viernes, 26 de noviembre de 2010

Vargas Llosa en manos del censor


Esta es otra gran nota del diario El País de Madrid:
DEL VETO AL ELOGIO: Las obras del hoy premio Nobel sufrieron múltiples encontronazos con la dictadura, que prohibió La ciudad y los perros y vetó la cubierta de Pantaleón y las visitadoras.
Los primeros lectores de las novelas de Mario Vargas Llosa tenían un número (el 4, el 6, el 12...) y dejaron sus impresiones por escrito. A veces con trazo rojo indiscutible sobre las páginas de las galeradas y con juicios contundentes: inmoral, pornográfico, obsceno, marxista, depravado... calificativos que ayer arrancaron carcajadas al escritor. Aquellos puntillosos lectores pertenecían a la cuadrilla de la Sección de Orientación Bibliográfica, eufemismo burocrático de una sección de la Dirección General de Información que se ocupaba de leer y censurar todo lo que aspiraba a ser impreso en España en tiempos de la dictadura de Franco.
Los informes de esos censores se guardan en el Archivo General de la Administración (AGA), un organismo del Ministerio de Cultura ubicado en Alcalá de Henares. Las galeradas originales, las solicitudes de las editoriales, los textos de las cubiertas, las cartas intercambiadas a propósito de un título y las anotaciones manuscritas se conservan en carpetas perfectamente numeradas, que tienen más valor histórico del que invita a creer su anodina apariencia y que el diario EL PAÍS ha revisado. "La censura era algo tan anacrónico, un disparate, unos controles en los que no creían ni los propios censores", comentó Vargas Llosa, que también sufrió episodios drásticos en otros países. "En el Perú quemaron La ciudad y los perros, pero no lo prohibieron, y en Rusia descubrí en un viaje que le cortaron 40 páginas por razones morales".
En la España pacata, clerical y militarizada del franquismo, cada novela del escritor peruano era una provocación. Aunque también hubo censores que olfatearon el valor literario y ayudaron a salvar la novela de la quema burocrática, incluido el jefe de todos ellos, Carlos Robles Piquer.
LOS JEFES (1959): Ni "maricón" ni "puta"
El primer encuentro con la censura, el 26 de marzo de 1959. La editorial Roca pidió permiso para imprimir una tirada de 1.300 ejemplares de cinco narraciones cortas. El lector que censuró la obra, la primera del autor peruano, autorizó la publicación, aunque exigió que se tachasen dos "palabras malsonantes". Mario Vargas Llosa sustituyó "maricón" por "soplón" y "puta" por "perra".

LA CIUDAD Y LOS PERROS (1963): "Hedionda depravación"
Seix Barral presenta la obra con la que Vargas Llosa había ganado el premio Biblioteca Breve bajo el título provisional de Los impostores. La tirada prevista es de 3.000 ejemplares. El lector número 4 (un tal Manuel de apellido indescifrable) propone la prohibición por "la fruición salaz con la que el autor entra en los pormenores de una hedionda depravación juvenil". Explica que está plagada de "palabrotas de cuartel y prostíbulo" y que hay una "marcada complacencia" en las "descripciones obscenas".
Carlos Barral, el editor, sin embargo, vuelve a la carga. El 25 de marzo se dirige al director general de Información, Carlos Robles Piquer, de quien dependía la censura, para pedirle que el libro sea examinado "de nuevo". El informe del lector número 27, R. M. de la Pinta Llorente, no es más benévolo: "Literatura inmoral. Las palabras más corrientes son mierda, cojones, joder. Han de tacharse los siguientes pasajes graves (...) Todo ello repelente en general y en todo se refiere casi siempre, además de la inmoralidad general, a la mariconería, y con ello decimos todo".
Las galeradas muestran la opinión clara del censor, con las páginas tachadas en rojo. Pero Carlos Barral, erre que erre, mueve nuevos hilos. Uno, a la postre vital, es el del catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona José María Valverde, compañero de carrera de Carlos Robles Piquer y que había sido jurado del Premio Biblioteca Breve que había premiado la obra censurada. La carta que Valverde escribe a Robles Piquer está condenada a la historia de la literatura por su lucidez y su visión premonitoria: "Se trata de la mejor novela de lengua española escrita en mucho tiempo: más exactamente, yo no he leído nada mejor, como relato en lengua española, publicado en los últimos 25 o 30 años". No niega Valverde las palabrotas, pero las defiende: "Se trata de una novela de efecto e intención morales: destrozar el mito de la adolescencia como edad dorada y arcangélica". Lo único que le disgusta de la obra es el título (propone a Vargas Llosa titularlo Juventud, divino tesoro, por fortuna no prosperó). El crítico ruega a Robles Piquer que lea directamente el original antes de tomar la última decisión y le avisa: "Estoy seguro de que esta novela quedará de modo elevado y definitivo en el haber de la literatura hispánica y, por ello, la decisión de prohibir su publicación no es cosa para tomar a la ligera con la confianza de que nadie se fijará y los pocos que se fijen se olvidarán. Este libro no se olvidará".
Robles Piquer se toma en serio el consejo y lee el original, que le entrega el editor en el aeropuerto de Barcelona. Ayer lo recordaba con nitidez: "Comprobé que la obra era muy buena, yo no sabía quién era este señor pero me pareció excelente". El material era, sin embargo, explosivo para los militares. Robles Piquer cita a Mario Vargas Llosa a un almuerzo en el Club Internacional de Prensa. "Llegó acompañado de Carlos Barral. Le hice algunas observaciones sobre cuestiones de forma que entendió perfectamente. En aquel momento me preocupaba que la novela pudiera sonar contra los militares", revivía ayer.
Tras esta entrevista, el escritor corrige ocho párrafos "porque ellos no alteraban en lo fundamental ni el contenido ni la forma del libro", según expone el propio Vargas Llosa en una carta del 17 de julio de 1963 dirigida a Robles Piquer. Suprime algunos términos y suaviza algún episodio "introduciendo un clima de ambigüedad a base de eufemismos y frases elípticas". Todo ello, hecho "sin alegría ni convicción", escribe Vargas Llosa, que se despide con una glosa a la libertad creadora: "Quiero cumplir un deber de cortesía con usted, por las amabilidades que ha tenido conmigo, pero esto en nada modifica mi oposición de principio a la censura, convencido como estoy de que la creación literaria debe ser un acto eminentemente libre, sin otras limitaciones que las que le dictan al escritor sus propias convicciones".
Finalmente, el 28 de septiembre de 1963, "de orden superior", se autoriza la publicación de la obra con el título de La ciudad y los perros, un cambio que no tiene que ver con la censura. La edición incluye un prólogo de Valverde y opiniones críticas elogiosas, excepto una que no se autoriza por la censura y que iba firmada por Julio Cortázar. En la segunda edición, además, Barral se arriesga y, recordó ayer Vargas Llosa, recupera los párrafos suprimidos en la primera.

LA CASA VERDE (1965): "La calidad salva lo pornográfico"
Seix Barral pide permiso para imprimir 4.000 ejemplares. El lector José María Z. propone que se autorice con supresiones en seis párrafos. "La obra salva lo pornográfico a fuerza de calidad literaria y tipismo. Pese a su tema escabroso puede autorizarse por ello, salvo algunas correcciones". Se autoriza el 21 de enero de 1966.

CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL (1969): "Marxista, anticlerical, antimilitarista"

Seix Barral quiere incluirla en su colección de Nueva Narrativa Hispánica con una tirada de 10.000 ejemplares. El lector número 12 hace una pieza maestra de orfebrería censora : "Novela muy bien escrita, como es habitual en Vargas Llosa, aunque abunden los anglicismos y galicismos (...) Novela marxista, anticlerical, antimilitarista y obscena. La obscenidad pocas veces llega a la pornografía, por ejemplo en la escena de cama -una de las escenas de cama- entre las lesbianas Queta y Hortensia (...) Lo esencial está en la pintura del Perú de las oligarquías, de la entrega a los norteamericanos, de la persecución de intelectuales, obreros y campesinos, de la represión de los movimientos de izquierdas, de la corrupción y el ensañamiento con los estudiantes y tantas otras cosas que, sin duda, molestarán al actual gobierno del Perú. Hay en todo ello -junto a una gran calidad literaria, reflejada en la narración mixta, o sea, mezclando el diálogo con la narración indirecta y el monólogo interior- una intención evidentemente parcial, bien aprovechada por la editorial Seix Barral para establecer tácitamente correlaciones y comparaciones. No creo que en ningún caso pueda autorizarse este; pero salvo la mejor decisión de la Superioridad, y a fin de evitar situaciones enojosas, creo que debe aplicársele el SILENCIO ADMINISTRATIVO".
En el informe hay una anotación manuscrita en la que se hace constar que no se puede impedir la difusión porque no constituye delito ninguno.
Sobre el segundo tomo, juzgado por el mismo censor, se dice: "La novela mantiene la tónica política y erótica del tomo anterior, pero en un tono mucho más suave. De todos modos abundan los paisajes obscenos (...) Desaparece el tono marxista del primer volumen (...) En conjunto la novela puede pasar, ya que ha pasado, por silencio administrativo, el primer tomo".

PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS (1973): "Todo el libro es sexo"

Tirada: 100.000 ejemplares. Seix Barral. Se piden informes a dos censores, García Campos y Martos. Sus criterios divergen. Uno admira a Vargas Llosa, ya que exculpa los excesos y defiende la publicación: "Debido al tema es lógico que existan algunas libertades de lenguaje". También sostiene: "No existe ofensa al Ejército en general, otra cosa será quizás en relación con el Ejército peruano". Y por si hay dudas: "Desde un punto de vista estrictamente literario, la obra demuestra una vez más la maestría de su autor y su gran dominio del idioma".
El segundo censor es, por el contrario, implacable: "Esta obra se puede tomar de dos maneras. En serio, o como lo que en realidad es, una sátira humorística. Tomada bajo este aspecto hacer reír y, a pesar de que su tema es básicamente sexual, no se puede considerar pornográfica (...) Si se quiere tomar en serio hay infinitas razones para denunciar el libro. Ante todo, el tema sexual, tan básico que no hemos podido hacer tachaduras. Todo el libro es sexo, como se puede comprender. Luego los curas castrenses a los que ridiculiza y sobre todo y por último, al Ejército peruano al que ridiculiza al máximo. La decisión de tomarlo en serio o en broma corresponde a la Superioridad. Lo que el lector puede anticipar es que esta obra va a tener un gran éxito de venta y va a ser muy comentada. Por lo que parece preferible tomarla en serio, denunciarla, y si luego la Autoridad judicial levanta el secuestro, ella cargará con la responsabilidad. Por ello el lector que suscribe propone su DENEGACIÓN".
Tal vez por esta contradicción se pasa al fiscal Herrera para que se pronuncie. Concluye que no sería "viable una acción judicial contra ella". Pero en una nota manuscrita se censura la cubierta elegida por Seix Barral. "La cubierta de fuera no es tolerable, aunque la novela es bastante pornográfica podría autorizarse, pero no mantenerse la cubierta". La editorial cambia la imagen por una más liviana. En una nota informativa que figura también en el expediente, se lee que "la circulación del libro se efectuó aplicando la fórmula del silencio".

LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR (1977): "No impugnable"

Tirada: 30.000 ejemplares. Ya había muerto Franco, pero sigue en pie la obligación de presentar textos a la censura. El lector número 26 hace un informe escueto del argumento y culmina su informe así: "Muestra de la narrativa peruana, muy a lo Vargas Llosa, con toda clase de giros y modismos peculiares. No impugnable".
El mejor narrador desde Azorín
El catedrático José María Valverde dedicó dos densos folios a persuadir a su amigo Carlos Robles Piquer para que la primera novela de Vargas Llosa no acabase en el cajón de los censores. "Desde el punto de vista de las crudezas, que lógicamente puede preocupar en censura, creo que, mirando el asunto con cierta altura, no se puede en absoluto tachar de inmoral esta novela: hay por fuerza mucha palabrota y mucho elemento no apto para menores, pero el autor, que por algo es un escritor de gran altura, sabe limpiar y elevar el efecto de conjunto". Valverde, que escribiría el prólogo de La ciudad y los perros, finaliza la carta de este modo: "Vargas Llosa es en este momento el mejor narrador de nuestra lengua -al menos, de Azorín para abajo-. Esto puede parecer un juicio demasiado rotundo, casi una profecía, pero como crítico literario, aunque a primera vista mis juicios parezcan un tanto sorprendentes, luego ocurre que, a la larga, el tiempo me suele dar la razón". Y se la dio.
Del veto al elogio

El expediente sobre La ciudad y los perros fue uno de los que más papel alimentó en la administración franquista. La opinión de los censores fue contundente: era la primera novela de Vargas Llosa, un desconocido, y podían saltarse el comedimiento, como hizo Manuel P. pidiendo su prohibición. Seis años después, el censor de Conversación en La Catedral ya tenía referencias del escritor. Su análisis es más sesudo y político, aunque si de él hubiera dependido, la novela no habría sido autorizada.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La lectura diaria de ficción y los diarios

El reciente Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ha contestado a las preguntas de la revista femenina ‘Telva’ desde su céntrico, cómodo y lujoso apartamento de la ciudad de Nueva York, gracias al cual ha desarrollado una serie de manías, o vicios, irrenunciables.

La proximidad de su apartamento a Central Park es una razón para pasear durante una hora cada mañana y encontrar, junto a su mujer Patricia, la inspiración para sus libros. Así, cuando regresa a España, a su vivienda en la Plaza de las Descalzas, el Premio Nobel de Literatura ha tenido que amoldar su manía y conformarse con pasear por el Palacio de Oriente hasta el Parque del Oeste.

Mario Vargas Llosa ha confesado que otro de los ingredientes para ser un buen escritor es madrugar, momento en el que la ciudad duerme. “Me gusta levantarme no más tarde de las seis de la mañana. Nunca pude dormir mucho, con cinco o seis horas diarias me bastan. Me gusta la quietud de esos momentos. No suenan los teléfonos, nadie te molesta. Esas son horas perfectas para leer”, ha confesado. Pero Mario Vargas Llosa tiene la suerte de contar en la Gran Manzana con un aliciente contra la pereza y no sólo contempla las páginas de un libro a esas horas: “Aquí, en el apartamento de Nueva York, tengo la suerte de ver amanecer todos los días”.

Por último, Mario Vargas Llosa tiene otro secreto de Premio Nobel irrenunciable: leer el periódico cada mañana. “No lo puedo evitar, tengo que saber cómo anda el mundo antes de empezar a trabajar”, ha revelado.

Así, la rutina de Mario Vargas Llosa en Nueva York tiene como eje central aprovechar al máximo las oportunidades que le ofrece la ciudad. Tras ver amanecer, pasear y leer el periódico, el Premio Nobel comienza a escribir y lo hace a mano. Hasta las 14 horas dura la inspiración del artista y, tras la comida, sale a tomar un café y va a tomar notas a la Biblioteca Municipal de la Quinta Avenida. “(La biblioteca) me atrapó desde la primera vez que entré”, ha confesado.

Cuando el sol cae, Mario Vargas Llosa regresa a su apartamento para corregir, con el ordenador, la creación literaria del día y vuelve a acostarse con las ganas de que la ciudad recobre la quietud de las 6 horas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Una pasión llamada fútbol

Vargas Llosa, sentado en una tribuna del Camp Nou minutos antes del inicio del Mundial de España 82, reflexiona sobre el origen del masivo fervor que produce este deporte en todo el planeta

Por Mario Vargas Llosa

Al antropólogo brasileño Roberto de Mata le oí explicar hace un par de años, en una brillante conferencia, que la popularidad del fútbol –fenómeno mayor de nuestro tiempo– expresa la vocación innata de los pueblos por la legalidad, la igualdad y la libertad. Su argumentación era astuta y divertida.

En el fútbol, según él, el público ve representada una sociedad modelo, a la que gobiernan leyes claras y sencillas, que todos comprenden y acatan y que, al violarlas, entrañan para el culpable castigo inmediato. Además de justa, una cancha de fútbol es un espacio igualitario, que excluye todo favoritismo o privilegio. Aquí, en este césped marcado por la tiza, cada cual vale por lo que es, por su destreza, empeño, ingenio y eficacia. Ni el apellido ni el dinero ni las influencias cuentan lo más mínimo para meter goles y merecer los aplausos o silbidos de las tribunas. El jugador de fútbol, por otra parte, ejercita la única forma de libertad que la sociedad puede ofrecer a sus integrantes, so pena de desintegrarse: la de hacer todo lo que quieran que no esté explícitamente prohibido por unas reglas que todos aprueban.

Esto es lo que, en el fondo, provocaría el fervor de esas multitudes que, a lo ancho y a lo largo del mundo, se vuelcan a los estadios, siguen hipnóticamente los partidos en la televisión y discuten y se dan de trompadas por sus ídolos futbolísticos: la secreta envidia, la inconsciente nostalgia de un mundo que, a diferencia de aquel en el que viven, roído por las desigualdades, la injusticia, la corrupción, presa de la ilegalidad y la violencia, es un mundo de convivencia, de imperio de la ley, y equitativo.

¿Será cierta esta bella teoría? Ojalá lo fuera, pues no hay duda de que es seductora, y que nada sería más positivo para el futuro de la humanidad que en los fondos distintos de la multitud anidaran estos civilizados apetitos. Pero lo probable es que, como ocurre siempre, la realidad rebase la teoría y la deje trunca. Porque las teorías son siempre racionales, lógicas, intelectuales y en los fenómenos sociales, como en los individuales, la intervención de la sinrazón, del inconsciente y la pura espontaneidad es siempre tan inevitable como inconmensurable.

Garabateo estas líneas en una butaca del Camp Nou, momentos antes del partido Argentina-Bélgica que inaugura este mundial. Los signos son favorables: sol radiante, un cielo limpio, una impresionante muchedumbre multicolor, en la que ondean banderas españolas, catalanas, argentinas y alguna que otra belga, un ruidoso fuego de artificio, una atmósfera festiva, que sigue con aplausos el espectáculo gimnástico y folclórico que sirve de entremés al partido (y que tiene mucha más calidad de la que suelen tener estas exhibiciones).

Desde luego que este es un mundo bastante más simpático y agradable que el otro, el que se ha quedado detrás de las tribunas del Camp Nou y de esta gente que jalea las danzas y las figuras que hacen decenas de muchachos sobre el césped, como esas del Atlántico Sur y del Líbano a las que el mundial ha relegado a un segundo plano en la atención de millones de aficionados que, en el mundo entero, en las dos horas siguientes, vivirán como quienes ocupan estas tribunas, pendientes únicamente de los pases y disparos de estos 22 jugadores argentinos y belgas que abren el mundial.

Acaso la explicación de este prodigioso fenómeno contemporáneo, la pasión por el fútbol –un deporte elevado a la categoría de religión laica– , sea en realidad bastante menos complicada de lo que suponen los sociólogos y psicólogos que tratan de interpretarla y consista simplemente en que el fútbol ofrece a las gentes algo que apenas tienen: una ocasión de divertirse, de entretenerse, de entusiasmarse, de exaltarse, de vivir unas emociones intensas que la rutina cotidiana rara vez les depara. Querer entretenerse, divertirse, pasar un rato agradable, es la más legítima de las aspiraciones, un derecho tan válido como el de querer comer y trabajar. Por razones múltiples y seguramente complejas, el fútbol ha venido a cumplir en el mundo de hoy esta función con más éxito y universalidad que cualquier otro deporte. A quienes el fútbol nos gusta y nos da placer no nos sorprende en absoluto la jerarquía que ha alcanzado entre los entretenimientos colectivos, pero hay muchos que no lo entienden y además lo deploran y critican.

El fenómeno les parece lamentable porque, dicen, el fútbol enajena y empobrece intelectualmente a la multitud, distrayéndola de los asuntos importantes. Quienes piensan así olvidan que divertirse es un asunto importante. Olvidan también que lo característico de una diversión, por intensa y absorbente que sea, y un buen partido lo es en grado sumo, es ser efímera, intrascendente, inocua, una experiencia en la que el efecto desaparece al mismo tiempo que la causa.

El deporte, para quien disfruta de él, es amor a la forma, un espectáculo que no trasciende lo corporal, lo sensorial y la emoción instantánea que, a diferencia de lo que ocurre por ejemplo con un libro o un drama, apenas deja huella en la memoria y no afecta para nada el conocimiento, ni para enriquecerlo ni para deteriorarlo. En eso está su encanto: en ser emocionante y vacío. Por eso pueden gozar del fútbol, por igual, el inteligente y el tonto, el culto y el inculto. Ahora basta, ha llegado el rey, han salido los equipos, se ha declarado inaugurado el mundial, el partido comienza. Basta de escribir. Vamos a divertirnos un poco.

DERROTA ARGENTINA
Un debut con sorpresa
Vargas Llosa escribió estas líneas antes del partido que Argentina perdería ante Bélgica por 1-0 en España 82. Era el equipo de Maradona: un campeón que no pudo repetir.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

"Mi ambición era mucho mayor que ganar el Nobel, era escribir buenas novelas"


Los periodistas no aplauden. Según la definición clásica, cuentan a la gente lo que le pasa a la gente pero, discriminando entre información y opinión, no juzgan. Por eso no aplauden en las ruedas de prensa. Pero a veces ocurre. Hoy, por ejemplo. Pasado el mediodía, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) entró en el auditorio de la Casa de América de Madrid. Allí le esperaba una nube de flashes, micrófonos, cámaras, cuadernos y bolígrafos, algún ordenador y alrededor de 200 reporteros que rompieron a aplaudir en cuanto vieron al último premio Nobel de literatura.

"El mundo ha repetido su visita a Vargas Llosa", dijo Pilar Reyes, directora de la editorial Alfaguara, recordando las horas que siguieron en octubre pasado al anuncio del galardón más importante de las letras universales. Esta vez el motivo de la visita de decenas de medios de Europa y América Latina era la aparición de El sueño del celta, una novela con una tirada de medio millón de ejemplares (la mitad distribuidos en España) que hoy mismo ha desembarcado en 17 países de habla hispana, incluyendo el segundo mayor por el número de hablantes: Estados Unidos. Entre tanto, 22 editores y 20 lenguas extranjeras trabajan ya en la traducción de la nueva obra de un clásico vivo que además el próximo 10 de diciembre entrará, vía Estocolmo, en el Olimpo de los más grandes.
Cuando la representante de la radio de Suecia le preguntó si no tenía miedo a caer en el mismo silencio que agarrotó a muchos de los que le han precedido en el palmarés del Nobel, Vargas Llosa fue rotundo: "¡Ningún peligro! A mí la muerte me encontrará con la pluma en la mano". Poco antes había citado a su maestro, Flaubert: "Escribir es una manera de vivir".
Después de contar que el anunció del premio había interrumpido la redacción de La civilización del espectáculo, el ensayo en el que estaba trabajando cuando se levantó el "torbellino sueco". "A los veinte minutos de saberse, mi departamento se llenó de gente que no conocía; periodistas daneses, fineses". Esa pausa forzada era solo un presagio: "Mis horarios han saltado por los aires", explica, "aunque no me quejo, en el desequilibrio no me siento cómodo".
"Voy a seguir hablando como una cotorra", añadió. Y hoy habló y habló. Sólo guardó silencio sobre un asunto concreto: su discurso de recepción del Nobel. "Voy a guardar el secreto", dijo. Eso sí, aunque lleva cerca de un mes con la cabeza en las nubes -"duermo dos o tres horas al día"- no ha despegado un milímetro los pies del suelo. Por eso el galardón no ha frenado el impulso que le llevó siendo un veinteañero a escribir novelas como La ciudad y los perros o La casa verde. "Nunca estuvo entre mis aspiraciones literarias ganar el Premio Nobel. Mis ambiciones eran mayores: yo quería escribir buenas novelas", afirmó. "Mi ambición era que mis libros se leyeran como yo leía los libros que me cambiaron la vida".
Uno de esos libros decisivos fue El corazón de las tinieblas, y en una biografía de su autor, Joseph Conrad, Vargas Llosa se topó con una figura fascinante: Roger Casement. Diplomático británico nacido en el Ulster, su conversión al nacionalismo irlandés le llevó a conspirar con Alemania durante la Primera Guerra Mundial para dar el impulso definitivo a la independencia de Irlanda. Aquella conspiración dio con sus huesos en la cárcel londinense de Pentonville.
Ahí arranca El sueño del celta, el relato de las horas de celda de un hombre que recuerda la otra gran peripecia de su vida: sus días en el Congo y en la Amazonía peruana como testigo de los horrores -mutilaciones, asesinatos, prostitución, esclavitud- a los que los europeos sometían a los indígenas que trabajaban en la explotación del caucho. "Cuando desaparece la legalidad prevalece la ley del más fuerte y brota la barbarie", explicó Vargas Llosa. Casement encontró el horror donde pensaba encontrar cristianismo, comercio y civilización. "Fue tal vez el primer europeo en denunciar los crímenes del colonialismo", explicó el novelista. Hoy, sin embargo, apenas nadie lo recuerda ni en África ni en Perú. El escritor lo comprobó sobre el terreno cuando viajó a los escenarios de su novela. Allí comprobó también que buena parte de las situación actual del Congo viene de aquella "vertiginosa brutalidad": "Los descendientes de las víctimas todavía no han podido recuperarse".
Casement, un "héroe incómodo", vivió entre 1864 y 1916, y hoy la charla de Vargas Llosa se movió entre la crisis de aquellos años y la de ahora mismo. De todo lo preguntaron y de todo habló. Ya se tratara de la elecciones en Brasil -elogió la política interior de Lula y criticó su complacencia con regímenes autoritarios como el de Cuba- o en Estados Unidos - "el debate es si las políticas sociales deben pasar por el Estado o por la sociedad civil" en un país que tradicionalmente desconfía de la intervención estatal-. Habló también sobre la situación argentina tras la muerte de Néstor Kirchner -el mal del país tiene, para él, un nombre: peronismo, es decir populismo-, sobre la piratería de los libros -"fruto de la falta de conciencia de que la legalidad es la civilización", afirmó tras contar que su editor de Alfaguara Perú le dijo que por cada copia legal de sus libros se vendían siete ilegales-, sobre el nacionalismo -"una plaga que ha llenado de sangre la historia"- y hasta sobre sus aficiones como melómano -"en música soy más bien conservador, llego hasta Mahler", dijo con una sonrisa alguien que sabe que en política muchos le han puesto hace tiempo esa etiqueta-.
Esta tarde, a las 19.30, Mario Vargas Llosa seguirá hablando sobre su nueva novela, el premio Nobel, lo humano y lo divino. Lo hará con el periodista Iñaki Gabilondo en los Teatros del Canal de Madrid. Como muchos de sus libros, las intervenciones públicas del nuevo premio Nobel van más allá de los géneros al uso, son entrevistas, coloquios, ruedas de prensa, charlas magistrales y también algo más. Tal vez por eso a veces hasta los periodistas se lanzan a aplaudirle.


Fuente: Diario El País, Madrid.