Conozco no pocos adictos al gran novelista que despotrican contra sus elogios a Mrs. Thatcher o algunas otras tomas de partido, pero son los primeros que corren a la librería en cuanto anuncian otro libro firmado por él. En todo lo que narra Vargas Llosa hay una verdad y una trasparencia objetiva que derrotan a los resabios de cualquier ideología: es lo que podríamos llamar el amor artístico a lo humano, la profunda compasión (o simpatía, si preferimos la etimología griega) que comprende el desasosiego de sus semejantes y vibra literariamente con él. Ese humanismo auténtico, práctico, incluso misionero (porque nos hace cómplices de la humanidad que a través de la lectura se nos descubre) constituye la urdimbre final de su visión del mundo. Incluso quienes discuten sus conclusiones ideológicas aceptan la suprema honradez de sus premisas narrativas: tal es su fuerza y su grandeza, tal es también el reto -el "mas difícil todavía"- que arrostra con cada uno de sus libros.
La palabra, que a algunos parecerá anticuada y los desconcertados intentarán buscar en Wikipedia, es "compromiso". Y en nada se refleja de forma tan nítida el escritor comprometido Vargas Llosa como en sus artículos de prensa. Cuando uno ha conseguido un rincón periodístico desde el que hacerse oír, la tentación narcisista lleva a deslumbrar y no a iluminar: a sacarle maravillosamente los ojos al lector en lugar de abrírselos, que hubiera dicho Madame du Deffand. Hacerse valer con cualquier pretexto y elegir un tema caprichoso o erudito como el McGuffin sabiamente arbitrario con el que Hitchckok promovía sus enredos. A veces el resultado es muy divertido e inteligente, elegante, pero a otros no les basta. No le basta a Vargas Llosa, cuyo compromiso estriba en poner su excelencia literaria de articulista al servicio de lo más útil: describir lo complejo y perplejo de la realidad para potenciar los requisitos de la libertad. Por eso no le gustan los temas ingeniosamente anodinos o inocuos, sino aquellos que comprometen en el campo de liza y con los que uno se gana más adversarios que admiradores. Acudir a la cita no en la balsa que se deja llevar por la corriente sino en el frágil pero aún así altivo esquife que remonta "contra viento y marea", según sus propias palabras.
Aunque nadie me lo pida y sin pedir permiso, hablaré de mí. El lema que en mi estima define a Mario es el de "generosidad". Es generoso en la opulencia de sus ficciones, dramáticas y sensuales, desesperadas y liberadoras; es generoso en su curiosidad que a nada renuncia, que todo lo explora y escudriña, que lo mismo agota una biblioteca para documentar un libro que atraviesa el desierto para conocer Irak sin intermediarios; es generoso en su compromiso político, cuando tan fácil es acertar siempre callando o manteniendo una cauta ambigüedad como vemos todos los días en quienes nunca arriesgan ni su comodidad ni su reputación; es generoso siempre en su tratar de entender y no intentar desentenderse, en su contagioso afán de hacernos entender. Tiene la generosidad del talento y su talento es erótico: o sea excitante pero también procreador. Y ante la generosidad nada conviene salvo la desconcertada gratitud: tres décadas después de mi inicial asombro al descubrirle, que sigue renovándose libro tras libro, solo puedo decirle la palabra sagrada y que invoca lo sagrado: gracias. Y ten por segura la feliz felicitación de tu fiel finalista del Planeta, Mario, ahora que estás en tu reino...
FERNANDO SAVATER 08/10/2010
Fuente: El País, Madrid
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