En la imaginación de Mario Vargas Llosa (nacido en Arequipa, Perú, 1936) –y quizá también en la realidad–, la Casa Verde era un prostíbulo de Piura, norte peruano, Andes desérticos como sólo pueden serlo los Andes del norte de Chile y de Perú.
Cuando comenzó a construirse, las iras del cura párroco, que amenazaba desde el púlpito con Sodomas y Gomorras, pestes egipcias y otras apocalípticas maldiciones bíblicas, agitaban a las señoras y consternaban a los pocos señores que todavía se animaban a concurrir a las misas domingueras.
La Casa Verde, ajena a todos los cielos, prosperaba a ojos vista, ganándoles la batalla al cura y a las tormentas de arena. Fue hasta que la muda del pueblo murió allí, no se sabe si prostituida o enamorada del dueño.
De la pluma de los grandes escritores –y parece que algo similar ocurre con pintores, escultores o músicos– suelen surgir arquetipos, figuras o sucesos típicos que reaparecen y se repiten en la historia.
Aquiles, el que prefiere la vida breve pero heroica; Ulises, el viajero que resiste tentaciones y desvíos en su regreso al hogar; El Quijote, último caballero andante; Hamlet, hijo torturado, heredero de Edipo.
En su segunda novela –como Homero, Cervantes y Shakespeare–, Vargas Llosa nos regala un símbolo de la venganza medieval, cuando describe el incendio de la Casa Verde a manos de furiosas amas de casa soliviantadas por el cura. "La palabra del padre García se elevó, tronó sobre el mar y, entre las olas y los tumbos, tentáculos innumerables se alargaban, atrapaban a las habitantes, las derribaban y en el suelo las golpeaban. Y luego, el padre García y las mujeres inundaron la Casa Verde, la colmaron en unos segundos y, desde el interior, provenía un estruendo de destrucción: estallaban vasos, botellas, se quebraban mesas, se rasgaban sábanas, cortinas. Desde el primer piso, el segundo y el torreón, comenzó un minucioso diluvio doméstico. Por el aire calcinado volaban macetas, bacinicas, lavadores, desportillados y bateas, platos, colchones despanzurrados, cosméticos y una salva de vítores saludaba cada proyectil que describía una parábola y se clavaba en el arenal (...) la Casa Verde ardía".
Dantesco, para salvar la omisión de otro paradigma de la cultura occidental, La divina comedia , de Dante Alighieri.
Dantesco es, en cierto modo, también el mundo en que vivimos, en el que casamos a un príncipe, canonizamos a un papa, matamos a un moro y quemamos en la hoguera a un hereje lascivo.
Bienvenido, pues, a la Edad Media.
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