miércoles, 24 de noviembre de 2010

La lectura diaria de ficción y los diarios

El reciente Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ha contestado a las preguntas de la revista femenina ‘Telva’ desde su céntrico, cómodo y lujoso apartamento de la ciudad de Nueva York, gracias al cual ha desarrollado una serie de manías, o vicios, irrenunciables.

La proximidad de su apartamento a Central Park es una razón para pasear durante una hora cada mañana y encontrar, junto a su mujer Patricia, la inspiración para sus libros. Así, cuando regresa a España, a su vivienda en la Plaza de las Descalzas, el Premio Nobel de Literatura ha tenido que amoldar su manía y conformarse con pasear por el Palacio de Oriente hasta el Parque del Oeste.

Mario Vargas Llosa ha confesado que otro de los ingredientes para ser un buen escritor es madrugar, momento en el que la ciudad duerme. “Me gusta levantarme no más tarde de las seis de la mañana. Nunca pude dormir mucho, con cinco o seis horas diarias me bastan. Me gusta la quietud de esos momentos. No suenan los teléfonos, nadie te molesta. Esas son horas perfectas para leer”, ha confesado. Pero Mario Vargas Llosa tiene la suerte de contar en la Gran Manzana con un aliciente contra la pereza y no sólo contempla las páginas de un libro a esas horas: “Aquí, en el apartamento de Nueva York, tengo la suerte de ver amanecer todos los días”.

Por último, Mario Vargas Llosa tiene otro secreto de Premio Nobel irrenunciable: leer el periódico cada mañana. “No lo puedo evitar, tengo que saber cómo anda el mundo antes de empezar a trabajar”, ha revelado.

Así, la rutina de Mario Vargas Llosa en Nueva York tiene como eje central aprovechar al máximo las oportunidades que le ofrece la ciudad. Tras ver amanecer, pasear y leer el periódico, el Premio Nobel comienza a escribir y lo hace a mano. Hasta las 14 horas dura la inspiración del artista y, tras la comida, sale a tomar un café y va a tomar notas a la Biblioteca Municipal de la Quinta Avenida. “(La biblioteca) me atrapó desde la primera vez que entré”, ha confesado.

Cuando el sol cae, Mario Vargas Llosa regresa a su apartamento para corregir, con el ordenador, la creación literaria del día y vuelve a acostarse con las ganas de que la ciudad recobre la quietud de las 6 horas.

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