domingo, 5 de agosto de 2012

Cartas a un joven novelista

La forma novelesca
Por María Luisa Miretti
Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara. Buenos Aires, 2011.
Más que un manual de recetas y consignas, Vargas Llosa (Perú, 1936) esgrime el pretexto de responder al lector que lo consulta sobre la compleja y maravillosa profesión de escritor. Si bien le advierte desde el comienzo sobre las limitaciones de su visión, le comenta cómo surgen los motivos y los deseos que le animaron y le fueron alentando hasta darle forma y entender que detrás de cada libro hay historias, intuición, fantasía, una pizca de locura, pero también disciplina, organización, trampas y silencios y una urdimbre compleja que sostiene en vilo la ficción.
A modo epistolar, rememora su adolescencia intentando parecerse a Faulkner, Dos Passos, Camus, Sartre (vivos en esos momentos) y pedirles orientación.
Cree que el atributo principal de la vocación literaria es sentirla en sí misma, más que recibir sus frutos, ya que escribir es lo mejor que puede pasarle al ser humano (prescindiendo de lo político y de lo social), siendo entonces la vocación el punto de partida clave. Esto derriba las viejas teorías de haber sido elegido por los dioses, o por las musas, o ser un ser trascendente contaminado por la Belleza. Reconoce que es un asunto misterioso, no revelado, que alberga en el interior de cada cual, cercado de incertidumbre y subjetividad y que hace que escribir se convierta racionalmente- en un hecho esencial en la vida de cada uno.
Si bien la elección es importante, hay una disposición en la infancia a fantasear, a recrear situaciones, y ése quizás sea el hito inicial de lo que más tarde podría llamarse la “vocación literaria”. Desde ese punto al ejercicio literario hay un abismo; los que llegan a ser “creadores de mundos” mediante la palabra escrita son otra cosa, quizás vengan desde allí, o desde una rebeldía innata, de cierto inconformismo.
La ficción encubre una vida deseada que se organiza en la escritura apelando a la imaginación y a las palabras (rebeldía relativa), quizás sea la razón por la cual los regímenes totalitarios desconfían de las lecturas, sospechan y censuran.
La raíz de las historias ficcionales está en la experiencia de quien la inventa, “lo vivido es la fuente que irriga las ficciones” (eso no significa que sea la biografía encubierta del autor, pero siempre hay algunos rastros que se filtran).
A cierta altura se pregunta ¿qué es ser un escritor auténtico? Toda vez que la ficción es por definición una impostura, por tanto toda novela es una mentira y básicamente su efecto reside no solamente en el pacto narrativo con el lector sino también en el poder de persuasión del novelista.
Por eso, aclara que un tema nunca es bueno o malo, depende de la forma en que se encarna la historia, los efectos de verosimilitud, el poder de persuasión.
Seguidamente, analiza los aspectos más relevantes: el estilo (advirtiendo que el lenguaje es clave y no puede estar disociado de lo que relata), el espacio, el tiempo, el nivel de la realidad, las cajas chinas, los datos escondidos, siempre con referencias autorales, para finalmente en el último capítulo “A manera de posdata” hacerle notar que todo lo anterior no sirve para nada, que si tiene deseos de escribir empiece ya mismo, porque la crítica -y enumera autores emblemáticos, cada uno a su modo-, “es un ejercicio de la razón” mientras que la creación literaria es intuición y sensibilidad, así que lo alienta a llevar adelante su desafío y “que se ponga a escribir novelas de una vez”.

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