miércoles, 7 de noviembre de 2012

El canon del boom


Por:  06 de noviembre de 2012
Mario Vargas Llosa tiene una técnica muy propia, y muy reconocible, de hacer discursos. Se sitúa ante el atril, si lo hay, simula mentalmente que tiene delante un papel, un folio o una tarjeta, y se lanza a hablar como si mirara a un punto fijo, hacia el horizonte o hacia atrás. No hay papel alguno, ni tarjeta. Desde ese vacío pronuncia sus palabras, que a veces duran diez minutos, un cuarto de hora o 45 minutos, que es, con altibajos, su marca más habitual.
En Estocolmo, cuando recibió el Nobel en 2010, Vargas Llosa habló durante 45 minutos, y anoche, ante "los escritores embarazados" (así los llamó Armas Marcelo, director de la Cátedra Vargas Llosa) que concurren en la Casa de América y en muchas universidades españolas a la celebración del medio siglo del boom, habló también durante ese tiempo ante un atril vacío y ante cientos de personas entre las cuales estaban (como cuenta la crónica de Silvia Hernando en El País) los príncipes de Asturias...
Hay muchos discursos que el autor de La ciudad y los perros (cuyo sonido dio inicio al boom hace medio siglo) ha hecho así a lo largo de ese tiempo. El de Estocolmo lo hizo leyendo, y ahí lloró cuando habló de Patricia, su mujer, pero aquí se lanzó al vacío en el que encontró recuerdos que no le hicieron llorar pero que seguramente lo aventuraron, a veces, en una melancolía infinita, pues en 45 minutos contó toda una vida de relaciones, de amistades y de rupturas, generacionales, amistosas o políticas, que han marcado a la gente de su tiempo con uno de los estigmas contemporáneos más sobresalientes, las consecuencias de la desilusión cubana.
Ese periodo, señalado desde La Habana por el caso Padilla y sus huellas desastrosas en la experiencia de la revolución que habíamos escrito con mayúsculas, fue un punto de inflexión y en seguida un punto y aparte en la historia personal del boom para muchos de ellos. Antes, América Latina se había reconocido a sí misma, desde el exterior muchas veces, gracias a los escritores que acompañaron en el viaje del boom a lectores cada vez más sorprendidos de la capacidad que tiene la literatura para contar mundos que no existen pero que están en este.
Entre esos escritores, el propio Vargas Llosa; él fue desgranando experiencias con sus contemporáneos, desde Julio Cortázar, el primero al que conoció, hasta Gabriel García Márquez, con el que alguna vez quiso escribir un libro a cuatro manos, proyecto que se quedó en las manos de cada uno; Fuentes, que fue el más activo de todos ellos, ideó un proyecto: que cada uno escribiera la novela del dictador de cada uno de sus países... No lo hicieron, pero cada uno, es cierto, y a su manera, hizo la novela de un dictador...  El recuento de Vargas Llosa (como diría Donoso, su historia personal del boom) se extendió a escritores como Guillermo Cabrera Infante, con quien tuvo una entrañable relación amistosa y cuyos Tres tristes tigres fueron una celebración de la vida y de la risa de la noche en La Habana. 
Al final del acto cayó en la cuenta de un olvido que no se perdonó: no mencionó a Onetti. Le dijeron que como lo había citado tantas veces (e incluso lo ha interpretado, en el teatro), el viejo maestro uruguayo lo habrá perdonado desde donde observe la vida que ya no contará. Además, Onetti está, con García Márquez, Víctor Hugo y Flaubert, entre los autores que han merecido un libro del escritor que puso al boom en la pista de salida hace medio siglo. Una distancia que Vargas Llosa cubrió en 45 minutos de un discurso al que no le faltó ni una coma, aunque le hubiera faltado Onetti.

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