domingo, 17 de noviembre de 2013

La espontaneidad y la intuición

Encontramos a Mario Vargas Llosa recién regresado de Estados Unidos, de dar seis semanas de clases en Princeton, donde tiene grupos de veinte estudiantes como máximo, lo cual le permite (se ríe) aprender más de lo que enseña. Tanta alegría se estrella contra las montañas de basura que le dieron la bienvenida en Madrid… En cambio, mira por dónde, el maestro es optimista por primera vez en mucho tiempo sobre el problema catalán. Y sobre el impacto de su última y muy esperada novela, «El héroe discreto».
¿Impresionado por el impacto de la huelga de barrenderos en Madrid?
—Qué horror que esto haya podido llegar a suceder en mi querida Madrid, una ciudad con una muy bien merecida fama de ser muy limpia. Yo siempre salgo a pasear una hora por la mañana, de ocho a nueve, para mantenerme en forma, y la verdad es que estos días no sabía por dónde tirar para no darme de bruces con la basura. Pensé: si esto sigue así, nos llenaremos de ratas… señor, señor.
El tema ha llegado a tener hasta posibilidades de metáfora de la crisis, ¿no?
—Sí, tiene una extraña resonancia que una cosa así, que desmoraliza muchísimo a la gente, suceda justo cuando se aprecian los primeros síntomas de que España empieza a salir del túnel. Por eso era muy importante actuar rápido, para atajar cuanto antes el desánimo.
Dejemos entonces de hablar de las basuras y hablemos de Cataluña.
—Lo que pasa en Cataluña a mí me preocupa muchísimo (suspira). A día de hoy ese es el problema central que tiene planteado España, yo estoy convencido. Aunque igual que le digo esto, le digo que, en mi opinión, el momento de mayor insensatez ya ha quedado atrás. El actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, va a pagar muy cara su irresponsabilidad, porque la primera perjudicada va a ser CiU. Las últimas encuestas son muy indicativas. La perspectiva de que ERC se convierta en la primera fuerza desde luego no va a ser motivo de alegría para todos los catalanes.
¿A lo mejor ni siquiera lo va a ser para muchos nacionalistas?
—Bueno, sólo hay que ver la distancia entre los dos socios de CiU, CDC y UDC. Mire, al final el famoso seny catalán no es un mito, es una realidad que se impondrá, dejando atrás esta locura independentista impráctica e impracticable, peligrosísima para Cataluña aún más que para España.
La insensatez ya se está disolviendo, dice usted…
—No lo digo yo, lo dicen las encuestas. Se pongan como se pongan, no hay una mayoría independentista. No existía antes y tampoco existe ahora. Lo único que ha habido es una política irresponsable y oportunista de agitar los ánimos y los sentimientos para buscar un chivo expiatorio de la crisis. Con el caldo de cultivo de la crisis se ha pretendido construir de nuevo la nación como si tal cosa, reinventar y falsificar la historia. Con artificios y demagogia, como cuando se pretendía que la Guerra Civil sólo la perdió y la padeció Cataluña, cuando se padeció en toda España. Pero insisto, este fenómeno, aun siendo turbulento, al final habrá sido bastante transitorio, bastante efímero. Ahora las cosas empiezan a volver a tener su peso real, a poder aquilatarse bien. Se empieza a ver claramente que los independentistas catalanes son una minoría, una minoría muy activa y tan ruidosa como se quiera, pero minoría al fin y al cabo. No son más de los que son. Las aguas volverán finalmente a su cauce y CiU y Artur Mas tendrán que pagar los platos rotos.
Pero, ¿a usted no le parece que se ha hecho un roto importante en términos de desafección hacia España? ¿Eso tiene arreglo?
—Sí, esa desafección se ha ido potenciando y se ha ido construyendo en parte en la escuela y en parte con la colaboración irresponsable de varios medios de comunicación. Es muy triste. Pero yo no tengo la impresión de que eso sea irreversible ni vaya a ser para siempre. Hay muchos siglos de un lado, y unos pocos años del otro, al final la realidad cae por su propio peso y se impone. Hay que pensar en el largo plazo.
No habrá entonces consulta suicida, no habrá independencia…
—Mire, es absolutamente absurdo, es utópico, pensar que Cataluña se pueda independizar de España en el contexto de la unidad europea, de la UE, vamos, es que sería absolutamente antihistórico, absolutamente anómalo. No puede ocurrir. Por el hecho en sí y porque Cataluña es una parte absolutamente fundamental de España, y eso ha sido así durante los últimos cinco siglos. Y lo seguirá siendo.
¿Hacen falta menos extremistas y más héroes discretos, como el de su última novela?
—La novela está circulando muy bien, estoy muy contento, las reseñas son muy buenas. Me siento muy agradecido.
Todos destacan que se está reencontrando usted brillantemente con sus orígenes creativos, reciclando personajes y volviendo a sus viejos escenarios de gloria… Un poco como Woody Allen, si me permite la comparación y que, como él, gana con el eterno retorno…
—(Suelta una cálida carcajada) Bueno, es que hay personajes que se gastan enseguida, pero en cambio hay otros que le siguen persiguiendo a uno mucho tiempo, que vienen como a reprocharle a uno que no agotara todas sus posibilidades, que casi exigen volver a ser usados de nuevo, en otras historias. Yo al regresar narrativamente a Piura me he reencontrado con mis personajes piuranos esperándome, quizás esa es la explicación.
Se reencontró con sus antiguas criaturas pugnando por volver a ser nuevas.
—Sí, y tuve que abrirles la puerta.
Es usted un buen anfitrión de sus personajes.
—Lo intento. Básicamente es que la construcción de la ficción, por mucho que se planifique, mueve muchos elementos espontáneos que el escritor no controla tanto como quisiera o como cree. Muchas cosas ocurren sobre la marcha, fluyen las intuiciones. Mi intención inicial era situar una historia en un país que ha cambiado bastante, que ha cambiado mucho, en los últimos años. En este país está creciendo bastante la clase media. A la vez también crecen la criminalidad y las mafias, parece ser que ése es el precio que hay que pagar por el progreso de Perú.
¿Nos falta a veces comprensión humana de la realidad del progreso?
—La idea inicial de mi historia, de esta novela, surgió cuando leí en la prensa algo que me llamó poderosamente la atención porque me pareció muy singular. Un pequeño comerciante, el dueño de una pequeña empresa de transportes, nada del otro mundo, publicó en el periódico un anuncio para advertir a la mafia local de que no les iba a pagar. De que no iba a ceder más a su extorsión. Esto pasaba en Trujillo, yo trasladé la historia de Trujillo a Piura, por pensar que la conocía mucho mejor. Y sí que la conozco, pero lo cierto es que me la encontré muy cambiada. Por ejemplo, los antiguos desiertos que rodeaban la ciudad han desaparecido.
Todo cambia, don Mario.
—Sí, y hay que saber aceptarlo y entenderlo.

«No soy capaz de comer a la española y seguir trabajando por la tarde»

sábado, 16 de noviembre de 2013

Vargas Llosa: “¿Cómo he podido escribir esto?”

Mario Vargas Llosa ¿escritor fantasma? Pues sí. Excelente reportaje de Guillermo Niño de Guzman, La señora Cata y el escribidor, en El País. Se deduce que La ciudad y los perros no fue la primera novela que escribió el Premio Nobel, sino Pieles negras y blancas, novela que escribió por encargo de Cata Podestá, una señora adinerada interesada por la literatura; personajes que se involucran en la historia: Bryce Echenique, C. E. Zavaleta, Ciro Alegría, y cómo no, la primera esposa de Varguitas: Julia Urquidi. Aquí lo comparto:
¿Mario Vargas Llosa, escritor fantasma? ¿Era verdad que había escrito una novela antes de La ciudad y los perros(1963), la cual había sido publicada con seudónimo? Ya no recordamos cómo nos llegó el rumor, pero ¿se trataba de un dato fidedigno? El título no figuraba en ninguna bibliografía. Dada nuestra curiosidad, no pudimos contenernos y decidimos preguntárselo al presunto autor. Vargas Llosa se limitó a sonreír y adujo que el esfuerzo que le suponía escribir una novela bien merecía que la firmara con su nombre, lo que restaba credibilidad a nuestra suposición.
Sin embargo, con el tiempo, el misterio resurgió. Era poco probable que una información de ese calibre pasara desapercibida para los numerosos críticos y biógrafos. Finalmente, la pista nos la dio una estudiosa francesa, Marie-Madeleine Gladieu, experta en la obra de Vargas Llosa, cuyo ojo zahorí detectó la punta del hilo de la madeja en las memorias de Julia Urquidi Illanes, es decir, la tía Julia, la primera esposa del novelista. Allí, en Lo que Varguitas no dijo (1983), se hace una breve alusión al episodio (aunque la autora confunde Oriente con África).
Como se sabe, en 1959 la pareja se había trasladado de Madrid a París, donde vivía con estrecheces económicas en una buhardilla del modesto Hotel Wetter, en el número 9 de la rue de Sommerard. Vargas Llosa tenía 23 años. “Más o menos por esos días”, recuerda la tía Julia, “llegó al hotel una dama peruana. Acababa de hacer un viaje por el Oriente, y quería escribir un libro sobre sus experiencias. Habló con Varguitas. Quedaron en que ella le iría contando sus viajes y él escribiría el libro por una suma de dinero que consideramos suficiente, para los gastos extras de la semana. Le pagaría los días viernes, de acuerdo a las páginas escritas. Todas las mañanas iba mi marido a la habitación de la viajera, para hacer el trabajo. Frecuentemente entraba yo a la pieza a escuchar sus relatos, estos eran bastante infantiles. Mario se divirtió con este trabajito. Ella era una señora muy puritana, él escribía capítulos donde había príncipes árabes, que se introducían en su habitación por los balcones, con malvadas intenciones violatorias, lo que espantaba a esta ingenua dama”.
Desde luego, la primera condición laboral para un escritor fantasma es mantener el anonimato. De ahí que Vargas Llosa no pudiera admitir su colaboración. En ese sentido, debemos reconocer que fue discreto, y, por otra parte, es comprensible su renuencia a hablar sobre el asunto, ya que sin duda aceptó el encargo por fuerza de las circunstancias. Tratándose de un joven novelista lleno de bríos, cuyos esfuerzos estaban concentrados en la creación de La ciudad y los perros, no debía de ser muy atractiva la idea de alquilar su pluma y de tener que explotar su creatividad en temas ajenos. En su testimonio, la tía Julia destaca las precauciones de la dama: “Como no quería que nadie viera a Mario escribiendo, la puerta estaba siempre cerrada. Incluso mi presencia no era de su agrado, pero no tenía más remedio que soportarme; era la esposa de su escribidor. (…) Debe haber sido el libro más difícil para Varguitas. (…) Tener que darle forma, sentido a eso, fabricar un libro, no debe haber sido fácil”.
La dama en cuestión era Cata Podestá y el volumen se titulaba Pieles negras y blancas. Fue impreso a cuenta de la autora en los talleres de P. L. Villanueva en Lima, en octubre de 1960, y consta de 313 páginas. Aunque la doctora Gladieu lo aborda como si fuera una novela, se trata, en rigor, de un libro de viajes (incluso trae un mapa de África en el que se señalan las ciudades visitadas). En todo caso, posee una forma novelesca, con escenas dialogadas, lo que denota la familiaridad con el género que tenía Mario Vargas Llosa y sus deseos de fabular.
El procedimiento de este trabajo a destajo fue el siguiente: la señora Podestá paseaba por la habitación del hotel Wetter evocando su periplo por tierras africanas y el narrador recreaba las aventuras en su máquina de escribir, tomándose ciertas libertades para aderezar la trama. Cabe recordar que Vargas Llosa era muy precoz: por entonces estaba escribiendo su primera obra maestra, La ciudad y los perros, que obtendría el Premio Biblioteca Breve en 1962, apenas dos años después.
Las impresiones de Julia Urquidi Illanes sugieren que Cata Podestá era una señora de la alta burguesía peruana con veleidades literarias. Ciertamente, antes de su encuentro con Vargas Llosa ya había publicado un libro, Sedas y harapos, que apareció con el sello de la Librería Internacional del Perú, en 1958, con un prólogo de Luis Alayza y Paz Soldán. Es el relato de un viaje que la autora realizó por Asia. Curiosamente, el volumen fue reseñado en el diario español ABC, el 13 de agosto de 1959. El comentarista destaca que esta crónica nos lleva a la India, Líbano, Hong-Kong, China, Birmania, Japón y otros países asiáticos: “Nos encontramos con un delicioso retablo de descripciones llenas de finísimos matices, de observaciones agudas y hallamos ciertamente los detalles tradicionales de aquellas tierras, sus rasgos peculiares, con los de sus gentes. (…) Es una obra que se lee con verdadero deleite”.
La breve y fulgurante carrera literaria de Cata Podestá alcanzaría su cima con un relato titulado La voz del caracol, que obtuvo el primer premio en el Festival Cristal del Cuento Peruano, en 1961. La voz del caracol tuvo buena acogida (fue publicado por la revista Visión Nº 32 en octubre de 1961) y ha sido recogido en algunas antologías (bajo el nombre de Catalina Podestá), las cuales resaltan su cuidadosa composición, su atmósfera tierna y nostálgica, así como la hondura de sus personajes.
Cata Podestá murió centenaria hace cuatro años. Había nacido el 11 de junio de 1909 y su nombre completo era Caterina María Podestá Assereto. De firmes ancestros italianos, se casó muy joven, a los 18 años, con Juan Enrique Capurro Rovegno, miembro de una familia de terratenientes. Su matrimonio duró muy poco. Audaz y voluntariosa, prefirió separarse antes que guardar las apariencias, como hacían otras mujeres de su generación. Luego de nacer su único hijo, Juan Miguel, en 1929, se fue con él a vivir a Chile. Al cabo de unos años regresó al Perú y, cuando su vástago creció y se fue a estudiar a Estados Unidos, ella se dedicó a viajar por el mundo y a disfrutar de sus rentas. Cata Podestá falleció en Lima el 12 de octubre de 2009.
Fue una mujer independiente y segura de sí misma que, en plena juventud, resolvió no someterse más a la férula de ningún hombre. De acuerdo con sus descendientes, era una persona muy querida, vital y emprendedora. Se resistía a las convenciones y no temía viajar sola, aun cuando ello supusiera afrontar ciertos peligros. Su gran atractivo físico llamaba inmediatamente la atención y, a sus 70 años, no se inhibía de llevar jeans y zapatos rojos de taco alto. Esta visión coincide con la de Alfredo Bryce Echenique, quien refiere en el segundo tomo de susAntimemorias que ella frecuentaba mucho la casa de su familia, pues era muy amiga de Elena, su madre:
“Entonces apareció por casa la inolvidable señora Catalina Podestá, con su tardía vocación de escritora. La señora Cata, como la llamaban, era una mujer muy guapa, de larga cabellera roja, piel canela, temblorosa voz e impresionante silueta. Como usaba a menudo pantalones y era divorciada —y aunque tratándola siempre con especial deferencia—, mi padre la había condenado a una suerte de purgatorio social que consistía en invitarla mucho, porque mi madre la adoraba, pero a unas horas en que jamás se invitaba a nadie. Y aunque doña Cata compartía con mi madre la devoción por Marcel Proust, más pudieron la gran cabellera roja, la piel canela, los pantalones ceñidos y su divorcio, en el apodo que le puso mi padre: La Domadora”.
Mientras tanto, las inclinaciones narrativas de la señora Cata se hacían más fuertes y un día le preguntó a Alfredo Bryce—quien todavía era inédito— si podía recomendarle a uno de sus profesores para que le enseñara a escribir cuentos. Naturalmente, sus servicios serían bien remunerados. Como él estudiaba Derecho y Literatura en la universidad de San Marcos, le trasladó la propuesta al catedrático Carlos Eduardo Zavaleta, escritor en alza de la generación del 50, quien le dijo que no estaba dispuesto a perder su tiempo con aficionadas, aunque fueran muy adineradas. Después vino la convocatoria del Festival Cristal del Cuento Peruano, cuyo jurado era presidido por Ciro Alegría, el escritor peruano más reconocido de la época.
El fallo dio el premio máximo a la desconocida Catalina Podestá y el talentoso C. E. Zavaleta fue relegado al puesto de finalista. ¿Qué había ocurrido? Según Bryce Echenique, lo que nadie sabía era que hacía ya unos meses que don Ciro había asumido las funciones de profesor particular de doña Cata. ¿Otro escritor fantasma? En honor a la verdad, habrá que decir que La voz del caracol es un buen cuento y que no guarda similitudes con la obra de Alegría. No obstante, también es cierto que la pericia del enfoque narrativo corresponde más a un autor consumado que a uno inexperto, sin mayor oficio. Y, para complicar las cosas, después de haber obtenido el disputado galardón, inexplicablemente, la triunfadora optó por el silencio creativo.
En cuanto a Vargas Llosa, su experiencia como escritor fantasma no pasaría de la anécdota si él mismo no le hubiera atribuido una mayor importancia. Tanto así que en 1983 estrenó una obra de teatro, Kathie y el hipopótamo, basada en su relación con la señora Podestá. Es una pieza compleja y ambiciosa, donde resucita al periodista Zavalita, su célebre personaje de Conversación en La Catedral, y lo confronta con Kathie Kennety, la esposa de un banquero, que lo contrata para escribir un libro de viajes. Vargas Llosa nos ha comentado al respecto: “Quería transmitir cómo esos dos seres entre los que al principio hay una relación de patrón y asalariado poco a poco van estableciendo una relación humana al descubrir que, pese a sus grandes diferencias intelectuales, económicas y sociales, apelan a lo mismo para llenar un vacío tremendo que se ha instalado a lo largo de su vida”.
En esta obra, Vargas Llosa incide en el problema de la ficción y la realidad, uno de los temas esenciales de su producción. Santiago Zavala es el polígrafo que convierte en literatura lo que Kathie le cuenta sobre sus viajes y se vale de esas experiencias para fabular, para vivir de una manera vicaria todo aquello que le ha sido negado en el ámbito real. Sus frustraciones encuentran en el trabajo de escribidor un mecanismo imaginario compensatorio que le permite cumplir sus sueños. Tanto Kathie como su amanuense literario se sirven de la ficción para cristalizar sus ilusiones y cimentar una existencia más rica y plena.
No hay duda de que Pieles negras y blancas tiene un ritmo ágil y fluido, y que la inventiva de Vargas Llosa aprovecha el exotismo y la truculencia de las situaciones, tentación que luego explotará en La tía Julia y el escribidor (1977). Más que una rareza literaria, este primer libro de largo aliento de Vargas Llosa invita a efectuar un análisis intertextual. El autor peruano debió de tener muy presente aquel trabajo mercenario cuando escribió Kathie y el hipopótamo. Esto queda perfectamente corroborado por la reelaboración de algunos pasajes de Pieles negras y blancas. Así, por ejemplo, en la pieza teatral, Santiago Zavala dice: “Deambulo entre sepulcros piramidales y colosos faraónicos, bajo el firmamento nocturno, sinfín de estrellas que flotan sobre El Cairo en un mar azulino de tonalidades opalescentes”. Compárese este fragmento con el párrafo inicial del volumen firmado por Cata Podestá, donde se puede leer el siguiente pasaje: “Deambulo por los flancos de las tumbas piramidales. Los filos se yerguen cual cuchilladas: hablan de crueldad. Una luz diáfana azulina destaca en tonalidades opalescentes el firmamento nocturno, la tierra amarilla, los colosos faraónicos y la soledad. No hay ser viviente que la acompañe. Ni humano, ni animal, ni vegetal”.
Pieles negras y blancas es un libro ameno y bien intencionado, pero no se libra de los estereotipos. Adolece de una visión ingenua de África, del colonialismo y la miseria, aunque, claro, no podemos atribuir esta debilidad al escribidor, quien aún no había pisado ese continente. Evidentemente, al relatar las vicisitudes de la viajera en el Congo, no sospechaba que medio siglo después él también sentiría la necesidad de visitarlo e indagar en su problemática, tal como haría con motivo de su novela El sueño del celta.
Cuando, finalmente, hace unos años nos procuramos un ejemplar del libro Pieles negras y blancas, decidimos, en un abuso de confianza, mostrárselo a Vargas Llosa. Sin disimular su asombro, el escritor abrió el libro de páginas amarillentas y se entretuvo leyendo unos párrafos. Luego frunció el ceño y nos dijo: “¿Cómo he podido escribir esto?”, y continuó hojeándolo hasta que soltó una gran carcajada, desarmado por la prosa rimbombante y artificiosa que inunda esa primera aventura narrativa de largo aliento.
Poco después de esta conversación, Vargas Llosa se permitió aludir, por primera vez, a su única faena de negro literario. Al evocar su vieja relación con el teatro en El viaje de Odiseo, ensayo incluido como colofón de Odiseo y Penélope (Galaxia Gutenberg, 2007), reveló que su pieza Kathie y el hipopótamo “recreaba algo que me ocurrió en mis primeros tiempos de París, donde, por razones alimenticias, hice deghost writer de una dama que quería escribir un libro de viajes”. Sin embargo, se abstuvo de dar más información. Como buen escritor fantasma, respetó el pacto secreto y no consintió en descubrir la identidad de su contratante.
De cualquier modo, pese a sus reservas, su esmero por poner las cosas en orden y su afán de precisión se conjugaron para que, involuntariamente, confesara su autoría. ¿Cómo sucedió? Años atrás, cuando la Universidad de Princeton adquirió sus manuscritos, el futuro Premio Nobel incluyó en el lote un ejemplar de Pieles negras y blancas. Desde luego, no podía prever (en aquellos tiempos Internet no pasaba de ser una simple novedad) que llegaría el día en que aquel centro de estudios colocara el inventario de la colección en la red. Pues bien, al registrar el libro de marras, los bibliotecarios observaron que Mario Vargas Llosa había adjuntado una nota a la cubierta, en la que afirmaba que este relato constituía el punto de partida de Kathie y el hipopótamoy explicaba su intervención: “Lo escribí casi enteramente yo mismo, en París, hacia fines de 1959 o principios de 1960…, trabajando un poco como Santiago para Kathie en la obra. Mientras la señora Podestá me contaba la historia de su viaje a África, yo la transcribía a máquina; más tarde, durante el día, corregía el texto mecanografiado…”.
¿Volvió a ver Vargas Llosa a la señora Podestá? Al parecer, sí, al menos una vez, cuando el novelista ya descollaba como una de las figuras del boom. Ambos coincidieron en Lima, en una reunión social, donde la autora, ansiosa por consolidar su reputación literaria, no quiso desaprovechar la oportunidad y se atrevió a pedirle que escribiera algo sobre ella en la prensa. Vargas Llosa, muy educado, sonrió e intentó una vaga disculpa. Pero la señora Podestá, que no estaba acostumbrada a que le dijeran que no, debió de recordar el viejo lazo laboral que los había unido, porque le aferró la mano y le aseguró: “Yo te pago, Marito. Yo te pago…”. No cuesta mucho imaginar la sorpresa y la carcajada ahogada de su interlocutor. Vargas Llosa ya no era el joven de París, aquel letraherido tenaz que había hecho de todo, incluso vender su pluma, para poder mantener vivos sus sueños.

FUENTE:
http://renellatastrejo.tumblr.com/post/67110986092/vargas-llosa-como-he-podido-escribir-esto

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vargas Llosa, el macho anciano

Escribe Gonzalo Garcés (Revista Ñ, Argentina)

En "El héroe discreto", última producción del Premio Nobel, los hijos aparecen como amenaza para la propiedad del padre, expresado por el personaje de Felícito, y se completa con el tema de los hijos como amenaza para la virilidad del padre, expresado por Ismael.

¿Vieron una cosa rara que pasa en El héroe discreto , la última novela de Mario Vargas Llosa? El libro se presenta como un homenaje a los valores tradicionales: honestidad, trabajo, templanza, coraje. Pero por debajo corre un tema muy distinto. El héroe, Felícito Yanaqué, es un pequeño empresario. Un día recibe una carta anónima: la mafia le reclama una cuota mensual. Felícito se niega y acude a la policía. Esta es la mitad de la historia; en paralelo, se narra un escándalo en la alta sociedad limeña. Esta parte la protagoniza don Rigoberto, especie de sibarita que ya apareció en otras novelas del peruano. Si Felícito parece encarnar un ideal pequeñoburgués, don Rigoberto sería lo mejor de la clase alta: el gusto por las bellas artes, la tolerancia, el goce de la sexualidad entre adultos responsables. Tomando esto al pie de la letra, los críticos elogian El héroe discretopor rescatar estas virtudes o bien le reprochan su conformismo.
Se equivocan. El tema solapado de El héroe discreto es más oscuro. Felícito tiene dos hijos varones: Miguel se le parece muy poco, Tiburcio es su vivo retrato. Pero los dos son hijos lamentables, indignos de su padre. Acomodaticios y cobardes, cuando Felícito se niega a pagar a la mafia, le ruegan que lo piense mejor. El desprecio de Felícito es apenas disimulado. Peor es la otra pareja de hijos del libro: el mejor amigo de don Rigoberto, Ismael, tiene dos varones a los que apoda “las hienas”. Ociosos, abusivos, parásitos, parecen capaces de llegar al crimen para frustrar a su padre; Ismael, a su vez, decide casarse con su sirvienta sólo para molestarlos.
Por supuesto, en la superficie de la narración se deplora que estos hijos hayan salido tan mal. Pero no hay hecho, en la ficción o en los sueños, que no corresponda a un deseo oculto. Y en este sentido, la omnipresencia de los hijos detestables en El héroe discreto delata una hostilidad más general. El tema de los hijos como amenaza para la propiedad del padre, expresado por Felícito, se completa con el tema de los hijos como amenaza para la virilidad del padre, expresado por Ismael. Tanto él como Rigoberto son –en palabras de Pablo de Rokha– machos ancianos: patriarcas envejecidos que toleran mal ser reemplazados. Hay un hijo más: Fonchito, hijo de Rigoberto, a quien apodan Luzbel: el príncipe de las tinieblas. ¿Y qué son los hijos, en esta novela, sino el Mal?
Esto es interesante. Ya antes Norman Mailer, John Updike, Philip Roth han escrito sus cantos de odio contra los hijos. Quizá la generación del 60 sea demasiado asertiva para aceptar con serenidad el recambio generacional. Una confesión: me alegra descubrir esta saludable mala leche en Vargas Llosa. El odio es una emoción más palpitante, más digna de un Premio Nobel, que el elogio de las virtudes burguesas.