomenal.</span></div>
<div style="font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">—Cuando los niños chillan o pasa algo, sólo tienes que devolvérselos a los padres.</span></div>
<div style="font-family: Arial, Helvetica, Garuda, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
</div>
<div class="envoltorio_publi" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; background-color: white; color: black; font-family: 'Times New Roman'; font-size: medium; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; letter-spacing: normal; line-height: normal; orphans: auto; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; widows: auto; word-spacing: 0px;">
<div id="elpais_gpt-TEXT">
</div>
</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-37258694582159468802012-12-05T19:11:00.000-08:002012-12-05T19:11:13.389-08:00Los diez mil cubanos<div style="text-align: justify;">
El Gobierno cubano decide retirar la fuerza policial que custodiaba
la embajada del Perú en La Habana y en menos de tres días el local es
invadido por 10.000 personas que quieren asilarse. El caso debe ser
único en la historia de la diplomacia latinoamericana, pues ni siquiera
en los momentos peores de la persecución política en Nicaragua, Chile o
Argentina -regímenes que, sin embargo, establecieron <em>records</em> en
lo que se refiere a represión- se vio algo parecido.¿Hará reflexionar
este hecho a los estudiantes e intelectuales que tienen a Cuba por el
modelo revolucionario que quisieran ver aplicado en sus países?
Ciertamente, no. La reflexión está ausente de nuestra vida política,
donde tanto la derecha como la izquierda actúan casi exclusivamente por
reflejos condicionados. Para esta última, ya el periódico <em>Gramma</em> del 7 de abril ha dado la explicación canónica, que ahora será repetida <em>ad nauseam</em> por los progresistas. Las personas que atestan la embajada son «delincuentes, <em>lumpens,</em>
antisociales, vagos y parásitos y homosexuales, aficionados al juego y a
las drogas, que no encuentran en Cuba fácil oportunidad para sus
vicios» (<b>se advierte aquí una variedad mayor de especímenes que la que
García Márquez encontró entre los refugiados de Vietnam y Camboya, que
al parecer eran sólo drogadictos y algunos millonarios</b>).</div>
<div style="text-align: justify;">
Y, sin embargo, aun cuando no sirva de mucho, vale la pena tratar de
entender el mensaje que encierra, a nivel moral e intelectual, el
espectáculo, dramático y grotesco, de esa muchedumbre apiñada -a razón
de cuatro personas por metro cuadrado, según la agencia Reuters- en la
embajada del Perú en La Habana.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>En términos cuantitativos, nadie -mejor dicho, nadie que no sea un
sectario- puede negar que Cuba, gracias a la revolución, es la sociedad
más igualitaria de toda América Latina, aquélla en la que es menor la
diferencia entre los que tienen más y los que tienen menos, donde la
pobreza y la riqueza están más repartidas, y, también, aquélla donde se
ha hecho más por garantizar la educación, la salud y el trabajo de los
humildes. Ningún otro país latinoamericano ha hecho lo que Cuba, en
estos veinte años, para erradicar el analfabetismo, difundir los
deportes y poner la medicina, los libros, las artes, al alcance de
todos</b>.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y, sin embargo, pese a ello, miles, o cientos de miles y acaso hasta
millones de cubanos preferirían marcharse a vivir en una sociedad
distinta a la suya. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo explicar que prefieran
incluso irse al Perú y a los otros países latinos americanos, con
terribles problemas de desocupación y de pobreza, donde las diferencias
económicas son enormes y donde los pobres, la inmensa mayoría, tienen la
vida realmente dura? Una afirmación de Gramma, en ese mismo editorial
-«las fronteras entre el delincuente común y el contrarrevolucionario se
confunden »- nos da una pista para comprender eso que, a simple vista,
resulta extraordinaria paradoja.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>El ideal igualitario es incompatible con el libertario. Puede haber
una sociedad de hombres libres y una de hombres iguales, pero no puede
haber una que compagine ambos ideales en dosis idénticas. Esta es una
realidad que cuesta aceptar porque se trata de una realidad trágica, que
desbarata una tradición de utopías generosas en la que aún nos movemos y
sobre todo porque coloca al hombre en la difícil disyuntiva de tener
que elegir entre dos ¡aspiraciones que tienen la misma fuerza moral y
que parecen ser inseparables, el anverso y reverso de la idea de
justicia. Pero no, no lo son: la libertad y la igualdad sólo pueden
hacer un corto trecho juntas; luego, fatalmente, los caminos de ambas se
cruzan y se divergen.</b></div>
<b>
</b><div style="text-align: justify;">
<b>Cuba ha optado por el ideal igualitario y no hay duda que ha dado
pasos considerables, e incluso admirables, en esa dirección.
Simultáneamente ha ido apartándose del otro ideal y convirtiéndose en un
estado donde toda la vida, individual, familiar, profesional, cultural,
se halla regulada., orientada y cautelada por un mecanismo casi
impersonal y anónimo, donde se han ido concentrando todos los poderes.
Los intelectuales progresistas explican que «la verdadera libertad»
consiste en tener educación, empleo, protección social, etcétera, y
preguntan si la «libertad abstracta» de los reaccionarios les sirve de
algo al campesino analfabeto de los Andes, al pobre diablo de las
barriadas o al negro discriminado de los guetos.</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La respuesta está en los 10.000 cubanos apretados en esa casa y ese
jardín de La Habana. La libertad no se puede medir sólo en términos
cuantitativos, a diferencia de la igualdad social. Ella es la
posibilidad de elegir entre opciones distintas, y no sólo «positivas»
-decretadas así por la filosofía y la moral reinantes o, simplemente,
por el capricho de quien detenta el poder-, sino también por las
«negativas». En una sociedad como la cubana, esta posibilidad se ha
reducido al mínimo, como muestra, luminosamente, la frase de <em>Gramma</em>:
«Quien elige algo distinto de lo que ha programado para él la
revolución es contrarrevolucionario, es decir, antisocial y delincuente.
La sociedad igualitaria no permite al hombre elegir la infelicidad:
ello es delito».</div>
<div style="text-align: justify;">
¿Significa esto que en las otras sociedades los hombres son de veras
«libres», que en ellas eligen realmente lo que quieren ser y hacer? En
la práctica no, claro está, pues ese poder de elección está mediatizado
por las posibilidades económicas, culturales, sociales y las aptitudes
de cada individuo. Pero el hecho de que en ellas haya muchas más
opciones que elegir -es decir, de pensar distinto a los demás, de
cambiar de trabajo o domicilio, de opinar y de criticar y aun de
combatir el sistema- las hace, al menos, potencialmente más próximas de
aquel utópico paraíso de la libertad, donde cada cual tendría la vida
que querría. La libertad es «siempre» mayor en estas sociedades (aun
cuando sean dictaduras políticas), que en las igualitarias, porque en
ellas el poder no está concentrado en una sola estructura, sino
dispersado en varias, que compiten entre sí y recíprocamente se
neutralizan. Esa dispersión es la que garantiza un margen -mayor o
menor- de autonomía e independencia a las personas y, al mismo tiempo,
es una continua fuente de desigualdad a todos los niveles. El presidente
Carter, aunque se lo propusiera, seria incapaz de abolir la libertad de
prensa en Estados Unidos, pues esta libertad no depende de él, sino de
la libertad de empresa, que permite a cada cual tener su periódico y
opinar en él como le plazca. Esa misma libertad de empresa es la que
determina que en Estados Unidos haya, inevitablemente, pobres y ricos.
Fidel Castro no puede establecer la libertad de prensa en Cuba porque
allá todos los órganos de la información, al ser estatales, no pueden
opinar ni informar en contra de este ente omnímodo y sofocante, que, sin
embargo, a la vez que regimentaba ideológicamente a los cubanos y les
planificaba las vidas, les enseñaba a leer, les daba trabajo y los
redimía de muchas de esas ignominias que aún pesan sobre la mayoría de
los latinoamericanos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Que, entendidas en términos extremos, la libertad y la igualdad sean
opciones alérgicas la una a la otra no puede querer decir que estemos
condenados a la injusticia. Sino, más sencillamente, que hay que
renunciar a las utopías, a las opciones extremas. Así lo han hecho los
países que han alcanzado las formas de vida más civilizadas de nuestro
tiempo, aquéllos que se han resignado a esa fórmula mediocre que
consiste en tolerar en su seno la libertad necesaria como para que sus
ciudadanos no estén dispuestos a hacer lo que los 10.000 cubanos de la
embajada peruana, pero no tanta como para que, a su amparo, surjan tales
desigualdades económicas y sociales, que las gentes maten o se dejen
matar por una revolución que implantaría una sociedad igualitaria en la
que, a la larga, esas mismas gentes, o sus hijos, estarían dispuestas a
cualquier cosa para huir a los países de la desigualdad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<em>(Copyrigh</em>t 1980, Mario Vargas Llosa. Agencia Catalana de Información).</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-93667894086006762012-12-05T18:47:00.002-08:002012-12-05T18:47:50.881-08:00Los cuentos de la baronesa<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPJjK0jrKGardsk4hVradXshz65v_VSit4iqFN59ZZlrX3a2LipYCcjr_YFW0GsOJ74RJgtv2TcFl7qAGhKUh18KQrDZiIX8tEwleiP4ARBd1iuVbwn3HknwzYIOK2KbYnBZ4xaTX4xKo/s1600/Isak+Dinesen+Marilyn+Monroe.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="296" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPJjK0jrKGardsk4hVradXshz65v_VSit4iqFN59ZZlrX3a2LipYCcjr_YFW0GsOJ74RJgtv2TcFl7qAGhKUh18KQrDZiIX8tEwleiP4ARBd1iuVbwn3HknwzYIOK2KbYnBZ4xaTX4xKo/s400/Isak+Dinesen+Marilyn+Monroe.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Dinesen con Marilyn Monroe.</td><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
Isak Dinesen, <b>née</b> baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, fue una notable escritora, autora de <b>Seven Gothic Tales.</b>
Mujer fascinante: renunció a su fácil mundo europeo, y se empeñó en una
plantación cafetalera en el corazón de África que terminó por costarle
su fortuna. Enferma de sífilis, supo encontrar refugio en la
construcción de una obra ajena a las modas literarias.<br />La baronesa
Karen Blixen de Rungstedlund, que fue una gran escritora y firmó sus
libros con el seudónimo de Isak Dinesen, debió de ser una mujer
extraordinaria. Hay una foto de ella, en Nueva York, junto a Marilyn
Monroe, cuando era ya sólo un pedacito de persona consumida por la
sífilis, y no es la bella actriz sino los grandes ojos irónicos y
turbulentos y la cara esquelética de la escritora los que se roban la
foto.<br /> Nació en Dinamarca, en una casa a orillas del mar, a medio
camino entre Copenhague y Elsinor, que es hoy algo muy afín a ese ser
imaginativo e inesperado que ella fue: un enclave de plantas y pájaros
exóticos. Allí está enterrada, en pleno campo, bajo los árboles que la
vieron gatear. Había nacido en 1885, pero daba la impresión de haber
sido educada con un siglo de atraso, ese que se inició en 1781 y terminó
con el Segundo Imperio en 1871, que ella llamaba "la última gran época
de la cultura aristocrática". Entre esos años ocurren casi todas sus
historias. Espiritualmente, fue una mujer del dieciocho y del
diecinueve, aunque, según confesó en una de las charlas radiales de sus
últimos años, sus amigos sospechaban que tenía "tres mil años de
antigüedad". Nunca pisó una escuela; fue educada por institutrices
asombrosas que a los doce años la hacían escribir ensayos sobre las
tragedias de Racine y traducir a Walter Scott al danés. Su formación fue
políglota y cosmopolita; aunque danesa, escribió la mayor parte de su
obra en inglés.<br /> Los cuentos y las historias la hechizaron desde
niña, pero su vocación literaria fue tardía; la aventurera, precoz.
Ambas las heredó del padre, el simpatiquísimo capitán Wilhelm Dinesen,
quien, luego de una arriesgada carrera militar, a mediados del xix se
enamoró de los pieles rojas y otras tribus de Norteamérica y se fue a
vivir entre ellos. Los indios lo aceptaron y lo bautizaron con el nombre
de Boganis, que él puso en la carátula de sus memorias. Terminó
ahorcándose, cuando Karen tenía diez años. Como corresponde a una
baronesa, ésta se casó muy joven con un vago primo enfermo, Bror Blixen,
y ambos se marcharon al África, a plantar café en el interior de Kenia.
El matrimonio no anduvo bien (el mal francés que devoró en vida a Isak
Dinesen se lo contagió su marido) y terminó en divorcio. Cuando Bror
volvió a Europa, ella decidió permanecer en África, manejando sola la
hacienda de setecientos acres. Lo hizo por un cuarto de siglo, en una
terca lucha contra la adversidad. Su vida en el continente africano, con
el que llegó a consubstanciarse y de cuyas gentes y paisajes su
irreprimible fantasía compuso una visión <i>sui generis</i>, está bellamente recordada en <i>Out of Africa</i> (1938), tierna y risueña evocación de su peripecia africana y del extraordinario marco en el que transcurrió.<br /> Mientras
hacía de pionera agrícola, luchaba contra las plagas y las inundaciones
y administraba sus cafetales, en las primeras décadas del siglo, la
baronesa de Rungstedlund no tuvo urgencia en escribir. Sólo garabateó
unos cuadernos de notas en los que aparecen en embrión algunos de sus
futuros relatos. La atraían más los safaris, las expediciones a comarcas
remotas, la familiaridad con las tribus, el contacto con la Naturaleza y
los animales salvajes. El primitivo contorno, sin embargo, no le
impidió tener una refinada vida cultural, fraguada por ella misma y
enriquecida por lecturas y el trato de algunos curiosos representantes
de la Europa culta que llegaban a esos parajes, como el mítico inglés
Denys Finch-Hatton, esteta y aventurero salido de Oxford con quien Karen
Blixen mantuvo una intensa relación sentimental. No es difícil
imaginárselos, discutiendo sobre Eurípides o Shakespeare, después de
haberse pasado el día cazando leones (no sorprende, por eso, que el
único escritor del que Hemingway habló siempre con una admiración sin
reservas fuera Isak Dinesen). El aislamiento en aquella plantación
africana y el estrecho círculo de expatriados europeos con los que
alternaba en Kenia, explican en buena parte el tipo de cultura que
sorprende tanto al lector de Isak Dinesen. No es una cultura que refleje
su época sino que la ignora, un anacronismo deliberado, algo
estrictamente personal y extemporáneo, una cultura disociada de las
grandes corrientes y preocupaciones intelectuales de su tiempo y de los
valores estéticos dominantes, una reelaboración singularísima de ideas,
imágenes, curiosidades, formas y símbolos que vienen del pasado nórdico,
de una tradición familiar y de una educación excéntrica, marcada por la
historia escandinava, la poesía inglesa, el folclor mediterráneo, la
literatura oral africana y las leyendas y maneras de contar de los
juglares árabes. Un libro capital en su vida fue <i>Las mil y una noches</i>,
ese bosque de historias relacionadas entre sí por la astucia narradora
de Sherezada, modelo de Isak Dinesen. África le permitió vivir, de
manera casi incontaminada, dentro de una cultura caprichosa, sin
antecedentes, creada para uso propio, que aparece como horizonte y
subsuelo de su mundo, a la que debe tanto la originalidad de los temas,
el estilo, la construcción y la filosofía de sus cuentos.<br /> Su
vocación literaria tuvo estrecha relación con la bancarrota de sus
cafetales. Pese a que los precios del café se venían abajo, ella, con
temeridad característica, se empeñó en proseguir los cultivos, hasta
arruinarse. No sólo perdió la hacienda; también, su herencia danesa.
Fue, cuenta ella, en ese tiempo de crisis, al comprender que el fin de
su experiencia africana era inevitable, cuando comenzó a escribir. Lo
hacía en las noches, huyendo de las angustias y trajines del día. Así
terminó los <i>Seven Gothic Tales</i>, que aparecieron en 1934, en Nueva
York y en Londres, después de haber sido rechazados por varios
editores. Publicó luego otras colecciones de cuentos, algunas de alto
nivel, como los <i>Winter's Tales</i> (1943), pero su nombre quedaría
siempre identificado con sus primeros siete cuentos reunidos en aquella
obra, una de las más fulgurantes invenciones literarias de este siglo.<br /> Aunque escribió también una novela (la olvidable <i>The Angelic Avengers</i>),
Isak Dinesen fue, como Maupassant, Poe, Kipling o Borges, esencialmente
cuentista. Es uno de los rasgos de su singularidad. El mundo que creó
fue un mundo de cuento, con las resonancias de fantasía desplegada y
hechizo infantil que tiene la palabra. Cuando uno la lee, es imposible
no pensar en el libro de cuentos por antonomasia: <i>Las mil y una noches</i>.
Como en la célebre recopilación árabe, en sus cuentos la pasión más
universalmente compartida por los personajes es, junto a la de
disfrazarse y cambiar de identidad, la de escuchar y decir historias,
evadirse de la realidad en un espejismo de ficciones. Semejante
propensión llega a su apogeo en "The Roads Round Pisa", cuando la joven
Agnese della Gherardesca (vestida de hombre) interrumpe el duelo entre
el viejo Príncipe y Giovanni para contarle a aquél un cuento. Ese vicio
fantaseador imprime a los <i>Seven Gothic Tales</i>, como a los de
Sherezada, una estructura de cajas chinas, historias que brotan de
historias y se descomponen en historias, entre las que discurre,
ocultándose y revelándose en un ambiguo y escurridizo baile de máscaras,
la historia principal.<br /> Sucedan en abadías polacas del siglo
dieciocho, en albergues toscanos del diecinueve, en un pajar de
Norderney a punto de ser sumergido por el diluvio o en la ardiente noche
de la costa africana entre Lamu y Zanzíbar, entre cardenales de gustos
sibaríticos, cantantes de ópera que han perdido la voz o contadores de
cuentos desnarigados y desorejados como el Mira Jama de "The Dreamers",
los cuentos de Isak Dinesen son siempre engañosos, impregnados de
elementos secretos e inapresables. Por lo pronto, es difícil saber dónde
comienzan, cuál es realmente la historia —entre las historias
engarzadas por las que va discurriendo el subyugado lector— que la
autora quiere contar. Ella se va perfilando poco a poco, de manera
sesgada, como de casualidad, contra el telón de fondo de una floración
de aventuras disímiles que, algunas veces, figuran allí como meras damas
de compañía, y otras, como en "The Dreamers", gracias al desconcertante
final, resultan articuladas y fundidas en una sola coherente narración.<br /> Artificiales,
brillantes, inesperados, hechiceros, casi siempre mejor comenzados que
rematados, los cuentos de Isak Dinesen son, sobre todo, extravagantes.
El disparate, el absurdo, el detalle grotesco e inverosímil, irrumpen
siempre, destruyendo a veces el dramatismo o la delicadeza de un
episodio. Era más fuerte que ella, una predisposición invencible, como
en otros la risa o el melodrama. Hay que esperar siempre lo inesperado
en los cuentos de Isak Dinesen. En la inverosimilitud veía ella la
esencia de la ficción. Se lo dice al cardenal de "The Deluge at
Norderney" la perversa y deliciosa Miss Malin Nat-og-Dag, mientras
conversan rodeados por las aguas que sin duda terminarán por
tragárselos, al exponerle su teoría de que Dios prefiere las máscaras a
la verdad "que ya conoce", pues <i>truth is for tailors and shoemakers </i>(la
verdad es para sastres y zapateros). Para Isak Dinesen la verdad de la
ficción era la mentira, una mentira explícita, tan diestramente
fabricada, tan exótica y preciosa, tan desmedida y atractiva, que
resultaba preferible a la verdad. </div>
<div class="imgInline imgInline1" style="text-align: justify;">
<div class="51613 imgInline">
<a href="http://www.letraslibres.com/imagenes/los-cuentos-de-la-baronesa-178?orden=autor"><br /></a></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
Lo que el príncipe de la Iglesia predica en ese cuento: <i>Be not afraid of absurdity; do not shrink from the fantastic </i>(No
temas lo absurdo, no rehuyas lo fantástico) podría ser la divisa del
arte de Isak Dinesen, pero delimitando la noción de lo fantástico a lo
que por su desmesura y extravagancia difícilmente encaja en nuestra
concepción de lo real y excluyendo la vertiente sobrenatural de lo
fantástico, pues, en estos relatos, aunque resucite un muerto y abandone
el infierno para venir a cenar con sus dos hermanas —el corsario Morten
de Coninck de "The Supper at Elsinor"—, la fantasía, pese a sus
excesos, tiene siempre una raíz en el mundo real, como ocurre con las
representaciones teatrales o los circos.<br /> El pasado atraía a Isak
Dinesen por la memoria del ambiente de su infancia, por la educación
que recibió y su sensibilidad aristocrática, pero, también, por lo que
tiene de inverificable; situando sus historias un siglo o dos atrás,
podía dar rienda suelta con más libertad a esa pasión antirrealista que
la animaba, a su fervor por lo grotesco y lo arbitrario, sin sentirse
coactada por la actualidad. Lo curioso es que la obra de esta autora de
imaginación tan libre y marginal, que poco antes de morir se jactaba
ante Daniel Gillés de no tener "el menor interés por las cuestiones
sociales ni la psicología freudiana" y ambicionar sólo "inventar bellas
historias", surgiera en los años treinta, cuando la narrativa occidental
giraba maniáticamente en torno a las descripciones realistas: problemas
políticos, asuntos sociales, estudios psicológicos, cuadros
costumbristas. Por eso André Breton consideró que sobre la novela pesaba
una suerte de maldición realista y la expulsó de la literatura. Había
excepciones a ese realismo narrativo, escritores que estaban en
entredicho con la tendencia dominante. Uno de ellos fue Valle-Inclán;
otro, Isak Dinesen. En ambos el relato se hacía sueño, locura, delirio,
misterio, juego, ni más ni menos que la poesía.Los siete cuentos
góticos del libro son admirables; pero "The Monkey" lo es más aún que
los otros, y, de todos los que la autora escribió, el que mejor
sintetiza su mundo disforzado, refinado, de exquisita factura, retorcida
sensualidad y desalada fantasía. Todo es coherente y macizo en esta
deliciosa joya y por eso resulta difícil decir en pocas palabras de qué
trata. En sus breves páginas se las arregla para contar historias muy
diversas, sutilmente emparentadas entre sí. Una de ellas es la sorda
lucha entre dos temibles mujeres, la elegante priora de Closter Seven y
la joven y silvestre Athena, a quien aquélla se ha propuesto casar con
su sobrino Boris, valiéndose de todos los medios lícitos e ilícitos,
incluidos los filtros de amor, el engaño y el estupro. Pero la indomable
priora tiene al frente a una voluntad tan inflexible como la suya en la
joven giganta que es Athena, criada a la intemperie de los bosques de
Hopballehus, y que no tiene el menor empacho en romperle al galante
Boris dos dientes de un puñetazo y en luchar con él cuerpo a cuerpo, en
su combate semimortal, cuando el joven, azuzado por su tía, intenta
seducirla.<br /> Nunca sabremos cuál de estas dos epónimas mujeres
vence en ese forcejeo, porque esta historia es interrumpida de manera
fulminante, cuando el lector está por averiguarlo, con la sorprendente
irrupción de otra historia, que, hasta entonces, ha estado reptando,
discreta como una culebra, debajo de la anterior: las relaciones de la
priora de Closter Seven con un mono de Zanzíbar, que le regaló un primo
almirante, y al que ella mima. La violenta aparición del mono —entra a
la habitación rompiendo la ventana de la priora y presa de fiebre que
sólo puede ser sexual— cuando la superiora del claustro está a punto de
rematar su emboscada obligando a Athena a aceptar a Boris como esposo,
es uno de los episodios más difíciles de contar y más magistralmente
resueltos de la literatura. Es un hiato, un escamoteo tan genial como el
paseo del <i>fiacre</i> por las calles de Rouen en el que van Emma y León, en <i>Madame Bovary</i>. Lo que ocurre en el interior de ese <i>fiacre</i>
lo adivinamos pero el narrador no lo dice, lo insinúa, lo deja
adivinar, azuzando con su silencio locuaz la imaginación del lector. Un
dato escondido semejante es este cráter narrativo de "The Monkey". La
astuta descripción del episodio abunda en lo superfluo y calla lo
esencial —las relaciones culpables entre el mono y la priora— y, por eso
mismo, esta nefanda relación vibra y se delínea en el silencio con
tanta o más fuerza que ante los ojos espantados de Athena y Boris, que
presencian la increíble ocurrencia. Que, al final del relato, el saciado
mono termine encaramado sobre un busto de Immanuel Kant es como la
quintaesencia de la delirante orfebrería que amuebla el mundo de Isak
Dinesen.<br /> Entretener, divertir, distraer: muchos escritores
modernos se indignarían si alguien les recuerda que ésa es también
obligación de la literatura. Las modas, cuando aparecieron los <i>Seven Gothic Tales</i>,
establecían que el escritor debía ser la conciencia crítica de su
sociedad o explorar las posibilidades del lenguaje. El compromiso y la
experimentación son muy respetables, desde luego, pero cuando una
ficción es aburrida no hay doctrina que la salve. Los cuentos de Isak
Dinesen son a veces imperfectos, a veces demasiado alambicados, jamás
aburridos. También en eso fue anacrónica; para ella contar era encantar,
impedir el bostezo valiéndose de cualquier ardid: el suspenso, la
revelación truculenta, el suceso extraordinario, el detalle efectista,
la aparición inverosímil. La fantasía, abundante y excéntrica, enrevesa
de pronto una historia con exceso de anécdotas o la encamina en la
dirección más infortunada. La razón de esos sacrificios o malabarismos
es sorprender al lector, algo que siempre consigue. Sus cuentos suceden
en una indecisa región, que ya no es el mundo objetivo pero que aún no
es lo fantástico. Su realidad participa de ambas realidades y es, por
eso, distinta de ambas, como sucede con los mejores textos de Cortázar.<br /> Una
de las constantes de su mundo son los cambios de identidad de los
personajes, que viven emboscados bajo nombres o sexos diferentes y que, a
menudo, llevan simultáneamente dos o más vidas paralelas. Se diría que
una plaga de inestabilidad ontológica ha contagiado a los seres humanos;
sólo los objetos y el mundo natural son siempre los mismos. Así, por
ejemplo, el renacentista cardenal de "The Deluge at Norderney" resulta
ser, al final de la historia, el valet Kasparson que asesinó a su amo y
lo suplantó. Pero, en este dominio, la apoteosis de la danza de las
identidades la encarna Peregrina Leoni, apodada Lucífera o Doña Quijota
de la Mancha, cuya historia transparece, a través de una verdadera
miríada de otras historias, en "The Dreamers". Cantante de ópera que
perdió la voz, del susto, en un incendio en la Scala de Milán, durante
una representación de Don Giovanni, hace creer a sus admiradores que ha
muerto. La ayuda en sus designios su admirador y su sombra, el riquísimo
judío Marcus Coroza, que la sigue por el mundo, prohibido de hablarle o
hacerse ver por ella, pero siempre a mano para facilitarle la huida en
caso de necesidad. Peregrina cambia de nombre, personalidad, amantes,
países —Suiza, Roma, Francia— y oficios —prostituta, artesana,
revolucionaria, aristócrata que vela la memoria del general Zumala
Carregui— y fallece, finalmente, en un monasterio alpino, bajo una
tormenta de nieve, rodeada de cuatro amantes abandonados, que la
conocieron en distintas instancias y disfraces y sólo ahora descubren,
gracias a Marcus Coroza, su peripatética identidad. La caja china
—historias dentro de historias— es utilizada con admirable maestría en
este relato para ir componiendo, como un rompecabezas, a través de
testimonios que en un principio parecen no tener nada en común, la
fragmentada y múltiple existencia de Peregrina Leoni, fuego fatuo,
actriz perpetua, hecha —como todos los personajes de Isak Dinesen— no de
carne y hueso sino de sueño, fantasía, gracia y humor.<br /> La prosa
de Isak Dinesen, como su cultura y sus temas, no remite a modelos de
época; es, también, un caso aparte, una anomalía genial. Al aparecer <i>Seven Gothic Tales</i>,
su prosa desconcertó a los críticos anglosajones por su elegancia
ligeramente pasada de moda, su exquisitez e irreverencia, sus juegos y
desplantes de erudición, y su escaso, para no decir nulo, contacto con
el inglés vivo y hablado de la calle. Pero, también, por su humor, la
delicadeza irónica y risueña con que en aquellos relatos se referían
crueldades, vilezas y ferocidades indecibles como si fueran nimiedades
de la vida cotidiana. El humor es en Dinesen el gran amortiguador de los
excesos de todo orden que habitan su mundo —los de la carne y los del
espíritu—, el ingrediente que humaniza lo inhumano y da un semblante
amable a lo que provocaría repugnancia o pánico. Nada como leerla para
comprobar hasta qué punto es cierto que todo se puede contar, si se sabe
cómo hacerlo.<br /> La literatura, tal como ella la concibió, era
algo que a los escritores de su tiempo espeluznaba: una evasión de la
vida real, un juego entretenido. Hoy las cosas han cambiado y los
lectores la comprenden mejor. Al hacer de la literatura un viaje hacia
lo imaginario, la frágil baronesa de Rungstedlund no rehuía
responsabilidad moral alguna. Por el contrario, contribuía —distrayendo,
hechizando, divirtiendo— a que los seres humanos aplacaran una
necesidad tan antigua como la de comer y adornarse: el hambre de
irrealidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: right;">
<b><i>Mario Vargas Llosa </i></b></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-24604179986615756002012-12-05T18:04:00.000-08:002012-12-05T18:04:14.283-08:00Borges en París<div style="text-align: justify;">
<span style="color: red;">F</span><b>RANCIA</b> ha celebrado el
centenario de Borges (1899-1999) por todo lo alto: números monográficos
de revistas y suplementos literarios, lluvia de artículos, reediciones
de sus libros, y, suprema gloria para un escribidor, su ingreso a <i>la Pléiade</i>,
la Biblioteca de los inmortales, con dos compactos volúmenes y un Album
especial con imágenes de toda su biografía. En la Academia de Bellas
Artes, transformada en laberinto, una vasta exposición preparada por
María Kodama y la Fundación Borges documenta cada paso que dio desde su
nacimiento hasta su muerte, los libros que leyó y los que escribió, los
viajes que hizo y las infinitas condecoraciones y diplomas que le
infligieron. El día de la inauguración rutilaban, en el atestado local,
luminarias intelectuales y políticas, y -créanlo o no- unas lindas
muchachas vestían polos blancos y negros estampados con el nombre de
Borges.<br />
Ningún país ha desarrollado mejor que Francia el arte de detectar el
genio artístico foráneo y, entronizándolo e irradiándolo, apropiárselo.
Viendo la exuberancia y felicidad con que los franceses celebran los
cien años del autor de <i>Ficciones</i>, he tenido en estos días la
extraña sensación de que Borges hubiera sido paisano, no de Sarmiento y
Bioy Casares, sino de Saint-John Perse y Válery. Ahora bien, aunque no
lo fuera, es de justicia reconocer que sin el entusiasmo de Francia por
su obra, acaso ésta no hubiera alcanzado -no tan pronto- el
reconocimiento que, a partir de los años sesenta, hizo de él uno de los
autores más traducidos, admirados e imitados en todas las lenguas cultas
del planeta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<img align="left" height="118" hspace="3" src="http://www.caretas.com.pe/1999/1571/mvll/44-1-c.jpg" vspace="0" width="190" />
Tengo la coquetería de creer que yo fui testigo del <i>coup de foudre</i>
o amor a primera vista de los franceses por Borges, el año 60 o el 61.
Vino a París a participar en un homenaje a Shakespeare organizado por la
Unesco, y la intervención de este anciano precoz y semiinválido, a
quien Roger Caillois presentó con efervescencia retórica, sorprendió a
todo el mundo. Antes que él había hablado el ingenioso Lawrence Durrell,
comparando al Bardo con Hollywood, y después Giuseppe Ungaretti, quien
leyó, con talento histriónico, sus traducciones al italiano de algunos
sonetos de Shakespeare. Pero la exposición de Borges, en un francés
acicalado, fantaseando por qué ciertos creadores se tornan símbolos de
una cultura -Dante, la italiana, Cervantes, la española, Goethe, la
alemana- y cómo Shakespeare se eclipsó para que sus personajes fueran
más nítidos y libres, sedujo por su originalidad y sutileza. Días
después, su conferencia en el Instituto de América Latina, además de
estar de bote a bote, atrajo un abanico de escritores de moda, Roland
Barthes entre ellos. Es una de las charlas más deslumbrantes que me ha
tocado escuchar. El tema era la literatura fantástica y consistía en
ilustrar con breves resúmenes de cuentos y novelas -de diversas lenguas y
épocas- los recursos más frecuentes de que este género se vale para
"fingir la irrealidad". Inmóvil detrás de su pupitre, con una voz
intimidada, como pidiendo excusas, pero, en verdad, con soberbia
desenvoltura, el conferenciante parecía llevar en la memoria la
literatura universal y desenvolvía su argumentación con tanta elegancia
como astucia. "¿Seguro que este escritor viene del país de los
gauchos?", exclamó un maravillado espectador, mientras aplaudía
rabiosamente (Borges había puesto punto final a su charla con una
pregunta efectista: "Y, ahora, decidan ustedes si pertenecen a la
literatura realista o a la fantástica").<br />
Sí, venía del país de los gauchos, pero no tenía nada de exótico ni de
primitivo y su obra no alardeaba de color local. Ya había escrito varias
obras maestras, pero todavía era conocido sólo por pequeñas capillas de
devotos, incluso en su país, y sus cuentos y ensayos circulaban en
ediciones poco menos que familiares. Francia lo sacó de la catacumba en
que languidecía a partir de aquella visita. La revista <i>l'Herne</i> le dedicó un número memorable y Michael Foucault inició el libro de filosofía más influyente de la década -<i>Les mots et les choses</i>- con un comentario borgiano. El entusiasmo fue ecuménico: de <i>Le Figaro a Le Nouvel Observateur</i>, de <i>Les Temps Modernes,</i>
de Sartre, a Les Lettres Françaises, de Aragon. Y, como todavía en esos
años, en asuntos de cultura, cuando Francia legislaba el resto del
mundo obedecía, los latinoamericanos, los españoles, los
estadounidenses, los italianos, los alemanes, etcétera, empezaron, a la
zaga de los franceses, a leer a Borges. Así empezó la historia que
culmina, ahora, en la trompetería y los fastos del centenario.<br />
Aquel Borges que, en aquella visita a París, se resignó a conceder una
entrevista (una de mil) al oscuro periodista de la Radiotelevisión
francesa que era este escriba, no era aún ese Borges público, esa
Persona de gestos, dichos y desplantes algo estereotipados en que luego
se convertiría, obligado por la fama y para defenderse de sus estragos.
Era, todavía, un sencillo y tímido intelectual porteño pegado a las
faldas de su madre, que no acababa de entender la creciente curiosidad y
admiración que despertaba, sinceramente abrumado por el chaparrón de
premios, elogios, estudios, homenajes que le caían encima, incómodo con
la proliferación de discípulos e imitadores que encontraba por donde
iba. Es difícil saber si llegó a acostumbrarse a ese papel. Tal vez, sí,
a juzgar por el desfile vertiginoso de fotos de la Exposición de <i>Beaux Arts</i> en las que se lo ve recibiendo medallas y doctorados, y subiendo a todos los estrados a dar charlas y recitales.</div>
<div style="text-align: justify;">
<img align="left" height="118" hspace="3" src="http://www.caretas.com.pe/1999/1571/mvll/46-1-c.jpg" vspace="0" width="198" />
Pero las apariencias son engañosas. Ese Borges de las fotos no era él,
sino, como el Shakespeare de su ensayo, una ilusión, un simulador,
alguien que iba por el mundo representando a Borges y diciendo las cosas
que se esperaba que Borges dijera sobre los laberintos, los tigres, los
compadritos, los cuchillos, la rosa del futuro de Wells, el marinero
ciego de Stevenson y las Mil y una noches. La primera vez que hablé con
él, en aquella entrevista de 1960 o 1961 (recuerdo su respuesta a una de
mis preguntas: <b>"¿Qué es para usted la política, Borges?": "Una de las
formas del tedio"</b>), estoy seguro de que, por lo menos en algún momento,
de verdad hablé, conecté con él. Nunca más volví a tener esa sensación,
en los años siguientes. Lo vi muchas veces, en Londres, Buenos Aires,
Nueva York, Lima, y volví a entrevistarlo, y hasta lo tuve en mi casa
varias horas la última vez. Pero en ninguna de aquellas ocasiones sentí
que hablábamos. Ya sólo tenía oyentes, no interlocutores, y acaso un
solo mismo oyente -que cambiaba de cara, nombre y lugar- ante el cual
iba deshilvanando un curioso, interminable monólogo, detrás del cual se
había recluido o enterrado para huir de los demás y hasta de la
realidad, como uno de sus personajes. Era el hombre más agasajado del
mundo y daba una tremenda impresión de soledad.<br />
¿Lo hicieron más feliz, o menos infeliz, los franceses volviéndole
famoso? No hay manera de saberlo, desde luego. Pero todo indica que,
contrariamente a lo que podían sugerir los desplantes de su Persona
pública, carecía de vanidades terrenales, tenía dudas genuinas sobre la
perennidad de su propia obra, y era demasiado lúcido para sentirse
colmado con reconocimientos oficiales. Probablemente sólo gozó leyendo,
pensando y escribiendo; lo demás, fue secundario, y se prestó a ello,
gracias a la buena crianza recibida, guardando muy bien las formas,
aunque sin mucha convicción. Por eso, aquella famosa frase que escribió
(fue, entre otras cosas, el mejor escritor de frases de su tiempo)
-"Muchas cosas he leído y pocas he vivido"- lo retrata de cuerpo entero.<br />
Es seguro que, pese a haber pasado los últimos veinte años de su
vida en olor de multitudes, nunca llegó a tener conciencia cabal de la
enorme influencia de su obra en la literatura de su tiempo, y menos de
la revolución que su manera de escribir significó en la lengua
castellana. El estilo de Borges es inteligente y límpido, de una
concisión matemática, de audaces adjetivos e insólitas ideas, en el que,
como no sobra ni falta nada, rozamos a cada paso ese inquietante
misterio que es la perfección. En contra de algunas afirmaciones suyas
pesimistas sobre una supuesta incapacidad del español para la precisión y
el matiz, el estilo que fraguó demuestra que la lengua española puede
ser tan exacta y delicada como la francesa, tan flexible e innovadora
como el inglés. El estilo borgeano es uno de los milagros estéticos del
siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la
elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban,
que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente
inteligente. (<b>Para encontrar otro prosista tan <i>inteligente </i>como él hay que retroceder hasta Quevedo, escritor que Borges amó y del que hizo una preciosa antología comentada</b>).<br />
Ahora bien, en la prosa de Borges, por exceso de razón y de ideas, de
contención intelectual, hay también, como en la de Quevedo, algo
inhumano. Es una prosa que le sirvió maravillosamente para escribir sus
fulgurantes relatos fantásticos, la orfebrería de sus ensayos que
trasmutaban en literatura toda la existencia, y sus razonados poemas.
Pero con esa prosa hubiera sido tan imposible escribir novelas como con
la de T.S. Eliot, otro extraordinario estilista al que el exceso de
inteligencia también recortó la aprehensión de la vida. Porque la novela
es el territorio de la experiencia humana totalizada, de la vida
integral, de la imperfección. En ella se mezclan el intelecto y las
pasiones, el conocimiento y el instinto, la sensación y la intuición,
materia desigual y poliédrica que las ideas, por sí solas, no bastan
para expresar. Por eso, los grandes novelistas no son nunca prosistas <i>perfectos</i>.
<b> Esa es la razón, sin duda, de la antipatía pertinaz que mereció a
Borges el género novelesco, al que definió, en otra de sus célebres
frases, como "Desvarío laborioso y empobrecedor". </b><br />
El juego y el humor rondaron siempre sus textos y sus declaraciones y
causaron incontables malentendidos. Quien carece de sentido del humor no
entiende a Borges. Había sido en su juventud un esteta provocador, y
aunque, luego, se retractó de la "equivocación ultraísta" de sus años
mozos, nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente
vanguardista que se divertía soltando impertinencias. Me extraña que
entre los infinitos libros que han salido sobre él no haya aparecido aún
el que reúna una buena colección de las que dijo. <b>Como llamar a Lorca
"un andaluz profesional", hablar del "polvoroso Machado", trastocar el
título de una novela de Mallea ("Todo lector perecerá") y homenajear a
Sábato diciendo que "su obra puede ser puesta en manos de cualquiera sin
ningún peligro". Durante la guerra de las Malvinas dijo otra, más
arriesgada y no menos divertida: "Esta es la disputa de dos calvos por
un peine". Son chispazos de humor que se agradecen, que revelan que en
el interior de ese ser "podrido de literatura" había picardía, malicia,
vida.</b></div>
<div style="text-align: justify;">
__________<br /><b>© Mario Vargas Llosa, 1999.</b></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-28486514332279257102012-12-05T14:04:00.000-08:002012-12-05T14:04:40.941-08:00Faulkner en LaberintoSábado 23 de mayo de 1981<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihJPGfHEXhr4zoBGizYekQF4TdpuDiS5zCi4dU1pBf6QoVlWKcRHcx1VAF7n-LsbEw-ptVHWYIkJnQ9j5Fw40jOg5KDRsGfAsH7dvnpj2dc6WEP_ukBn0i_opk7NlYJ97gWHeWWApQhVc/s1600/selva.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihJPGfHEXhr4zoBGizYekQF4TdpuDiS5zCi4dU1pBf6QoVlWKcRHcx1VAF7n-LsbEw-ptVHWYIkJnQ9j5Fw40jOg5KDRsGfAsH7dvnpj2dc6WEP_ukBn0i_opk7NlYJ97gWHeWWApQhVc/s320/selva.JPG" width="274" /></a></div>
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La reyerta ha estallado en el
interior de una cantina, pero inmediatamente se <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>traslada a la calle. Cuando, alertado por el
ruido, salgo a ver, diviso a un hombre en calzoncillo que atacan a puñetazos y
a pedradas tres o cuatro individuos. Debe ser él quien ha iniciado la pelea,
pues uno de sus atacantes tiene la cara partida y sangra profusamente. Entre el
polvo, las palabrotas y los golpes, una criatura llora a gritos, tratando de prenderse
de las piernas del que sangra. Cuando el atacado opta por huir y todos los
curiosos retornan al interior de las cabañas a seguir emborrachándose, el
llanto de esa niña perdura, como una lluviecita desafinada que atravesara los
techos de hojas de palma y los tabiques de tablas de las viviendas de Laberinto.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Es imposible no pensar en Faulkner. Este es el corazón de la Amazonía y está muy lejos
de Mississippi, desde luego. Son otros el idioma, la raza, las tradiciones, la
religión y las costumbres. Pero los ciudadanos de Yoknapatawpha Country y los
de este caserío del departamento de Madre de Dios, a orillas del ancho río de
ese nombre, al que la fiebre del oro ha convertido en poco tiempo en una especie
de andrajoso millonario, tienen muchas cosas en común: la violencia, el calor,
la codicia, una naturaleza indomeñable que parece reflejar esos instintos que
las gentes no tratan de embridar, y, en suma, la vida como una aventura que
confunde, tan inextricablemente como el bosque el ramaje de los árboles, lo
grotesco, lo sublime y lo trágico.</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
En el avión que me trajo de Lima a Puerto Maldonado, y en
el albergue de esa localidad (aquí a la luz rancia de una vela) he estado leyendo
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;">Banderas</b> <b>sobre el polvo, </b>la
tercera novela que Faulkner escribió (en 1927) su primera obra maestra, la
iniciadora de la saga, y cuya versión integral sólo se conoció en</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
1973. La publicada en 1929, con el título de Sartoris,
había sido privada de una cuarta parte de sus páginas y reordenada por Ben Wasson,
el agente literario de Faulkner. Once editoriales rechazaron el manuscrito,
considerándolo confuso, y la que por fin se animó a publicarlo puso como
condición esos cortes y remiendos destinados a simplificar la historia. Con la
perspectiva actual, podemos apiadamos de los patrones narrativos imperantes en
Estados Unidos afines de los años veinte, tan aberrantes que impidieron los
lectores de once casas editoriales neoyorquinas advertir que tenían ante sus
ojos una obra mayor destinada a cambiar sustantivamente la naturaleza misma de
la ficción moderna.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Pero ese género de críticas a posteriori son fáciles. La
novedad era demasiado grande, en efecto, y, por otra parte, Nueva York estaba tan
lejos en el tiempo y en el espacio de Jefferson, la tierra de los míticos
Bayard y John Sartoris, de Jenny du Prés y del porcino Byron Snopes como lo
está Lima de Laberinto. La de Faulkner es una América subdesarrollada y
primitiva, de gentes rudas e incultas, prejuiciosas y galantes, capaces de
vilezas y noblezas extraordinarias pero incapaces de romper por un instante su
provincialismo visceral, ese encantamiento que hace de ellos, desde que nacen
hasta que mueren, hombres de la periferia, silvestres y anticuados,
preindustriales, marcados a fuego por una historia de explotación inicua,
sangriento racismo, elegancias caballerescas, audacia pionera y guerras perdidas.
Ese mundo con el que Faulkner amasa su universo no era el de Nueva York,
Boston, Chicago o Filadelfia. No era el espejo en el que quería mirarse la América de las máquinas
ultramodernas y los conglomerados financieros, de las Universidades
especializadas y las ciudades erizadas de rascacielos y de intelectuales
hechizados —como T. S Eliot o Ezra Pound— por los refinamientos espirituales de
Europa. En esta América, las novelas de Faulkner tardaron en ser aceptadas:
ellas representaban un pasado y un presente que ella quería a toda costa
olvidar. Fue sólo cuando París descubre a Faulkner y autores como</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Malraux y Sartre proclaman a los cuatro vientos su genio,
que el novelista sureño gana derecho de ciudad en su propio país. Este lo acepta,
entonces, por motivos similares a los de los franceses: como un brillante
producto exótico.</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
El mundo de Faulkner no era el suyo, en efecto. Era el
nuestro. Y nada mejor para comprobarlo que llegar hasta este perdido caserío de
la selva de Madre de Dios al que, por el encrespamiento y los remolinos</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
del río que lo baña, bautizaron los lugareños con el
hermoso nombre de Laberinto. La población que le da personalidad y color no
vive aquí, en esta veintena de chozas rústicas acosadas por la vegetación,
sino, como la de Jefferson, desperdigada, por los, alrededores. Ella busca y
lava oro, así como los de Yoknapatawpha cultivan algodón y crían caballos. Pero
los domingos todos acuden al pueblo para hacer sus transacciones,
aprovisionarse y divertirse (lo que quiere decir emborracharse).</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Serranitos que apenas chapurrean español y que viven
aturdidos por este calor desconocido en las alturas de Cuzco o de Puno que han
dejado para convertirse en mineros; jóvenes miraflorinos que han cambiado la tabla
hawaiana y las carreras de autos por las botas de siete suelas del explorador;
extranjeros sedientos de aventura y riqueza instantánea: aguerridas rameras
venidas desde los prostíbulos limeños a trabajar como «visitadoras» en los
campamentos donde cobran por planilla y, en los ratos libres, intentar también suerte
escarbando la grava de la orilla en busca del preciado metal; sudorosos
policías abrumados por la magnitud de unas responsabilidades que los desbordan.
Si supieran leer, o se dieran tiempo para hacerlo, estos hombres y mujeres de
Laberinto se sentirían en su casa en las novelas de Faulkner y se maravillarían
de saber que alguien que nunca estuvo aquí, que no tenía manera de sospechar
que algún día el destino los aventaría a todos ellos hasta aquí y los haría
compartir tantas ilusiones y dificultades, hubiera sido capaz de describir tan
bien la efervescencia de sus vidas y de sus almas.</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Este es el mundo de Faulkner. Las personas se conocen por
sus nombres y está aún lejos la civilización industrial, esa sociedad impersonalizada
en la que las gentes se comunican por intermedio de las cosas. Es verdad que
aquí todo es elemental, arcaico y, todopoderosas, la incomodidad, la suciedad,
la fuerza bruta. Pero, al mismo tiempo, nada parece aquí predeterminado, todo
está por hacerse, haciéndose, y se tiene la impresión estimulante de que con un
poco de suerte y mucho coraje y resistencia cualquier hombre o mujer puede
cambiar mágicamente de vida. Hay ese contacto cálido, inmediato, bienhechor,
con los elementos naturales —ese aire, esa agua, esa tierra y ese fuego que las
gentes de la ciudad ignoran, y la sensación de que el alimento que se come es,
como la cabaña en que uno vive, algo que uno produce con sus propias manos.</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
La violencia está <b>a </b>flor de piel <b>y, </b>con cualquier
pretexto, estalla. Pero, al me nos, se trata de<b> </b>una violencia descubierta,
física, natural con algo de esa dignidad mínima que tiene la violencia entre
los animales, que se atacan y entrematan sólo obedeciendo a la ley primera de
la vida —la de sobrevivir; no de la violencia solapada, ciudadana, civilizada,
institucionalizada en leyes, códigos, sistemas, contra la que no hay defensa
pues carece de cuerpo y de cara. Aquí, tiene nombre y facciones, es
individualizada y, por horrible que parezca, todavía humana. No es raro que, a
la vez que en los medios cultos de su país, una íntima resistencia alejaba a
los lectores de Faulkner, la obra de éste fuera inmediata y unánimemente celebrada
en América latina. La razón no era, sólo, el hechizo de esas vidas turbulentas
del condado de Yoknapatawpha, ni las proezas formales de unas ficciones
construidas como nidos de avispa. Era que, en esa turbulencia y complejidad del
mundo inventado por Faulkner, los lectores latinoamericanos descubríamos, transfigurada,
nuestra propia realidad, y aprendíamos que, como en Bayard Sartoris o en Jenny
du Prés, el atraso y la periferia contienen, también, bellezas y virtudes que
la llamada civilización mata, Escribía en inglés, pero era uno de los nuestros.</div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="mso-layout-grid-align: none; text-align: justify; text-autospace: none;">
Mario Vargas Llosa </div>
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<![endif]--><br />Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-22508063275707720552012-12-01T11:41:00.000-08:002012-12-01T11:41:24.138-08:00La leyenda del peruano que trabaja<h4>
POR
<em>Juan Cruz Ruiz</em></h4>
<h4 style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-large;">H</span><span style="font-weight: normal;">ay muchas leyendas sobre Mario Vargas Llosa, ese trotamundos, y sólo
algunas se corresponden con la realidad de su vida. Entre éstas, que es
un hombre que ha fiado su vida a la influencia del esfuerzo y al método.
<b>Alguna vez ha dicho que como no tiene talento, trabaja. Y trabaja
desplegando un rigor que no admite componendas. De sol a sol, o más bien
del sol de la mañana al sol de después del mediodía. Siempre se levanta
temprano, corre (ahora trota, los años marcan el paso) con su mujer,
Patricia Llosa, y luego, truene, nieve o haga un calor extenuante,
espera, como Picasso, que la inspiración lo agarre trabajando. Su
escritorio ha sido visto en todos los soportes posibles (la televisión,
la fotografía, la narración de los que lo han visto ahí) es el escenario
de un alcohólico del trabajo que, por cierto, bebe con moderación y no
fuma nunca, aunque hubo una época en que fumó como un carretero</b>. Ahí, en
el escritorio, hay algunas metáforas de sus convicciones, todas ellas
relacionadas con su amor al papel, a los libros, a los periódicos, a los
cuadernos, a las plumas… <b>No son sólo instrumentos de trabajo, pueden
ser fetiches: hace años se dejó olvidada en manos de un fotógrafo de
Tenerife, Carlos A. Schwartz, la pluma Montblanc de siempre, y removió
todos los sistemas de transporte urgente hasta que el artilugio del que
se sirve su arte fue depositado en su mesa de París.</b> <span style="color: red;"><b>Lee, incluso cuando
escribe, y subraya, subraya sin parar, como si la memoria no pudiera
subsistir sin ese elemento en el que declara su fascinación o
simplemente su interés o su desacuerdo. Así pues, la leyenda más
divulgada sobre Mario Vargas Llosa es verdad: es un trabajador
infatigable</b></span>, y gracias a ello ha llevado a cabo la obra que la academia
sueca consideró merecedora del Nobel, en 2010, pero sobre todo ha
conseguido, como advertía en una entrevista de 1990, después de haber
perdido las elecciones presidenciales a las que concurrió en Perú, <span style="color: red;"><b><i>“huir
de la pena”</i></b></span>. Pues <b>todo escritor, por feliz que parezca, y aunque
parezca indestructible y lo ataquen además por parecer feliz, y este es
el caso, tiene en el fondo de su alma el material, que no es pluma ni
papel ni mesa, inasible del que se agarra para narrar qué pasa o qué le
pasa: la melancolía…</b> De cerca, y leyéndolo, a Vargas Llosa se le puede
advertir esa realidad de su espíritu, pero muchos de sus críticos la
borran, para quedarse con un tópico que les conviene y que forma parte
de otra leyenda, la falsa: que el autor de <i>La civilización del
espectáculo</i> es un tipo arrogante y fatuo que desde hace mucho tiempo
carece de sencillez. Eso es mentira; algunos cruzados intentamos, con
éxito desigual, desmentir esa imagen, pero como conviene a los que la
inventaron sigue su curso con el beneplácito (y la malevolencia) de los
que la alientan. Digámoslo una vez más: si te encuentras con él, en una
exposición, en la cola del cine, en la biblioteca donde escribe o en el
café donde toma notas, es probable que termines siendo interrogado por
él, sobre tu trabajo, sobre tus aficiones, sobre tu procedencia; y si
algún colega suyo, un chiquillo que quiera escribir un libro y quiera
una ayuda o un consejo, se dirige a él, en la presentación de un libro,
en una firma, o en cualquiera de las otras circunstancias que ya se
indicaron, es más que posible que al fin parezca que el principiante es
el novelista de <i>Conversación en La Catedral</i>… Como esto es verdad, pues
no se ha abierto paso con éxito. Pero lo digo otra vez por si alguno
termina dando crédito a este desmentido de una leyenda falsa de toda
falsedad. En todo caso, digamos que cuando fui a cumplir el encargo de Ñ de
conversar con él sobre su último libro tan polémico sobre la
banalización de la cultura ya se había ocultado el sol (casi), el
escritorio lo tenía lejos, <b>leía la prensa extranjera (por la mañana
temprano lee la prensa del país donde esté, y estaba en Madrid) y
escuchaba a Glenn Gould interpretando a Bach</b>… Aquí, un inciso para los
incrédulos: ¿quién, hoy, en su sano juicio, y en estado adecuado de
vanidad cultural, diría que no conoce a Glenn Gould? Pocos, y gente de
la cultura, tan dada a conocerlo todo antes de conocerlo, muchos menos.
Pues mientras hablábamos ante el micrófono lo dijo Vargas Llosa: <b>nunca había
escuchado a Glenn Gould… Más allá, en la conversación, confesó que no
había leído hasta ahora el Gibbon, que es como el chocolate de todos los
desayunos de los que hablan hoy del devenir de la civilización…</b> Son
pequeños detalles de los que él no hace alarde... Porque, lo quieras o
no, lo leas o no, estés de acuerdo con él o no, Vargas Llosa no anda en
la vida ni presumiendo ni con otras pamplinas. Pero, ¿a quién le
explicas esto si el mundo está lleno de lugares comunes y a él le
llueven generalmente diluvios de tópicos que nunca trató de atajar?
Porque los tópicos lo agarran siempre trabajando, y esa es la leyenda
más verdadera. </span><em></em></h4>
<h4 style="text-align: justify;">
</h4>
<h1 style="text-align: justify;">
<span style="color: red;">Mario Vargas Llosa: “Los bárbaros ahora somos nosotros”</span></h1>
<h2 style="text-align: justify;">
<i><span style="font-size: small;"><span style="font-weight: normal;">El uso amoral de ciertos avances tecnológicos y los
peligros que esto conlleva para la democracia, el periodismo, la
lectura, la identidad individual o la cultura cada vez más banalizada,
son algunas de las amenazas que el Premio Nobel peruano subraya en esta
extensa charla que mantuvo en su casa de Madrid con el periodista y
novelista español Juan Cruz Ruiz.</span></span></i><br />
</h2>
<div class="mt bb-article-body" style="text-align: justify;">
En marzo de este año, cuando cumplía 76 años, el combativo novelista de <i><strong>La ciudad y los perros</strong></i>
, Mario Vargas Llosa, removió, con la autoridad de un Nobel pero
también con la fuerza de un guerrillero que previene contra la
banalización de la cultura, las aguas que dicen sí a todos los efectos
de cualquier renovación tecnológica. Su libro <i><strong>La civilización del espectáculo</strong></i>
(Alfaguara, 2012) fue recibido en medio de la crisis de los medios y
de los instrumentos clásicos de la cultura, la literatura, la música,
las artes plásticas, y fue visto como la intromisión de un defensor de
lo clásico frente a la irrupción inevitable de un mundo nuevo. Vargas
Llosa arrostró las críticas, puso en remojo los elogios (no es, y es
raro entre escritores, el vanidoso que algunos pintan) y se dispuso a
proseguir su lucha por advertir que él no está diciendo nada contra los
avances tecnológicos, sino contra la perversión que el uso de las nuevas
tecnologías pone en manos de vividores a tiempo completo de los
beneficios que da la banalización rampante de la cultura. En eso sigue, y
meses después regresa a su libro para destacar algunos de los elementos
en que basa la vigencia de sus convicciones. El dice que ahora somos
nosotros los bárbaros que queremos hacer de la cultura un fenómeno que
se diluya en medio de la trituradora del consumo veloz.<br />
<br />
<strong>Dijiste
que tu libro, “La civilización del espectáculo”, era también un libro
de las desapariciones, de las cosas que se suponía que podían
desaparecer: el libro, la música, los derechos de autor… </strong><br />
<br />
…la
desaparición de la identidad. Ahora he publicado en mi columna
quincenal en el diario <b><i>El País</i></b> un artículo en el que justamente hablaba
de la identidad perdida. La evolución tecnológica ha venido acompañada
de un desplome absoluto de toda forma de valores y de moral, y está
acabando con cosas que parecían absolutamente invulnerables, entre ellas
la identidad personal.<br />
No sé si has visto en <b><i>The New Yorker</i></b> una
carta de Philip Roth, una carta abierta a Wikipedia. Cuenta que él
descubrió cómo Wikipedia describía su novela <i><strong>La mancha humana</strong></i>
de manera totalmente equivocada porque decía que estaba inspirada en
la vida de un crítico de The New York Times. Y él explica en su artículo
que no es así, que apenas vio a ese señor una vez, que no sabía nada de
su vida personal y que la novela estaba basada en un íntimo amigo suyo
al que le ocurrió todo aquello. Wikipedia le contestó que todo autor
tiene derecho a hablar sobre su libro pero que mientras no hubiera otras
fuentes secundarias que corroboraran lo que él decía, iban a mantener
lo que ya habían publicado. Por tanto, Philip Roth ha quedado totalmente
disociado de poder opinar sobre su libro porque <b>Wikipedia llega a
millones de millones de personas y da una versión de él mismo que está
en contradicción flagrante con lo que él cree ser, pero no tiene el peso
suficiente como para poder contrarrestar esa especie de fuerza
torrencial que es la tecnología. Es un síntoma interesantísimo de cómo
hoy en día puedes ser despojado de tu identidad y quedar en la
impotencia más absoluta frente a eso.</b><br />
<br />
<strong>Te ha pasado a ti.
Tú nunca has tenido Twitter. Y muchas veces Twitter ha reproducido cosas
que tú has dicho en ese sistema de 140 caracteres.</strong><br />
<br />
En una <strong> Piedra de toque</strong>
cuento que una señora me felicitó en una calle de Buenos Aires por
otro artículo sobre la mujer que yo jamás he escrito, pero pensé que se
trataba de una equivocación, que ella creía que yo era otra persona.
Después resulta que me descubren ese artículo, de una cursilería
absolutamente estridente, y no hay manera de que yo niegue a la fuente y
de que sepa quién ha falsificado y usurpado mi nombre. Meses después
aparece en Internet una diatriba de un mal gusto pestilencial contra los
argentinos, que también me atribuyen a mí, algo que yo nunca he escrito
y que es absolutamente perverso porque recoge cosas que efectivamente
yo he dicho (críticas a Cristina F. de Kirchner, por ejemplo) y lo adoba
con insultos y me hace decir vulgaridades espantosas. ¿Qué puedes hacer
frente a eso? Absolutamente nada, ni siquiera hay manera de llegar a la
fuente porque quien te inventa una calumnia semejante lo lanza desde un
cibercafé cualquiera, no lo lanza desde su propio ordenador.<br />
Hemos
llegado a una situación en la que uno puede ser despojado de su
identidad y le puede ser impuesta otra absolutamente distinta a través
de una tecnología completamente amoral. Por una parte se utiliza de
manera formidable para aumentar la comunicación y para combatir las
censuras, pero por otra es utilizada por pillos, por gente amoral que la
convierten en un arma destructiva terrible.<br />
Creo que este es un
problema cultural, no es un problema de pura delincuencia o
criminalidad, hay detrás una cultura que no sólo permite estos fraudes
sino que de alguna manera los alienta y los atiza porque son formas
extremas, y por supuesto depravadas, de diversión, de entretenimiento.<br />
<br />
<strong>Cuando
publicaste tu libro hace unos meses dijiste que no habías hecho un
libro pesimista sino preocupado. Lo que ocurre es que la realidad… </strong><br />
…
va agravando el fenómeno, tiene unas manifestaciones mucho más
peligrosas de lo que parecía. Por ejemplo, en el campo del periodismo es
clarísimo. Por un lado los periódicos serios, o que tratan de serlo,
van siendo derrotados por un mercado que simplemente los margina, los
acorrala o los mata. Y lo que queda es un tipo de periodismo que halaga
los peores instintos porque encuentra una supervivencia en el mercado.<br />
Me
parece absolutamente trágico porque el periodismo ha sido una de las
manifestaciones culturales más importantes para la formación de una
sociedad y si lo que finalmente lee el gran público es la prensa
amarilla, lo escandaloso, la prensa chismográfica, ¿cuál es el futuro de
una sociedad formada con ese tipo de alimentos “intelectuales”? Es
inquietante.<br />
<br />
<strong>Un síntoma mayor es esa noticia de que Newsweek desaparece… </strong><br />
…y sólo queda la edición digital.<br />
<br />
<strong>Tú
advertías de que el sistema de comunicación digital está sometido a
ataques y pirateos y que el papel sigue siendo un sustento mucho más
serio. </strong><br />
Además, no creo que sea cierto que el soporte no
tenga un efecto sobre el contenido. En un momento de transición sí,
cuando estás trasvasando los contenidos del papel a la pantalla, puedes
pasar contenidos que tengan el mismo rigor, la misma profundidad que
tenían en el papel. Pero cuando las pantallas y las tabletas hayan
derrotado directamente al libro y se escriba directamente para las
pantallas, creo que el contenido va a experimentar el mismo proceso que
han experimentado los contenidos de la televisión, se van a simplificar y
a banalizar para alcanzar al mayor público posible y ganar el mercado,
simplemente.<br />
<br />
<strong>Y para desconcentrar. Decías que las redes
sociales, Internet en general, contribuyen a la desconcentración de la
época y que la falta de lectores viene de ahí.</strong><br />
Claro,
porque hay más espectadores. Esta es una cultura que crea espectadores
más que lectores. No creo que la imagen y la palabra sean la misma cosa,
no creo que tengan la misma función. La imagen entretiene mucho, es a
veces mucho más intensa que la palabra, pero muchísimo más efímera y no
estimula el esfuerzo intelectual para nada, al contrario. Mientras que
la palabra, como tienes que traducirla y convertirla en conceptos y
articular los conceptos dentro de un argumento, tienes un trabajo
intelectual que te hace participar de la creatividad de cualquier objeto
literario o artístico.<br />
La pura imagen no tiene ese efecto, afecta
muy intensamente a la emotividad, los sentimientos, los instintos, pero
no a la razón, tiende más bien a embotarla. Puede ser enormemente
entretenida, sin ninguna duda, pero no creo que de la imagen resulte un
ciudadano con espíritu crítico, con imaginación o con una sensibilidad
que puedas llamar disconforme o díscola. Creo que la imagen tiende a
crear públicos muchísimo más conformistas y pasivos y ese es para mí uno
de los aspectos inquietantes de la nueva orientación que tiene la
cultura en nuestro tiempo.<br />
Es verdad que es una cultura más
democrática, como dicen sus defensores, y llega a un público muchísimo
más amplio, sin ninguna duda, pero precisamente llega porque exige
muchísimo menos esfuerzo intelectual. Al mismo tiempo, en lugar de
alentarlo, aleja el espíritu crítico y tiende a crear espectadores. La
sola definición de la palabra significa una cierta aquiescencia
conformista.<br />
Como espectador recibes algo, como lector tienes que
actuar, salir al frente de lo que lees para transformarlo en razones, en
ideas, en sentimientos o emociones. Por eso me parece tan importante
que digamos que las pantallas deben convivir con los libros y no
arrinconarlos y acabar con ellos.<br />
<br />
<strong>Eso afecta directamente a los periódicos.</strong><br />
El
papel no es sólo el papel, el papel para mí es fundamentalmente
palabras que se convierten en conceptos, razones, argumentos y
reflexiones, fuente primordial del conocimiento y de la evolución de una
sociedad hacia formas cada vez más participativas y democráticas. La
cultura del puro entretenimiento y espectáculo no crea ese tipo de
ciudadanos, nos retrotrae un poco a la época del pan y circo, el gran
instrumento que han tenido todas las dictaduras a lo largo de la
historia para tener aplacada y domesticada a la sociedad. Curiosamente
la tecnología está creando unos instrumentos que en un mundo moderno
pueden permitir crear otra vez sociedades completamente conformistas.<br />
<br />
<strong>Dices
en tu libro: “El empuje de la civilización del espectáculo ha
anestesiado a los intelectuales, desarmado al periodismo y sobre todo
devaluado la política, un espacio donde gana terreno el cinismo y se
extiende la tolerancia hacia la corrupción”. La política ha dejado de
ser un fenómeno importante para ser también un fenómeno banalizado...</strong><br />
Y
entretenido. Ese desprecio que hay hacia la política es peligrosísimo.
Puedes decir que anda muy mal, que hay mucha corrupción, sí, todo esto
es cierto pero empezar a despreciarla es acercarse al ideal de toda
sociedad autoritaria. Todos los sistemas autoritarios o totalitarios lo
que quieren es que la sociedad se adocene, sea obediente, esté entregada
a sus ocupaciones profesionales, técnicas y no se ocupe de la política,
que la deje a los políticos, a quienes tienen el poder. Esa es la
negación y desaparición de la democracia.<br />
<span style="color: red;"><b>La democracia no sólo
puede desaparecer por golpes de estado pretorianos, puede desaparecer
también por indiferencia y desprecio a la política y a los políticos.
Convertir a la política en una actividad despreciable es fantástico, es
resignarse a dejar el poder en manos de los vivos, los pillos y los
audaces.</b></span> La creación de lo que es la democracia, que es la
participación, tener unos representantes a los que puedes fiscalizar a
través de la crítica, de las elecciones, o sancionarlos y premiarlos a
través de tu voto se puede depravar extraordinariamente con ese
desprecio a la política que hoy se está extendiendo de manera
impresionante.<br />
Todas las encuestas dicen que hay un desprecio por
la política, que la política es algo cada vez menos respetable y la
verdad es que está siendo así porque atrae cada vez menos a la gente de
mayor talento. Los jóvenes más brillantes generalmente no se orientan
hacia la política, se orientan hacia la economía, la empresa, hacia
profesiones donde pueden tener mayor éxito económico y la política va
quedando en manos de gente menos talentosa, menos preparada, más
mediocre y a veces también menos honesta. Es un fenómeno peligrosísimo y
todo es un problema cultural básicamente, ni siquiera es un problema de
tecnología.<br />
<br />
<strong>También está siendo sustituida por distintas
formas de demagogia y la demagogia reside también en periódicos, en
televisiones o en radio. La demagogia es la falta de respeto por la
razón.</strong><br />
La demagogia ha existido siempre pero lo
importante es que tuviera como contrapartida un sector, a veces muy
amplio, de la sociedad impregnada de una cultura que la defendía contra
la demagogia y que permitía que la razón se impusiera siempre sobre la
pasión. Pero es un fenómeno cultural, si la cultura se desploma porque
se convierte en una forma más de entretenimiento, se banaliza, se
simplifica y se frivoliza, la demagogia puede llegar a reemplazar
enteramente a la democracia… Hay ahí un peligro de decadencia.<br />
Estoy leyendo un libro absolutamente extraordinario, <strong>Historia de la decadencia y caída del imperio romano</strong>
, de Edward Gibbon. Tenía una edición muy bonita y muy antigua, que
compré en Inglaterra, pero como no puedo leer sin anotar y sin subrayar
no quería estropearlo y por eso he estado años sin leerlo hasta que
finalmente he encontrado una edición subrayable. Es extraordinario,
desde el punto de vista literario por la maravillosa descripción de lo
que es una sociedad que entra en un periodo de decadencia. He leído unas
200 páginas y con verdadero horror veo las semejanzas y similitudes con
la sociedad de nuestros días. El desplome de los valores por ejemplo,
que él describe maravillosamente bien, cuando ya no existe esa jerarquía
entre las cosas que están muy bien vistas, aceptables, no aceptables o
execrables, perfectamente claros para los romanos pero que en un momento
dado empiezan a dejar de serlo y comienza a haber una confusión
absoluta de esos valores.<br />
Detrás de esto lo que viene es una
especie de putrefacción que va cubriéndolo todo poco a poco, que tiene
su vértice en el poder pero que llega hasta los estratos más alejados
del mismo y es lo que va debilitando tremendamente al Estado. Y al
final, simplemente, la invasión de los bárbaros. Es un libro fascinante
para leer en esta época.<br />
<br />
<strong>Estamos ya en el tiempo de la invasión de los bárbaros.</strong><br />
Los
bárbaros ahora somos nosotros, eso es lo terrible. El bárbaro que todos
llevamos dentro, como decía Bataille: “<span style="color: red;"><b>El ser humano es una jaula de
ángeles y de demonios”</b></span>. A veces prevalecen los ángeles pero ahora,
claramente, prevalecen los demonios.<br />
<br />
<strong>En tu libro, aunque
como decía Víctor de la Concha es “un manifiesto moral” en el que
muestras tu combatividad habitual, te paras y dices: “Lo peor es que
probablemente este fenómeno [la banalización de la cultura] no tenga
arreglo y lo que yo añoro sea polvo y cenizas sin reconstitución
posible”. Hoy, leyendo lo de la desaparición de Newsweek, me dije: se
cumple la profecía de Mario. </strong><br />
¡Esperemos que sea una
profecía equivocada! Lo importante es estar convencido de que la
historia no está escrita, que puede cambiar y que depende enteramente de
nosotros. Si llegamos a ser conscientes de que ese proceso puede ser
trágico para la humanidad, reaccionamos y cambiamos la orientación, es
perfectamente posible. Lo que no veo son muchos síntomas de querer
rectificar esa orientación sino al contrario, hay una especie de
abandono del espíritu crítico, ese espíritu crítico tan importante para
que la cultura tome otro sesgo, empiece a renovarse a sí misma, a
rejuvenecer y a cobrar otro tipo de ímpetu.<br />
Desgraciadamente yo no
lo veo, quizá esté ahí pero yo no percibo esos síntomas sino un gran
conformismo respecto a lo que está ocurriendo, y lo percibo al mismo
tiempo con mucha inquietud y desesperación porque la situación es muy
difícil, con terribles sacrificios que hacen que la gente esté abrumada y
desconcertada. Pero al final, lo que mejor te permite enfrentar ese
tipo de desafíos es la cultura, te da unas armas para enfrentarte a
ellos de una manera más creativa. Creo que enfrentar la crisis con el
caos o la anarquía no resuelve los problemas.<br />
<br />
<strong>Decías que
las sociedades totalitarias siempre vieron la cultura como una amenaza o
un peligro. Lo que es extraordinario es que la sociedad democrática ha
hecho exactamente lo mismo.</strong><br />
Exactamente. Y de una manera
no premeditada, esto no ha sido premeditado por nadie, ha habido una
evolución que nos ha ido empujando en una dirección en la que estamos
sacrificando las mejores conquistas de la humanidad, la libertad, la
democracia, la creación de un individuo más o menos soberano que puede
elegir su propio destino… Todas estas son las grandes conquistas de la
cultura y fundamentalmente de la occidental, no hay que tener complejos y
decirlo.<br />
De pronto todo esto está siendo amenazado desde dentro
por fenómenos que tienen que ver curiosamente con el progreso, el gran
progreso tecnológico que ha traído beneficios admirables, pero al mismo
tiempo con el desplome de cosas muy importantes que sujetaban, que eran
una especie de armazón invisible del progreso de la sociedad. Lo puedes
llamar de distintas maneras pero básicamente creo que son valores,
jerarquías, órdenes de prelación que tienen que ver con la conducta y
con ciertas actitudes de respeto que han empezado a descalabrarse de una
manera casi insensible hasta que de pronto nos hemos encontrado con que
ya están ahí.<br />
Es lo que ha ocurrido con España, un país que había
deslumbrado al mundo por la sabiduría de una transición pacífica, tan
rápida que convierte a un país pobre en un país próspero, a una
dictadura en una democracia moderna y de pronto, de la noche a la
mañana, se ve envuelta en una crisis que no entendemos. ¿Qué ha pasado
en este país que es un ejemplo para que el ejemplo derive en una crisis
espantosa que parece no tener fondo? No encuentras explicación, nadie lo
explica, todas las explicaciones son superficiales o coyunturales, pero
una explicación profunda de qué es lo que ha pasado con España no la da
absolutamente nadie. Yo no la he encontrado.<br />
<strong>Has declarado que quizá seguir leyendo, leer a Proust, a Gide, a Kant, a Popper… </strong><br />
...o a Borges… <br />
<strong>O
a Borges…, sirva para que la sociedad del futuro, esta sociedad, sea
menos infeliz de lo que es hoy pero que también puede servir para
interpretar qué nos pasa. Si supiéramos más, si leyéramos más, quizá nos
entenderíamos mejor.</strong><br />
Entenderíamos mejor lo que nos pasa
y podríamos reaccionar de una manera más eficiente frente al problema
que vivimos. Para esas cosas sirve la cultura, esa es la gran función de
la cultura, divierte también, por supuesto, cómo no va a divertir leer
un buen libro, ir a ver una exposición o un concierto, pero es que la
función de largo alcance de la cultura era darte respuestas frente a
esas grandes incógnitas de las que está hecha la vida, y para darte por
lo menos una preocupación respecto a esa problemática, lo que ya es una
manera de buscar soluciones a la misma.<br />
Leer buena literatura,
escuchar buena música, ser sensible a las artes plásticas, significaba
que tu horizonte crecía de una manera muy notable, que entendías
muchísimo mejor las imperfecciones humanas, las mediocridades, las
visiones pequeñas o los prejuicios. La cultura te daba esa visión
enriquecedora de la existencia, mejoraba muchísimo tu relación con los
demás y hacía que rompieras ese estrecho caparazón de la ignorancia. Si
la cultura se convierte en pura diversión, en puro entretenimiento, la
función que tenía no la llena nada porque puedes tener una tecnología
avanzadísima que te permite hablar con Nueva Guinea y enterarte al mismo
tiempo de lo que pasa en las Antípodas, pero al final no te arma, te
entretiene pero es pasajero, efímero. Si no preservamos la cultura
“tradicional” va a quedarnos un vacío terrible del que pueden resultar
toda clase de catástrofes.<br />
<strong>Dices que no se puede leer a Flaubert sin darse cuenta de que el mundo está mal hecho.</strong><br />
Así
es. Escuchas una sinfonía de Mahler o escuchas a Bach tocado por Glenn
Gould <span style="color: red;"><b>y descubres lo que es la belleza y también lo que es feo. Son
diferencias muy importantes que mejoran extraordinariamente tu vida.</b></span> Si
eres capaz de percibir la belleza y detectar más rápidamente la fealdad,
educas la sensibilidad de forma extraordinaria y te sirve para todo,
para las relaciones humanas, para que a la hora de enamorarte vivas el
amor de una manera mucho más intensa, más rica, más profunda que hace
que ese amor sea menos superficial y no sólo algo puramente subordinado
al momento del instante.<br />
La cultura abarca todo, abarca
enteramente la vida en sus expresiones mínimas y en las más complejas,
no es una forma de llenar el ocio, no, es algo que tiene efecto directo y
muy profundo en todas las cosas importantes de la vida humana. Creo que
era muy claro en el pasado. Aunque todo el mundo no podía acceder a la
cultura, desgraciadamente, y llegaba a minorías, esas minorías por lo
menos eran muy conscientes de la importancia que tenía.<br />
Esto es lo
que se está perdiendo y creo que muchas de las crisis espantosas que
estamos viviendo, que nos dejan totalmente aturdidos y desconcertados,
vienen de esa carencia, de ese vacío que resulta de convertir la cultura
en un entretenimiento pasajero.<br />
<br />
<strong>Te indignaste con el
proceso de banalización de las artes plásticas. Destacas en tu libro ese
proceso como distintivo de los efectos de la civilización del
espectáculo.</strong><br />
Porque es lo más visible. Ocurre en todos
los campos pero creo que en las artes plásticas es donde el embauque es
más flagrante, donde vividores completamente amorales se convierten de
pronto en las figuras icónicas de la época. Ahí es clarísimo el fraude,
el embuste y el extraordinario papanatismo al que hemos llegado. <br />
Pero
no es un fenómeno que se pueda concentrar en las artes plásticas, se da
prácticamente en todos los ámbitos, en el de la reflexión de la
filosofía, que pasa de una oscuridad que quiere parecer profundidad y no
es más que una trampa, es una oscuridad puramente formal que lo que
disimula es un gran vacío. Esos embustes en este mundo son perfectamente
posibles porque son aceptables, se ha estimulado por el tipo de cultura
que tenemos. <br />
<strong>Es muy adecuada la metáfora de la trampa: la pisas y te caes en el hoyo… </strong><br />
No
solamente eso, es que en el mundo de la cultura la gente parece estar
diciendo: ¡Engáñeme! Y ahí tienes a los estructuralistas que te
responden y te engañan (risas). Si el engaño se vuelve una necesidad,
habrá gente que creará el engaño como producto cultural.<br />
</div>
<h2 style="text-align: justify;">
</h2>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-31884071910640606072012-11-22T08:49:00.000-08:002012-11-22T08:49:11.432-08:00El último sobreviviente operativo del 'boom'<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiB2nUA-Knu_Zh5xT5SMXh-Eg45POQfQkDBeGoAHYbJtgHe-8CtmuA9sQgRW1oCV9Fg1EJ1FIWJZFjhdpLYsRrIZFoZm63a7IzGzlKJqeTMmZIDljM8rZbSpEX9H2uIulA_a9j8P1KaVt6V/s1600/premio_carlos_fuentes_2012.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiB2nUA-Knu_Zh5xT5SMXh-Eg45POQfQkDBeGoAHYbJtgHe-8CtmuA9sQgRW1oCV9Fg1EJ1FIWJZFjhdpLYsRrIZFoZm63a7IzGzlKJqeTMmZIDljM8rZbSpEX9H2uIulA_a9j8P1KaVt6V/s320/premio_carlos_fuentes_2012.jpg" width="320" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
La noche de ayer, Mario Vargas Llosa recibió en México el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria 2012. Al inicio de su discurso se consideró el último sobreviviente <b><span style="color: red;">"operativo" </span></b>del boom, en -me parece- clara alusión a García Márquez, quien sufre del mal de Alzheimer y, por lo que se dijo este año, no volverá a escribir (debido a esta enfermedad y no a una decisión meditada como ocurre en el caso del norteamericano Philip Roth).</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal">
<div style="text-align: justify;">
<span lang="ES-MX">“<i><b>Soy muy
consciente de que esta generosa decisión del jurado se debe, en buena medida, a
ser yo algo así como el último sobreviviente operativo de ese movimiento, grupo
o promoción de escritores que a partir de los años sesenta dio brillo y difusión, por buena parte del mundo, a la narrativa latinoamericana. Me refiero al llamado
boom</b></i>”, dijo el autor de <b><i>Elogio de la madrastra</i></b>.<o:p></o:p></span></div>
</div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<iframe allowfullscreen="allowfullscreen" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/Qqw0Q_UTJ20" width="560"></iframe><br />
Así informa el diario El País de Madrid:<br />
<br />
<br />
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">La primera alusión la hizo Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua: <b><a href="http://elpais.com/tag/mario_vargas_llosa/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">“Vargas Llosa</a> ha criticado todas las dictaduras, perfectas o imperfectas”. </b>Labastida lo miró con complicidad y el escritor peruano se sonrió. Más tarde cerró el acto el presidente de México, Felipe Calderón, que fue directo al grano y recordó la célebre <a href="http://elpais.com/diario/1990/09/01/cultura/652140001_850215.html" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">definición que hizo Mario Vargas Llosa en 1990</a> del antiguo gobierno del PRI: “La dictadura perfecta”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">El premio Nobel de Literatura no estaba ayer en Ciudad de México para hablar de aquellas palabras. Estaba allí para recoger el primer <a href="http://cultura.elpais.com/cultura/2012/10/15/actualidad/1350319435_905315.html" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">Premio Carlos Fuentes,</a> creado en nombre del escritor mexicano fallecido en mayo. Vestido con un traje oscuro y con una corbata morada, peinado con su característica onda de pelo cano plateado sobre la frente, Vargas Llosa sacó de un portafolios negro un buen número de hojas y ofreció un largo discurso en el que contó su relación con <a href="http://elpais.com/tag/carlos_fuentes/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">Fuentes,</a>explicó la importancia de este autor en el <em>boom</em> de la literatura latinoamericana en los años sesenta y tan solo en un tramo de referencias históricas mencionó de pasada “el largo predominio del PRI”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Pero el presidente sí hizo hincapié en aquellas palabras. “Mágicas palabras”, dijo, “que sonaron fuertes y estridentes, como cuando se rompe un gran cristal”. En uno de sus últimos actos antes de dejar el poder de nuevo en manos del <a href="http://elpais.com/tag/pri_partido_revolucionario_institucional_mexico/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">PRI</a> el uno de diciembre, Calderón, del <a href="http://elpais.com/tag/pan_partido_accion_nacional/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">PAN,</a> ensalzó la histórica sentencia de Vargas Llosa, o “Don Mario”, como le llamó durante su discurso. Calderón dijo que aquellas famosas palabras “retumbaron” tanto que cambiaron a México.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<strong><span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Carlos Fuentes y el 'boom'</span></strong></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Antes de que Calderón hiciese resonar el eco de la crítica de Vargas Llosa al PRI del siglo pasado, el escritor, de 76 años, había leído un texto en el que con sentido del humor comenzó calificándose a sí mismo como el “último superviviente operativo” del <em>boom</em> de la novela de América Latina.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Vargas Llosa recogió el guante del cincuenta aniversario del inicio de aquel fenómeno literario y se ocupó de precisar la influencia de Carlos Fuentes en este movimiento. Aunque primero contó cómo vio al autor mexicano por primera vez en su vida: “Empinado sobre una mesa, zapateando y creo que hasta cantando un corrido a voz en cuello y con algunos gallos”. Era el año 1962. Vargas Llosa, con sus impecables modales, aclaró que aquello había sido “insólito” para la forma de ser de Fuentes: “él no solía dar ese género de espectáculos. Por el contrario, cuidaba mucho las formas, la elegancia y el esmero en el hablar, el actuar y el vestir”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Citada aquella “noche de tequila, mariachis y efusiones”, Mario Vargas Llosa se centró en la parte seria del asunto. Afirmó que Fuentes fue tal vez el principal promotor del <em>boom</em> latinoamericano tanto en su difusión como en su cohesión. “Se esforzó para acercarnos y amigarnos, hacernos sentir parte de una aventura intelectual común y para que nuestros libros rompieran el confinamiento al que hasta entonces estaban condenados casi todos los escritores latinoamericanos”. El novelista peruano elogió la decisión con la que Fuentes, “un escritor universal”, luchó por exportar una imagen de la literatura de América Latina que no fuese la de una región “pintoresca y bárbara, de dictadores, revolucionarios, mambos y rumberas”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Vargas Llosa también subrayó la tenacidad de trabajo de Fuentes. Según contó, otro de los puntales del <em>boom</em>, el colombiano <a href="http://elpais.com/tag/gabriel_garcia_marquez/a/" style="border-bottom-color: rgb(222, 42, 112); border-bottom-style: dotted; border-bottom-width: 1px; color: #de2a70; outline: none; padding: 2px 0px 1px; text-decoration: initial;" target="_blank">Gabriel García Márquez</a> solía bromear con la productividad del mexicano: “Y eso que teclea la máquina de escribir con un solo dedo, que si lo hiciera con los diez…”.</span></div>
<div style="background-color: white; font-size: 14px; line-height: 20px; margin-bottom: 15px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">En el discurso del Nobel hubo una mención detallada de la relevancia de una de las principales novelas de Fuentes, <em>La región más transparente.</em> Para Vargas Llosa este libro de 1958 fue “el anunciador del <em>boom”.</em> En su opinión fue “la primera novela latinoamericana que rompió el aislamiento”, aunque se suela decir que la obra que detonó el fenómeno literario latinoamericano fuera <em>La ciudad y los perros,</em> del propio Vargas Llosa.</span></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-84864749518956816542012-11-17T17:24:00.000-08:002012-11-17T17:26:51.497-08:00Los generales y las faldas<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBxefJkIBBvtK3BXzElipsbGgdsjFv0SxS92BFMeKwHVGRXnFdIqx62-T8-xRRcxjKlwTmcbRBlxyNl4GDuY3cF2jgUHLAlTxbdd28_WC-380_lG0XPklMjK80hTDXeipv1_X99ISZd_Q/s1600/David_H._Petraeus_2008.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBxefJkIBBvtK3BXzElipsbGgdsjFv0SxS92BFMeKwHVGRXnFdIqx62-T8-xRRcxjKlwTmcbRBlxyNl4GDuY3cF2jgUHLAlTxbdd28_WC-380_lG0XPklMjK80hTDXeipv1_X99ISZd_Q/s400/David_H._Petraeus_2008.jpg" width="337" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><h1 class="firstHeading" id="firstHeading" style="background-image: none; border-bottom-color: rgb(170, 170, 170); border-bottom-style: solid; border-bottom-width: 1px; font-size: 1.6em; font-weight: normal; line-height: 1.2em; margin: 0px 0px 0.1em; overflow: hidden; padding-bottom: 0px; padding-top: 0px; text-align: center;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;"><span dir="auto">David H. Petraeus.</span><span style="background-color: white; line-height: 19.200000762939453px;"> Hasta hace poco fue Director de la </span><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Agencia_Central_de_Inteligencia" style="background-color: white; background-image: none; color: #0b0080; line-height: 19.200000762939453px; text-decoration: initial;" title="Agencia Central de Inteligencia">Agencia Central de Inteligencia</a><span style="background-color: white; line-height: 19.200000762939453px;"> (CIA). P</span><span style="background-color: white; line-height: 19.200000762939453px;">resentó su dimisión como director de la Agencia tras descubrirse una relación extramatrimonial.</span></span></h1>
</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La CIA, el FBI y los más altos jerarcas militares de los
Estados Unidos están descubriendo sólo ahora lo que cualquier lector de
literatura ha sabido desde siempre: que una amante celosa es de temer y puede
provocar grandes catástrofes.<o:p></o:p></span></div>
<div style="background-color: white; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Estos son,
hasta ahora, los hechos conocidos del extraordinario culebrón que remece al
país más poderoso de la tierra. La señora Jill Kelley, una vistosa morena,
esposa de un respetado cardiólogo de Tampa (Florida), empezó a recibir hace
algunos meses unos e-mails anónimos amenazantes, acusándola de coquetear con el
general David H. Petraeus, jefe de la Agencia Central de Inteligencia y el
militar más condecorado, distinguido y admirado del país. Uno de los e-mails
responsabilizaba a la señora Kelley de haber “tocado” al general por debajo de
la mesa. Alarmada con este hostigamiento, la señora Kelley alertó<span class="apple-converted-space"> a un agente del FBI, que era su amigo y que,
sea dicho de paso, acostumbraba enviarle fotos cibernéticas con el pecho
desnudo y luciendo sus bíceps. El agente informó a sus jefes y el FBI inició
una investigación a resultas de la cual descubrió que la anónima fuente de los
e-mails era la señora Paula Broadwell, también esposa de médico, madre de dos
hijos, antigua reina de belleza, campeona deportiva en la Academia Militar de
West Point, con una maestría en Harvard y autora de una ditirámbica biografía
del general Petraeus.<o:p></o:p></span></span></div>
<div style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span class="apple-converted-space">I</span>nterrogada
por los agentes del FBI, Paula reconoció los hechos y entregó su ordenador a
los investigadores. En él estos descubrieron documentos clasificados relativos
a la seguridad nacional y abundantes e-mails del general Petraeus a Mrs.
Broadwell de, señala el informe, “exaltada sexualidad”. La dama en cuestión
negó que hubiera recibido esos documentos secretos del jefe de la CIA, pero
reconoció que ambos habían sido amantes. Los investigadores entrevistaron al
general quien, negando también categóricamente haber suministrado información
confidencial a su biógrafa, admitió el adulterio. (Paula Broadwell viajó seis
veces a Afganistán, documentándose para su biografía, cuando el general
Petraeus era allí el jefe militar de todas las fuerzas de la OTAN). Aunque no
se haya podido probar falla alguna en el ejercicio de sus funciones como
consecuencia de su relación con Paula Broadwell, el general Petraeus renunció a
su cargo, el Presidente Obama aceptó su renuncia y, de la noche a la mañana,
una de las figuras más prestigiosas de Estados Unidos y poco menos que un ídolo
para los oficiales y reclutas de sus Fuerzas Armadas, quedó desacreditado,
bañado en la mugre de la prensa escandalosa y, probablemente, con un serio
contencioso conyugal por resolver.<span class="apple-converted-space"><o:p></o:p></span></span></div>
<div style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Esta es sólo una de las ramas de la historia. Porque ésta se
bifurca, a partir de su punto de partida, es decir, de Mrs. Jill Kelley, la que
recibía los anónimos belicosos de la amante celosa. Cuando los investigadores
del FBI la entrevistaron, Jill accedió a entregarles su ordenador, y, allí,
aquellos se encontraron un tesoro chismográfico-sexual de proporciones
ciclópeas: decenas de miles de e-mails de picante retórica enviados a Jill nada
menos que por el general John Allen, que desde hace año y medio sucedió al
general Petraeus como Comandante en Jefe de las fuerzas militares en Afganistán
y a quien el Gobierno de Estados Unidos había propuesto para ser el próximo
comandante supremo de la OTAN (esta propuesta ha sido suspendida a raíz del
escándalo). El Ministerio de Defensa, que investiga estos e-mails, los califica
provisionalmente de “indebidos e impropios”.<o:p></o:p></span></div>
<div style="background-color: white; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">El general
John Allen, un marine lleno de condecoraciones y de guerras a cuestas, ha
negado haber tenido jamás relaciones adúlteras con la señora Kelley y sus
amigos y defensores alegan que el general lo más que se permitía, en estos
intercambios cibernéticos con Jill, eran picardías verbales. Esto, si es
verdad, en vez de exonerarlo, agrava su culpa y demuestra que, aunque no sea un
adúltero, sí es, sin la menor duda, un cacaseno. Porque, según<span class="apple-converted-space"> </span><em>The
New York Times</em><span class="apple-converted-space"> </span>de
esta mañana (14 de noviembre), el número de páginas de los textos requisados de
la computadora de la señora Jill Kelley que proceden del general Allen oscila
entre “20 mil a 30 mil páginas”. Yo me paso la vida escribiendo y sé el tiempo
que toma redactar una página. Para borronear de 20 a 30 mil el general Allen,
aunque escribiera con la velocidad del viento que se atribuye a Alexander
Dumas, debe haber dedicado varias horas diarias de los 16 meses que lleva en
Afganistán. ¡Y lo hacía sólo para matar el tiempo y provocar sonrisas y algún
sonrojo a una dama a la que ni siquiera amaba! No me extraña que la guerra en
Afganistán ande como anda, que cada día los fanáticos talibanes cometan
atentados más exitosos. Pero lo que es desolador es que a diario caigan
víctimas de esos horrores tantos jóvenes soldados enviados allí por los Estados
Unidos y sus aliados a defender unas ideas y unos valores que ciertos jerarcas
militares parecen tomar muy poco en serio.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; background-position: initial initial; background-repeat: initial initial; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><b>Siempre me ha impresionado en los países de tradición
protestante y puritana, como Inglaterra y Estados Unidos, la exigencia de que
las figuras públicas no sólo cumplan con sus deberes oficiales sino, además,
sean en su vida privada ejemplos de virtud. Escándalos como el que protagonizó
el Presidente Clinton con la famosa becaria de la Casa Blanca, que estuvo a
punto de ser depuesto por ello de su cargo, serían poco menos que imposibles en
la mayor parte de los países europeos y no se diga en los latinoamericanos,
donde se suele diferenciar claramente la vida privada de los políticos de su
actuación pública. A menos que la incontinencia y los desafueros del personaje
repercutan directamente en su función oficial, aquella se respeta y
presidentes, ministros, parlamentarios, generales, alcaldes lucen a veces a sus
amantes con total desenfado puesto que, ante cierto público machista, ese
exhibicionismo, en vez de desprestigiarlos, los prestigia. </b>Pero ahora, gracias
a la gran revolución audiovisual y cibernética, lo privado ya no existe, en
todo caso nadie lo respeta, y transgredirlo es un deporte que practican a
diario los medios de comunicación ante un público que ávidamente se lo exige.
Desde que estalló este escándalo, las televisiones, las radios, los periódicos
y no se digan las redes sociales explotan lo ocurrido de una manera incesante y
frenética, hasta la náusea. Esto es la civilización del espectáculo cruda y
dura, vomitando insidia a raudales por supuesto, pero, también, hay que
reconocerlo, sometiendo al sistema a una autocrítica despiadada, implacable,
mostrando la fragilidad que esconde detrás de su aplastante poderío, y cómo las
miserias y debilidades humanas encuentran siempre la manera de enquistarse en
los reductos que parecen mejor defendidos contra ellas.<o:p></o:p></span></div>
<div style="background-color: white; line-height: 10pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">¿Qué
conclusiones sacar de esta historia? Que ella tiene para rato y que mucha gente
sacará buen partido del interés enorme que despierta en el gran público. Habrá
libros, números especiales de revistas, programas de televisión y películas que
la aprovechen. Es seguro que la biografía del general David H. Petraeus escrita
por Paula Broadwell entrará en las listas de libros más vendidos y acaso la
haga rica. Apuesto que Jill Kelley será tentada por algún editor oportunista
para que escriba su propia versión de la historia (que ni siquiera tendrá que
escribir ella misma, pues lo hará por ella un polígrafo profesional que la
aderezará con todos los condimentos adecuados para que parezca —sólo parezca—
más pecaminosa y grave de lo que fue). Si el libro tiene éxito, servirá para
que el señor y la señora Kelley amorticen sus deudas, pues una de las cosas que
este escándalo ha sacado a la luz, es que los negocios de la pareja están al
borde de la ruina. Probablemente el general John Allen se quedará sin el
formidable nombramiento que iba a convertirlo en el comandante supremo de la
OTAN. Su caso no me apena para nada y no creo que las fuerzas militares del
mundo libre perderían con él a un gran estratega. En cambio, el caso del
general Petraeus sí es trágico. Ha sido un gran militar, con una hoja de
servicios impecable y que consiguió algo que parecía imposible: darle la vuelta
a la guerra de Irak en la última etapa y permitir que Estados Unidos saliera de
esa trampa diabólica si no victorioso, por lo menos airoso. Un “error de
juicio” que duró cuatro meses lo ha hundido en la ignominia y, si es recordado
en el futuro, no lo será por todas las guerras en que se jugó la vida, ni por
las heridas que recibió, ni por las vidas que ayudó a salvar, sino por una
furtiva aventura sexual.<o:p></o:p></span></div>
<div class="notapie" style="background-color: white; line-height: 9pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="color: #666666;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">©
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL
PAÍS, SL, 2012.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="notapie" style="background-color: white; line-height: 9pt; margin: 0cm 0cm 7.5pt; text-align: justify;">
<span style="color: #666666;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">©
Mario Vargas Llosa, 2012.</span><span style="font-family: Arial; font-size: 6pt;"><o:p></o:p></span></span></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-56813407157742636772012-11-07T13:03:00.000-08:002012-11-07T13:03:42.051-08:00El canon del boom<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.youtube.com/embed/P7bncBbya1M?feature=player_embedded' frameborder='0'></iframe></div>
<br />
<div class="cab-entrada estirar" style="background-color: white; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 12.800000190734863px; line-height: 15px; margin: 0px 0px 8px; padding: 0px 0px 10px;">
<div class="autor vcard author" style="font-size: 11px; line-height: 11px; text-align: right;">
<b>Por: <span class="fn" rel="author">Juan Cruz</span> <span class="date-header date-int updated" style="color: #334ebe;" title="2012-11-06T10:10+02:00">| <span class="day">06</span> de <span class="month">noviembre</span> de <span class="year">2012</span></span></b></div>
</div>
<div class="entry-content estirar" style="background-color: white; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 12.800000190734863px; line-height: 15px; margin: 0px; overflow: hidden;">
<div class="entry-body estirar" style="font-size: 14px; line-height: 18px;">
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
Mario Vargas Llosa tiene una técnica muy propia, y muy reconocible, de hacer discursos. Se sitúa ante el atril, si lo hay, simula mentalmente que tiene delante un papel, un folio o una tarjeta, y <b>se lanza a hablar como si mirara a un punto fijo, hacia el horizonte o hacia atrás. No hay papel alguno, ni tarjeta. Desde ese vacío pronuncia sus palabras, que a veces duran diez minutos, un cuarto de hora o 45 minutos, que es, con altibajos, su marca más habitual</b>.</div>
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
En Estocolmo, cuando recibió el Nobel en 2010, Vargas Llosa habló durante 45 minutos, y anoche, ante "los escritores embarazados" (así los llamó Armas Marcelo, director de la Cátedra Vargas Llosa) que concurren en la Casa de América y en muchas universidades españolas a la celebración del medio siglo del boom, habló también durante ese tiempo ante un atril vacío y ante cientos de personas entre las cuales estaban (como cuenta la crónica de Silvia Hernando en El País) los príncipes de Asturias...</div>
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
Hay muchos discursos que el autor de <em>La ciudad y los perros</em> (cuyo sonido dio inicio al boom hace medio siglo) ha hecho así a lo largo de ese tiempo. El de Estocolmo lo hizo leyendo, y ahí lloró cuando habló de Patricia, su mujer, pero aquí se lanzó al vacío en el que encontró recuerdos que no le hicieron llorar pero que seguramente lo aventuraron, a veces, en una melancolía infinita, pues en 45 minutos contó toda una vida de relaciones, de amistades y de rupturas, generacionales, amistosas o políticas, que han marcado a la gente de su tiempo con uno de los estigmas contemporáneos más sobresalientes, las consecuencias de la desilusión cubana.</div>
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
Ese periodo, señalado desde La Habana por el caso Padilla y sus huellas desastrosas en la experiencia de la revolución que habíamos escrito con mayúsculas, fue un punto de inflexión y en seguida un punto y aparte en la historia personal del boom para muchos de ellos. Antes, América Latina se había reconocido a sí misma, desde el exterior muchas veces, gracias a los escritores que acompañaron en el viaje del boom a lectores cada vez más sorprendidos de la capacidad que tiene la literatura para contar mundos que no existen pero que están en este.</div>
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
Entre esos escritores, el propio Vargas Llosa; él fue desgranando experiencias con sus contemporáneos, desde Julio Cortázar, el primero al que conoció, hasta Gabriel García Márquez, con el que alguna vez quiso escribir un libro a cuatro manos, proyecto que se quedó en las manos de cada uno; Fuentes, que fue el más activo de todos ellos, ideó un proyecto: que cada uno escribiera la novela del dictador de cada uno de sus países... No lo hicieron, pero cada uno, es cierto, y a su manera, hizo la novela de un dictador... El recuento de Vargas Llosa (como diría Donoso, su historia personal del boom) se extendió a escritores como Guillermo Cabrera Infante, con quien tuvo una entrañable relación amistosa y cuyos Tres tristes tigres fueron una celebración de la vida y de la risa de la noche en La Habana. </div>
<div style="font-size: 13px !important; padding: 8px 0px; text-align: justify;">
Al final del acto cayó en la cuenta de un olvido que no se perdonó: no mencionó a Onetti. Le dijeron que como lo había citado tantas veces (e incluso lo ha interpretado, en el teatro), el viejo maestro uruguayo lo habrá perdonado desde donde observe la vida que ya no contará. Además, Onetti está, con García Márquez, Víctor Hugo y Flaubert, entre los autores que han merecido un libro del escritor que puso al boom en la pista de salida hace medio siglo. <b>Una distancia que Vargas Llosa cubrió en 45 minutos de un discurso al que no le faltó ni una coma, aunque le hubiera faltado Onetti.</b></div>
</div>
</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-90398336337629564082012-11-06T21:08:00.000-08:002012-11-06T21:08:18.404-08:00Las huellas del salvaje<br />
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Paul Gauguin asumió su vocación de pintor a una edad tardía, los treinta y cinco años, y casi sin haber recibido una formación técnica, pues tanto su paso por la Academia Colarossi como las clases que le dio su amigo y maestro Camille Pissarro fueron breves y superficiales. Y es posible que con Pissarro hablaran más de anarquismo que de arte. Pero nada de eso le impidió llegar a ser el gran renovador de la pintura de su tiempo y dejar una marca indeleble en las vanguardias artísticas europeas. Así lo muestra, de manera inequívoca, la espléndida exposición “Gauguin y el viaje a lo exótico” que presenta el Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Cuando lo dejó todo, para dedicarse a pintar, Paul Gauguin era un próspero burgués. Le había ido muy bien como agente de bolsa en la firma de Monsieur Bertin, vivía en un barrio elegante, sin privarse de nada, con su bella esposa danesa y sus cinco hijos. El futuro parecía ofrecerle solo nuevos triunfos. ¿Qué lo llevó a cambiar de oficio, de ideas, de costumbres, de valores, de la noche a la mañana? La respuesta fácil es: la búsqueda del paraíso. En verdad, es más misterioso y complejo que eso. Siempre hubo en él una insatisfacción profunda, que no aplacó ni el éxito económico ni la felicidad conyugal, un disgusto permanente con lo que hacía y con el mundo del que vivía rodeado. Cuando se volcó en el quehacer artístico, como quien entra en un convento de clausura –despojándose de todo lo que tenía– pensó que había encontrado la salvación. Pero el anarquista irremediable que nunca dejó de ser se decepcionó muy pronto del canon estético imperante y de las modas, influencias, patrones, que decidían los éxitos y los fracasos de los artistas de su tiempo y se marginó también de ese medio, como había hecho antes del de los negocios.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Así fue gestándose en su cabeza la teoría que, de manera un tanto confusa pero vivida a fondo, sin vacilaciones y como una lenta inmolación, haría de él un extraordinario creador y un revolucionario en la cultura occidental. La civilización había matado la creatividad, embotándola, castrándola, embridándola, convirtiéndola en el juguete inofensivo y precioso de una minúscula casta. La fuerza creativa estaba reñida con la civilización, si ella existía aún había que ir a buscarla entre aquellos a los que el Occidente no había domesticado todavía: los salvajes. Así comenzó su búsqueda de sociedades primitivas, de paisajes incultos: Bretaña, Provenza, Panamá, la Martinica. Fue aquí, en el Caribe, donde por fin encontró rastros de lo que buscaba y pintó los primeros cuadros en los que Gauguin comienza a ser Gauguin.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Pero es en la Polinesia donde esa larga ascesis culmina y lo convierte por fin en el salvaje que se empeñaba en ser. Allí descubre que el paraíso no es de este mundo y que, si quería pintarlo, tenía que inventarlo. Es lo que hace y, por lo menos en su caso particular, su absurda teoría sí funcionó: sus cuadros se impregnan de una fuerza convulsiva, en ellos estallan todas las normas y principios que regulaban el arte europeo, este se ensancha enormemente en sus telas, grabados, dibujos, esculturas, incorporando nuevos patrones estéticos, otras formas de belleza y de fealdad, la diversidad de creencias, tradiciones, costumbres, razas y religiones de que está hecho el mundo. La obra que realiza primero en Tahití y luego en las islas Marquesas es original, coherente y de una ambición desmedida. Pero es, también, un ejemplo que tiene un efecto estimulante y fecundo en todas las escuelas pictóricas de las primeras décadas del siglo XX.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Hay que felicitar a Paloma Alarcó, la comisaria de la exposición del Thyssen y a todos sus colaboradores, por haber reunido ese conjunto de obras que, empezando con los expresionistas alemanes y terminando con surrealistas como Paul Klee y artistas no figurativos como Kandinsky y Robert Delaunay, muestran la enorme irradiación que tuvo la influencia de Gauguin casi inmediatamente después de su muerte, desde la primera exposición póstuma de sus cuadros que hizo en París, en 1903, Ambroise Vollard. El grupo de artistas que conformaron el movimiento alemán Die Brücke no solo adopta su colorido, las desfiguraciones físicas, el trasfondo mítico del paisaje y los contenidos indígenas, sino, asimismo, sus ideales de vida: el retorno a la naturaleza, la fuga del medio urbano, el primitivismo, la sexualidad sin trabas. Por lo menos dos de los expresionistas alemanes, Max Pechstein y Emil Nolde, emprenden también el ‘viaje a lo exótico’, como lo haría en 1930 Henri Matisse, y, aunque no los imita, Ernst Ludwig Kirchner, sin salir de Europa, se compenetra de tal modo con la pintura de Gauguin que algunos de sus cuadros, sin perder su propio perfil, aparecen como verdaderas glosas o recreaciones de ciertas pinturas del autor de Noa Noa. En Francia, la huella de Gauguin es flagrante en los colores flamígeros de los fauves y ella llega, muy pronto, incluso a la Europa Oriental y a la misma Rusia.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Tal vez el aporte más duradero de Gauguin a la cultura occidental, a la que él decía tanto despreciar y de la que se empeñó en huir, es haberla sacado de las casillas en que se había confinado, contribuido a universalizarla, abriendo sus puertas y ventanas hacia el resto del mundo, no solo en busca de formas, objetos y paisajes pintorescos, sino para aprender y enriquecerse con el cotejo de otras culturas, otras creencias, otras maneras de entender y de vivir la vida. A partir de Gauguin, el arte occidental se iría abriendo más y más hacia el resto del planeta hasta abarcarlo todo, dejando en todas partes, por cierto, el impacto de su poderoso y fecundo patrimonio, y, al mismo tiempo, absorbiendo todo aquello que le faltaba y renunciando a lo que le sobraba para expresar de manera más intensa y variada la experiencia humana en su totalidad.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Es imposible gozar de la belleza que comunican las obras de Gauguin sin tener en cuenta la extraordinaria aventura vital que las hizo posibles, su desprendimiento, su inmersión en la vida vagabunda y misérrima, sus padecimientos y penurias físicas y psicológicas, y también, cómo no, sus excesos, brutalidades y hasta las fechorías que cometió, convencido como estaba de que un salvaje de verdad no podía someter su conducta a las reglas de la civilización sin perder su poderío, esa fuerza ígnea de la que, según él, han surgido todas las grandes creaciones artísticas.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Cuando fui a buscar las huellas que habían quedado de él en la Polinesia me sorprendió la antipatía que despertaba Gauguin tanto en Tahití como en Atuona. Nadie negaba su talento, ni que su pintura hubiera descubierto al resto del mundo las bellezas naturales de esas islas, pero muchas personas, los jóvenes sobre todo, le reprochaban haber abusado de las nativas pese a saber muy bien que la sífilis que padecía era contagiosa y haber actuado con sus amantes indígenas haciendo gala de un innoble machismo. Es posible que así sea; no sería el primero ni el último gran creador cuya vida personal fuera muy poco digna.</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Pero, a la hora de juzgarlo, y sin excusar sus desafueros con el argumento en que él sí creía –que un artista no puede ni debe someterse a la estrecha moral de los seres comunes y corrientes-, hay que considerar que en esta vida poco encomiable hubo también sufrimientos sin cuento, desde la pobreza y la miseria a que se sometió por voluntad propia, el desdén que su trabajo mereció del establishment cultural y de sus propios colegas, las enfermedades, como las terribles fiebres palúdicas que contrajo cuando trabajaba como peón en el primer Canal de Panamá y que no acabaron con su vida de milagro, así como sus últimos años en Atuona, su cuerpo destrozado por el avance de la sífilis y la semiceguera con la que pintó sus últimos cuadros. Hay que recordar, incluso, que si no hubiera muerto a tiempo, hubiera ido a parar a la cárcel por las intrigas y el odio que despertó entre los colonos de Atuona, sobre todo el del obispo Joseph Martin, junto al que –paradojas que tiene la vida– está enterrado, en el rústico cementerio de la islita que escogió para pasar la última etapa de su vida. </div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: right; vertical-align: baseline;">
<i><b>Mario Vargas Llosa</b></i></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; color: #555555; font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 16px; line-height: 24px; margin-bottom: 15px; padding: 0px; text-align: right; vertical-align: baseline;">
<i><b>Madrid, noviembre de 2012</b></i></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-16361706304948834612012-08-25T23:11:00.000-07:002012-08-25T23:11:31.636-07:00Crónica de los años sesenta: Gabo, Mario y yo<h2 class="autores" style="text-align: right;">
Por <a href="http://www.letraslibres.com/autores/jose-miguel-oviedo">José Miguel Oviedo</a></h2>
<h2 class="autores" style="text-align: justify;">
José Miguel Oviedo fue testigo y cómplice del inicio de la amistad entre
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa y, por lo tanto, de uno de
los posibles orígenes del <em>boom</em>. Vemos aquí a estos autores en carne y hueso, despojados de la distorsión que entraña la celebridad.</h2>
<div style="text-align: justify;">
<strong>La isla prohibida</strong></div>
<div style="text-align: justify;">
Le debo a Álvaro Mutis que
Gabo obtuviese mi dirección en Lima y que este me mandase una breve
carta manuscrita que contenía un pedido específico: quería tener la
dirección de Mario en París (que pronto abandonaría para irse a vivir a
Londres) y entrar en contacto con él; para vergüenza mía, he perdido esa
carta que daría inicio a la relación entre estos dos hombres. Recuerdo
con precisión cuándo y dónde conocí a Gabo: tiene relación con mi viaje a
Cuba en 1967. Probablemente desde 1963, yo había empezado a recibir la
revista <em>Casa de las Américas</em>, directamente desde La Habana, y
llegué a colaborar en ella algunas pocas veces. En esos momentos, debido
al apoyo más o menos notorio de Cuba a los larvales movimientos
guerrilleros en el Perú (aventuras y fantasías revolucionarias, uno de
cuyos más penosos sacrificios fue la muerte del joven poeta Javier
Heraud, baleado en un remoto lugar de la selva peruana), todo lo que
venía de Cuba era visto como algo sospechoso o francamente subversivo.
Así lo consideró el gobierno de Fernando Belaúnde, quien, uniéndose al
rechazo continental del régimen cubano orquestado por Estados Unidos,
cortó relaciones diplomáticas con la isla y prohibió los viajes a ese
destino. Mi pasaporte tenía un gran matasellos cuadrado en que aparecían
los nombres de los países prohibidos: Corea del Norte, Camboya,
Vietnam, China, Cuba por supuesto y otros. “Cuba” se convirtió en una
palabra maldita, que marcaba todas las diferencias en el vocabulario
político. Hubo una especie de paranoia al respecto; recuerdo que las
cajetillas de los populares cigarrillos Inca, que orgullosamente
proclamaban en un membrete que estaban manufacturados con “rama de Cuba”
–lo que era, por supuesto, falso–, desaparecieron y fueron reemplazadas
por “tabacos selectos” o algo parecido, igualmente falso. Pero nada de
eso nos detenía a los que por entonces sufríamos el espejismo de creer
que la Revolución cubana era “humana” y distinta de las otras; por lo
menos, en el campo estético nos parecía bastante liberal; al contrario,
la prohibición de viajar allí, como de costumbre, estimulaba nuestra
rebeldía y nuestra imaginación. México, siguiendo una pauta tradicional
de su política exterior, fue el único país que se resistió a la
proscripción y mantuvo relaciones con Cuba.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esa excepción era
providencial porque se podía llegar a La Habana vía México, donde la
oficina consular cubana convenientemente otorgaba visas en una hoja
suelta para no mancillar nuestro pasaporte. Pero ese apoyo estratégico
mexicano tenía sus límites: uno podía ir a la isla desde ese suelo
amigo, pero no regresar a él, supuestamente con el contagioso virus
cubano en la sangre o en la mente. Para volver al Perú había que dar una
vuelta inmensa cuyo punto extremo era Praga. Laberintos o circuitos
sinuosos de los tratos diplomáticos... Yo sabía todo eso gracias a
amigos escritores y artistas que habían hecho el mismo periplo. El
propio Mario me envió una larga carta en que –temiendo la censura
peruana– hablaba entusiastamente de la necesidad de llegar a la tropical
“Última Thule” y me estimulaba a viajar. Por eso, cuando recibí a fines
de 1966 la invitación de Casa de las Américas como miembro de un jurado
para uno de los premios que organizaba (el de teatro), acepté
encantado, consciente de lo que eso significaba; además, con una
generosidad infrecuente, me invitaban con mi esposa, que hasta entonces
nunca había salido del Perú. Lo tomamos como una especie de luna de miel
con elementos de aventura revolucionaria y desafío a todos los
tropiezos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<strong>El hombre de la ruana</strong></div>
<div style="text-align: justify;">
Anuncié
a Álvaro, sin explicarle la razón (él la intuyó, según me dijo después)
que viajaría a México. Álvaro me llamó y me dijo que iría al aeropuerto
a recibirme: yo le hice ver que eso suponía un desagradable madrugón:
el avión llegaba a las seis y media de la mañana. Él, estoicamente,
insistió y yo acepté agradecido. Habría una gran sorpresa en sus planes
de recepción. Un frío amanecer de enero descendimos, medio dormidos, del
avión y, en la sucia bruma del día, vi la alta y sonriente figura de
Álvaro, abriéndonos los brazos; a su lado había alguien más: un hombre
de contextura mediana, ensortijado pelo negro y espesos bigotes, que
trataba de combatir el frío andino con una colorida ruana. No tuve
dificultad en reconocerlo aunque nunca lo había visto: era Gabo. Allí,
de inmediato, comenzó nuestra amistad y empecé a ser testigo de la
entrañable relación entre estos dos hombres –tan distintos en verdad–
que es ahora bien conocida.</div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
Pasamos
unos días frenéticos y rodeados del constante afecto de ambos y de
Carmen y Mercedes, sus respectivas esposas. El mismo día de nuestra
llegada, que es el que recuerdo mejor, Gabo nos invitó a comer en su
casa, donde, por el frío, seguía tan arropado como podía. Entendí bien
lo que era, para él, hombre del trópico, pasar los inviernos de México,
que pueden ser algo severos. Para mí, Colombia era Bogotá, casi siempre
fría bajo un cielo nublado; para Gabo, la Colombia verdadera era la del
trópico, la costa atlántica, la cumbia y la cultura negra. Yo no tenía
ni idea entonces de dónde quedaba su Aracataca natal, de la que todos
saben exclusivamente gracias a él.</div>
<div style="text-align: justify;">
Yo aproveché esa y otras ocasiones para averiguar tantas cosas que no
sabía de Gabo. El primer día me hizo pasar a la pequeña pieza que
fungía de escritorio donde había escrito durante varios meses, casi sin
parar, <em>Cien años de soledad</em>, de la que ya se conocían (ante la
admiración general) algunos capítulos en revistas y cuyo original estaba
ya en manos de la editorial Sudamericana, listo para salir a producir
la conmoción que causaría. Contó por primera vez cosas que ahora todos
conocen de sobra como parte de su leyenda: su costumbre de escribir en
su vieja máquina páginas sin correcciones, pues apenas hacía alguna
tiraba el papel y copiaba la página de nuevo; el carácter obsesivo de
las imágenes centrales de la novela, pues lo acompañaban desde la
infancia y solo esperaban el momento propicio para surgir; los duros
años de París, mientras redactaba <em>El coronel no tiene quien le escriba </em>y cómo mantuvo guardado el original atado con una cuerda esperando que un editor se interesase (en su libro de relatos <em>Pobre gente de París</em>,
Sebastián [Salazar Bondy] mencionó esta anécdota sin identificar al
protagonista); la triste historia de la primera edición de <em>La mala hora</em>, cuyo texto fue expurgado por un corrector purista que suprimió los modismos o giros que no le gustaban, etcétera.</div>
<div style="text-align: justify;">
La historia editorial de Gabo previa a <em>Cien años... </em>es
muy reveladora de cuáles eran los canales habituales para la difusión
literaria en nuestra América y el enorme salto que se produjo desde poco
antes de aparecer ese libro. Los que habíamos leído algo de Gabo éramos
relativamente pocos fuera de Colombia y su nombre era solo
ocasionalmente mencionado cuando se hablaba de novelistas entre
nosotros, aunque en su lenguaje narrativo percibíamos la promesa de algo
sustancialmente nuevo, porque eran los libros preliminares que
conducirían a la gran obra. Había una razón para ese
semidesconocimiento: sus primeras ediciones fueron de tirada
limitadísima. De las que publicó en México se hicieron dos mil
ejemplares o menos de cada una para toda América. No solo eso: cuando le
pedí a Gabo que me diera un ejemplar de <em>Los funerales de la Mamá Grande</em>,
me hizo una pregunta que me dejó algo desconcertado: “¿Cuántos
quieres?” Yo, modestamente, le dije que uno y él me reveló que había
cientos en los almacenes de la Universidad Veracruzana, que lo había
publicado. Hoy esos libros siguen apareciendo en ediciones masivas. Se
podría haber hecho una consulta antes de esa fecha y preguntar a los
lectores de todo el continente: “¿Ha leído usted a García Márquez?” Me
temo que el número total habría sido muy inferior a los que solían
asistir a sus raras presentaciones públicas. Eran como un club de
lectores selectos y dispersos con miembros que no se conocían entre sí.</div>
<div style="text-align: justify;">
Los
rasgos característicos de Gabo eran su informalidad y sencillez, la
forma precisa y franca de hablar, el escaso “intelectualismo” de su
conversación, llena de frases e imágenes que eran como fulgurantes
instantáneas de la realidad, del todo semejantes a los famosos <em>one-liners </em>de
sus novelas: síntesis verbales que resumen con gracia un antiguo saber
(y sabor) popular. Hablamos, por supuesto, de Mario y él expresó de
muchos modos su afecto y admiración. Dijo, con sana envidia: “Pero es
que Mario ya comenzó escribiendo bien, ya sabía cómo hacerlo. Yo, en
cambio, tuve que aprender durante años. Por eso solo ahora pude escribir
<em>Cien años de soledad</em>: no podía con el ‘paquete’.” Era muy
campechano en su modo de vestir (creía que el overol era la prenda más
cómoda de todas y jamás usaba corbata) y solía andar con una rústica
casaca a cuadros y <em>blue jeans</em>. Emir [Rodríguez Monegal]
escribió alguna vez que tenía algo de “bongocero cubano” y lo contrastó
con el impecable aspecto de Vargas Llosa, siempre “perfectamente
planchado”. En estos tiempos, los unía, además, la causa cubana, que
defendían de modos distintos pero con el mismo entusiasmo. Luego, como
todo el mundo sabe (lo que me ahorra entrar aquí en detalles), las cosas
serían muy distintas...</div>
<div style="text-align: justify;">
Pasamos días felices y agitados en
México: obtuvimos nuestras visas (la oficina respectiva quedaba entonces
en la calle Tacuba); fuimos con Álvaro al Palacio de Hierro en busca de
ropa para el temible invierno checo que nos esperaba a la vuelta;
conocimos a Juan García Ponce (ya en una silla de ruedas debido a una
extraña enfermedad), a Gustavo Sainz (que tenía con su esposa de
entonces un departamento decorado con espléndidas fotos del clásico cine
norteamericano), Emmanuel Carballo, Huberto Batis, Vicente Rojo y
tantos otros que olvido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<img alt="" src="http://www.letraslibres.com/sites/default/files/u600/oviedo_-_gabriel_gutierrez_mario1.jpg" style="height: 300px; width: 211px;" /></div>
<div style="text-align: justify;">
<strong>Gabo y Mario</strong></div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
Dos grandes acontecimientos ocurrieron a mediados del año clave de 1967: la aparición de <em>Cien años... </em>y el Premio Rómulo Gallegos otorgado a <em>La casa verde</em>.
Tras una creciente expectativa creada por los capítulos adelantados en
revistas, más reportajes y crónicas aparecidas en distintos países
hispanoamericanos, la novela de Gabo apareció en Buenos Aires en junio
de 1967 (el pie de imprenta de la edición reza “se terminó de imprimir
el día 30 de mayo”) y causó de inmediato una verdadera conmoción, que
cambiaría para siempre el curso de nuestra literatura. La primera
edición se agotó en pocas semanas y fue reimpresa varias veces ese mismo
año en tiradas cada vez mayores: todo el mundo, incluso los que no
habían leído antes una novela hispanoamericana, querían leerla. La gente
trataba de saber quién era este autor, que se convirtió –para bien y
para mal– en eso que hoy se llama una “celebridad”, un motivo de interés
o curiosidad general en periódicos, televisión y radio. Conservo esa
primera edición con un autógrafo de Gabo que dice: “Para Martha y José
Miguel, en memoria de los días inolvidables en esta ciudad espantosa, y
por la amistad que no se acaba nunca.” Lo de “ciudad espantosa” es, por
cierto, una referencia a Lima, donde firmó el libro ese mismo año. Junto
con el ejemplar, tuve la buena idea de guardar la carátula de la
revista <em>Primera Plana</em>correspondiente a la semana del 20 de
junio de 1967, en la que aparece una foto a color de Gabo vistiendo la
consabida casaca de leñador a cuadros en una calle presuntamente
bonaerense, y al costado el titular “La gran novela de América”. Quizá
por primera vez la literatura era la noticia del día –ya no solo los
últimos chismes sobre bailarinas y cantantes de boleros– y nadie quería
perdérsela. Ese recorte, que aún conservo, me recuerda siempre el
momento exacto en el que las cosas dejaron de ser como eran.</div>
<div style="text-align: justify;">
Yo había recibido la novela desde Buenos Aires y la leí de inmediato,
con la misma admiración y entusiasmo que el resto. De todas sus
virtudes, creo que la primera es el tono y la perspectiva narrativa, que
no cambia un ápice (aunque ocurren mil cosas diversas en ella) a lo
largo de sus trescientos cincuenta páginas. Su magia estaba en que era, a
la vez, simple y compleja, tramposa y transparente, rectilínea y
circular, como un cuento de hadas que alguna vez nos hubiera ocurrido en
nuestra vida real. ¿Cómo olvidar el perfecto acorde inicial: “Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo”? Todo está encapsulado allí, como un rizo que la
historia va a ir desenredando en un calculado juego de avances y
expectativas.</div>
<div style="text-align: justify;">
Traté de razonar mis impresiones en un texto que
comenzó como una simple reseña y adquirió las dimensiones de un modesto
ensayo. Se titulaba “Macondo: un territorio mágico y americano”. El
problema era que ocupaba dos páginas enteras del <em>Dominical </em>de <em>El Comercio</em>,
donde yo era colaborador regular, lo que nunca antes había ocurrido.
Semejante extensión era letal en los términos periodísticos de
costumbre, y tuve que librar una verdadera batalla con Paco Miró Quesada
para que autorizase su publicación. Argumenté: “Esto no es un libro: es
un acontecimiento.” No solo eso: para orientación del lector se me
ocurrió incorporar al texto el árbol genealógico de la incestuosa y
larga estirpe de los Buendía con su sistemática repetición de los
nombres Arcadio y Aureliano; ese diagrama fue aprovechado por otros
críticos, que tal vez no sabían quién era su autor ni cuál era la
fuente, y hasta ha sido incorporado incluso en edición conmemorativa que
la Real Academia Española hizo de la obra. Finalmente, logré convencer
al director del <em>Dominical </em>y el artículo apareció tal cual y,
por sus mismas dimensiones físicas, llamó un poco la atención; lo supe
porque amigos y desconocidos me llamaron para preguntarme dónde podían
conseguir la obra.</div>
<div style="text-align: justify;">
Un año antes, en 1966, Mario había publicado <em>La casa verde</em>,
en Barcelona. Era su segunda novela y superó las expectativas que ya
había despertado con la primera; de hecho, es indudable que es una de
sus obras maestras y un claro indicio de las proporciones épicas y
abarcadoras de su proyecto narrativo general. Cuando el jurado del
Premio de Novela Rómulo Gallegos, establecido en Caracas, así lo
reconoció, casi nadie se sorprendió, pues su virtuosismo y hondura la
habían convertido en un paradigma de la década. El premio acababa de
crearse, en homenaje a los ochenta años del venerado Rómulo Gallegos,
para distinguir cada cinco años a la mejor novela escrita en castellano
(como era la primera vez que se otorgaba solo se consideró la producción
del trienio 1964-1966). La recompensa económica era considerada
entonces muy alta: 22,000 dólares. Tras el anuncio del fallo a fines de
julio, se realizó una ceremonia para la entrega del premio. El acto fue
un acontecimiento desbordante que nadie pudo ignorar, gracias sobre todo
al estilo apasionado y la atmósfera, casi eléctrica, que el
temperamento caraqueño le imprimió: todo fue tumultuoso porque, al lado
de los escritores e intelectuales, estaba el público general y los
curiosos que no querían dejar de ser parte del acontecimiento del día.
La noticia era doble: el premio de Mario y la presencia de Gabo, ya
cubierto de gloria tras <em>Cien años... </em>Lo sé bien porque tuve la
suerte de ser invitado a la ceremonia y me vi envuelto en el mar de
gente que se peleaba los mejores asientos; allí pude reencontrarme con
mis dos amigos. Esta ocasión, en la que al fin ellos se conocieron
personalmente, puede considerarse como el primer gran acto celebratorio
del llamado <em>boom </em>como algo difícil de ignorar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<strong>El discurso</strong></div>
<div style="text-align: justify;">
La
noche del 4 de agosto fue como una apoteosis, bulliciosa y casi
delirante, de la que participó todo Caracas o poco menos. Existía además
una gran tensión respecto a lo que diría Mario en su discurso al
recibir del premio. Había un contexto político que no podía ignorarse
alrededor de la ceremonia literaria; por un lado, Mario y Gabo estaban,
como ya dije, alineados en defensa de la Revolución cubana y no perdían
ocasión de hacerlo notar; por otro, Venezuela atravesaba un período
difícil, con una violenta guerrilla apoyada o financiada por Cuba como
parte de una estrategia continental. ¿Cómo iba a manejar el galardonado
su lealtad revolucionaria al socialismo cubano sin provocar una
situación ingrata o bochornosa en una sala llena de dignatarios y
autoridades del gobierno venezolano?</div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
Mario
logró aislarse por unas horas la noche anterior para darle los toques
finales a su texto, que todos esperábamos casi aguantando la
respiración. Poco antes de la ceremonia, me crucé con Gabo, quien había
leído la versión final. Le pregunté que qué le parecía. “Es perfecta”,
me contestó, sin revelar nada del contenido. Hoy, a la distancia de más
de cuarenta y cinco años, puede decirse que ese texto tiene dos
cualidades contradictorias: muestra que sus convicciones profundas como
novelista siguen siendo básicamente las mismas, al mismo tiempo que el
cambio radical que han sufrido sus ideas políticas. En eso reside
precisamente su importancia definitoria de un momento preciso de nuestro
acontecer literario, histórico y social; es decir, nos permite ver que
el escritor es el de siempre y es distinto. Lo hizo, además, en un tono
cuyo equilibrio entre pasión y lucidez era –como me había anunciado
Gabo– perfecto. Para defender su causa, Mario eligió como paradigma a
Carlos Oquendo de Amat, un poeta peruano de vanguardia casi totalmente
desconocido fuera de su país (desde entonces no lo fue más) que escribió
un único y bello libro titulado <em>Cinco metros de poemas </em>–cuyas páginas plegadas formaban una especie de acordeón anticipatorio de <em>Blanco</em>de
Paz– y que, fiel a su convicción revolucionaria, había llegado a España
a pelear al lado de los republicanos, tras lo cual sus rastros se
perdieron por mucho tiempo. Era una hermosa parábola de la doble
fidelidad del escritor a su oficio y a su responsabilidad social, a las
que debe entregarse sin concesiones. Al invocar esta historia trágica y
“aguar mi propia fiesta”, Mario quería subrayar, en medio de la
celebración y los elogios, que la sociedad trata de seducir al escritor
haciendo de él un conformista o lo margina a un rincón muy oscuro de
ella misma; pero no importa cómo, el escritor debe perseverar y ejercer
su oficio de la única manera posible: “como una diaria y furiosa
inmolación”. Así, el autor, rodeado de todo el <em>establishment </em>venezolano,
le informaba –con cortesía pero con firmeza– que el premio no lo iba a
acallar y que tendría que aceptar la difícil situación de estar
homenajeando a alguien que no pensaba precisamente como la mayoría de
ellos. Los aplausos fueron tempestuosos. Apropiadamente, el discurso,
que fue publicado en muchas partes, adquirió el título que le impuso <em>Mundo Nuevo</em>:
“La literatura es fuego”. Aparte de definir las responsabilidades del
escritor frente a su oficio y la historia de su tiempo, el texto debe
considerarse también una sólida reafirmación de la literatura como una
conducta, como un código moral que implica una renuncia a la actitud
bohemia o <em>amateur</em>que arrastraba del pasado. Un distinto
concepto había sido redefinido: la profesionalidad literaria. Los
comentarios orales y escritos al día siguiente fueron variados pero
abrumadoramente favorables y entusiastas: la honda convicción de esas
palabras tenía una fuerza casi irresistible.</div>
<div style="text-align: justify;">
Luego vino la catarata de entrevistas, mesas redondas, crónicas,
reacciones, más invitaciones. Mario no era el único centro de este
interés: el otro era Gabo, que era como un ganador sin premio pues su
nombre estaba en la boca de todos cuando se hablaba de novela. Como
estaban presentes otros escritores (entre ellos Miguel Otero Silva, Emir
y creo que Jorge Edwards), a alguien se le ocurrió convocar una mesa
redonda sobre la novela hispanoamericana en el Ateneo de Caracas. El
acto volvió a llenar una gran sala y reunió públicamente, quizá por
primera vez, a los dos aclamados escritores. Eso me permitió comprobar
algo sobre lo cual ya había tenido indicios: mientras Mario era un
expositor nato, claro y organizado, Gabo –aun en esa época– rehuía ese
tipo de compromisos porque se comunicaba mejor en la conversación
privada e informal. (Tiempo después, en Barcelona, José Donoso diría –o
dicen que dijo– una gran verdad respecto del rigor expositivo de Mario:
“Además de ser un gran novelista, es el primero de la clase.”) Lo
curioso es que, a su modo, Gabo también sabía brillar y vencer su
curiosa timidez oral recurriendo a su prodigioso don narrativo. De hecho
no recuerdo lo que dijo Mario en esa mesa redonda, pero sí la historia
que contó Gabo para salir del paso. Aquí la cuento con mis palabras, o
sea, irremediablemente mal: en un pobre pueblo colombiano, una mujer se
levanta después de haber tenido un tormentoso sueño y dice: “Hoy va a
ocurrir algo terrible en este pueblo.” Su madre la escucha y repite lo
mismo en el círculo de sus amigas. Un hombre, que las ha escuchado, va
al billar y reitera el vaticinio: “Hoy va a ocurrir algo terrible en el
pueblo.” El cura, el barbero, el policía también dicen: “Algo
terrible...” Los chicos del barrio repiten la frase hasta que todos la
conocen. Al caer la tarde, la mujer que tuvo el sueño ve desfilar ante
su casa una interminable procesión de gente que abandona el pueblo ante
el temor de lo que puede ocurrir. La mujer confirma: “Yo sabía que algo
terrible iba a pasar en el pueblo.” El relato no es parte de <em>Cien años...</em>, pero parece sacado de una de sus páginas. Cuando terminó de contar su historia, la gente deliraba entre carcajadas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<strong>Cuadros deliciosos</strong></div>
<div style="text-align: justify;">
El
gran coleccionista venezolano Inocente Palacios nos invitó a una cena
en su lujosa mansión donde abundaban los calders, los matisses y los
picassos. La cena estuvo precedida por interminables ruedas de whisky
(para los venezolanos, esta es casi una bebida nacional y la consumen
con fervor patriótico), otros finos licores y los más deliciosos
bocaditos; creo que pasamos horas en ese caótico festín antes de
sentarnos a la mesa. Recuerdo que entre los invitados estaba Germán
Arciniegas; al saludarlo, Gabo le dijo: “Tengo que darle un encargo de
Marta Traba, pero en este momento no recuerdo qué era. Déjeme pensarlo
un rato.” Gabo se acercó después a nosotros y nos hizo una confidencia:
“Lo recordé más tarde, pero me di cuenta de que no podía decírselo a
Arciniegas. El encargo de Marta Traba era: ‘Dile que es un hijo de
puta’.” El sentencioso ingenio de Gabo (bromas hechas con frases
inmortales) tuvo muchas ocasiones para exhibirse, pero hay una que se me
quedó grabada para siempre en medio de esos días vertiginosos. Ocurrió
en esa misma cena. Después del fastuoso despliegue de bebidas y
entremeses, la cena misma no pudo ser más convencional y carente de
imaginación –tal vez porque la cocinera titular estaba de salida o
porque había una nueva–: ensalada de lechuga y tomate, pollo al horno
con papas fritas, duraznos al jugo de lata. Cuando, ya a altas horas de
la madrugada y medio cayéndonos por los tragos y la fatiga, nos
despedíamos de los dueños de casa, la suerte quiso que Gabo estuviese
justo delante de mí, lo que me permitió escuchar lo que le decía a la
señora Palacios: “Señora, sus cuadros han estado deliciosos.”</div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
Hubo
para Mario y Gabo una invitación a la provincia de Mérida mientras
estaban en Caracas, invitación que también recibí junto con algunos
otros huéspedes extranjeros. La celebración del premio continuó en la
montañosa provincia agitada por la presencia de esas dos grandes
figuras, con más actos, entrevistas y recepciones. El único recuerdo
vivo que me ha dejado esa visita es el curioso hecho de que, por motivos
que nunca pude entender, nos colocaron a Mario, Gabo y a mí en una
misma inmensa habitación, rodeada por jardines, con viejos catres de
hierro y austero mobiliario. ¿Tal vez porque pensaron que éramos muy
amigos? No lo sé, pero lo cierto es que cuando nos retiramos a esa pieza
con dimensiones casi tan grandes como patio de convento, charlamos por
horas pese a nuestra fatiga, hasta que, ya pasada la medianoche, nos
derribamos en nuestros respectivos camastros hasta el día siguiente. El
primero en despertar fue Mario, lo que provocó el inmediato comentario
de Gabo: “El cadete Vargas Llosa se levanta siempre con la diana.” Y
todavía echado en su cama, lanzó un grito al aire: “¡Café! ¡Café!”, como
si alguien pudiera oírlo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Nuestra peregrinación conjunta continuó cuando a Gabo se le ocurrió
que debíamos acompañarlo a Bogotá, donde no le fue difícil conseguir
invitaciones para nosotros. Los viajes en avión lo asustaban bastante en
esa época; observando el dudoso aspecto del aparato que nos llevaría a
su tierra, me dijo: “No está probado que estos aparatos vuelen...” En un
momento, al subir, Mario se separó de nosotros y Gabo pudo hacerme una
confidencia que nunca he revelado: “Mario no es mi amigo: es mi
hermano.” En pleno vuelo, Mario me mostró el tubo forrado en terciopelo
–que no soltaba para nada– con el diploma y creo que la medalla
correspondientes al premio, y luego el jugoso cheque que lo acompañaba.
Me dijo: “¿Sabes lo que significa esto? Por lo menos dos años sin hacer
otra cosa que escribir.” En efecto, poco después renunciaría a su puesto
en la Radiodifusión Francesa, que le había permitido sobrevivir durante
sus primeros años en París. No puedo afirmar con certeza si en esa
misma ocasión o posteriormente me contó una historia secreta tras la
entrega del premio. Los cubanos, creo que a través de Carpentier, le
hicieron una insólita propuesta: la de anunciar públicamente que
entregaba el dinero íntegro a la causa de la revolución en América
Latina, con el compromiso de la dirigencia cubana de darle el mismo
dinero en una operación privada. Sospecho que la propuesta debió haber
incomodado a Mario por el doble juego que implicaba; rechazó la oferta
aunque sin hacer escándalo. ¿Habrá comenzado allí mismo su malestar con
la política cultural cubana? Lo que bien sabemos es que la crisis demoró
unos años más.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando llegamos a Bogotá, la gente nos recibió a todos con entusiasmo, pero a Gabo con júbilo patriótico. <em>El Espectador </em>traía
la noticia de su llegada en primera página y un editorial titulado
“Bienvenido, Gabito”. Pasamos allí unos días intensos y divertidos; una
de las cosas que más recuerdo es el extraño amanecer de Mario, que nos
lo contó mientras desayunábamos. Cuando se despertó, todavía entre las
nieblas del sueño, le pareció notar que había alguien en su cuarto,
sentado en un sillón al costado de su cama. Se alarmó, prendió la luz,
preguntó quién era. Era un periodista, que pidió disculpas, con la
característica cortesía colombiana, por esta invasión de su privacidad y
le dijo que había sido encargado de hacerle el primer reportaje en la
ciudad “antes de que le caiga la ‘lagartería’”. El tipo había sobornado a
un botones para introducirse clandestinamente en su cuarto al amanecer.
No sé cómo hizo Mario para hacerlo salir a montar guardia afuera
mientras se duchaba y vestía. Gabo celebró con carcajadas la increíble
historia y nos explicó que “lagarto” es, en su país, el pesado, el tonto
impertinente; y agregó: “Lo más importante es entender que el lagarto
nunca sabe que es lagarto.” Siempre he pensado que esta es una gran
verdad y que el periodismo alberga a una buena cantidad de ellos. (Una
vez, un periodista se acercó a mí después de haber dado una conferencia
para pedirme que le hiciese un resumen de ella. Cuando le pregunté por
qué no vino a escucharla, me contestó con gran sinceridad: “Era el
cumpleaños de mi hijo.” Creo que le hice un resumen lo más disparatado y
breve que pude.)</div>
<div style="text-align: justify;">
Esta ya larga crónica de Gabo, Mario y yo tiene
su punto culminante en Lima. Como ya he contado [en otra parte], yo era
por entonces director de Extensión Cultural de la Universidad Nacional
de Ingeniería, cargo que me propuso desempeñar su nuevo rector el
arquitecto Santiago Agurto, un hombre de contextura recia, voluntad de
hierro y sensibilidad para el arte, que se convertiría luego en un buen
amigo mío. Un día, paseando por el campus donde había obreros manejando
maquinaria pesada, señaló a un <em>bulldozer </em>y me dijo: “No sabes
cómo me gustaría manejar ese aparato.” Santiago transformó la
universidad, que yo nunca antes había pisado y donde ya trabajaba
Abelardo enseñando lengua y literatura, en un lugar donde había cabida
para las artes y humanidades. Más tarde lograría algo casi imposible:
que el poeta Emilio Adolfo Westphalen, que apenas salía de su casa en un
viejo Jaguar que manejaba con una prudencia peligrosa en el salvaje
tráfico limeño, dirigiese la que sería la mejor revista cultural peruana
de la segunda mitad del siglo: <em>Amaru</em>, que circuló entre 1967 y 1971.</div>
<div style="text-align: justify;">
<img alt="" src="http://www.letraslibres.com/sites/default/files/u600/oviedo_-_gabriel_gutierrez_gabo1.jpg" style="height: 300px; width: 191px;" /></div>
<div style="text-align: justify;">
<strong>Gabo se esconde</strong></div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
En
septiembre de 1967, sabiendo que nadie se atrevería a objetarlo
“ideológicamente”, se me ocurrió organizar un diálogo sobre novela entre
Gabo y Mario, aprovechando que el primero pasaba de viaje por Lima y
que Mario se encontraba también allí, tras el nacimiento de Gonzalo, su
segundo hijo. El campus estaba en una zona alejada de Lima, rodeada de
barriadas miserables y feas construcciones industriales; el único lugar
disponible era el auditorio de Arquitectura, con duras sillas de madera,
un suelo polvoriento y paredes pintarrajeadas con propaganda política.
Sabía que, pese a todo eso, habría mucho público estudiantil, pero no
estaba preparado para lo que realmente ocurrió. Yo había instalado a
Gabo en el Hotel Crillón, entonces floreciente, y le dije que pasaría
con tiempo a recogerlo y hacer el largo viaje hacia la universidad,
mientras alguien se ocupaba de Mario. Sabiendo de los resquemores de
Gabo en compromisos públicos como ese, yo había rebajado la importancia
del asunto diciéndole que todo lo que tenía que hacer era charlar con
Mario, sin pensar en la audiencia. Cuando lo llamé a su habitación, no
contestó nadie; pedí que lo llamasen al bar o al <em>lobby</em>. Nadie
apareció. Esperé, un poco preocupado, que algo pasase y di vueltas cerca
de la entrada el hotel pensando que había salido y que estaba
retrasado. En una de esas vueltas, rodeé una de las gruesas columnas del
<em>lobby </em>y vi a Gabo semiescondido detrás de ella. “Esperaba que
no me encontrases”, dijo decepcionado de que hubiese dado con su
escondite: estaba realmente tenso y quizá con ganas de no ir al
compromiso. Lo arrastré como pude.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando nos acercamos al auditorio, había una gran multitud expectante
e inquieta. En medio de ese mar humano, un hombre de aspecto
distinguido, impecable traje azul y camisa blanca, se acercó a él y se
presentó: “Soy el embajador de Colombia.” En ese momento, me di cuenta
de que no habíamos reservado asientos para nadie. Cuando entramos, el
ambiente hervía. No solo no había ningún asiento libre, sino que algunos
habían traído sus propios bancos o taburetes y bloqueaban entradas y
salidas. Recuerdo que algunos atléticos estudiantes se habían puesto en
puntas de pie en el borde de esos mismos bancos para alcanzar con las
yemas de los dedos una viga de la cual precariamente se sostenían;
estuvieron así durante dos horas... Miré desconsolado al embajador y le
ofrecí un lugar privilegiado: el asqueroso suelo del mismo estrado, que
él aceptó con gran dignidad y gratitud.</div>
<div style="text-align: justify;">
Presenté brevemente a los
dos y los dejé frente a frente. No tiene ningún sentido que resuma aquí
lo que fue ese diálogo porque la versión grabada fue publicada al año
siguiente bajo el nombre de los dos y con el título <em>La novela en América Latina: diálogo</em>.
Un día, mucho tiempo después, pensando que era solo una coedición
universitaria con un editor local, de escasa circulación, le dije a
Mario que ese libro era inencontrable. Me sacó de mi error: “Es el libro
que más nos han pirateado”, precisamente porque el carácter doméstico
de la edición permitía la total impunidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
Solo me referiré a un
episodio entre la larga serie de preguntas del público que siguió al
diálogo. Un hombre joven, con un tono algo arrogante, elogió la novela
pero se quejó ante Gabo de que casi todos los personajes masculinos se
llamasen Aureliano o Arcadio, lo que –según él– complicaba
innecesariamente la lectura. Gabo esperó unos segundos y le preguntó:
“¿Cómo se llama usted?” “Enrique”, contestó el interrogador. “Como su
papá, ¿verdad?”, replicó Gabo al instante y la sala se vino abajo en
carcajadas. En efecto: nuestros nombres suelen ser una mezcla de
reiteraciones y variantes: yo me llamo José Miguel porque mi padre se
llamaba Grimaldo Miguel y mi tío materno José Francisco; hay dos
“Gabriel” en la familia de Gabo, por decisión de la madre cuando el
primero, Gabo, se fue de la casa y sintió la necesidad de tener otro con
el mismo nombre; mi segundo hijo se llama José Gabriel por mí y por
Gabo, etcétera.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hay un último documento de ese encuentro: la foto
que un periodista nos tomó en el aeropuerto de Lima, cuando Gabo y Mario
partían con rumbos distintos, acompañados por Mercedes, Patricia,
Martha y yo, que fuimos a despedirlos. Con esa foto se cierra el momento
en el que estuve físicamente más cerca de Gabo, y bien puede cerrar
también este capítulo sobre una década digna de ser recordada y en la
que –al parecer– todos éramos felices. ~</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="border-bottom: 1px solid rgb(204, 204, 204); padding-bottom: 25px; text-align: justify;">
<br /></div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-88968364903675981382012-08-24T13:36:00.001-07:002012-08-24T13:36:58.208-07:00Tocola<div class="date-posts">
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<br />
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</div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9oERMpJkqRcbJTzIP3U3gK0STSr5Y6lBsc-YYdmNyflEXMhwyWyphhi4Vi64F_SsV_RTIieDDuapeLknYjVKCjwvz_cZAQJPap5saruILWzgsBQBFeU2NCXqZM40EBzWxGkmTHAnYsQSv/s1600/TOCOLA.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9oERMpJkqRcbJTzIP3U3gK0STSr5Y6lBsc-YYdmNyflEXMhwyWyphhi4Vi64F_SsV_RTIieDDuapeLknYjVKCjwvz_cZAQJPap5saruILWzgsBQBFeU2NCXqZM40EBzWxGkmTHAnYsQSv/s320/TOCOLA.png" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
«<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">En ese mundo </i></b>—<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">que
viví en el extranjero, que viví en Cochabamba</i></b>—<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"> había el culto de Arequipa, no
del Perú: de Arequipa. La familia recordaba Arequipa como el paraíso perdido y
entonces yo nací oyendo anécdotas de Arequipa, oyendo hablar de calles, de
lugares, de personas de Arequipa y, además, se me inculcó desde que tuve uso de
razón que ser arequipeño era un extraordinario privilegio. Algo que
representaba no sólo, digamos, un privilegio, sino también un deber. Mi abuelo
era un hombre muy recto, un caballero a la vieja usanza y, entonces, ser
decente, ser limpio, ser honrado, era ser arequipeño. Bueno, pues, yo nací con
esa idea de Arequipa; crecí con esa idea de Arequipa,</i></b><b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="mso-ansi-language: ES-MX;"> <span lang="ES-MX">y mi primer viaje a Arequipa,
cuando yo tenía seis o siete años, lo tengo muy grabado en la memoria porque
realmente era el viaje al paraíso. Era ir a<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>conocer ese paraíso que la familia Llosa tenía conservado en la calle
Ladislao Cabrera, en Cochabamba. Y recuerdo mucho el viaje a Arequipa, un viaje
largo. El tío Eduardo García, donde me alojé, era un caballero al que la
familia le tenía admiración porque había visto al Papa en Roma, eso le daba una
especie de aureola religiosa, mística. Vi los camarones por primera vez en mi
vida. La señora Patrocinio, que era el ama de llaves, me preparaba unos chupes
donde había esos animales extraños con <span style="color: red;">tocolas </span>(*). Recuerdo el Congreso Eucarístico.
Fui a un Congreso Eucarístico, había mucha gente y había un señor de corbata
pajarita que pronunciaba discursos, era Víctor Andrés Belaúnde. Arequipa, para
mí, es eso: es esa familia de la que yo el día que conocí a mi padre fui
arrancado brutalmente para conocer la realidad, es decir el infierno. Me
arrancaron del paraíso y me llevaron al infierno y conocí el infierno que es la
realidad. Pero Arequipa ha quedado siempre allí: asociada a mis abuelos,
asociada a mi madre, y a personas a las que yo he querido enormemente y a las
que debo los mejores recuerdos de mi infancia. Creo es eso lo que hace que,
ahora que empiezo a ser viejo </span></span></i></b>—<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES-MX" style="mso-ansi-language: ES-MX;">no quisiera pero la realidad es que empiezo a
ser viejo</span></i></b>—<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES-MX" style="mso-ansi-language: ES-MX;"> siento mucho cariño por Arequipa. Además Arequipa ha sido tan cariñosa
conmigo, sobre todo desde que gané el premio Nobel (risas), la manera cómo
vivió Arequipa el premio Nobel a mí me conmovió. Soy sentimental, como dice el
poema de Sebastián Salazar Bondy: al fin de cuentas, soy sentimental. Y
entonces, pues, empiezo a sentirme arequipeño por fin. Bueno, y pronuncio la
‘ll’, también me enseñaron eso mis abuelos: los arequipeños sabemos pronunciar
la ‘ll’ y los limeños son incapaces de hacerlo</span></i></b>»<span lang="ES-MX" style="mso-ansi-language: ES-MX;">.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span lang="ES-MX" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Mario Vargas Llosa </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-MX" style="mso-ansi-language: ES-MX;">(*) Según el <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">Diccionario de Arequipeñismos</i></b>
de Juan Guillermo Carpio Muñoz una tocola es: la pata más grande y abultada del
camarón 2. La tenaza y su correspondiente base abultada de la pata del camarón,
muy apreciada por su carne blanca y blanda. 3. La parte con tenaza de
cangrejos, jaibas y otros crustáceos.</span></div>
</div>
</div>
</div>
</div>
Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-70653123086895322732012-08-05T22:21:00.000-07:002012-08-05T22:21:03.069-07:00Cartas a un joven novelistaLa forma novelesca<br />
<div class="x-texto-firma">
Por María Luisa Miretti</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
<i>Cartas a un joven novelista</i>, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara. Buenos Aires, 2011.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
Más que un manual de recetas y consignas, Vargas
Llosa (Perú, 1936) esgrime el pretexto de responder al lector que lo
consulta sobre la compleja y maravillosa profesión de escritor. Si bien
le advierte desde el comienzo sobre las limitaciones de su visión, le
comenta cómo surgen los motivos y los deseos que le animaron y le fueron
alentando hasta darle forma y entender <b>que detrás de cada libro hay
historias, intuición, fantasía, una pizca de locura, pero también
disciplina, organización, trampas y silencios y una urdimbre compleja
que sostiene en vilo la ficción.</b></div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
A modo epistolar, rememora su adolescencia intentando
parecerse a Faulkner, Dos Passos, Camus, Sartre (vivos en esos
momentos) y pedirles orientación.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
<b>Cree que el atributo principal de la vocación
literaria es sentirla en sí misma, más que recibir sus frutos, ya que
escribir es lo mejor que puede pasarle al ser humano (prescindiendo de
lo político y de lo social), siendo entonces la vocación el punto de
partida clave. </b>Esto derriba las viejas teorías de haber sido elegido por
los dioses, o por las musas, o ser un ser trascendente contaminado por
la Belleza. Reconoce que es un asunto misterioso, no revelado, que
alberga en el interior de cada cual, cercado de incertidumbre y
subjetividad y que hace que escribir se convierta racionalmente- en un
hecho esencial en la vida de cada uno.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
Si bien la elección es importante, hay una
disposición en la infancia a fantasear, a recrear situaciones, y ése
quizás sea el hito inicial de lo que más tarde podría llamarse la
“vocación literaria”. Desde ese punto al ejercicio literario hay un
abismo; los que llegan a ser “creadores de mundos” mediante la palabra
escrita son otra cosa, quizás vengan desde allí, o desde una rebeldía
innata, de cierto inconformismo.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
La ficción encubre una vida deseada que se organiza
en la escritura apelando a la imaginación y a las palabras (rebeldía
relativa), quizás sea la razón por la cual los regímenes totalitarios
desconfían de las lecturas, sospechan y censuran.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
La raíz de las historias ficcionales está en la
experiencia de quien la inventa, “lo vivido es la fuente que irriga las
ficciones” (eso no significa que sea la biografía encubierta del autor,
pero siempre hay algunos rastros que se filtran).</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
A cierta altura se pregunta ¿qué es ser un escritor
auténtico? Toda vez que la ficción es por definición una impostura, por
tanto toda novela es una mentira y básicamente su efecto reside no
solamente en el pacto narrativo con el lector sino también en el poder
de persuasión del novelista.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
Por eso, aclara que un tema nunca es bueno o malo,
depende de la forma en que se encarna la historia, los efectos de
verosimilitud, el poder de persuasión.</div>
<div class="x-texto" style="text-align: justify;">
Seguidamente, analiza los aspectos más relevantes: el
estilo (advirtiendo que el lenguaje es clave y no puede estar disociado
de lo que relata), el espacio, el tiempo, el nivel de la realidad, las
cajas chinas, los datos escondidos, siempre con referencias autorales,
para finalmente en el último capítulo “A manera de posdata” hacerle
notar que todo lo anterior no sirve para nada, que si tiene deseos de
escribir empiece ya mismo, <b>porque la crítica -y enumera autores
emblemáticos, cada uno a su modo-, “es un ejercicio de la razón”
mientras que la creación literaria es intuición y sensibilidad, así que
lo alienta a llevar adelante su desafío y “que se ponga a escribir
novelas de una vez”</b>.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-70949884635940961422012-05-13T12:27:00.001-07:002012-05-13T12:27:28.851-07:00Por qué queremos tanto a Mario<div style="text-align: right;">
<b><i>Por Juan Cruz</i></b></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Hay algo muy importante acerca de Mario Vargas Llosa, que reúne en su
personalidad tantas cosas importantes. Ese algo tan importante que lo
envuelve es la sencillez.<b> Lo han calificado con todos los calificativos,
los buenos y los malos; lo han acusado y lo han recusado; y también lo
han glorificado</b>. Entre los premios que ha recibido está el Nobel, que
subrayó una literatura fuera de serie, testigo singular de su país y de
sus países, pues es un escritor plenamente latinoamericano, aunque
Europa (Francia, Inglaterra, sobre todo España) sea parte singular de su
corazón cosmopolita y a la vez enraizado. A sus 76 años ha recorrido
todos los puertos y ha visitado todos los aeropuertos; se ha encontrado
con grandes mandatarios, que ahora lo reclaman más que nunca, y los
escritores y los editores se lo rifan como compañero de baile e incluso
de boda. Los periodistas lo buscamos también, a veces tan sólo con la
excusa de preguntarle lo que el cotilleo profesional ya le preguntó un
millón cien mil veces.<br /><b>Empezó en el sueño de la literatura creyendo
que vivía en el paraíso de los versos prohibidos, pero sobre todo en el
paraíso de la madre, hasta que descubrió la literatura de verdad, la que
visita el paraíso por detrás, y fue cuando supo que el jardín de la
madre era un jardín doblemente habitado</b>. Le preguntaron un día, en 1990:
<b>¿Y por qué escribe? Dijo: «Para huir de la pena»</b>. Siempre pensé que
jamás nadie hallaría de él una respuesta tan plena. El descubrimiento
del padre como figura que iba a romper su idilio con el ensueño fue a la
vez un castigo y una puerta, pues desde que se produjo ese encontronazo
ya Mario Vargas Llosa, el Marito de entonces, tuvo que luchar contra la
pena, para escapar de ella, para hallar en el fondo de los infiernos
que suscita la vida materiales con los que edificar, a base de ficción
(la verdad de las mentiras), nuevos paraísos, distintas vías de escape.<br />Al
descubrimiento difícil del padre sucedieron los encuentros más
placenteros, aquellos que le abrieron las puertas a los maestros: los
suyos, los de Lima, pero también los parientes, pero sobre todo las
lecturas, que empezaron a regar sus senderos que se bifurcaban con
piedras a las que siempre ha regresado: <b>Sartre, Camus, Malraux,
Shakespeare, Cervantes, Onetti…, y así una amalgama en la que se alternó
todo, las espigas y los trigos suaves, la poesía de Góngora y el polvo
terrenal de Faulkner. </b><br />Se hizo, la vida lo hizo así, un hombre de la
cultura; <b>escribió en seguida libros en los que latía la ficción pero
donde estaba también la no ficción, su propia vida traspuesta, desde La
ciudad y los perros o Los cachorros hasta la muy reciente Las travesuras
de la niña mala, pasando por la excepcional Conversación en la
catedral, que es donde da comienzo su literatura comprometida con el
mundo y con su país, y que lo consagró como un escritor de cuyo estilo
no había dos</b>. La vida lo condujo sucesivamente a luchas ideológicas y de
pensamiento que lo pusieron en el lado de allá de lo que entonces era
básico en la conversación contemporánea; la diatriba de Cuba (Revolución
sí, Revolución no) destruyó amistades y viejos compromisos
intelectuales. Como era tan fácil trazar la frontera para que el cristal
cayera partiendo la crisma de los disidentes, a Mario le cayó toda una
cristalería, y lo pusieron en el lado de los reaccionarios.<br />Luego
vino la política propiamente dicha, y Mario halló ahí un frágil caballo
de batalla, pues su opción política se fue deshaciendo, a veces por su
ingenuidad de escritor que no maneja los hilos de ese otro oficio, y a
veces porque él nunca se acostumbró a la marrullería que entonces
parecía la marca de la política electoral peruana. <b>Regresó de ese
fracaso siendo un hombre asaltado, otra vez, por la melancolía que se
encuentra más acá del paraíso, y durante algún tiempo paseó su desengaño
entrando en un libro que yo aconsejo como un breviario para entenderlo:
El pez en el agua. </b>En ese libro está aquel Mario perplejo al descubrir
que su padre muerto estaba vivo, y por tanto lo iba a sacar del paraíso,
y derruido en sus ilusiones más patrióticas al descubrir que su idea de
llegar a la presidencia de Perú era una utopía llena de zarzas. El
estilo del libro era el estilo del hombre; parecía dictado por el crío
que fue, y era tan noble en sus confesiones y en la crónica de sus
propios disparates, era tan enorme ese autorretrato, digo, que el libro
pasó desapercibido. Tengo mi teoría: ahí se presentaba ese ser sencillo
del que la gente no habla, el habitante perplejo de todas las
geografías, el tipo capaz de recorrer todo el mundo para apuntar un dato
fiable que le deje escribir de verdad la ficción que se le ha ocurrido o
el periodista que prefiere contar la guerra viéndola y no leyéndola en
los periódicos.<br />Pero a ese tipo sencillo al que muchos quieren
(queremos) tanto tuvo encima durante tantos años tantos sambenitos que
era preferible ponerlo en el desván de los olvidados. Y por eso recibió
la maldición de la maledicencia, y ahí estuvo, por un rato, en un
purgatorio que a él no pareció afectarle demasiado. <b>Hasta que apareció
su novela más vibrante, acaso la mejor de su segunda época (la primera
época fue la de Conversación…). La fiesta del chivo convirtió a Mario
otra vez en un punto de referencia al que tuvieron que rendirse tirios y
troyanos, ya no pudieron resistir los tópicos que cayeron sobre el
personaje en función de su supuesto pensamiento de derechas.<br />La
combinación de esos dos libros, Conversación en la catedral y La fiesta
del chivo, fueron la piedra de toque sobre la que giró la conversación
de los académicos del Nobel. </b>Un tipo que ha escrito esos <b>dos monumentos
de la ficción-no-ficción contemporánea era alguien que había rascado al
fondo la pena de ser; había abrevado, para llegar a esa estatura moral
de la literatura, en gente como Camus, Sartre y Malraux, y su formación
se completaba con la calle, a la que sigue bajando como un obseso. ¿Cómo
no iba, pues, a contar la epopeya contemporánea, la lucha del hombre
contra el poder, conservando la certeza de que el alma no está sola en
esa batalla si existe el consuelo de la palabra? </b><br />Su vida es la de un
intelectual esforzado, y sus premios son los eslabones de sus
merecimientos. Le premian en Suecia, en México, en Argentina y en Las
Palmas de Gran Canaria, por ejemplo. Y como esos entorchados le caen
sobre su chaqueta oscura de caballero del día y de la noche, la gente
cree que eso lo envanece, lo hace más distante, más cercano a los astros
que al suelo. Y no, eso no es así. Lo saben los jóvenes que se acercan a
él con sus manuscritos, lo saben los periodistas que lo entrevistan,
los estudiantes que le piden consejo sobre las escrituras incipientes, <b>y
lo saben quienes se sientan con él en las bibliotecas públicas, en los
bares de Madrid o de Lima donde escribe con su bolígrafo-fetiche.</b> En un
universo donde el escritor se pone el ego como un escudo que lo salva
pero también lo hunde, <b>Mario Vargas Llosa sigue siendo aquel muchacho
que, yendo de paseo con su madre, encuentra que el paraíso se diluye, y
luego trata de reconstruirlo escribiendo y preguntando, como si
estuviera tratando de desandar el camino que lo lleve otra vez a ser
aquel niño que fue. Porque muchas veces se le ve en ese tránsito hacia
ese niño que fue muchos queremos tanto a Mario Vargas Llosa.</b></div>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-45055071205389762092012-05-06T22:52:00.000-07:002012-05-06T22:52:05.688-07:00Las dos lecturas de La ciudad y los perros<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhfUpnIOeLS3avYCODWEPkFs7e1EmdXT_CcaKp962lzr7x8HcDfujQlVbKfgAGGgmPE-fJZpq5AKs1-99Rchvk_euUNbJw-AzRUvVcQTdw9XIWwKyaKHgK6AnE_z53qiiqOMiSi5K8xihg/s1600/armandovalladares.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhfUpnIOeLS3avYCODWEPkFs7e1EmdXT_CcaKp962lzr7x8HcDfujQlVbKfgAGGgmPE-fJZpq5AKs1-99Rchvk_euUNbJw-AzRUvVcQTdw9XIWwKyaKHgK6AnE_z53qiiqOMiSi5K8xihg/s320/armandovalladares.jpg" width="240" /></a></div>
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<b><i>Por Carlos Alberto Montaner</i></b></div>
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Hace casi veinte años, cuando Mario se había transformado en líder
político y se perfilaba como el probable presidente del Perú, yo estaba
vinculado a la Junta Editorial de <i>The Miami Herald </i>y <i>El Nuevo Herald</i>,
y advertí que existía una genuina curiosidad entre los periodistas de
ambos medios por conocer esta nueva faceta del famoso novelista, de
manera que organicé una reunión para que lo escucharan.</div>
<div style="text-align: justify;">
La reacción de los periodistas –tribu generalmente muy escéptica y a
salvo de cualquier vestigio de entusiasmo con los políticos– resultó
excelente. No se trataba de un intelectual con la cabeza llena de
fantasías utópicas, sino de una persona con los pies en la tierra que
sabía exactamente la enorme dimensión de los problemas que debía
abordar si alcanzaba la Presidencia de su país.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero de aquel episodio, que tuvo también una faceta pública,
<b>recuerdo aún con más interés una anécdota que narró muy elocuentemente
el ex preso político Armando Valladares cuando le tocó presentar a
Mario</b>. Valladares –famoso disidente que luego llegó a ser embajador de
Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU– contó
que, <b>en la década de los sesenta, uno de los pocos libros que
circulaban entre los presos era <i>La ciudad y los perros</i>, obra que
leían con admiración literaria, pero inicialmente sin demasiado
entusiasmo, persuadidos de que el autor era una persona totalmente
identificada con la dictadura, aspecto que el gobierno de Castro
capitalizaba machaconamente en sus campañas propagandísticas</b>.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b>Todo eso</b> –explicó Valladares– <b>cambió, súbitamente, a principios de
los setenta, cuando estalló “el caso Padilla” y desde París varios
escritores notables, capitaneados por Mario, Plinio Apuleyo Mendoza,
Octavio Paz y otra media docena de intelectuales valiosos, rompieron
públicamente con Castro, denunciaron la represión que padecían los
cubanos y pusieron fin a la conveniente superstición de que la <i>intelligentsia</i> occidental respaldaba al gobierno de La Habana. A partir de que esa noticia se conoció entre los presos, <i>La ciudad y los perros</i>, que ya era un libro ajado<i> </i>por
el manoseo incesante, tuvo dos tipos de perseguidores tenaces: los
presos que deseaban conocer la obra de quien consideraban como “uno de
los suyos” y comenzaban a leerlo con una inmensa devoción, y los
carceleros, que recorrían las celdas y galeras para extirpar el libro
escrito por el “traidor” peruano. Creo que nunca lograron encontrarlo.
Esconderlo y pasarlo de mano en mano resultaba una forma de luchar por
la libertad</b>. ~</div>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-88170472498795039862012-03-10T17:06:00.002-08:002012-03-10T17:08:50.589-08:00El último piajeno de Piura parece feliz<h1 id="titulo_noticia">La desaparición de los “piajenos”</h1><p style="text-align: right; font-style: italic; font-weight: bold;">Por Mario Vargas Llosa</p><p style="text-align: justify;">Han desaparecido los burritos de las calles y los alrededores de Piura. Los piuranos los llamaban “piajenos” y el sobrenombre les caía como anillo al dedo: eran los pies de los demás. Y, por supuesto, también los lomos y los brazos. Estoicos y pacientes cargaban costales de fruta, leña, gentes, todo lo que se podía cargar, y se los veía trotando día y noche por las calles de altas veredas, soportando maltratos de los malhumorados y los sádicos, alimentándose de lo que encontraban al paso o viviendo del aire y de su mera terquedad de no resignarse a morir. Pero ahora se han extinguido y a nadie le importa, y algunos lo celebran porque saben que la desaparición de los piajenos es, ay, síntoma inequívoco de modernización y de progreso.</p><p style="text-align: justify;">Y es verdad: los cambios en todo Piura son impresionantes. La Piura de mi memoria se ha volatilizado en un torbellino de gigantescos centros comerciales, flamantes urbanizaciones que se comen el desierto, gallardos edificios, universidades, colegios, fábricas, nuevas avenidas, nuevos hoteles y plantaciones de agroindustria para la exportación que han puesto a esta región a la vanguardia del desarrollo peruano. Al igual que Ica, que ya lo alcanzó, Piura raspa ya ese milagro, el pleno empleo, y, en ciertas épocas del año debe importar trabajadores de la sierra para cubrir las demandas de mano de obra para el campo y la construcción. En la Plaza de Chulucanas escucho un parlante que invita a la gente local a enrolarse para ir a trabajar a la capital del departamento; ofrecen “buen trato, buen salario, contrato y seguridad social”. Nunca creí que lo vería y ahora lo veo: el Perú despegó por fin y la Piura querida de mi infancia y adolescencia está en el pelotón de cabeza de esta transformación.</p> <p style="text-align: justify;">Pero, para alguien de mi generación, toda ciudad es ya, como lo era Madrid en el poema de Dámaso Alonso, un cementerio de un millón de cadáveres. La guadaña del tiempo se ha llevado no sólo a todos mis profesores del Colegio San Miguel de Piura, sino también a mis compañeros de clase y a buena parte del elenco, los escenógrafos y los técnicos con los que subimos a escena, en el ya desaparecido Teatro Variedades, <em>La huida del Inca,</em> la primera obrita de teatro que escribí, en aquella Semana de Piura de Julio de 1952, la experiencia más conmovedora para mí en ese año extraordinario que pasé en casa de mis tíos Lucho y Olga, en el que, además de alumno sanmiguelino, fui periodista en el diario <em>La Industria</em>, fabricante de versos y de cuentos, autor y director de teatro, y hasta líder, con Javier Silva Ruete, de una huelga estudiantil.</p> <p style="text-align: justify;">Alguien ha encontrado una fotografía del estreno de <em>La huida del Inca</em> —siempre creí que no existía ninguna— y el momento más emocionante de esta visita es rememorar, gracias a aquella imagen, esa noche inolvidable. Ahí están, medio sepultados bajo los emplumados ornamentos con que Carmela Garcés y el profesor Aldana los vistieron de Incas, Yolanda Vilela y la bella Ruth Rojas, y ese hombre-ídolo que blande la <em>mascaipacha</em> imperial debe ser Ricardo Raygada. Yo, aunque no aparezco en la borrosa foto, es seguro que estoy también ahí, escondido en esas bambalinas que se divisan a un costado, enternado de azul y comiéndome las uñas de tanta emoción.</p> <p style="text-align: justify;">El Hotel de Turistas, en la Plaza de Armas de los eternos tamarindos, donde a mis 11 años descubrí que tenía un padre vivo y vi al personaje por primera vez, está siempre allí, pero ahora se llama Los Portales y el patio de los “sábados bailables” se transformó en un comedor. El Viejo Puente se desplomó, se lo llevó el río en una de sus crecidas, y lo ha reemplazado un puente colgante que ahora es peatonal. Los estragos causados por <em>el Niño</em> desvistieron el elegante Malecón Eguiguren y dieron buena cuenta de gran parte de las nobles casonas que lo engalanaban. El urbanicidio más triste es el de la Casa Eguiguren, seguramente la de mayor prestancia e historia de la ciudad, desfondada, desenrejada, saqueada de sus azulejos, de su artesonado, de sus puertas con clavos y convertida en un amasijo de ruinas pestilentes.</p> <p style="text-align: justify;">Pero la Plazuela del pintor Merino se conserva casi intacta, con la Iglesita del Carmen, convertida en un museo de arte religioso, y la casita donde vivía el párroco, el Padre Santos García, salmantino, cascarrabias, filatelista y profesor de religión, quien, en ciertas clases, presa de inspiración bíblica, tronaba de tal modo que hacía estremecerse las viejas paredes de quincha del colegio San Miguel. Éste se halla aún en pie, con sus aulas de techos altísimos, sus patios centenarios, su teatrín colonial, y hay esperanzas de que se convierta en un gran centro de cultura.</p> <p style="text-align: justify;">Cuando yo vine a Piura por primera vez, el río Piura era de avenida, y la llegada de las aguas, al comenzar el verano, se celebraba con una fiesta en la que participaba toda la ciudad. Había fuegos artificiales, bandas de música, y el mismísimo obispo se metía al cauce con sus hábitos morados, a bendecir la llegada del agua que traía vida, trabajo y alegría a los piuranos. Ahora el Piura es un río de aguas permanentes y la orilla opuesta ya no tiene arenales y algarrobos sino modernos edificios, las nuevas instalaciones del Colegio Salesiano y el gigantesco campus de la Universidad Nacional de Piura. En algún lugar de lo que es ahora el vasto distrito de Castilla yacen las cenizas de lo que fue, alguna vez, la pecaminosa Casa Verde.</p><p style="text-align: justify;">El desierto, que rodeaba a la ciudad y la llenaba de arena las tardes de viento fuerte, ha desaparecido. Los 50 kilómetros que separan a Piura de Chulucanas están ahora llenos de árboles, matorrales, pastos, sembríos, y hasta los lejanos contrafuertes de la Cordillera, que yo recordaba grises y pelados, se han cubierto de verdura. Sólo el pueblecito de Yapatera, a unos cinco kilómetros de la capital de Morropón, permanece fiel a sí mismo, pequeño y acogedor, calcinándose al sol con sus casitas frágiles de adobe y de cañas, y su iglesita austera y despojada, con su techo de calamina y la coloreada imagen de San Sebastián. La casa de los McDonald, donde pasé algún fin de semana y monté caballo por primera vez, es una ruina de la que han tomado posesión un búho y unos murciélagos que, ominosos y silentes, trazan círculos sobre mi cabeza cuando recorro esos escombros tratando de localizar la terraza donde el dueño de casa, un inglés, y su esposa Pepita, tomaban todas las tardes el <em>five o'clok tea</em>, contemplando el quebrado horizonte de la Cordillera Negra.</p> <p style="text-align: justify;">Yapatera es un caso aparte porque, en un entorno social de indios, cholos y blancos, fue durante mucho tiempo un pueblo negro. Según don Fernando Barranzuela, el sabio del lugar, en el año de 1609, en plena colonia, el señor feudal de Yapatera compró 14 esclavos negros —10 hombres y cuatro mujeres— procedentes de Cumaná (Venezuela), a los que los indios del lugar apodaron los “cumananeros”. Así nacieron las famosas cumananas, contrapuntos líricos de versos rimados —desafío y réplica— en que son maestros consumados los yapateranos. Paso cerca de un par de horas, bajo los molles, sauces y algarrobos de la placita de Yapatera oyendo las cumananas con que don Fernando Barranzuela y Juan Manuel Guardado, los dos bardos locales, se provocan y burlan de sí mismos. Las letras son por lo general de afiebrado contenido sexual y, como suele ser frecuente en la poesía popular, rezuman machismo, racismo y chauvinismo. (Desafío: “Me puse a lavar un negro/ a ver si se desteñía;/ cuanto más lo jabonaba/ más negro se me ponía”./ Réplica: “Yo también bañé a un blanquito/ a ver qué cosa decía;/ le metí un dedo al potito/ y el maricón se movía”).</p> <p style="text-align: justify;">Toda esta región en los viejos tiempos estaba llena de cañaverales y trapiches y hasta el aire parecía impregnado con la dulcísima miel de la chancaca. Ya no queda uno solo. Alrededor de Yapatera hay todavía arrozales pero todo el contorno está dedicado a la siembra de frutas para la exportación. Hago un alto en la antigua hacienda de Sol Sol y de nuevo me doy de bruces con la Piura modernísima del siglo XXI: viñedos que se extienden hasta perderse de vista, alineados al milímetro y se diría podados por artistas; almacenes, depósitos, empaquetadoras, comedores y baños relucientes; sembríos de paltas y mangos. Los dueños de la empresa Saturno me explican que sus clientes abarcan un abanico de países de varios continentes y que, en los períodos de mayor actividad, más de 2.000 familias viven del trabajo en esta finca.</p> <p style="text-align: justify;">Ya de regreso a la ciudad, veo a orillas de la carretera, en una ranchería de chozas donde se ofrecen bebidas y carne seca a los viajeros, algo que me hace detener. Está tumbado al sol, revolviéndose sobre sí mismo en la tierra parda y áspera, peludo, grisáceo y, a juzgar por los desafinados rebuznos que lanza de pronto, sin ton ni son, gozando del instante. El último piajeno de Piura parece feliz.</p><p><br /></p>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-34348341973752511762012-01-15T06:34:00.000-08:002012-01-15T06:37:57.084-08:00Matrimonio en Bombay<p style="text-align: justify;">Por Mario Vargas Llosa<br /></p><p style="text-align: justify;">Roberto es un peruano de Lima y Nus una india de Bombay. Ambos estudiaron en Estados Unidos y trabajan para una compañía de publicidad transnacional. Se conocieron en Nueva Delhi, se enamoraron en Shanghái donde fueron a hacer una campaña publicitaria y ahora residen en Nueva York. Allí tomaron la decisión de casarse. El matrimonio se celebrará en Bombay, residencia de la familia de la novia. Como Roberto es hijo de unos amigos muy queridos, Patricia y yo hemos venido a acompañarlos y, con nosotros, más de un centenar de forasteros de medio mundo, sobre todo, peruanos.</p> <p style="text-align: justify;"> Este enlace y estos amores son un producto de la globalización, no hubieran sido posibles unos años atrás. Nus es la primera persona de su extenso linaje que se casa por amor. Hasta ahora, en su familia los matrimonios fueron siempre arreglados, como sigue ocurriendo en innumerables hogares indios, y, principalmente, entre las familias de religión musulmana que, como los progenitores de Nus, pertenecen a la secta Bohri, de un millón de prosélitos, caracterizada por su fidelidad a la tradición.</p> <p style="text-align: justify;"> Cuando Nus informó a sus padres que quería casarse con Roberto, aquéllos se alarmaron. Su madre le propuso un muestrario de pretendientes, pero ya que la muchacha no daba su brazo a torcer, la familia aceptó conocer al exótico joven procedente del Perú –y, encima, de familia nazarena– que aspiraba a desposar a su hija. Roberto vino a Bombay, se las arregló para pasar el examen y seducir a sus futuros parientes políticos, los que, finalmente, consintieron a la boda.</p> <p style="text-align: justify;"> Ésta durará cuatro días y constituirá una obra sutil de equilibrio religioso, musical, sociológico, diplomático e idiosincrático. El primer día consta de una ceremonia privada a la que asisten sólo las familias. Se firma el contrato matrimonial y el abuelo de Nus la “entrega” simbólicamente a su novio. Los otros tres días consisten en fiestas y cenas copiosas, con bailes, canciones, espectáculos y manjares donde se alternan la tradición y lo moderno, el oriente indio, la América gringa e hispánica y fogonazos del resto del mundo.</p> <p style="text-align: justify;"> El Hotel Taj Mahal Palace, ya restaurado en su antigua magnificencia de los estragos que le infligieron unos terroristas venidos de Pakistán, que destrozaron sus instalaciones y las sembraron de sangre y de cadáveres, es el escenario de la ceremonia llamada Mehndi. A los invitados hombres nos enturbantan y a las damas unos diligentes diseñadores les bordan en las manos y en los pies los delicados encajes “henna”, portadores de buena suerte, con una tintura que se irá desvaneciendo al paso de los días. Las guayaberas y las chaquetas se entreveran con los blusones y las camisolas, las sandalias y pantuflas con los zapatos, así como los saris delicados con atrevidas minifaldas occidentales. De acuerdo a las instrucciones, se evitan los atuendos en blanco y en negro. Hay un colorido espectáculo de bailarinas, cantantes y músicos de Rajastán y una comida estrictamente vegetariana, de misteriosa factura y ardiente como el fuego. Que no se sirva gota de alcohol no es obstáculo para que los jóvenes, la gran mayoría de asistentes, se lancen a bailar las danzas locales y formen al poco rato una algarabía frenética, haciendo figuras, rondas, trencitos, en torno a los novios que presiden la fiesta en estado de trance. Yo resisto hasta la medianoche pero aquello se alarga hasta el amanecer.</p> <p style="text-align: justify;"> La fiesta del día siguiente, llamada Sangeet, es informal y más latina que india. La terraza del Hotel Intercontinental, que mira al Mar de Arabia, ha sido transformada en una explanada caribeña –uno se creería en Santo Domingo, Cartagena o Jamaica– y la música que atruena la noche son merengues, cumbias, mambos, guarachas, románticos boleros y, por fin, las indescifrables danzas modernas norteamericanas. Se brinda con vino, champagne, whisky, y los indios, ahora en franca minoría ante los latinos, toman el desquite cuando los amigos y amigas de los novios presentan un número de danza inspirado en los melodramas musicales de Bollywood, la más fecunda productora de películas del mundo –cerca de mil al año y en treinta lenguas distintas– que tiene sus desarrapados estudios en las afueras de Bombay. Es divertido, cómico, simpático, y acaba de romper las barreras de idiomas, creencias y costumbres y confundir a todos los jóvenes en un jolgorio de sincretismo exaltado y glorioso. Cuando me arrastro hasta mi hotel, aquello sólo está empezando.</p> <p style="text-align: justify;"> La ceremonia del último día, Walima, es la más bonita y llamativa. En ella no se bebe alcohol ni se bailan danzas modernas, se desfila por la calle y luego, en un hermoso jardín vecino al Paseo Marítimo, se felicita y despide a los novios, mientras se degustan las especialidades culinarias de la comunidad Bohri preparadas por la familia de Nus. El atuendo indio prevalece y muchos extranjeros llevan también Salwaar Kameez, blusas y faldas Lehenga, saris, chaquetas Nehru, turbantes y babuchas. El desfile callejero, desde el Trident Hotel, dura varias cuadras. Los novios van en lo alto de una carroza decorada con flores y tirada por caballos, mientras a su alrededor parientes y amigos cantan alabanzas y hacen votos de buena fortuna para los recién casados. Una pequeña orquesta con cornetas, tambores y platillos escapada de una película de Fellini preside el cortejo.</p> <p style="text-align: justify;"> La gente de las veredas y los autos sonríe, saluda, envía buenaventuras y, de pronto, descubro que, también aquí, entre las bellas muchachas envueltas en sedas, los caballeros elegantes y las damas que lucen sus joyas, se han entreverado los mendigos: ancianos, hombres y mujeres, niños que apenas han aprendido a andar, con las manos estiradas, luciendo sus harapos, su ceguera, sus muñones, su delgadez esquelética, su desamparo. Son la presencia brutal de la realidad en este cuento de hadas.</p> <p style="text-align: justify;"> Las estadísticas dicen que la India, la más grande democracia del mundo, viene dando una formidable batalla contra la pobreza, creciendo desde hace quince años a un promedio parecido al de China –entre un 9 y 10 por ciento anual– y que cada año millones de pobres dejan de serlo y se incorporan a las pujantes clases medias. Todo ello es cierto. Pero las verdades estadísticas no dicen nunca toda la verdad. Lo que ocultan (y esto vale también para China, Brasil y todos los nuevos gigantes) es que, a pesar de ese admirable progreso, decenas y, acaso, centenas de millones de indios han quedado atrás, varados, y no tendrán ya la oportunidad de salir del infierno de miseria y desesperanza.</p> <p style="text-align: justify;"> Eso es lo que nos recuerdan los mendigos de esta fascinante y estremecedora ciudad cuyas calles atestadas parecen salidas de las parábolas de Borges sobre el infinito y la vertiginosa eternidad. Están por todas partes, callados, pacíficos, terribles: a las puertas del Museo Nacional y sus hermosas colecciones de pinturas nepalesas y tibetanas; en torno a la desvencijada mansión victoriana Mani Bhavan , donde vivió el asceta Mahatma Gandhi que con su limpia palabra y sus ayunos derrotó al imperio británico; al pie de la Puerta de la India y en los andenes y escalinatas de la Victoria Terminus Station, tan presente en las historias de Rudyard Kipling, parecida a la estación St. Pancras de Londres, pese a las capas de mugre que recubren sus relojes, lampadarios, balcones, asientos y techos, ventanales y paredes de falso gótico, y están también en el embarcadero donde los turistas suben a los barquitos que los llevarán a la isla de Elefanta, a ver las monumentales esculturas de Shiva excavadas en las grutas.</p> <p style="text-align: justify;"> Están allí porque en Bombay, a diferencia de lo que ocurre en Lima, Madrid, México o Río de Janeiro, la pobreza y la riqueza no tienen sus barrios acotados para que aquella no turbe ni asuste a quienes disfrutan de una vida digna. No, en esta ciudad ricos y pobres andan mezclados de manera inextricable y, por ejemplo, la casa-rascacielos del multibillonario Ambaní, uno de los hombres más ricos del mundo, levanta hacia los cielos sus trescientas habitaciones desde una barriada donde deben apiñarse las familias más menesterosas de la ciudad.</p> <p style="text-align: justify;"> Roberto y Nus, claro está, no pueden pensar en este momento en estas cosas tristes. Allí están, jóvenes, apuestos, ella bellísima en sus gráciles sedas, maquillada con arte impecable, y él, desenvuelto como si hubiera llevado toda la vida ese atuendo oriental. Reciben las felicitaciones con alegría y esperan el instante final, el de “los zapatos nuevos”, que, al ser entregados por la madre del novio a Nus, marcarán el término de la boda.</p> <p style="text-align: justify;"> <span style="font-weight: bold; font-style: italic;">¿Serán felices? Para casarse han tenido que vencer enormes obstáculos, un excelente comienzo. Un matrimonio feliz es una empresa común y exige tanta dedicación, fervor, paciencia e insistencia como una gran novela. Gentes de cinco continentes y una veintena de países hemos venido aquí a exigirles que sean felices. No deberían defraudarnos.</span></p>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8529136176788298163.post-15482859470467544542011-08-28T05:47:00.000-07:002011-08-28T05:50:08.648-07:00La fiesta y la cruzada<p style="text-align: right; font-style: italic;"><u>Por Mario Vargas Llosa</u></p> <p style="text-align: justify;">Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su “adicción” al Papa (“Somos adictos a Benedicto” fue uno de los estribillos más coreados). </p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Salvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba “un blanco horror de Belcebú”, rezaban el rosario con los ojos cerrados.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que “El País” ha llamado “la mayor concentración de católicos en la historia de España”. La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la “católica España” ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, sólo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero sólo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace sólo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes –practicantes o no– a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella –decenas de millones de personas– ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.</p><p style="text-align: justify;">
<br /></p><p style="text-align: justify;">Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos –empezando por la corrupción– si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, ésta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales. </p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos sólo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y éste sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.</p><div style="text-align: justify;"> </div><p style="text-align: justify;">Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.
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<br /><em> Madrid, agosto de 2011 </em></p>Orlando Mazeyra Guillénhttp://www.blogger.com/profile/04555962925876557456noreply@blogger.com0